07. "Exposición"
7
La mano de Connor se extendió frente a Astrid mientras ella recorrería toda la anatomía de este con sus ojos. Era demasiado apuesto para ser un profesor tan estricto y duro (según decían). Al llegar a su semblante lo admiró por unos segundo; admiró sus labios rosas y sus hermosos ojos verdosos. Bajó de inmediatamente su vista, cohibida por la profunda mirada que poseía.
—Señorita Portinari, ¿me dará la mano algún día? o ¿tendré que seguir esperando? —preguntó con una sonrisa estampada en su cálido rostro.
—Claro, digo, si. —Extendió su mano tomando la de Connor, lo cual hizo que su cuerpo recibiera pequeñas chispas recorriendo todo su cuerpo.
—¿Me permitirá, luego de esto, ir a tomar algún té o café? Sabe que necesito conocerla, no se lo había dejado bastante claro en el e-mail, claro porque uno no puede expresar bien sus sentimientos por un correo electrónico, ¿verdad?
Ella solamente asintió mientras miraba fijamente los ojos de aquel hombre.
—Creo que debería ir a mi p-puesto—señaló su sencillo espacio en el cual estaban situadas todas las fotografías.
Él solamente asintió, mientras se acercaba cautelosamente al oído de Astrid.
—Espero, con toda mi fe y deseos, que presente las hermosas fotografías que me ha enviado, son todas muy hermosas y me encantaría saber el significado de ella, señorita Portinari. —Al terminar con su declaración, se alejó dejando las mejillas de Astrid levemente sonrojadas.
Ella asintió mientras caminaba devuelta a su puesto, preguntándose qué mierda haría. Estaba en problemas si el supiera que él era su figura de su exposición. Se pasó desesperada las manos por su cabello y luego optó por comer de su paquete de galletas mientras se paseaba de su lado a otro, nerviosa. ¿Qué haría? Ya no podía cambiar nada, y los jueces ya estaban listos.
Llamó a Olive, fracasando en sus intentos. Guardó su celular en el bolsillo de su pantalón y aguardó.
Estaba desesperada, alterada y no paraba de pensar en lo que haría. Sin duda esto se estaba volviendo a su contra. ¿Qué le diría cuando la viniese a evaluar? Esa era la duda que inundaba su cabeza. La opinión del resto sobre sus fotografías siempre le pareció demasiado importante. Observó su mano y leyó unas cuantas veces los títulos de sus fotografías, tranquilizándose. Era imposible que quedara entre los tres.
No quedaré, Dios.
Recordó las palabras de Kyler y las de Olive. Sintió como su corazón dejaba de bombear cuando los jueces caminaban, comenzando a evaluar. Sería la onceaba y la impotencia se apoderaba de ella.
Tenía que tranquilizarse y pensar en positivo sobre sus fotografías. Había puesto exactamente las mismas que le había mandado a Connor Hurst solo para que él sonriera al verlas, pero jamás se espero que fuese el modelo de alguna fotografía suya. Jamás se había esperado aquel desconcierto.
—Voy a estar bien, yo sé que lo estaré. Si no les gusta lo que hago... Será así. Pero —recordó—, si creo en mí el resto también lo hará.—sonrió, complacida mientras acababa su paquete de galletas.
Pudo apreciar como el cuarto concursante quedaba petrificado ante los jueces, periodistas y fotógrafos. Podía divisar como las gotas de sudor recorrían sus sienes, deslizándose hasta su barbilla. Les enseñó sus fotografías, las cuales eran ideales para la exposición. Divisó el arrugado rostro del señor Allamand y sintió las náuseas apoderándose de ella. Luego pudo divisar como el señor DeGraw contemplaba el trabajo del chico el cual debía tener entre veinte a veintitrés años.
No escuchó la pregunta requerida por el señor Allamand, sin embargo pudo apreciar las facciones del chico, asustado y pasmado. Debía ser la misma pregunta para todos y ella no podía descifrar al otro extremo lo que decía.
—Estaba preguntando qué significa para él la fotografía —respondió la rubia a su izquierda, la cual sería la última.
Volteó a verla, y vio como miraba atentamente al cuarto concursante de brazos cruzados.
—¿Qué? —preguntó atónita, Astrid.
—Leo labios desde hace bastante tiempo, era un bonito hobbie —reconoció, mientras seguía observando la escena. La rubia giró a verla—. Soy Rylie.
—Astrid—dijo, mirando sus fotografías.
—Están muy hermosas tus fotografías, Astrid. Hace bastante que no veo unas tan magnificas—expresó, observando también cada fotografía que estaban en la pared.
—Muchas gracias, Rylie. Las tuyas igual son muy bonitas, para ser sincera.
—Gracias, Astrid. Y dime, ¿es tu primera vez en este concurso? —preguntó recargándose en la pared mientras los jueces pasaban al sexto participante.
Astrid negó, mientras miraba sus uñas y comenzaba a sacar el esmalte transparente de estas.
—Hace tres años vine pero, solo logré avergonzarme a mí misma —confesó preocupada.
La chica la miró confundida mientras se acercaba más a ella, interesada en lo que le estaba contando. Su cabello rubio golpeaba en su estómago cada vez que caminaba y sus ojos celestes recorrían sus facciones, incomodándola.
—¿Cómo dices? Cariño, tus fotos son grandiosas, de verdad. Creo, honestamente que quedarás entre los tres. No dudo de aquello en lo absoluto, Astrid. Y si no fue así hace tres años, entonces no sé quien mierda era ese malheureux que te rechazó.
—Ese malheureux es John Allamand. Además de ser el desgraciado que organiza esto, rompió mi cámara fotográfica cuando vine a Louvre hace unos días. Tiene algo contra mí y es solamente porque, al parecer, soy alumna de uno de sus antiguos estudiantes. Lo odio.
Rylie sonrió mientras miraba como los jueces caminaban hasta el noveno participante y dirigió nuevamente la vista hasta su nueva compañera, Astrid. Los rumores eran cierto sobre ella, de verdad que era una chica realmente apasionada por la fotografía y no era solamente porque su hermano Kyler le decía, sino porque el rostro de la morocha se iluminaba al hablar sobre sus obras de arte.
Astrid comenzó a sospechar sobre las facciones que poseía Rylie, ya que se le hacían cada vez más familiar.
—¿Tienes algún un hermano, Rylie? —consultó Astrid.
La chica asintió
— Yo creo que lo conoces muy bien, es Kyler.
Sintió una paz interna al saber que estaba frente a la pequeña hermana de Kyler, su profesor favorito y, al parecer, le había agradado. Rylie le hizo un ademán con los ojos para que observará a su lado, los jueces estaba caminando hacia ella al igual que los fotógrafos y periodistas.
—Cálmate, Astrid. Tú puedes—la alentó Rylie. Asintió no muy convencida de ello.
Pudo presenciar el rostro de John Allamand, el cual se deformó completamente al verla. Este, rodeó los ojos y trató de dar la mejor impresión para sus colegas y los periodistas.
Odiaba a aquel hombre, lo detestaba con toda su alma como nunca pudo hacerlo con otra persona, le había arruinado sus sueños una cantidad de veces, pero esa vez ella estaba triunfando y se sintió orgullosa de sí misma.
Sintió los penetrantes ojos de Connor sobre sus fotografías y sobre su semblante. Inhaló.
—Buenas tarde, señorita Portinari—saludó cordialmente el señor Allamand, algo no propio de él.
—Buenas tardes.— Respondió con una sonrisa.
El señor DeGraw miraba impresionado las bellas fotografías de su puesto y comenzó a tomar nota inmediatamente, al igual que Connor Hurst.
—Nos podría decir, ¿cuál de estas fotografías es la principal en su exposición?
Astrid respiró entrecortadamente y señaló el cuadro que tenía una tela negra cubriéndola. Los fotógrafos estaban aguardando impacientes por su fotografía de revelación. Con cuidado Astrid retiró lo que cubría su bella fotografía y todos quedaron asombrados al ver el perfil del señor Hurst en ella. Este sonrió ampliamente, revelando los hoyuelos prominentes que poseía.
Comenzó a ser fotografiada y entrevistada por el personal, empujando bruscamente al señor Allamand. Los periodistas empezaron con las preguntas más frecuentes mientras la grababan y fotografiaban. Respondió tanto en francés como en italiano, un italiano un tanto fluido que hizo a Connor sonreír aún más.
Astrid tenía la sangre italiana de su padre y la francesa de su madre. Antes de llegar Francia habían vivido en Florencia, Italia por unos años, hasta que por constantes peleas entre sus padres volvió a Francia a la edad de siete años, conservando el vocabulario Italiano.
Si bien sabía que las cosas entre sus padres ni funcionaban a la perfección, sintió que alejarse de su padre y, a fin de cuentas, separar a la pequeña familia que formaron repercutió con gran fuerza tanto en su vida cotidiana como en su personalidad y su manera en la cual enfrentaba las cosas. Su madre era destructiva, y no porque rompía cosas materiales sino porque se esmera desde que era pequeña a hacerle ver el mundo de una manera bastante cruel, viviendo con inseguridades desde pequeña —puesto que le decía que las personas serían siempre así con ella— y creándole temores y ansiedad por doquier, sin dejarla disfrutar su niñez en paz.
—Señorita Portinari —habló el señor DeGraw—, ¿dónde ha aprendido aquel bello Italiano?
—Viví en Italia un tiempo y conservé algunas raíces. Creo que me sirvió de algo—confesó, con una forzosa sonrisa.
—Claro —bufó, John Allamand.
Connor frunció el ceño molesto con la actitud de el señor Allamand. Se apartó de aquel hombre y siguió apreciando a Astrid Portinari, la cual estaba emocionada hablando sobre exposición de sus obras de Arte. Si se hubiese enterado que aquella oportunidad hacia tan feliz a alguien como a Astrid, la habría invitado a una exposición en Londres hace unos meses atrás.
Parecía una muchacha bastante apasionada por sus obras a pesar del constante desconcierto que sentía al ver su mirada apagada, como si algo en su interior faltara.
Un poco tímida prosiguió comentando sobre sus fotografías, aunque guardándose alguno que otro detalle.
Rylie la miraba estupefacta, admiraba a Astrid y la dedicación que tenía con sus fotografías. Era todo lo que su hermano le pudo haber comentado de alguien, y no sentir admiración por aquella mujer era realmente algo imposible. Sin duda la timidez emanaba de sus poros, no obstante se desvanecía por cada palabra que ella daba.
—¿Qué significa su obra de exposición, señorita Portinari? —habló por tercera vez el señor Allamand. Luego añadió: —¿Por qué aquella fotografía es su imagen principal y no otra?
Los labios de Astrid quedaron petrificados y secos ante ambas preguntas. Mordió su labio inferior y comenzó a pensar en algo estructurado que decir, por supuesto también tenía que ser algo educado y que cerrara de una vez por todas la maldita boca que tenía. Reconocía que era bastante buena para crear argumentos en el mismo momento, mas Allamand la miraba provocándole escalofríos.
—Señorita Portinari, ¿hablará? —inquirió, maliciosamente el señor Allamand.
—Déjela pensar, Allamand—respondió Connor defendiendo a Astrid.
—Nos queda todavía una persona que evaluar...
—Se tendrá que aguardar. Porque a usted, genio, se la han ocurrido las preguntas—atacó Connor.
Pasaron unos cuantos segundos más y abrió los ojos, por fin encontrando las palabras exactas para poder expresarse. Rylie la miraba con esperanza.
—Como vemos en esta fotografía se puede apreciar el rostro —señaló—, y el brillo que tienes sus ojos, simbólico a la esperanza o fe. Toda mi vida he tenido la esperanza de hacer muchas cosas, entre ellas, poder exponer en mi museo favorito, Louvre, lo cual estoy haciendo hoy en día. Volverme una fotógrafa también cuenta dentro de mis anhelos—se detuvo un momento y prosiguió: —. Las personas siempre tratan de destruir los sueños de otros por satisfacción propia, ya que creen que triunfaran y destruirán la esperanza de la otra. Creen dar con el punto débil que tiene uno y , por lo general, siempre ganan, sin embargo siempre se les olvida algo; hasta la flor más marchita se puede volver a reponer.
» Para mí esta imagen demuestra la esperanza que todavía poseo a pesar de las adversidades que han pasado en mi vida. Y como muy bien dicen: "La esperanza es lo último que muere." Y sé que a veces es doloroso tener esperanza, y muchos preferimos destruirnos rápidos puesto que sabemos que no se hará posible lo que uno desea, pero aunque pensemos que aquella luz se ha extinguido de nuestros corazones siempre seguirá en todos nosotros, esperando el día para ser revelada y siendo aclamada por la persona, afradeciendo. Pero no se preocupen, donde una puerta se cierra, otra se abre. Muchas gracias.
Los aplausos sacudieron el corazón de Astrid y pudo observar como los participantes aplaudían para ella, al igual que los jueces y periodistas. Sintió unas inmensas ganas de llorar. Su mente le imploraba llorar. Jamás había expresado algo así en su vida y sintió como su cuerpo se volvía ligero. Había apartado por primera vez el temor sin darse cuenta y un gran peso que llevaba hace largos años.
Hizo una leve reverencia y sonrió como pudo, con los ojos humedecidos.
—La última pregunta, señorita Portinari—ella asintió—, ¿qué es para usted la fotografía?
—La fotografía, personalmente, es un medio para poder expresarse. Como algunos lo hacen con canciones o dibujando, yo lo hago con la fotografía—sonrió por última vez, siendo cómplice de los aplausos de los docentes.
Se retiró apresuradamente de su puesto mientras el resto de las personas iban hacia la última persona, Rylie. Agradecía internamente que no había nadie en el baño. Detestaba que la viesen llorando, aunque fuese de felicidad lo detestaba. Sintió como las lágrimas descendían lentamente por sus mejillas.
—Salió bien, Astrid—sollozó—. Vamos, As, salió bien—cubrió su rostro con ambas manos y lloro unos minutos, hasta que decidió lavar su rostro y luegos secárselo con su blusa, dejándola ligeramente mojada.
Escuchó como tocaban la puerta, consecutivas veces. Observó su reflejo en el espejo, y acarició sus pómulos. Sus ojos ya no estaban rojos, solamente tenía sus mejilla sonrojadas lo cual era su efecto segundario al llorar. Abrió la puerta y se encontró con Connor Hurst, el cual la miraba atentamente.
Sonrió y lo abrazó fuertemente.
—Lamento si no puedo abrazarlo es solo que... estoy demasiado agradecida por la gran oportunidad que me ha dado, señor Hurst —se separó ligeramente y lo observó—. Es lo mejor que me han ofrecido en la vida y no puedo dejar de pensar que usted me ha elegido para tener esta oportunidad.
Connor solamente asintió y la miró profundamente a los ojos, a aquellos ojos azulados.
—No tiene de qué agradecerme, usted es una verdadera artista a la hora de exponer. Y todos quedamos sorprendidos de eso. Kyler tenía mucha razón de usted, tiene todo el potencial de una fotógrafa—dijo, mirando dulcemente a Astrid.
—Me alegra escuchar eso. Sobre todo viniendo de usted, señor Hurst.
—No tiene porque alegrase, señorita. Usted solamente se merece escuchar la verdad, y esa es la verdad.
—Pareciera un sueño, realmente. Y-yo estoy... Demasiado agradecida por todo y nunca lo entenderá.
—Me alegro haber sido el que cumpliera con uno de sus grandes anhelos, señorita Portinari—afirmó.
Astrid solamente aceptó el hecho que había sido aclamada por el hombre más importante y el cual los concursantes temían profundamente. Caminó unos pasos más cuando escucho la grave voz de Connor Hurst a unos cuantos metros de distancia de ella.
—Usted me debe algo, señorita Portinari—informó, mientras caminaba hacia ella.
Ella sonrió.
—¿Se podría saber qué es?
—Un café o un té, lo que prefiera—recordó, mientras llegaba al lado de Astrid.
—¿De qué hablaríamos señor, Hurst?
—De usted, me interesa conocerla.
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