IV.Susurros

P.O.V Eleonor

    La segunda vez que fuí al oftalmólogo, comprendí mi poca capacidad de visión.

    El aumento de mis lentes era bárbaro en comparación con los que usaba mi abuelo Edgar y no es que el abuelo viera mucho las cosas en realidad, pero eso fue algo que preocupó a mi mamá; que me llevó dos veces al hospital cuando tenía cinco años.

    Los doctores se cuchicheaban entre todos las posibilidades...las posibilidades de que una niña con ojos entre azules y morado pudiera ver. Sin que ellos salieran perjudicados en el acto.

    Sin embargo, a mí no me preocupó. No porque adorara mis ojos violetas, si no porque ya había sido advertida.

    Advertida por algo mucho mayor que un oftalmólogo o mi madre.

    Algo que me maldecía todos los días cuando despertaba mareada por las pesadillas sin sentido, cuando salía al sol y este me aturdía de una manera garrafal, hasta el punto de dejarme débil por horas en una cama.

    Me preocupaba mas por los que me rodeaban.

    Por mis dos hermanas que tenían que dormir lejos de mí por temor a infectarse al verme o llegar a ser heridas como sucedió con nuestro padre, según es lo que las escuchaba decir muy bajo en sus habitaciones.

    Por mi abuelo que había sufrido una hemorragia al ver lo que mis ojos podían hacer al entrar en contacto con el mundo exterior.

    Nadie me calificaba como un fenómeno pero yo no lo veía como algo digno de admirar.

    No cuando inspeccionaba a la gente que susurraba al verme a mí o alguno de mis parientes.

    No cuando escuchaba a mi madre llorar mientras fregaba la losa todas las tardes.

    Ya con veinte años en la cara, el cuerpo y estando en el siglo veintiuno, la gente seguía susurrando.

    No era un rumor pero todos tendían a pensar que yo no los escuchaba. Que no escuchaba las palabras hirientes que me lanzaban mirándome con desdén cada vez que ingresaba a algún lugar.

    Al inicio, cuando apenas era una chiquilla sin preocupaciones, susurraban a espaldas de mi mamá.

    Haciéndole sentir que no éramos parte del pueblo.

    Lo cual era irónico teniendo en cuenta que este inmundicio lugar lo había fundado mi tatarabuelo; el bisabuelo de mi abuela, la suegra de mi madre.

    Lo había fundado junto a una bruja culpable de mis peculiares ojos...

— ¡Eleonor! —escuché la voz de Leila, mi hermana del medio.

    Suspiré alto quedándome claro que ya era hora de iniciar mi rutina.

    En el baño volví a suspirar sabiendo todo el proceso que esto necesitaba.

    Me quité la ropa de dormir y me coloqué el antifaz negro para proteger mi vista. Mis dedos ya hacían el nudo mecánicamente, sin dudar en dar dos vueltas antes de cerrar.

    Luego coloqué los lentes de protección, todo esto sin ver. Mis sentidos se encendían demasiado rápido cuando colocaba el artefacto sobre mis ojos.

    Tanteé la punta del lavamanos y de ahí supe que llegaría a la ducha pronto.

    Antes tenía ayuda de mis hermanas o mi mamá pero no sabían cómo tratarme de manera delicada sin tener que verme por miedo. No solo tengo un problema de vista con años de antecedentes si no que también mi piel era un desastre lleno de pigmentos azules y morados.

    Debía bañarme tan delicadamente como una flor recién nacida sino... podía morir fácilmente.

    Encendí el chorro de agua con jabón incluido e hice la situación lo más llevadera posible.

    Sentía mis brazos tensarse después de unos minutos bajo el agua cristalina, oía mi respiración ya acelerada por el goteo incesante sobre mi cabello. Percibía mi pecho subir y bajar pero aún así, no salí del baño.

    Una vez había intentado aguantar una hora bajo el agua y me desmayé rompiéndome el brazo derecho al chocar contra las baldosas tan inesperadamente.

    Mi cuerpo solo soportaba siete minutos y no más. Así que no lo forcé.

    Cerré todo con cuidado de no tropezar y me sequé con una de las toallas recién lavadas que me esperaban siempre colgadas por detrás de la puerta del baño.

    De seguro fué mi madre quien la colocó ahí.

    Al quitarme la venda de los ojos estos se encogieron por la claridad del cuarto de baño.

    Me terminé de secar y salí para vestirme.

    Justo al terminar, mi hermana Dafne, estaba en la puerta con una bandeja en manos y la cabeza gacha.

    Negué hastiada de su inservible protección y me coloqué las gafas polarizadas para que ella se quedara tranquila.

—Buenos días Eleonor —dijo ella alzando la vista. Evité sonreír ante el miedo de mi hermana y la saludé cordialmente.

—Buenos días a ti Dafne —me acerqué solo un poco y ella se paralizó ante mi —no voy a morderte hermana —dije frunciendo el ceño por su reacción cada vez que estoy a su lado.

    Sostuve la bandeja sin tocarla a ella y la puse sobre una de las mesas de mi habitación.

—Mamá dice que hoy no podrás salir, está lloviendo —ignoró mi comentario y se fué dejando el recado de nuestra madre.

    Dafne sin duda es la que más me tiene miedo de todos en la familia, en parte la entiendo y no se lo recrimino... a veces.

    Recuerdo que a la edad de los siete, mi poder de benevolencia era casi nulo. El estar enferma de una manera tan incomprensible me hizo cruel.

    Tan cruel que la alejé de mi sin una sola gota de compasión.

    Nadie sabía al respecto; al menos los vecinos y demás chismosos. Los secretos de esa crueldad también pasaron a ser un susurro dentro de mis aposentos y con eso Dafne dejo de hablarme, la cual se asustaba sin remedio cuando nuestra madre la mandaba a llevarme la bandeja con mis suplementos médicos.

    Yo solo le otorgaba los buenos días y trataba de no ser malvada cerca de ella, después de todo no llevaba culpa sobre mi disparatada vida.

    Cerré la puerta para que nadie me molestara e inicié con los suplementos.

    "Hoy será un día pesado para mí" Pensé en el interior cuando al tomarme el té venenosamente curativo, un dolor profundo atravesó mi garganta llegando hasta mi estómago y pulsando continuamente en mis piernas al punto de debilitarlas.

    Una gota de sangre azul brotó de mi nariz y me retuvo en el suelo por varios minutos.

—Respira, respira —murmuré con dolor y en un momento dado mis ojos se abrieron como dos portales luminosos dejándome mucho mas petrificada que antes.

    Escuché el susurro proveniente de mi habitación y a través de la luz de mis ojos una flor marchita apareció sobre mi cuerpo recostado en la lluvia.

    Seguía brotando sangre azul de mi nariz al tiempo que las lágrimas me caían sobre las mejillas mezclándose con el azul.

    Una sola palabra fué dicha por alguien en esa visión de mí.

    "Muerte"

֍֍֍

    Al bajar las escaleras mi madre estaba sirviéndole una taza de café a mi abuelo.

    A excepción de todo lo malo que había en mí, yo era parecida a mi madre. Tenía su carácter rígido en algunos aspectos y la personalidad libre en otros. A veces me sentaba a verla mucho rato desde la lejanía para poder averiguar porque me ayudaba.

    ¿De qué servía?

    ¿Me odiaría alguna vez por haber fregado su vida?

—Oh, ahí estas Eleonor. ¿Tu hermana te avisó de que hoy sería día de lluvia?

    Luego ella solo me hablaba de esa manera tan suya y todas esas preguntas se iban a volar. En cierta forma ella y yo nos queríamos y eso nadie lo podría quebrar.

    Ni siquiera la muerte...

—Sí, pero de todas maneras Teo me dijo que pasaría por mí al medio día.

    Sus ojos escrutaron los míos tratando de buscar una pista a lo que estaba sucediendo entre él y yo pero mis lentes obstaculizaban su cometido.

—De acuerdo, procura llevar un paraguas por si acaso —prosiguió, limpiando el polvo inexistente de la mesa-comedor y yo me senté cerca de donde ella limpiaba.

— ¿Madre?

—Dime Eleonor.

    Al escuchar su habitual tono pausado me sentí intranquila conmigo misma.

    Intranquila con la forma en la dejaba.

    Podía ver pasar todo el tiempo ante mis ojos, todo aquel tiempo en el que ella se había esforzado por mantener algo que yo no quería. Por unir los pedazos rotos que yo varias de las veces destrozaba.

—Me caes bien —le dí una sonrisa sincera con hoyuelos incluidos y todo.

    Ella paró con el trapo sobre la mesa y me dio una mirada de sospecha.

—También me caes bien señorita, ahora deja tus misterios para Teo y ayúdame en el invernadero. Hay cosas que hacer —terminó por decir instándome a pararme.

    La seguí más contenta con nuestra pequeña demostración de cariño.

֍֍֍

—Hola señora Ducke —escuché la voz caballerosa de Teo, saludando a mi madre.

    Agarré el paraguas del ropero a mi izquierda; aun lloviznaba un poco.

    Me despedí con un asentimiento de cabeza de mi abuelo y seguí mi camino hasta la puerta principal; donde mi madre hablaba muy cortésmente con Teodoro, quien traía una bolsa con contenido desconocido para mí.

—No tenia porque hacerlo, joven Meller —le decía mi mamá aceptando de buen agrado la bolsa desconocida.

—Quería disculparme de alguna manera por mi irrespeto hace unos meses atrás.

    Negué divertida por los intentos del hombre que amaba al reponer algo que nada tenía que ver. Mi madre ni siquiera se acordaba de eso o al menos eso decía.

    En realidad habían pasado dos meses de aquella conversación turbia y cuatro desde que lo conocía.

    El tiempo estaba pasando muy rápido y la visión de esa mañana me lo recordaba con ahínco.

—Vámonos joven Meller, no estorbe el medio día de mi madre —respondí intercediendo por mi madre.

    Teo me abrió la puerta de su carro y esperó hasta que me vió asegurada y resguardada de la lluvia. Me despedí de mi madre a través de la ventana y en pocos segundos pasábamos el puente entre mi casa y el resto del pueblo.

    Aquel día estaba especialmente bonito. La neblina no había hecho aparición y las gotas cristalinas de la lluvia de ese lejano amanecer, caían de forma rápida pero delicada por cualquier superficie de nuestro entorno.

— ¿A dónde me llevas? —le pregunté a Teodoro dirigiendo mi vista a su perfil.

No ha hablado mucho en el camino.

—Es más o menos como una sorpresa, una en la que tú participas —respondió muy sonriente.

    Rodé los ojos divertida. Teo nunca estaba molesto, a excepción de aquella vez que no hablamos por tres días y llegó a mi casa como una tromba.

    Siempre era positivo, tenía el carisma de un joven de su edad.

    No había pasado ni cosas malas, era como estar con un alma totalmente pura y sincera.

    Un alma que no quería dañar.

—De acuerdo, confiaré en que estaremos bien contigo al volante.

—Oye, es injusto que digas eso; aquella vez estaba un poco dormido. Hablar contigo me hace trasnocharme, en el buen sentido —respondió el pasando la mano cerca de donde mis guantes estaban. Lo había hecho así para que el lograra tocarme a veces.

    Su toque me aceleraba el corazón, no como en las películas de enamorados cursis si no de una manera desesperante.

    Solo yo tocaba mi cuerpo, es decir nadie podía acercarse si no se quemaba. En extraña manera la maldición había evolucionado a pasos agigantados y yo prácticamente sufría hasta de asfixia. Por lo cual ver que alguien no tuviera miedo a tocarme, así fuera muy leve era magnifico.

    A veces sentía la mano cálida de él contra la mía y era la gloria, era como respirar aire nuevo.

    Seguimos en el coche por lo que parecía una eternidad, lo que para nada me molestaba. El silencio era cómodo y acogedor.

    En un determinado momento el coche desaceleró y me empecé a preocupar por la forma en que sonaba, como tratando de avanzar.

—Esto no puede ser verdad —expresó Teo con indignación —se llenó todo de lodo.

    Bajé la mirada tratando de ver algo a través del vidrio y era cierto. Todo el camino estaba fatal y el lodo se había adherido a las llantas del coche como si de chicle se tratase.

    Me recosté en el asiento y me resigné.

—Bueno, esto solo significa que estaremos tú y yo solos por unas horas dentro de este coche —dije haciéndome la picara con Teo que quedó sorprendido por mis palabras.

—Quieta ahí señorita, tenemos que resolver este desastre.

—No hay que hacerlo, te mojaras con la lluvia —. Dije señalando el torrencial de agua que caía. —y te enfermaras y sinceramente los enfermos me aburren.

—Siempre tan sincera.

—Hagamos lo siguiente: nos quedamos aquí relajados con el sonido de la lluvia y hablamos hasta que escampe de tonterías.

—De acuerdo —aceptó sonriéndome y yo le ofrecí un guiño de ojo.

—Dime una cosa, cualquiera que se te venga a la mente.

    Lo vi pensar con detenimiento y luego dijo —: sueño.

— ¿Sueño?

—Si Eleonor. Tengo sueño; tengo ganas de dormir contigo por horas y soñar contigo dándome un beso prolongado y dulce. No, dulce no. Un beso que me quite el aliento —dijo él como si hablase del clima, lo cual me gusto.

    Ninguno de los dos tenía miedo de decir una torpeza.

—Está bien. Cierra los ojos. —a continuación me hizo caso —. Sueña que nos damos un beso, uno tan suave y especial que te quite el aliento —murmuré solo para los dos —un beso único y para nada parecido a alguno que le hayas dado a otra chica.

    «Piensa que te beso tan cómodamente que cada célula de tu cuerpo se enciende como un relámpago a media noche. Sueña que te beso solo a ti, con todo lo que tengo y sigue besándome en ese sueño hasta que nuestros labios se desgasten, e incluso después de eso.»

    Terminé de susurrar y escuché como su cuerpo se relajaba hasta abrir los ojos, con esas pupilas tan bellas que tenia.

    Sus ojos me veían sin tapujos y yo igual.

    Nunca había mirado a alguien por tanto tiempo al menos a través de mis lentes, tanto tiempo provocándome sensaciones adecuadas a lo que mi cuerpo y alma sentían por su cuerpo y alma.

    Estuvimos callados por varios minutos solo viéndonos; la lluvia aun seguía afuera o eso escuché desde mi posición.

—Me gusto ese beso.

—A mi igual.

—Eres de las que no hay Eleonor.

—En eso te equivocas. Soy tan normal como cualquier otra chica del pueblo, solo que a diferencia de ellas, tengo marcas en mi cuerpo —le contradije y él claro no estuvo de acuerdo.

—Las marcas más bellas del mundo.

—Eso decía mi abuela antes de morirse. Pensaba que yo era magnifica y que debía aprovechar esos pequeños detalles que me hacían ser quien era. Decía que no debía dejarme opacar por nada ni nadie, que eso evitaría que progresara como mujer y persona.

—Pues tiene toda la razón. Nunca dejes de ser la chica de la que me enamoré.

— ¿Te enamoraste Teodoro?

— ¿Tú no? —me respondió con otra pregunta.

—No es amor. Es intensidad, una que a veces, mi alma marchita no resiste.

—Yo haré que siga resistiendo —me dijo con su habitual dulzura y me agarró la mano por unos segundos, segundos que aprecie con cariño.

    Asentí y desvié la cabeza hacia la ventana detrás de él.

    Ya había escampado.

—Ahora podemos seguir aquí o caminar hasta la sorpresa, no queda muy lejos.

—Okey, vamos antes de que empiece a llover de nuevo —le dije metiendo prisa a mis movimientos.

    Salimos del coche y la naturaleza nos recibió con una brisa fría.

    Mis zapatos enseguida se curtieron con el lodo, pasando a mejor vida. Me los quité y los dejé ahí mismo. No me molestaba andar descalza.

    Al empezar a caminar recordé que se me había quedado el paraguas y ya estábamos alejados del coche.

    En eso como si nada empezó a llover.

    No me dió tiempo ni de sorprenderme o asustarme. Teo me cargo en sus brazos sin pensar en las consecuencias y corrió como loco hasta me imagino, el lugar de la sorpresa.

    La lluvia había calado todo mis huesos de lo fría que estaba y sentía que por momentos ambos desfalleceríamos sobre el lodo, pero no fue así. Llegamos más rápido que inmediatos.

    Teo saltó en el pórtico de una pequeña cabaña que nunca había visto.

    Me bajó apresurado y se agachó como derrotado. Me sequé la cara con las manos y me cohibí horrorizada por lo que estaba viendo.

    Sus brazos tenían dos tiras largas de carne herida.

—Teo...—traté de que reaccionara a mi voz. La lluvia estaba cada vez peor pero ya no me importaba, lo había lastimado.

—Solo unos minutos —habló entre dientes y un poco de alivio vino a mi cuerpo.

    Me paré con lentitud tratando de no acércame a él.

—Por favor dime que estás bien —rogué alarmada por el rojizo de sus brazos —será mejor que me vaya...

—Ni se te ocurra moverte. Esto no es nada comparado con lo que podría pasarte a ti—determinó enderezándose en el suelo del pórtico; la madera vieja crujió debajo de su cuerpo, pero no cedió al peso —yo estoy bien, vamos

    No dije nada, no sabía cómo actuar ante esto, solo lo seguí confusa por todo lo que pasaba.

    Retorcí mi muñeca izquierda hasta hacerme daño, esto generaría otra roseta morada en mi cuerpo pero ya no importaba, peor era el sentimiento de culpa que albergaba mi mente al ver que Teodoro se hería para salvarme.

    Era como estar frente a mi mamá, que me protegía del mal sabiendo incluso que yo era el mal.

    Ingresamos a la cabaña y enseguida el olor a leña me llego a la nariz. Revisé el lugar y era hermoso; no por su estructura si no por las pinturas que la complementaban, cada recoveco era una pintura; me imaginé hechas por el hombre que estaba frente a mí.

    Había dos en particular que llamaban mi atención; la primera tenía el cuerpo de una mujer envuelto en un capullo, no se veía más que sus hombros, cuello y cara. El cabello estaba esparcido en tirabuzones irregulares como si la brisa se los llevara haciéndola ver como una especie de creación inimaginable.

    La segunda era totalmente distinta pero no dejaba de ser bella. Me gustó por que el hombre que la había pintado no había dejado a la imaginación nada, ahora entendía porque Teo quería besarme, la sola imagen de eso era única.

— ¿Es un poco perverso? —escuché que me preguntaba con voz tensa.

    No habíamos hablado desde hace unos minutos atrás por lo cual su voz me puso nerviosa.

    Volví toda mi atención a la pintura y me centré en la pareja que había en ese cuadro. Esa pareja era tan normal y diferente a Teo y a mí pero claramente también era un espejismo de lo que podría ser.

—No, todo lo contrario. No se parece a nada que haya visto —susurré para no quebrar la paz que pululaba en la cabaña.

—Esta era la sorpresa. No sabía cómo mostrártelas sin que me diera pena —explicó dudoso.

—Yo solo te las hubiese mostrado, si supiera pintar serias la musa que inspira todos mis cuadros.

—Tú nunca te callas lo que piensas ¿cierto? —expresó incrédulo.

    Viré mi cuerpo hacia él, sus brazos ya no estaban tan rojizos pero no dejaba de preocuparme. Me acerqué y baje la voz para que solo el escuchara.

—Si tengo la oportunidad de decirlo y nadie evita que lo diga ten por seguro que nunca callare lo que siento por ti, Teo.

—De acuerdo, Eleonor —aceptó sonriendo cordialmente.

    Moví la pierna un poco incomoda con la ropa. Pasé mis manos por el vestido completamente empapado y lo exprimí para que no goteara sobre el piso de madera.

—Vamos a buscar algo para que te seques, tendremos que quedarnos aquí unas horas más —dijo dándose cuenta de mi vestimenta pero primero quería que se curara ya que yo no lo podía hacer.

—Prefiero que busquemos algo para esas quemaduras.

—Eleonor, esto es leve —contestó dándole poca importancia al hecho de estar quemado.

—No pienses ni por un momento discutir conmigo acerca de esto o tomarlo como un juego, soy capaz de irme de aquí y morir bajo la lluvia si no te curas maldita sea —dije claramente histérica. Su ceño se arrugo ante mi grosería pero asintió creo que para calmarme.

—Cálmate, por aquí debo tener una caja de primeros auxilios.

    Se movió en su busca y yo lo empecé a seguir angustiada.

    La caja de primeros auxilios estaba desacomodada sobre una repisa del cuarto de baño de esa cabaña. Teo la agarró y se sentó sobre la tapa del inodoro sacando las gasas.

    Retiré mis guantes para aprovechar de exprimirlos sobre el lavamanos y también exprimir mi cabello pegado a mi nuca de lo empapado.

—Una pregunta —murmuró Teo.

—Dime —contesté con voz seria.

— ¿Qué tan venenosa es la flor?

    Hice una mueca al tocar el morado que se creaba por debajo de mi muñeca. Ignoré la molestia y le respondí a Teo.

—A lo largo del tiempo cuando nace alguien de la familia... bueno; en realidad una niña de la familia, la flor es más venenosa para los demás, es como si la tierra las creara por montón para que la gente se aleje y la niña se cure con una de esas hojas. Antes decían que era la cura del hombre lobo pero es solo un mito. El acónito, la flor maldita que curo a Astrid es una belleza demasiado rara y certera, se podría decir que como las sirenas...hipnotiza. Hipnotiza a la gente y crea el mal en la niña que nació con eso. Si no se usa de manera limpia, podrías matar a una tropa entera de hombres armados.

— ¿Por eso tú las tomas con agua caliente?

—Si, al parecer eso aplaca por un tiempo mi ceguera. Es un arma de doble filo...—murmuré levantando la mirada para ver el reflejo de mis ojos que por momentos es morado y otros es azul.

    Detrás estaba Teodoro parado mirándome fijamente.

— ¿De qué color eran antes? —preguntó refiriéndose a mis pupilas.

—Verdes, como el pasto de las colinas de la ciudad —respondí nostálgica.

—Ese sería un cuadro perfecto —expresó él para alivianar la tristeza que estaba comenzando a sentir.

    Inhalé aire por la nariz y exhalé por la boca tratando de desestresarme.

—Ya basta de preguntas. Ahora vamos a que me des algo para cambiarme, mi cuerpo no resistirá mas este vestido —agarré el dobladillo que se pegaba a mitad de muslo y le mostré a Teo.

    Salimos del cuarto de baño y pasamos a una habitación con vista al jardín. Las paredes estaban revestidas con un tapiz que alguna vez había sido blanco y ahora guardaba en el la belleza de un paisaje de invierno

    Teo rebuscó en un baúl que tenia mas años que ambos. De el saco una camisa blanca más grande que yo y un pantalón para él.

    La tomé entre mis manos y le agradecí con la mirada.

—Te dejo para que te cambies —dijo un poco nervioso.

—No hay problema, solo debes voltearte, no te perderé de vista —lo acusé con el dedo.

   Asintió retraído y se volteo rápidamente.

— ¿Antes me ayudas con los botones de atrás?

—Claro, con gusto te ayudo.

    Enderecé la espalda y sentí como sus manos pasaban por mi garganta desatando el nudo del enrevesado vestido. Luego paso a los botones.

    Esto era incluso más íntimo que el beso de ensueño en el coche unas horas atrás.

    Terminó con el ultimo y se acercó sin tocar mi piel como aspirando mi perfume mezclado con agua de lluvia.

    Pasé mis mangas por los brazos muy lentamente dejando solo el corpiño y luego haciendo que el vestido cayera bajo mis pies para dejarme expuesta al hombre que anhelaba.

    El sonido de las gotas, la tenue luz del candelabro en el techo y el olor a leña con nuestras respiraciones juntas se estaba volviendo un paraíso.

    Sentí mis manos ansiosas por tocarlo y que él me tocara. Su respiración acelerada en mi garganta era como un susurro de amor.

    Percibí sus movimientos lentos pasar por delante para agarrar la camisa que era suya y pasarla por mis brazos con parsimonia.

—A veces esto se vuelve una tortura...que solo puedo descargar pintándote en mis cuadros —siguió susurrando.

—Entonces descárgate ahora —dije con los ojos cerrados disfrutando de su cercanía —pinta un cuadro de mi así como estoy ahora.

   Y así lo hizo.

    Pintó un cuadro inmenso en donde yo estaba recostada sobre un mueble antiguo con su camisa blanca entreabierta mostrando solo lo necesario de mi ropa interior. Mi cabello ya estaba seco y se esparcía por todas partes en ondas lisas.

    Sentí como si en vez de pintar sobre el lienzo estuviera pintando sobre mi cuerpo con el pincel. Como si trazara líneas por mis curvas y las adorara a cada una de las pocas que tenia. Sentí que en vez del pincel eran sus manos que tocaban cada rincón de mi cuerpo haciéndome sentir bien por una vez.

    El paisaje era perfecto e idóneo.

    Un lugar en el que los susurros de una visión malvada sucumbían a los susurros de un amor más fuerte que toda la lluvia que caía afuera en el pueblo.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top