03. "Esperanza"

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Las facciones de Astrid se deformaron convirtiéndose en una horrible mueca de espanto y molestia. Su mirada se deslizó hasta los diminutos cristales que quedaban esparcidos en el suelo, sus ojos se elevaron y miró los penetrantes y profundos obres que tenía el señor Allamand. Lo detesta, odiaba lo que estaba haciendo con su vida en ese momento.

—Veo que vienes inscribirte, te deseo suerte—hizo una pausa breve—. Sé que no la tendrás, así que comienza a perder las esperanzas—le susurró cerca del oído. Astrid sintió náuseas en ese momento, el olor a cigarro quemaba su oreja y tuvo que apartarse antes de soltar un manotazo que le contaría la inscripción—. Ahora que veo, no sé cómo me enseñaras tus fotografías. Dudo que lo haga con una cámara rota...

—¡Me debe una cámara! —bramó, ya harta.

John sonrió con malicia, estaba logrando el objetivo principal, hacerla enfadar.

Astrid había sido una caja de pandora la primera vez que la conoció, sintió cierto interés es conocer aquella mujer con un hermoso rostro de ángel y enseñarle algunas técnicas de la fotografía, las cuáles le servirían para el resto de su carrera fotográfica.

Nada había resultado como esperaba cuando se entero que era una de las alumnas de Kyler, lo cual hizo que sintiera una gran enemistad hacia la hermosa muchacha de cabellos castaños. Quería hacerle la vida imposible tal y como se la había hecho a su aprendiz, Kyler.

Pero al parecer la esperanza jamás moría, y necesitaba apagar aquella chispa de fe en el alma de Astrid.

—As, ¿Qué sucede? —Olive se acercó a ellos dos dejando de lado un par de turistas extranjeros. Al cabo de unos segundos Olive sacó sus propias conclusiones en un abrir y cerrar de ojos—. Usted debe ser el misérable que aparta a las buenas fotógrafas. ¿No es así, señor Allamand? —Los brazos de Olive se cruzaron sobre su pecho, esperando la respuesta del famoso hombre de terno.

—No es de su incumbencia, fille. Lo que yo haya, o no, hecho no debería importarle en lo mínimo—dijo con orgullo de sus palabras—, por lo que sé usted no es fotógrafa y no pertenece a ninguna academia en la cual se estudia fotografía. ¿Me estoy equivocando? —insistió con arrogancia.

—Debería irse—murmuró Astrid, mirando a su alrededor, esperando por alguna respuesta del cielo.

—Usted debería hacerlo, señorita Portinari. Lo le vendría para nada bien estar acá, sobre todo sabiendo que no quedará porque—sonrió— yo soy el juez..., por lo que yo tomaré las decisión...

—También está el señor Hurst, por si sabe que existen más personas en este mundo, señor—contraatacó Astrid, comenzando a alejarse de aquel hombre.

—No podrá ver sus fotografías.—Astrid detuvo por unos segundos sus pasos, un poco angustiada y desesperanzada—. Connor sigue en Londres, por si no lo sabe, su avión aterrizará dentro de dos días y, claro, es el día de las elecciones para postular dentro de los doce mejores. —Junto sus palmas haciendo un ruido similar a un aplauso—. No creo que esté allí, señorita Portinari. Es solo para personas que merecen estarlo, personas que se esmeran realmente por algo y no se conforman con lo mínimo. Personas que son, y serán, exitosas.

  Astrid apartó las frívolas palabras que había dicho John de su cabeza y siguió su rumbo hasta la entrada del museo de Louvre, llevando consigo a su amiga, la cual estaba—al igual que Astrid— realmente gastada por la fastidiosa actitud que poseía. Sentía que por un momento su antiguo acompañante de bolsillo (el cigarro) y el señor Allamand eran muy similares; desgastaban el alma, quemaban por dentro y destruían todo a su paso, sin pudor alguno.

Sintió el pequeño nudo en su garganta, le estaba desgarrando el tragar. Le arañaba por dentro en pensar que las esperanzas se habían ido para ella en ese preciso momento. John era su posibilidad para entrar a aquel museo, de exponer sus famosas fotografías y, dentro de eso, ganar dinero si lograba salir primer lugar, algo que hasta ese momento se postulo como imposible.

No podía dejarse vencer ante aquel hombre, no podía. Ya lo había hecho una vez y no permitiría que sus sueños fueran borrados por culpa de un ególatra-mal educado, tenía que pensar en algo para quedar en Louvre. Recordó las fotografías que había revelado esa tarde, las sacó de su bolso y las miró. No podía enviárselas a el señor Hurst.

«¡Dios, y pensé que para algo tenía mi cerebro!» pensó.

—Olive, ¿De dónde era Connor Hurst? —la sonrisa no se borraba del rostro de Astrid, aún emocionada.

Astrid y Olive se dirigieron a un salón donde habían una infinidad de computadores. Buscaron la prestigiosa academia de fotografía, buscando nombres y nombres. Hasta que por una milésima de segundo la esperanza había vuelto.

—Perfecto—musitó Olive—, tan solo necesito la tarjeta de memoria de tu cámara y todo estará listo. —Astrid le entregó la diminuta tarjeta de la cual dependía toda su carrera de fotógrafa, toda.

Luego de cargar las imágenes en el computador —las que iban a ser enviadas— Olive se levantó de su cómodo puesto para dejar que Astrid comenzara a escribir el e-mail que sería enviado a Connor Hurst, para poder tener la aprobación de él.

  Seguía nerviosa y su mano se sacudía por cada palabra que escribía.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Estimado Señor Hurst:

Lamento tener que recurrir a este medio para poder ser aprobada en quedar seleccionada en Louvre. No malinterprete mi mensaje, no estoy diciendo que quiero o necesito estar. Solo que para mi mala suerte el señor Allamand siempre me ha despreciado, por lo que ha decidido decir que no era posible que quedara y mucho más. Me encantaría conversar esto con usted en persona, señor Hurst. No he visto muchas fotografías suyas pero imagino que es un gran profesor por las buenas críticas sobre usted en la Universidad.

También se ha roto el lente de mi cámara Canon, así que tendré que esperar para seguir fotografiando.

Le adjunto cinco imágenes que siempre me han gustado y espero que a usted también, señor Hurst. Espero que responda mi e-mail ya que es muy importante para mí.

Gracias,

Se despide atentamente

Astrid Portinari.

                                         * * *

La tarde con Olive fue llevada de lo más normal, recorriendo cada rincón del asombroso Louvre, admirando sus cuadros y esculturas. Mirando detalladamente las fotografías y las antiguas cámaras caseras que hacían los artistas, entre ellas, la famosa cámara estenopeica, una cámara fotográfica sin lente, que tiene como objetivo: a) una caja estanca la luz, b) con sólo un pequeño orificio por donde entra la luz y c) un material fotosensible. Una de las primeras cosas que había aprendido Astrid de su profesor, el señor Kyle.

La curiosidad siempre era parte de Astrid, sobre todo al estar en un gran museo lleno de fotografías de grandes artistas y pinturas deslumbrantes para el ojo  de cualquier ser humano, que hacían cuestionarse a sí misma "¿cómo era posible hacer aquellas pinturas?" o "¿Cómo podían sacar doscientas fotografías en el día y exponerlas todas?" Astrid siempre caía en las mismas preguntas, y nunca surgía una nueva.

Olive tenía la misma mirada de Astrid y al parecer seguía tratando de entrar en la realidad que podía ser un sueño aquel museo.

El recorrido de Louvre había quedado suspendido para ir a comer alguna hamburguesa o comida que hubiese allí para saciar el apetito que ambas tenían en ese momento. Al ver la gran fila situada frente a sus ojos el apetito se había esfumado por arte de magia.

Soltando un bufido, Olive se recargó en su cadera derecha de brazos cruzados.

—Al parecer nuestras expectativas eran otras con respecto a comer, Astrid. Esto es un caos—chilló Olive—, tengo demasiado hambre como para esperar, a lo menos, diez minutos—protestó dramáticamente—. Sin duda tus ideas estaban demasiado altas al pensar que con ese desayuno nos serviría para todo el día...

—Olive, tais-toi. —Pasó las manos por su rostro un poco tratando de lidiar con lo dramática que era Olive.

—Cuidado con lo que dices, As. Podríamos encontrarnos con Kyler, y como bien sabes detesta las malas palabras en una señorita. —Las mejillas de Astrid se tornaron de un color carmesí al recordar la triste escena en su salón de Arte.

Faltaban solamente treinta minutos para salir del taller de Arte y Astrid estaba acabando con su hermoso cuadro de acrílicos, el cual le había tomado alrededor de un mes para poder perfeccionar cada detalle de ésta. Produciendo sombra en los sectores apropiados y mezclando algunos colores sin hacer que se combinaran en un color totalmente feo y opaco.

Al acabar con su cuadro, Kyler fue a ver la hermosa pintura de Astrid, llevando en su mano su libreta de calificaciones. Con detenimiento, Kyler comenzó a dar pequeños golpecitos en las manchas de pintura que habían sido combinadas, para luego frotarlas entre sus dedos viendo el color de estas. Inhaló para criticar su cuadro, hasta que este cayó al suelo mezclándose y salpicando la pintura, que había sido añadida al cuadro, por todo el suelo.

Astrid gruñó echa furia, sintiendo ese mes completo en el taller había sido un real desperdició de tiempo.  Colton miró el cuadro de Astrid en el suelo y cayó en cuenta que Astrid lo mataría con sus propias manos.

—¡Tu maldito desgraciado! Comment pouvez-vous être si stupide? —gritó con el francés quemando su paladar—Vous êtes un salaud putain! ¡Necesitas comprarte unos lentes, maldito hijo de...

—¡Astrid Portinari! —Kyler detuvo a Astrid en medio de sus palabras, dejándola sonrojada de rabia — Detente, por el amor de Dios. Usted es una señorita y no es de señorita decir malas palabras. Detesto a las mujeres que lo único que saben decir son groserías y lamento decirle que esto nunca lo vi venir de alguien tan hermosa como usted—confesó Kyler, enojado.

Había sido un día realmente alocado para Astrid esa vez, no pudo ver a Kyler por una semana sin sentirse completamente avergonzada.

Olive golpeó el delicado brazo de su amiga, haciendo que se tambaleara de la fuerza que la había empujado. Ambas alzaron la vista, y se dieron cuenta que la fila estaba avanzando mucho más rápido de lo que había estado sucediendo antes.

Al llegar a la caja, los ojos de Astrid se abrieron de la sorpresa al encontrar a la misma figura masculina de la mañana frente a ella, aún con ese delantal sucio seguía luciendo igual de encantador, porque así era él. Siempre provocaba el mismo efecto en ella cuando lo miraba, y era que mirarlo no era un mal hábito que pudo haber obtenido.

Con la cabeza escondida en el mostrador comenzó a hablar.

—Buenos días, bienvenidos al Le Café Diane, ¿Qué desea? —Al alzar la vista, pudo apreciar los ojos azulados de Astrid, que lo miraban con alegría—. Astrid, ¿Qué haces aquí? —Eùgene trató, como pudo, de limpiar las manchas de café y aceite de su delantal, sin ruborizarse al tener a la chica más hermosa de su clase frente a ella, luciendo esos jeans apretados que hacían exhibir sus curvas, causando una sacudida en su interior.

Apartó unos mechones de su rostro y miró a Olive, la cual estaba por echar humo por su nariz y orejas.

—¿Qué haces tú aquí? No sabía que trabajabas frente a Louvre, Eùgene —sonrió, haciendo que el pequeño hoyuelo de su mejilla causara cierto efecto en él. Olive tosió a regañadientes, interrumpiendo la conversación de ambos—. Oh, ella es Olive, mi mejor amiga. —Señaló a la castaña, la cual seguía de brazos cruzados observando la acaramelada escena entre ambos.

—As, ¿Podrías apurarte? Hay unas cuantas personas las cuales igual necesitan comprar. Y sería muy molesto que te quedaras hablando todo lo que resta del día con... Él. —La indiferencia de Olive hacia Eùgene le quemó el estómago.

Olive no entendía a su amiga, era la persona más extraña que pudo haber conocido. Era que en la mañana estaba atormentándola con la imagen de el mismo hombre y Helen, y ahora estaba hablando con él como si su vida dependiera de hacerlo. Tenía que hacer valer sus palabras porque en ese momento, nadie creería en ellas.

—Te esperaré allá. —Señaló Olive la mesa de dos personas—. Solo un jugo y un moffin. Después te lo pagaré. —Dicho eso salió de allí con los puños apretados y moviéndose con grandes zancadas.

Astrid no comprendía la de porqué estaba comportándose de esa manera, en ese lugar, con Eùgene. O tal vez si lo sabía, pero estaba demasiado cegada en ese momento por el rubio, por lo que no podía pensar con claridad sobre las emociones de su amiga.

  Cuando su orden estuvo lista caminó de regreso hasta donde se encontraba su amiga.

—Olive, ¿Qué ha sido eso? —inquirió saber Astrid.

—Cree en tus palabras, As. —Dio un mordisco a su Moffin de zanahoria y la ignoro aún más dando un largo sorbo a su jugo de frutilla.

—¿Qué? Disculpa, pero no entiendo absolutamente nada de tu comportamiento y oración de hace unos segundos—aclaró—. Te estás comportando de una manera horrible, Ollie.

—Tú eres la que se está comportando así—se defendió a medio comer—. Astrid, esta mañana me habías contado que ese hombre y Helen estaban cogiendo. Te sentías mal. Y ahora, de la maldita nada, comienzas a hablar y a coquetear con él.

—¡No estaba coqueteando! —Chilló.

—Claro que lo estabas haciendo, Astrid. —Olive comenzó a toquetear su cabello al igual que Astrid lo había hecho hace unos minutos, posteriormente comenzó a hacer revolotear sus pestañas sobre el semblante de Astrid—. "¿Qué haces aquí?" —imitó la voz de Astrid como pudo. —Eso, Astrid, estabas haciendo hace unos quince minutos.

—Ya cállate.

—Tienes que darte cuenta de que cometiste un error, cariño.

—Cállate—bufó Astrid.

Olive ignoró a su amiga y terminó de comer el moffin y el jugo que le quedaba. Se estaba comportando de una manera insulsa con Eùgene y con ella. Le molestaba eternamente que fuese así, sabiendo que ella era de más no de tan poca cosa como Eùgene.

Su día terminó observando las últimas pinturas que pertenecían al siglo XVIII, mirando a Louis XVI entre las pinturas y el Juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David. Le asombraba pensar que esas pinturas pertenecían a uno de los hechos más importantes de la historia en Francia y en el mundo, La revolución Francesa.

Olive se fue sin despedirse, dejando a Astrid más preocupada de lo habitual.

Se había ido con aquel desagrado de actitud hasta su casa y se lanzó a la cama para comenzar a recordar las hermosas fotografías, cuadros y esculturas que habían en Louvre, apartando a su amiga de su mente. Necesitaba quedar en el concurso. Su carrera universitaria y vida, en ese momento, dependía de si la aceptaran o si la rechazaban—como lo habían hecho tantas veces—.

Prendió su computadora, comenzando a pasar las imágenes de su cámara a este. Se sentía desesperanzada, ya no tendría su cámara por un tiempo más y eso sería una gran complicación por que no podía pasar algún día sin fotografiar aunque fuera a una roca o planta.

Ingreso a su correo electrónico quedando boquiabierta. Cubrió sus labios de la emoción y dejó escapar un grito.

—Oh Dios mío.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Estimada Astrid:

He recibido su correo y he visto las preocupaciones que presenta en este momento sobre su inscripción en la gran oportunidad que tiene. Me complace anunciarle que gracias a sus hermosas fotografías, porque es lo que son, me gustaría que ingresara a la competencia, ya que así podría ver sus fotografías con mis propios ojos y claro conocerla a usted.

Como claro sé, el señor Allamand no es la persona más justa para evaluar alguna fotografía, sobre todo cuando uno tiene que ir por el lado artístico y no involucrar sentimientos (señalo que el odio y la envidia juegan en este momento en él). Soy una persona que siempre quiere ir por el lado artístico de los nuevos artistas y siempre soy muy metódico al conocer las nuevas fotografías, y permítame decirle, señorita Portinari, que sus fotografías son la belleza.

Fuera del asunto del ingreso al concurso que ofrece Louvre, me encantaría poder hablar con usted algún día que vaya a París, como bien sabe iré a evaluar a los concursantes y determinar quién será el que siga en esta competencia, ya que como sabe si recibe un correo solicitando de su participación para Louvre, estará entre los doce. Sería una verdadera deshonra que no estuviese dentro de los doce porque es excelente en la fotografía.

Usted es una de las pocas artistas que han podido dejarme con la boca abierta al ver fotografías. Y conocerla sería el mejor honor de todos.

Se despide cordialmente.

Connor Hurst K.

Docente de Royal College of Art, London.

La respiración de Astrid se había detenido y no podía hablara. Estaba sucediendo, al fin las posibilidades no jugaban en su contra y seguía avanzando

Conocer a Connor Hurst si sería el mayor de los honores.

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