02. "Mal día"

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  Astrid examinaba las fotografías tomadas el día anterior, las cuales fueron reveladas el mismo día por anticipación y emoción de ella. Observó con detenimiento la última fotografía que había tomado con su cámara; el vivo rostro de una persona. Se dedicó a averiguar qué era lo que había fotografiado el día de ayer... Aquel rostro no era lo que pensaba, ya que los resultados del día anterior se daban a una mujer; un rostro completamente distinto al enmarcado en ese mismo momento. Nada había salido como lo planeaba, no había fotografiado a ninguna mujer. Su cámara la había engañado al fotografiar a otra persona.

  Se sintió decepcionada al no poder fotografiar a la mujer—su figura principal— que había salido de la cafetería esa misma tarde. Estaba decepcionada porque se había fallado así misma. Jamás perdía una fotografía tan buena, jamás lo hacía. Dio un grito de frustración y trató de tranquilizarse, se estaba alterando...Y no necesitaba alterarse ahora.

  Caminó hasta tu pequeña cocina con la fotografía del hombre en sus manos. Arrastró sus pies hasta las mesa y se sentó sobre ella, viendo por última vez la fotografía y preparar su té matutino. Abrió el grifo del lavamanos mojando un poco su rostro con agua fría para poder apartar el sueño que seguía atormentándola. Bebió todo su té de un sorbo; el líquido reposaba en su boca y recordó no haberle agregado azúcar.  Escupió todo el té negro de su boca al lavado.

  Esa no era su mañana, en lo absoluto.

  Paso sus manos frustrada por su rostro y dio unas cuantas vueltas por el apartamento pensando en que iba a hacer con una suerte como esa.

  El tono de su celular inundó el solitario apartamento, por lo que corrió hasta él para contestar y callarlo de una vez.

  —¿Diga?

  —Señorita Portinari, buenos días.

  La voz de su mejor amigo hizo bufar a Astrid sin disimulo alguno. No anda con los ánimos ni energías para hablar con él.

  —¿Qué quieres, Colin?

  —¿Quién se ha despertado mal esta mañana? —preguntó con una fría sonrisa por el otro lado del teléfono—. Quería preguntarte si estabas libre esta mañana para ir a tomar un café...

  —No puedo—le interrumpió antes de que acabara con su idea—. Saldré con Olive, al menos que quieras acompañarnos para ir a desayunar.

  Sintió el gruñido por parte de Colin.

  —Invitaré a Claire para ir a tomar un café—bramó molesto.

  —Claro... Sabes, da igual. No tiene sentido seguir alargando el mismo cuento —dijo—, siempre te vas por la primera, Bouvier. Mentiría si dijera que te esfuerzas por las personas que de verdad te importan. Si no estamos disponibles para ti te tiendes a escapar por otra opción —espetó con firmeza.

  Esperó unos segundos por la respuesta por parte de su amigo, sin embargo no llegó.

  —Astrid, si quieres partir en las mañanas echando mierda, porque es lo que realmente estás haciendo, no te invitaré...

  — Va te faire foutre(1)—balbució.

  —Eres tan...—aguardó unos segundos y cortó la llamada, sintiendo un desesperante calor recorrer su cuerpo y llegar a sus mejillas.

  Y era segunda vez que aquella frase se le cruzaba por la cabeza.

  Esa no era su mañana, en definitiva.

  Fue directo a su baño y abrió la llave del agua. Se sumergió en la ducha y aplicó en la palma de su mano una porción de champú de Pomelo, el que ocupaba cada vez que lavaba su melena. Masajeó su cabellera hasta que comenzó a notar como el agua tibia se volvía completamente helada hasta el punto de estar congelada. El agua cayó directamente a la espalda de Astrid lo que hizo que soltara un grito.

  —Putain de merde—exclamó.

  Se abrazó para darse calor, mientras esperaba que el agua cambiara su estado y volviera a la normalidad.

  —Bon sang! El champú está entrando en mis ojos—Sollozó entre risas.

  Alentó a su cuerpo para que soportara la helada agua en la cual tendría que sumergirse para saciar el ardor que estaban sintiendo sus ojos. Jadeó al poner toda su anatomía en contacto con el agua helada. Maldecía mientras retiraba todo el champú de Pomelo de sus ojos, acto seguido aplicó el acondicionador de la manera más rápida posible.

  Tocó con cuidado su cabeza, la cual estaba helada por el agua. Ya no lo soportaba, quería salir de allí lo más rápido posible, y en definitiva el agua respondió a sus plegarias; apagándose en medio de retirar lo último de acondicionador que quedaba cabello.

  —Esto debe ser una broma, ¡Una jodida broma! —protestó enojada.

  Salió de la bañera envolviendo su cuerpo con una toalla blanca y salió fuera de su apartamento para dirigirse hasta donde la ególatra e insoportable de su vecina, Helen Favre. Dio dos golpes a la puerta chocando sus nudillos en esta. Al otro lado del umbral podía escuchar los gemidos por parte de su vecina. Golpeó más fuerte la puerta, otras tres veces más, provocando un eco en todo el pasillo. Los gemidos se detuvieron y los balbuceos por parte de las personas de adentro llegaron a los oídos de Astrid.

    —¿Quién mierda es? —Soltó echa humo la rojiza.

  Astrid abrió los ojos de sorpresa al encontrarse con la imagen de su vecina — y compañera de clases— a medio vestir y con todo su cabello revuelto. Tenía grandes marcas rojas en su cuello.  Se veía realmente repugnante.

  —¿Tienes agua?

  La puerta cayó en las narices de Astrid, ahogándole una exclamación. Tocó nuevamente la puerta.

  —Si tengo, ¿Qué mierda quieres? —Astrid observó más allá del hombro de Helen y pudo observar la silueta de un hombre con cabellos revueltos.

  —Ese no es Eùgene...

  —Sí—la interrumpió—, ¿Qué mierda quieres? —volvió a preguntar.

Astrid seguía sosteniendo la toalla con sus manos temblorosas. Se estaba rogando internamente por no estar sonrojada por encontrar a el chico que Astrid gustaba semi-desnudo. Soltó un suspiro y habló:

  —¿Podrías prestarme tu...?

  —Jódete. —Le sacó su dedo medio y, nuevamente, le volvió a cerrar la puerta en las narices.

  —Serás zorra—balbuceó y se dirigió nuevamente a su apartamento.

  Tendría que ingeniárselas para estar arreglada antes que Olive llegara y sin el acondicionador en su cabello.

                                                 * * *

  El sonido del timbre del departamento retumbó en los oídos de Astrid. Terminó de aplicar la última capa de rímel y acomodó sus botas. Se tambaleó hasta la puerta, revotando contra la pared en un intento de llegar saltando a la puerta. Al abrirla sus ojos se abrieron de sorpresa.

  —Eùgene. —Sus labios se mantuvieron abiertos, sin protestar absolutamente nada.

  —Hey, ¿Cómo has estado? —Astrid arqueó una ceja y se recargó en el umbral.

  —Bien... Excelente, y ¿tú? —Eùgene sonrió dispuesto a responder, siendo interrumpido por la morocha—. Claro que bien, es obvio. Estaban follando en la casa de Helen. Discúlpame por preguntar cosas realmente incoherentes. Cualquiera estaría bien si follara un lunes por la noche y un martes por la madrugada... —Eùgene alzó su mano para indicarle que se tenía que callar—. L-lo siento—se ruborizó.

  —No, tranquila. —Rascó su nuca nervioso.

  Astrid siempre había sido una persona realmente directa, pero estaba volviéndose demasiado impulsiva y eso era algo que detestaba sacar a flote cuando estaban los chicos.

  —No suelo ser así..., es solo que...—Jugó nerviosamente con los dedos de su mano, hasta sentir una caricia en su hombro, deteniendo unos segundos su respiración. Volvió a hablar:—. Lo siento, nuevamente—se disculpó—. No presto atención a lo que hago.

  —Astrid, ¿quieres salir? —le preguntó.

  El semblante de Eùgene lucía nervioso, todo él lo estaba en ese preciso momento. Astrid había escuchando todos aquellos ruidos entre él y Helen, lo cual de seguro en ese momento, no era lo más indicado preguntarle por ir a salir. Y era que Helen era su buen polvo por las noches para saciar su estrés por los estudios. No gustaba de aquella chica, era un total desperdicio de tiempo para el noviazgo

  Astrid rió nerviosa y apartó un mechón de cabello de su rostro.

  —No puedo Eùgene. —Se tambaleó en el umbral tratando de abrochar mejor sus cordones.

  —¿No puedes o no quieres?

  —Ambas—admitió—. Escucha... Hace menos de una hora estaban follando... Tú y Helen. Y ahora vienes a preguntarme sobre si quiero salir. Tienes que ser un poco más inteligente con lo que haces, chico. —Golpeó con sus nudillos el hombro de Eùgene.

  —Pero...

  —Chase, comprendo que ya hayas tocado por todos lados a Helen... Y con solo pensar en eso me dan unas horribles náuseas.—Metió dos de su dedos a su garganta simulando una arcada. Eùgene se sonrojó y aclaró su garganta nervioso—. Ese no es el punto, a mi. El punto es que no puedes hacer eso; venir a buscarme después un buen polvo, por más que te encuentre jodidamente lindo—ambos rieron—, porque, hay que admitirlo, lo eres—resopló, adoptando una imagen seria—. Si de verdad te interesara salir o ir por algún café, solo pídemelo pero con respeto y en una buena ocasión, cariño. Porque no acepto invitaciones mal planificadas.

  —As...

  —Lo siento, Eùgene. Será para otra ocasión... Y si llegásemos a salir —sonrió con malicia— tráeme unos cuantos chocolates con menta, solo te recomiendo hacerlo...

  —Insinúas que la próxima vez, ¿podremos salir? —sonrió en dirección hacia los labios de Astrid, esperando una respuesta.

  —A-adiós—pronunció, antes de cerrar la puerta de igual manera como lo había hecho Helen anteriormente.

  Se escuchaba la respiración de Eùgene por el otro lado de la puerta, hasta que de un momento a otro desapareció por completo y Astrid pudo ser consciente que había realmente hecho lo correcto con rechazar a Eùgene esa vez, y era más que obvio. Recargó su espalda contra la puerta y suspiró molesta. Odiaba tanto a Helen, siempre conseguía todo... Todo.

                                                    * * *

   Olive escuchaba música en sus auriculares hasta sentir la incómoda presencia que emitía su amiga. El aire estaba incómodo, no era como todas esas veces en las cuales viajaban en bus y se quedaban ambas calladas, era de esos incómodos los cuales eran requeridos el hablar, sería demasiado desafortunado llegar a Louvre de la manera que estaba en el bus.

  Desde que Olive la había ido a buscar se había notado un tanto extraña en su forma de hablar y moverse. Escondía sus manos en los bolsillos de sus jeans y se mordía inquietamente su labio mientras miraba hacia el suelo. No se atrevía a preguntar sobre su extraño comportamiento que era muy poco habitual de lo que ella recuerda. Como amiga debía saber a qué se debía aquello, hasta si eso significaba seguir insistiéndole—como era tan usual de ella a la hora de comenzar a preguntar diversas cosas—a pesar del miedo que tuviera que no le respondiera.

  Retiró los audífonos de sus orejas, dejando a un lado a Green Day, para poder comenzar con el interrogatorio.

  —Astrid, ¿Qué tienes?

  —Nada... Solo estoy nerviosa. —Astrid acarició su cámara con la punta de sus dedos, tragando fuertemente.

  Olive rodeó los ojos.

  —Mira, podré ser cualquier cosa menos estúpida. Este comportamiento tan frío, que nunca veo que lo tengas, me está asustando. Soy tu amiga y quiero saber que te está pasando. Imagina, ¿Qué pasaría si un viejo depravado te hubiese acosado? Deberías contarme, claramente, porque como amiga tuya te apoyaré y te daré un buen consejo como por ejemplo ir a golpearlo. —Astrid rió levemente, haciendo rodear los ojos de Olive.

  —¿Por qué debe ser un viejo? —preguntó, sonriendo.

  —Porque, idiota, es lo más... Dramático. Hay que poner un poco de drama a cada oración. El drama jamás falta en nada.—Astrid cubrió su boca y comenzó a reír. Olive siguió su acción y comenzó a reír con ella—. Ahora, hablando seriamente, ¿qué ha sucedido contigo, mujer?

  —Es Eùgene ...

  —¿Ese rubio totalmente exquisito que estas realmente enamorada de él hace un año y te encanta desnudarlo con la mirada?

  —Olive—exclamó—, es... ¡Jamás lo he desnudado con la mirada, ridicule!

  —Oh, claro que si, cariño. Lo miras con una expresión realmente asquerosa.

  —Ignoraré eso, porque tú eres la que siempre mira así a los chicos.

  —¡Mensonges! —protestó.

  Se quedaron en silencio unos minutos hasta que Astrid volvió a hablar.

  —Lo vi en la mañana en la casa de Helen.

  —¿Qué?

  —Si...

  —No, ¿qué mierda hacías tú en la casa de Helen? Tú la detestas.

  —Al menos es algo mutuo—respondió rápidamente—, en la mañana se había cortado el agua de mi departamento, como ya sabes, decidí ir a preguntarle a Helen si tenía agua en su departamento. Lo primero que hizo fue claramente tirar la puerta sobre mis narices, que no fue nada agradable, y luego volver a abrirla, por lo que me encontré con Eùgene ... medio desnudo en la cama de Helen—se ruborizó—. Todo fue un alboroto cuando pregunte si podía sacarme el estúpido acondicionador de mi cabello y me respondió un gran NO en mi rostro. Luego Eùgene fue a mi departamento a preguntarme si quería salir con él..., yo le dije que no, es algo realmente obvio, por lo que sigo malhumorada por eso—finalizó con una pisca de saliva en su boca. Olive no hizo más que reírse.

  —Que descaro, ¡Pour l'amour de Dieu! No te preocupes, luego vendrá a buscarte, tienes suerte de haber salido más linda que Helen, porque pobre mujercita que me da una tremenda lástima para su futuro esposo.

  —¿Esposo?

  —Si esposo...

  —¿Tú crees que llegará a casarse? —preguntó entre risas.

  —No, la verdad es que me extrañaría bastante por el bastardo que se casara con ella.

  La risas finalizaron dos cuadras antes de llegar a Louvre. Astrid había querido seguir aquellas dos cuadras caminando y con los nervios a flor de piel para llegar con esa emoción que nadie podría quitársela jamás.

  Era grande, gigante. De un color gastado, tres pisos de altura y unas grandes ventanas rectangulares, le gustaba mucho ese tipo de estructuras. Los labios de Astrid se abrieron por la sorpresa. Había esperado tanto tiempo para volver a entrar al famoso Louvre que la emoción era realmente indescriptible para ella. Más de tres edificios con treinta y cinco mil obras de artes, las cuales tardaría más de un día entero en recorrer, pero esta vez lo intentaría.

  Olive estaba igual de asombrada que Astrid, era realmente gigante aquel museo. El más grande que alguna vez pudo presenciar en su vida. Sacó su Iphone de su bolsillo y comenzó a fotografiar el entorno del museo, sin faltarle la pirámide de cristal tan hermosa frente a sus ojos.

  Astrid no desaprovechó su oportunidad y comenzó a tomar unas cuantas fotografías, fijando el ángulo a la perfección y deleitándose con los grandes cristales que tenía aquella pirámide. Todo era simplemente bello ante sus ojos, una magnífica obra de Arte pero la felicidad no duraba para siempre.

  La cámara voló de sus manos estrellándose con el suelo. Pareciera que estaba sucediendo de una manera lenta. El lente se había roto, pequeños pedazos de vidrio saltaron en su entorno. Sería realmente imposible sacar fotografías con el lente roto. Se inclinó a recoger su cámara sin antes escuchar una disculpa por la parte de la persona que había ocasionado la caída de su cámara.

   —Deberías tener más cuidado, niña—murmuró un señor.

  Aquella voz tan rasposa le llegó a los oído dejándola completamente en blanco. Podía ser cualquier persona, malo o un real estúpido pero su acto la dejó pasmada.

  —Debería usted mirar por dónde camina, me debe una cámara nueva—farfulló.

  —¿Esa es la mejor manera que tiene usted para recibir mis sinceras disculpas? —sonrió con cinismo.

  Era propio de él que fuera una persona realmente hipócrita, cínica y narcisista. Le faltaba a su ética en todos los aspectos.

  —Debería irse a la mierda, señor Allamand.

  —Cuidado con tus palabras, niña, no tienes idea de con quién hablas.

  —Debería dejar su arrogancia de lado, no le da bien.

   —Y usted la fotografía, señorita Portinari.

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1. Vete a la mierda.

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