3.1 Un acto egoísta

La vida está llena de actos egoístas que son disfrazados por una máscara de "actos buenos", esos que a la vista saltan como una ayuda, pero sin ver las repercusiones que les traerá a los otros. Las personas podemos ser egoístas cuando surge la frase "lo haré porque es lo que me hace feliz", pero realmente lo hará o a los que te rodean. Cierto que, cuando hacemos algo la mayoría del tiempo pensamos primero en nosotros y eso no es malo, si no llega al narcisismo o a un egoísmo mayor.

"Por favor despierta"

Owen pensó que, en el momento de evitar el accidente de Iham solamente haría una pequeña variante en la historia, le permitiría a su buen amigo ermitaño no tener un fin trágico, pero poco a poco su conciencia le fue haciendo ver que ese acto de egoísmo trajo consecuencias, haciéndolo sentir vacío, un fraude y el peor de los amigos; quién podría decirle que un simple acto iba a cambiar todo. Se sentía perdido y molesto consigo mismo al ver que cada uno de los chicos pasaron por situaciones muy diferentes; le había quitado la oportunidad a Rayan de estudiar para salir de esa prisión familiar, Amaia se veía bien, pero su cuerpo gritaba que estaba mal, Aiden parecía perdido y aliviado en el momento en el que se rodeó de todos, Pia estaba más a la defensiva con todo, irritable, buscando su propia ancla en el castaño y por último estaba Sander que se mantenía como una fuerte ancla en todo eso.

"Resiste un poco más"

"Despierta"

—Owen despierta – aquella voz, esa tan distorsionada que aparecía con tonos masculinos y femeninos al mismo tiempo, tan cargada de poder y soberbia era quién lo atraía de nuevo – despierta.

—No lo hará.

—Te callas, ya hiciste demasiado.

—¡Quería salvar a su amigo!

—Y terminaron arruinando las vidas del resto – alzó la voz perdiendo los estribos, algo no muy Máscara de su parte debía admitir, pero claro, cuando estás desequilibrado es la primera en romperse en miles de pedazos – esto es un paso a la reflexión, uno en falso y se acabó.

—Entonces planeas llevarlo por estos pasillos sin salida, eso no es divertido.

—Abrir puertas no es lo correcto. Dejarse llevar por las emociones no siempre está bien.

—¡¿Por qué?!

—Porque yo lo digo.

—¡Y quién eres tú para decir lo que es correcto y lo que no!

—Soy la lógica y la razón. No permitiré un desequilibrio más mientras Persona esté ausente.

—Está bien no estar bien lo sabes – acusó aquella voz impulsiva, llena de emociones explosivas – no quieres admitir lo que sucede, es eso.

—Eso no es cierto.

—Por favor, quieren parar de discutir – Owen murmuró apenas, sin abrir los ojos aún, sentía su cuerpo pesado, así que se le hacía difícil hacer consciente cada una de sus partes. Se sentía mareado, el oxígeno se escaseaba en sus pulmones como si el aire a su alrededor estuviera limitándose, el estómago se le hacía un nudo apretando cada vez el revoltijo de emociones que se alojaron en ese punto – se parecen a mis padres cuando era pequeño.

A este punto sus sentidos eran los únicos despiertos, su olfato le hizo notar que estaba en un lugar con mucha humedad, pero al mismo tiempo su garganta se secaba con cada inhalación instalándose un sabor familiar en su paladar, lo cual le pareció extraño, era muy contradictorio lo que su olfato sentía y lo que su gusto percibía. Aisló el sonido de la discusión de las voces, no prestando atención a eso, logrando escuchar dos sonidos específicos, la caída de una gota de agua, el otro parecía provenir de una máquina, sí, como de esas que tienen en las cajas registradoras haciendo un "Pip" cada que pasaban un objeto de la compra con su madre.

—Mierda se está yendo de nuevo – la voz reaccionó ante su falta de respuesta por parte de Owen - ¡Despierta! No lo hagas.

—Ahora por qué estas tan alterada Máscara, que yo recuerde soy yo el que siempre pierde los estribos según tú.

—Quieres callarte necesito pensar cómo despertarlo. ¡Owen despierta!

Era demasiado tarde para sacar a Owen del pasillo sin fin en el que se había metido por su propia decisión buscando una luz que lo sacara de ese lugar. Ese sonido lo guiaba convirtiéndolo en un títere, curioso como un niño por descubrir qué hay más allá de la pared que colocaba su propia mente para que no se perdiera. Como cuando se extraviaba en los extensos pasillos del supermercado, viéndose solo de un segundo a otro corriendo de un lado a otro llamando a su madre, preguntando a todas las personas si la habían visto pasar por el lugar. Sí, se estaba desvaneciendo, su cuerpo lo gritaba al intentar aferrarse de algo, sus manos buscaban una superficie, sus pies sentían la falta de suelo, entonces se dejó caer, dejando de luchar contra lo inevitable.

Enero de 1996...

Como cada tarde luego de sus turnos en el hospital, cosa que la dejaba realmente exhausta e irritable, Daria se encontraba de camino a su casa, luego de recoger a su pequeño en el consultorio de su esposo. Se sentía cansada y molesta, eso había provocado que tuvieran una discusión con Spencer, quien le había prácticamente reclamado por llegar tarde por el pequeño bulto, nombre que le dio a su hijo desde que estaba en su vientre ya que durante el embarazo casi no se dio a notar hasta que tenía unos ocho meses, parecía que tenía apenas unos cinco meses cuando en realidad estaba a término. En el hospital le habían dicho que fue por su rechazo constante, algo que le parecía lógico porque trataba de esconderlo a toda costa.

Volviendo a la problemática por la que estaba apretando de más el volante fue debido a una discusión que se dio por un malentendido con la asistente de la clínica. En su defensa la chica se merecía todo lo que le dijo cuando la encontró fumando en la pequeña recepción del lugar mientras su niño jugaba en el suelo. Si bien era cierto su turno de trabajo ya había terminado y simplemente estaba haciendo tiempo para que llegasen por el niño, pero Daria siendo profesional de la salud conocía los daños que causaba el humo de cigarrillo, además, su hijo tenía apenas dos años y meses.

Se enojó con Spencer porque a pesar de escuchar la discusión no había salido por estar con un paciente, el cual terminó su sesión treinta minutos después, cuando todo había terminado. La había sacado del lugar "despidiéndola" de inmediato por ser tan negligente, pero al mismo tiempo se sintió culpable porque fueron ellos los que dejaron al cuidado de ella al pequeño, era demasiado para ese momento.

Se sentía como la peor madre de la historia, la esposa más asfixiante y por último la mujer más infeliz en una relación, la cual estaba bien antes de quedar embarazada; eso último la hizo verse como el monstruo mayor, la maternidad no es todo color de rosa, su hijo no fue esperado o planeado por ninguno de los dos, pero ahí estaban embarcados en la etapa de padres. Vio por el reflejo del retrovisor a su hijo con sus mejillas rosadas y sus labios abultados mientras su cabeza estaba de lado recostada en una pequeña almohada, que siempre acomodaba en su silla, era la imagen más tierna cuando se trataba del niño, su momento de paz porque se encontraba dormido, con su vaso de leche vació.

Dio un suspiro cansado al recordar que faltaban cosas por comprar en casa, sobre todo la leche del pequeño; nadie le había dicho que cuando se tenía un hijo se iba a gastar más de la mitad de su sueldo en comprar latas de leche, más por el hecho que su cuerpo parecía poco colaborativo, no produjo ni una sola gota de leche materna eso se convirtió en un gasto agregado a todo el resto de cosas; afortunadamente el niño ahora estaba dejando de usar pañales en el día así que eso les daba un respiro de ese gasto, ya que solo los utilizaba en la noche, cosa que debía empezar a quitarle también. A lo lejos divisó un cartel que le hizo respirar tranquila; se desvió un poco del camino para entrar al supermercado más cercano, era uno pequeño, pero era eso o perder más de su valioso tiempo buscando otro lugar. Se estacionó y antes de bajar se pensó en dejar al niño en la parte de atrás dormido no quería cargar con él en el lugar, además estaba durmiendo no lo notaría ¿cierto?, pero ¿Qué clase de madre sería si lo dejaba ahí? Aunque, sería más fácil hacer la compra solamente entraría rápido por la leche y no se distraería por nada más, convenciendose a sí misma que esa era la mejor opción.

Decidida con su plan salió del carro cerrando con seguro todas las puertas, no había terminado de avanzar unos cuantos pasos, cuando una persona se le acercó asustándola, pues se encontraba distraída buscando en su bolso la billetera.

—Señora – se escuchó la voz de un hombre, sobresaltándola – disculpe no quise asustarla, pero dejó a su hijo en el vehículo.

—Oficial... – mencionó Daria nerviosa al notar que se trataba del guardia del estacionamiento, estaba atrapada ¿Cómo le decía que no fue un descuido, sino que fue premeditado? –. Que distraída soy, sabía que olvidaba algo.

—No se preocupe señora, es mi trabajo – le brindó una sonrisa pequeña, satisfecho de haber cumplido con su trabajo – además de recordarle que no está permitido quedarse en el vehículo. Esta zona es un tanto peligrosa, es mejor que se roben los bienes materiales y no una persona o en su caso que terminen lastimando a su pequeño.

El pánico y la culpa comenzó a invadir de pensar que su hijo pudo terminar secuestrado, víctima de un robo en su auto, qué podía pasar en el momento en el que se dieran cuenta que estaba ahí atrás, lo dejarían en la calle. Sin perder más tiempo regresó para quitar el seguro de la parte de atrás y sacar al pequeño que se asustó por el arrebato con el que fue levantado de la silla en la que tan cómodo se encontraba dormido.

Al momento en el que todos sus sentidos despertaron y su pequeño corazón se tranquilizó entre los brazos de su madre Owen se sentía perdido. Estaba en un estacionamiento, pero la ropa de las personas era extraña, el cabello largo de su madre se metía en su campo visual para reconocer el lugar en el que se encontraba, ella balbuceaba cosas raras diciendo que era la peor madre, pero le prometía una y otra vez que todo estaría bien. Owen no comprendía a lo que se refería, pronto escuchó el sonido de una campanilla al entrar en aquel supermercado.

—Pequeño te bajaré un momento para hacer más fácil las compras ¿sí? – él solamente asintió mientras era bajado de sus brazos. El mundo se veía enorme y gigante. Su madre era más alta, no solo eso los estantes, paredes y el resto de personas en el lugar lo eran, llevó sus manos al frente notando que no era el mundo el que había cambiado, se trataba de él mismo siendo pequeño de nuevo – vamos tenemos que buscar tu leche y algunas cosas más.

Se sentía atrapado porque no podía hablar como él quería en ese momento, ¿Qué pasaría si comenzaba a hablar fluidamente? Sería tratado como un genio o algo por el estilo, ya era consciente de los estragos que hacía un simple cambio en la historia y no estaba dispuesto a hacer otro, evitaría a toda costa equivocarse o involucrarse de más. Pasaron por el pasillo de frigoríficos dejando por fin a su vista la silueta de un pequeño pelinegro de mejillas rellenas y rosadas, se acercó a ese reflejo de él mismo solo para tomar una fotografía mental de su imagen de niño, parecía que no tenía más de unos dos o tres años, y estaba en lo correcto. Tan absorto en lo que pasaba por su mente estaba que no se percató en el momento en el que su madre se alejó del lugar dejándolo solo, esa mujer no perdía la cabeza solamente porque la tenía pegada al cuerpo, ni siquiera en sus años de adulto había cambiado eso, recordaba que para navidad le compraron un localizador de las llaves del auto porque siempre las perdía.

Comenzó a avanzar entre pasillos lo más rápido que daban sus pequeñas piernas, sus pasos eran demasiado cortos para su gusto, iba mirando de un lado a otro para ubicar a su madre, tan distraído iba en su misión que no se percató del obstáculo en su camino, topándose de lleno con otro cuerpo, cayendo sentado en el suelo, sintiendo dolor en una de sus pequeñas nalgas.

—Pequeño ¿estas bien? – la dulce voz de una mujer se escuchó a su lado, al mismo tiempo que el llanto de un bebé muy ruidoso le lastimaba los oídos – por favor pequeña no llores más – parecía que ella también estaba a punto de llorar junto con la niña, ahora le quedaba más claro que se trataba de una bebé – déjame ayudarte pequeño ¿estas perdido?

—Mami – se escuchó la voz de una niña acercándose a ellos.

—Ya voy mi amor, puedes mirar a tu hermana un momento, no te alejes por favor – la voz de la mujer era muy dulce, suplicante, también parecía cansada como cuando su madre le pedía que fuera a otro lado a jugar porque tenía muchas cosas que hacer – Ven cariño déjame ayudarte.

Lo puso de pie y comenzó a revisarlo con la mirada para saber si no se había lastimado, al mismo tiempo observaba en todas direcciones para ver dónde se encontraba la madre del pequeño. Al notar que eran los únicos en el extenso pasillo se dio cuenta que quizá se había extraviado y no tardaría en aparecer una madre preocupada buscándolo.

—¡Owen! – se escuchó al final del pasillo justo donde una mujer de cabello negro comenzaba a avanzar, se notaba angustiada y era de asumir que se trataba de la madre o en su caso el familiar del pequeño, en cuanto estuvo a su lado se arrodilló frente al niño revisándolo - ¿estas bien? ¿Por qué te alejaste de mamá? Estaba muy preocupada cuando no te vi, no vuelvas a hacer eso – lo abrazó, casi aferrándose al pequeño cuerpo haciendo que el respirar fuera difícil pues su cara quedó casi enterrada entre su pecho, pero su momento de madre asustada fue interrumpido cuando fue consciente que su hijo no estaba solo al momento de encontrarlo - ¿tú quién eres? ¿Por qué sostenías a mi hijo? ¿pensabas robarlo?

—¡Qué! No, nada de eso, él estaba muy asustado corriendo por el pasillo y se topó conmigo – se sentía ofendida, ¿Por qué robaría un niño? Ella tenía sus propias hijas – solo le estaba ayudando a levantarse – se volteó rápidamente al escuchar que su pequeña hija comenzaba a llorar de nuevo, eso la hacía sentirse ofuscada, con unas enormes ganas de acompañarla en el llanto – por favor pequeña ya no llores.

—Lo siento, de verdad no era mi intención acusarte de algo tan horrible – Daria se dio una bofetada mental al notar a las dos niñas al lado de la chica, cosa que llamó su atención parecía muy joven para tener a dos pequeñas – ¿son tuyas?

—Sí, son mis hijas – la sonrisa que le brindó era más una mueca de cansancio, se parecía a la de ella cuando estaba cansada y le preguntaban por su pequeño. La típica mueca de una madre pidiendo auxilio.

—Pareces tan joven para tener a dos pequeñas – Daria se comenzó a poner de pie con su pequeño en brazos mientras él se aferraba a su cuello, Owen estaba disfrutando esa calidez de su madre que tanto extrañaba – digo no es como que quiera juzgarte, pero si pareces un poco joven.

—No se preocupe, sí soy un poco joven, tuve a la primera antes de terminar la escuela y la segunda solamente es menor por unos meses.

—Pero, tienes esposo ¿cierto?, o al menos alguien tiene que estar contigo. No me malinterpretes en pensar que soy de esas que una mujer no puede salir adelante sin un hombre, pero si yo fuera tú, no me arriesgaría a tener más hijos sin ayuda, me volvería loca – ahí estaba esa actitud de su madre que Owen detestaba, todo el tiempo metiéndose en opinar respecto a la vida de otros con base a la suya. Nunca se daba cuenta de la gravedad de sus palabras.

—Lo tengo.

—Por tu expresión parece que no te ayuda.

—Lo hace. Es solo que yo me hago cargo de las niñas y la casa, mientras él trabaja.

—¿No tienes trabajo de medio tiempo?,o al menos no te gustaría poder tener uno.

—Pues con las niñas no podría, aunque tengo unas vecinas que me ayudarían si lo pidiera, pero sería demasiado no es como que quiera abusar.

La chica parecía contradecirse con sus propias palabras como si se sintiera mal por querer más de lo que tenía en ese momento. La mente de Daria maquinó un plan perfecto para ayudar a la chica frente a ella, además de librarse del problema que armó en la clínica de su esposo con la antigua asistente. Sería como su acto de buena voluntad. Por su parte ella emanaba esa aura maternal que le haría falta a Owen cuando se quedara en la clínica con su padre, eso le dio tranquilidad y más confianza. Era perfecto, un plan sin fallos y beneficioso para todos. Por supuesto que lo sería para todos y no solamente para Daria.

—¿Sabes escribir en máquina de escribir mecánica y eléctrica?

—Sí... - dudó un poco ante la pregunta de la mujer.

—Te gustaría tener un empleo para ayudarte a ti y a tu esposo un poco. Podría tener una propuesta para ti.

—En serio, yo... es decir, claro que sí estoy dispuesta.

—Bien demos una vuelta para terminar las compras y te explico un poco el trabajo.

Ambas tomaron a sus hijos y comenzaron a rondar por los pasillos del lugar conversando un poco acerca de la propuesta de trabajo y convenciendo a la chica que era una oportunidad para mejorar su situación. Con forme caminaba, Daria se dio cuenta que mientras ella tomaba las cosas de los estantes sin pensarlo mucho, la chica solamente observaba y cuando decidía tomar algo lo analizaba demasiado, en ocasiones veía las cosas con tristeza y las devolvía. Debía ser porque no tenía mucho dinero.

—Lo había olvidado, hemos estado hablando tanto que ni siquiera tuve la cortesía de presentarme – se detuvo de su análisis y se volteó totalmente hacia ella – mi nombre es Daria Róales un gusto – le extendió la mano que tenía libre, ya que en el otro brazo aún tenía al pequeño Owen aferrado a su cuello, estaba tan quieto que podía apostar a que se había quedado dormido.

—Mila, el gusto es mío señora Daria.

—Sin el señora o me harás sentir más vieja.

—De acuerdo – sonrió un poco tímida, porque se notaba que Daria era un poco más grande que ella, además, era quien le estaba ofreciendo un trabajo no podía estar más agradecida y tratarla de una forma más formal se la hacía lo más correcto.

Mientras tanto Owen se dejaba llevar por la tranquilidad de estar entre los brazos de su madre, llenándose de una paz que no sentía desde hacía mucho tiempo, feliz porque no se metió en ninguno problema, podía sentir cómo su cuerpo comenzaba a sentirse menos pesado, más irreal, conocía la sensación de desvanecerse no tenían que explicarle que pronto despertaría en aquel espacio donde las voces le invadirían con discusiones. El sonido de la gota cayendo volvió a escucharse y un sonar con un Pip le indicó que ya no estaba más en ese momento.


Con el pasar del tiempo Mila fue adaptándose fácilmente al trabajo de ser asistente en aquella clínica, que pronto dejó de ser poco reconocida a pasar casi todo el día llena con pacientes esperando una cita. Apenas habían pasado unos tres meses desde que comenzó y ya se sentía como pez en el agua, además que su paga era muy buena, en el momento en el que las ganancias aumentaron su jefe le subió su sueldo. Incluso con su esposo pensaron en cambiarse de vivienda al sentirse más libres económicamente. Solía regresar a casa a eso de las siete de la noche, pasaba a recoger a sus hijas y luego llegaba en medio de rabietas a su tan oscuro hogar, para preparar la cena.

—Mila ya llegué – se escuchó el estruendo de la puerta principal siendo cerrada sin el menor de los cuidados – espero que ya esté la cena porque muero de hambre.

—En un momento está lista Robbie, ve a cambiarte.

—No me digas qué hacer, limítate a tus labores sin meterte en mi vida.

—Solamente decía que puedes ir a ponerte más cómodo, para que no estés con la ropa sucia...

—Disculpa si mi trabajo en el taller y mi ropa sucia no son suficientes. Te da asco ver así lleno de grasa – Robbie la veía desde el umbral de la puerta de la cocina con una mirada molesta, el ceño fruncido y tensando la mandíbula – no todos tenemos el privilegio de estar en una oficina sentados todo el día haciendo nada. Yo sí me rompo la espalda estando en ese lugar que desprecias tanto.

—Nunca dije tal cosa.

—Sabes qué, estoy cansado y no quiero escucharte decir tonterías iré a darme un baño. Cuando salga espero hayas hecho algo de tus deberes como mujer de esta casa, por lo menos.

Mila se mordió la lengua para evitar comentar más al respecto, no quería causar una discusión innecesaria cuando ella simplemente estaba buscando agradarle en recibirlo con comida caliente, la casa limpia y él solamente tendría que cambiarse para comer. De pronto escuchó demasiado silencio dentro de su hogar, cosa que no era buen augurio, pero todo eso terminó cuando la risa de sus hijas invadió el espacio del pasillo, discutiendo por quién llegaría primero para pedir ser cargada en brazos de su padre, eso le removió el corazón a Mila.

—¡Papi! – se escuchó la voz al unísono de las dos pequeñas de la casa. Ambas salieron corriendo al encuentro de su padre muy contentas porque por más que el maltrato fuera más hacia ella, jamás hablaría mal a sus hijas de su padre.

—Ahora no niñas, papá está cansado.

—Papi upa – dijo la mayor con su labio abultado y mirada de cachorro pidiendo la atención de su padre, extendiendo sus pequeños brazos hacia él – upa.

—Dije que no Mia, entiende – alzó la voz con una expresión de enojo hacia la pequeña que no se cansaba de buscar su atención, la exasperación llegó en el momento en el que los ojos llorosos de la niña le hicieron saber que estaba a punto de hacer una rabieta – ¡Mila controla a tus hijas!

—¡Mia, Reah! Vengan con mamá a la cocina – ambas rubias llegaron corriendo al encuentro con su madre abrazándose a sus piernas, sollozando, asustadas por la actitud de su padre – ya pequeñas, su padre está cansado eso es todo.

—Papi es malo – dijo Mia en reproche por el trato que recibió de su padre – no quiere.

—Shi – apoyó Reah mientras se frotaba contra su pierna quitando las lágrimas que salían de sus ojos. Era una imagen que destrozaba a Mila, el ver llorar a sus hijas era lo peor, más cuando lo provocaba su padre.

—Y huele mal.

—Papá las quiere niñas no digan eso, ahora qué les parece si preparamos la cena para él y así estará feliz

—¡Sí! – gritaron al unísono ambas.

Mila les sonrió de manera cálida porque verlas sonreír era lo que le llenaba su triste corazón, Robbie no era un padre amoroso con ninguna y con ella tampoco era la mejor pareja, la utilizaba como su propio objeto de satisfacción sexual, siempre le decía que debía hacer valer tantos dolores de cabeza al haber salido embarazada, como si la culpa de todo eso fuera solamente suya, no es como si sola fuera capaz de embarazarse. Esas mismas actitudes le hicieron tomar la decisión de colocarse un dispositivo intrauterino para no quedar embarazada de nuevo, el cual había servido de maravilla durante los últimos meses, había tenido algunas molestias, pero se suponía que era algo "normal". Solo debía asegurarse de asistir a las revisiones con su médico cuando sentía alguna molestia fuera de lo que le habían explicado.

Luego de la cena silenciosa, como de costumbre, fue a acostar a las niñas a la habitación asegurándose de dejar entreabierta la puerta por si alguna le llamaba era más fácil escucharlas. Apenas estaba saliendo a hurtadillas de la habitación cuando sintió toparse con un cuerpo detrás de ella. La respiración pesada que sintió en su nuca le hizo erizar todos los vellos de su cuerpo, sintió como unas manos fuertes y rasposas le acariciaban los brazos, ella no pudo hacer nada más que quedarse estática en su lugar, haciendo el menor de los ruidos mientras escuchaba como bufidos en su oído que le hacían saber que Robbie estaba buscando satisfacerse de nuevo con su cuerpo.

—Hoy te portaste muy bien – le susurró en el oído mientras con sus dientes mordía un poco su oreja, cosa que le desagradaba en demasía porque luego de eso siempre pasaba su lengua y chupaba como si de un mordedor se tratase – cuando te dije que controlaras a tus hijas y las llamaste de inmediato, obedeciéndome, te mereces un premio.

—Robbie yo...

—¿Tú qué? – aferró su agarre a su cintura de forma posesiva, demasiado fuerte y para nada cariñosa – tienes algo mejor que complacer a tu esposo, rechazas lo que te doy.

—No.

—Entonces a la habitación, calladita y cooperando. Ya sabes cómo quiero encontrarte.

Sus ojos comenzaron a arder reteniendo las lágrimas, estaba realmente cansada de trabajar todo el día, llegar a casa para hacer un poco de limpieza, realizar la comida, darles un baño a las niñas, acostarlas y para ajustes de cuentas ni siquiera ella había tomado un baño para relajarse. Ahora tenía que atender a su esposo, sin tener un respiro. A paso lento comenzó a pasar directo hacia la habitación, conocía el procedimiento de todo, tenía que sentarse en la cama, quitarse la ropa hasta quedar en ropa interior para que Robbie disfrutara quitando el resto. Así fue como comenzó a deshacerse de su vestimenta poco a poco, se recostó en el medio de la cama colocando sus manos entrelazadas sobre su abdomen, su cuerpo comenzó a tener temblores por el nerviosismo y el frío ambiente, mientras tanto escuchaba cómo era que él se quitaba todas las prendas desde la puerta, la cual ya había cerrado con seguro, anteriores veces sucedió que una de las niñas abrió la puerta haciendo que ella saliera corriendo para volver a acostar a Reah en su cama, cosa que no le agradó a Robbie, tampoco fue una bonita noche para ella al regresar a la habitación.

El hombre se acercó a ella, solamente veía la silueta porque siempre todo ocurría a luz apagada, cosa que agradecía porque no soportaría verle a la cara cuando estuviera encima de ella, así también no vería las muecas de asco de su parte cada que sentía su tacto en su cuerpo, porque la última vez que vio un desprecio de su parte Robbie se atrevió a levantarle la mano, terminó con el labio partido y la tomó con demasiada cólera causándole moretones en su cintura, caderas, muslos y rostro, debido al fuerte agarre. Definitivamente el estar a oscuras era su pequeña libertad en todo eso.

—Te haré mía para que no olvides tu lugar en esta casa – se tumbó en la cama colocándose encima de ella comenzando a lamer y succionar partes al azar de su cuello, Mila era como un cuerpo sin vida en esos momentos sus brazos estaban posicionados a cada lado de su cabeza, sus muñecas siendo sostenidas con fuerza como si se estuviera imponiendo sobre ella. Sentía asco, repulsión y quería gritar para quitarlo de encima. La piel rasposa de sus manos y su tacto frío le erizaba el cuerpo por el desagrado que le causaba, escalofríos le hacían temblar el cuerpo completo – sí, cariño sé que te gusta cuanto te toco así.

Con impaciencia quitó el brasier que le estorbaba para tener a su disposición aquellos abultados pechos que le encantaba tener entre sus manos para estrujarlos en su agarre, podía decir que era lo único bueno que le dejó tener a dos niñas, el cuerpo de Mila había cambiado de una chiquilla a una mujer con curvas pronunciadas, y gracias a la mala alimentación provocado por el estrés, seguía estando delgada eso era un plus para Robbie tenía una mujer con todo en su sitio, por supuesto que su tacto tosco obviaba las estrías pronunciadas en el cuerpo ajeno, pero eso no lo dejaba sin disfrutar a su gusto.

La había dejado a su total disposición sin ni una sola prenda, él también ya no tenía nada encima, se posicionó sobre ella y Mila solo pudo esperar el momento en el que la verdadera tortura empezará contando en su mente los segundos para que todo iniciaran, los minutos más eternos, los cuales se volverían horas para su sufrimiento. Con un sobresalto reaccionó su cuerpo, al mismo tiempo que un ardor se expandía en su interior mientras la intromisión repentina se hacía presente. Una lágrima rodó por su mejilla como único signo externo del dolor que sentía en esos momentos, sentía como si la desgarraran por dentro en cada entrada y salida. Sus dientes apretaban sus labios con fuerza para evitar soltar algún quejido. Los jadeos en su oído eran su única señal que aún no terminaría, apenas estaba comenzando. Robbie arremetía contra ella cada vez más fuerte, sin delicadeza, sin pensar en ella.

Cada embiste era más errático y con mucha más fuerza, los jadeos ajenos que se escuchaban en su oído se agitaron haciéndole saber que pronto terminaría aquella tortura, el sonido del reloj de pared que estaba en la habitación era lo único que la relajaba y la mantenía cuerda en esos cinco minutos de sufrimiento. Había aprendido a que con cada vuelta de las manecillas era una menos para que aquello terminará. Primera vuelta, tres embistes duros junto con un agarre brusco en sus caderas; segunda vuelta, cinco embistes, más jadeos constantes; tercera vuelta movimientos erráticos, sus dedos aferrándose a las sábanas, su labio siendo mordido con más fuerza para evitar emitir un sonido, "casi termina"; cuarta vuelta gruñidos y gemidos raros, gotas de sudor cayendo en su cara debía cerrar los ojos o esas gotas asquerosas caerían en sus ojos; quinta y última vuelta dos embistes más, igualmente de bruscos un gruñido extraño en su oído, y así fue como por fin dio fin a su sufrimiento de esa noche, un gemido extraño y ronco se escuchó aún más cerca de su rostro, acompañada de un fuerte embiste contra su cuerpo, para luego sentir el peso contrario desplomándose sobre ella.

—Me encanta que seas tan obediente – jadeó un poco por la dificultad al respirar, le dio un beso rápido en los labios y sin cuidado salió de ella para quitarse de encima, colocándose al lado – ya no haces ningún ruido como antes, tampoco te resistes, has aprendido cómo complacerme.

Se levantó de la cama dejando a Mila aún en la misma posición quieta, sin mover un solo músculo, sin musitar una palabra o ruido, con la mirada fija en el techo escuchó como Robbie se colocaba de nuevo su ropa, lo cual la hizo salir del trance en el que se encontraba para al fin aventurarse a hablar.

—¿Qué haces?

—Saldré a fumar – dijo seco sin voltear a ver, nada más concentrado en colocarse un pantalón suelto cómodo y la camisa de descanso que utilizaba solo para andar por casa. Tomó su pantalón de trabajo para rebuscar en los bolsillos la cajetilla de cigarros – estaré afuera, ya que no te agrada que las niñas me vean fumar.

—Gracias por recordarlo.

—Solo no quiero escucharte de nuevo diciendo que es dañino para ellas y que me rompas las pelotas después de un buen momento, no me hagas enojar Mila.

—No lo haré Robbie – murmuró con miedo bajando la mirada, se abrazó a sí misma sintiendo asco de su propio cuerpo, esa sensación no se la quitaría por más baños que se diera.

—Eso es, buena chica – se acercó de nuevo a la cama tomando por sorpresa a Mila en el momento en que le tomó las mejillas con una mano estrujándolas en una pinza y sin delicadeza le dio un beso en los labios para luego soltarla de manera brusca – límpiate.

Mila solo podía sobar sus mejillas las cuales dolían ahora con ese acto tan brusco que había tenido Robbie, suspiró pesado y se levantó de la cama para ahora si ir a tomar un baño y quitarse por lo menos los fluidos de encima, hacer que la sensación pegajosa se fuera junto con el agua que correría por su cuerpo. Dentro del baño restregaba con fuerza su piel contra la esponja llena de jabón, por su mente pasaba cada imagen mental que representaba el tacto de Robbie, como escenas de una película de terror, sus ojos ardieron por las lágrimas que amenazaban con salir. Con rudeza seguía pasando por todo su cuerpo la espuma que quitaría un poco la suciedad que sentía encima.

Sus músculos dolían, al igual que su interior, Robbie siempre alababa el que se sintiera estrecha para él, pero eso solamente era producto de la tensión en la que mantenía su cuerpo todo el tiempo no era su culpa que no se relajara, nunca había una preparación para ella; la única vez que expresó que le dolía el acto, le había tapado la boca con una mano para que no hablara, diciendo que no opinara. Entre la impotencia y enojo que sentía por ser una víctima silenciosa de todo eso comenzó a limpiar aquella zona lastimada, como si de una flor estrujada y maltratada se tratase, sin embargo, un tirón en su vientre la hizo doblarse en el acto, esa era la quinta vez en la noche que sucedía.

Revivir los años de su infancia se le hacía nostálgico, tomando en cuenta que se encontraba atrapado en una etapa muy temprana de su vida Owen se resignó a pensar que quizá estaba pasando por un estado de trance extraño mientras era operado en el hospital debido al impacto que recibió; ¿era este el tan temido túnel con la luz al final? Se lo dejó de preguntar desde que esa mañana su madre lo dejó en la clínica de su padre, el hombre era como un fantasma con apariciones cada cuarenta y cinco minutos, ni siquiera veía a la chica que estaba sentada encargada de la recepción, mucho menos a él.

Sin embargo, algo no pasó por alto de la percepción de Owen. Había notado que desde hacía unas horas se veía incómoda, como si algo le molestara físicamente. Se quejaba por lo bajo y sus movimientos eran lentos, cuidadosos. No se miraba bien, incluso estaba pálida.

—¿Sucede algo pequeño? – dijo ella notando que la mirada del niño estaba fija en ella, como si estuviera por pedirle algo, pero no se animaba a decir palabra, de hecho, era extraño escuchar que hablara - ¿quieres algo? – Owen negó volviendo su vista a unos juguetes que tenía al frente, a simple vista parecía un juego, el cual claramente no lo era para el pequeño pelinegro – estas aburrido de pasar aquí todo el día no es ¿cierto?

—No.

—Tengo una idea – ella dio un vistazo a la hora en el reloj de pared, su jefe estaba en la última cita del día y normalmente nadie acudía a esas horas – te parece si salimos por un helado – eso llamó la atención del pequeño – tu padre tardará en salir y tengo entendido que hoy no vendrá tu mami – Mila se sentía tonta por estar hablando así con el niño, obviamente no le entendería, pero eran su única compañía.

—Puedo comer dos.

—Ajá pequeño oportunista, con que así es como te haré hablar. No puedo comprarte dos, pero puedo prometer otra salida a la heladería mañana.

—Promesa – le alzó el meñique, Owen no era tonto, no desaprovecharía los beneficios de esos gustos de forma gratis. Vio la dificultad con la que Mila se puso de pie, al igual que la mueca que hizo al ponerse a su nivel.

—Promesa – le dijo ella enganchando su dedo con el del pequeño.

Con un poco de dificultad Mia se volvió a colocar de pie, desde esa noche donde sintió aquel dolor punzante no le había dado paz empeorando cada vez más, tomando en cuenta que Robbie tampoco le dio un día de descanso, haciendo que en cada ocasión siempre terminara con el mismo dolor, dejándolo en una constante. Aun así, esa mañana cuando despertó con algunas gotas de sangre se asustó, casi entrando en pánico, pero en vez de pedir permiso para faltar e ir al médico se encontraba ahí cumpliendo con su trabajo; obviamente eso no quitó que hiciera una cita, solamente debía informar que faltaría el viernes por motivos de salud.

—¿Te duele? – después de tanto pensárselo decidió que haría una simple pregunta a la mujer que durante todo ese tiempo se había dedicado a cuidarlo mientras hacía su trabajo. Trató de parecer lo más inocente que pudo para no levantar sospechas y sobre todo no volver a cambiar nada.

—Estoy bien pequeño – le sonrió de una forma dulce, a los ojos de ella se veía como un reflejo de sus propias hijas, a ellas las dejaba con una vecina mientras que, en su trabajo se dedicaba a cuidar de un niño ajeno – me dejas cargarte hasta la heladería.

Owen se lo pensó, no dejaría que otra mujer a parte de su madre lo alzara en sus brazos, si fuera un niño estaba bien, pero él, su mente era de un adulto de veinticinco años, totalmente consciente de las cosas, y no se podía aprovechar de esa mujer, la cual solo le recordaba a Pia cuando recién la conoció. Prefirió negar y alzó la mano para tomar la de ella; Mila tampoco tuvo mayor problema con tomarle de la mano, el mencionar que lo cargaría simplemente había sido un acto reflejo por la nostalgia de sus propias hijas. Tomó su monedero y revisó una vez más el reloj, faltaba tiempo para que su jefe saliera de la sesión y ya no era hora para que alguna persona llegara.

Ambos se dirigieron hasta la puerta, donde se toparon con una mujer de pelo castaño, a los ojos de Mila parecía angustiada, incluso tuvo que asegurarse que Owen se encontraba bien al casi haber chocado los tres. En un instinto maternal, Mila alzó al niño abrazándolo contra sí.

—Disculpe no esperaba que hubiera una persona al abrir la puerta.

—Yo... - se le veía nerviosa y aún más en el momento en el que vio a Mila con el niño en brazos.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, estoy bien no se preocupe.

—Quiere pasar para...

—No – alzó la voz más de lo que había esperado haciendo que Owen volteara a verla casi escaneándola con la mirada. Algo que la puso todavía más nerviosa – no necesito nada.

—Segura, si gusta puede pasar.

—De verdad no lo necesito. Es decir, pensé que sí, pero ahora veo que no. O bueno... no, no, no lo necesito – la mujer se retiró a paso ligero, casi como si estuviera huyendo del lugar. Mila se quedó callada por un momento pensando en lo que había sucedido, volteó a ver al niño que aún estaba en sus brazos dándose cuenta que él todavía estaba viendo en la dirección por donde se había ido la mujer.

—¿Tú entiendes lo que acaba de pasar? – Owen prestó atención a lo que le dijo, pero no contestó a su pregunta.

—Abajo.

—¡Oh! Sí, tienes razón, lo siento.

Ante el movimiento rápido y brusco que hizo para bajarlo el dolor en su pelvis volvió a presentarse, haciendo que se quedara un momento más en esa posición, estática y con una mueca de dolor, la cual Owen ya no pudo evitar ignorar.

—¿Duele?

—Un poco – dijo ella casi como un susurro – déjame reponerme y vamos por el helado ¿sí?

—No, mejor mañana.

Mila se quedó boquiabierta viendo al niño frente a ella, que sin decir una palabra más volvió dentro de la clínica dejándola a ella en cuclillas sorprendida por esa simple frase; con cuidado se colocó de nuevo en pie y se acercó hasta el mostrador que era su espacio de trabajo para dejar su monedero en el lugar, viendo como el niño se volvía a sentar en el mismo espacio con sus juguetes sin tocarlos realmente solamente cambiándolos de sitio de vez en cuando.

Owen tenía frente a él un croquis con el cual hacerse una idea de lo que había sucedido; tenía siete figuras las cuales representaban al grupo completo, las cuales había sacado de la sala de terapia infantil, dos muñecas que eran Pia y Amaia, un osito de peluche marrón que era Aiden, una marioneta de cuerdas que representaba a Sander, un pequeño teclado de piano color amarillo que representaba a Iham, un teléfono de juguete con rueditas que sería Rayan y un camión de construcción que era él. Todos haciendo un círculo, a veces tomaba el camión y lo llevaba al centro y colocaba dos carros a su lado para hacer visible las voces, lo que realmente buscaba era encontrar aquel origen desde que llegó la primera vez a ese lugar, pero por más que diera vueltas a las piezas seguían sin tener un sentido.

Mila seguía observando fijamente el escenario de juego del pequeño, ciertamente para su edad era demasiado callado y eso definitivamente estaba causando un caos mayor del cual ninguno era consciente. Su análisis de Owen se vio interrumpido en el momento en el que Spencer salió junto con su paciente, ella trató de disimular su incomodidad con una sonrisa ladeada frente aquella persona que se despedía y agradecía por la sesión, pero le fue inevitable no quejarse del dolor una vez estuvieron solos.

—Mila, ¿te encuentras bien? – Spencer reaccionó sorprendido al notar a la chica con una cara de sufrimiento mientras se sostenía del mostrador, casi no tenían mayor interacción durante las horas de trabajo más de que un "buen día" al inicio de la jornada y para finalizar con un "buenas noches". Se acercó a ella tratando de ayudarla, sin otros fines – ven, deberías tomar asiento.

—Estoy bien, enserio que sí señor Róales – murmuró Mila mientras daba pequeños pasos hacia uno de los sillones de la recepción. Escuchar el nombre de la mujer pelirroja en boca de su padre hizo que Owen volteara a ver con interés la escena, ella era la mujer que le robó el corazón a Spencer. Estaba interesado de cómo se había dado todo eso – no tiene por qué preocuparse.

—¿Segura? Parece que algo te tiene mal.

—Es solamente una molestia – ambos estaban rompiendo la distancia que tenían poco a poco enlazando sus destinos, algo a lo que Owen por instinto reaccionó incómodo.

—Papá – salió corriendo hacia Spencer que rompió todo contacto con Mila para poner atención a su pequeño hijo – papá ¿ya nos vamos?

—En un momento Owen, solo me aseguraré que Mila se encuentra bien,

—No, ahora.

—Señor Róales, de verdad me encuentro bien, es una molestia que ya he arreglado cita con el médico.

—¿En serio?

—Sí, de hecho, quería preguntarle si no habría problema en que falte el viernes, ya que ese día tengo la cita.

—Sin problema Mila – le sonrió con simpatía y se volteó hacia Owen que se escondía detrás de él, lo tomó entre sus brazos y este se aferró a su cuello – Puedes retirarte si así lo deseas Mila, no tengo ningún problema, yo me quedaré a arreglar este desorden con Owen.

—Gracias señor, nos vemos mañana.

Mila se puso de pie para tomar su bolso, el cual tenía más que listo con sus cosas, lo tomó y sin más se dirigió a la puerta, siendo interrumpida por Daria que llegaba para recoger a su hijo quedando totalmente enternecida por la imagen que tenía frente a ella.

—Disculpa Mila, no fue mi intención asustarte.

—No hay problema Daria, ya me iba de hecho, tengan una bonita noche.

—Gracias, tú también. Mucho cuidado – ambas se despidieron con un gesto, comenzando así a dividir ambos destinos, conectando hilos externos – miren nada más a mis dos hombres.

—Hola muñeca – saludó Spencer con una media sonrisa y un beso fugaz – pensé que no podrías venir por él.

—Salí del turno un poco antes para aligerarte la carga.

Ambos se sonrieron y observaron a su hijo que no había soltado a su padre en ningún momento, ese pequeño era lo único que los mantenía unidos y lo seguiría haciendo por mucho más tiempo del que ellos debían estarlo.

Cuando algo nos asusta, en muchas ocasiones nuestro instinto de supervivencia nos hace actuar de una forma que nos permita salir sin el menor de los daños posibles, el fin único es la conservación de la propia existencia, incluso si eso significa salir huyendo de lugares. Leonor sentía que sus oídos zumbaban, su respiración era pesada haciendo difícil la tarea de obtener el suficiente oxígeno, se encontraba encerrada en su auto mientras que sus nudillos se ponían más blanco por el fuerte agarre que tenía contra el volante. Desesperada por el encierro que se autoimpuso decidió salir, para por fin entrar a su casa, ese lugar el cual era seguro para ella se convirtió en un campo de batalla que no le daba paz.

Hacía tres horas que salió más que decidida para obtener una ayuda diferente con su problema, pero en el momento en el que vio a la chica pelirroja salir con ese niño que la analizaba, como si con su mirada supiera la clase de persona que era el miedo la invadió; dicen que los ojos son la ventana del alma, pues ella en esos segundos se sintió desnuda, psicológicamente hablando. Si así se sintió con un niño, qué pasaría en el momento de tener a un terapeuta frente a frente. Llámenla cobarde de último minuto, pero no regresaría a ese lugar jamás.

Se sentó en el sillón de la sala sintiendo cómo el peso de ese poco tiempo la asfixiaba, revisó la hora notando que faltaba unos pocos minutos para que su esposo llegara. Sostuvo su cabeza entre sus manos preguntándose si era lo correcto lo que estaba por hacer, definitivamente no resistiría más.

—Panquecito estoy en casa – alzó la voz Charlie mientras se adentraba a su hogar. Normalmente Leonor contestaría desde donde estuviera, pero en esa ocasión no obtuvo nada - ¿Dulzura? – preguntó al aire buscándola con la mirada en el primer piso de la casa captando el momento en el que se encogía en el sillón de la sala murmurando cosas; con rapidez se acercó hasta la sala, colocándose frente a ella – Amor ¿te encuentras?

—Charlie – alzó la mirada, la imagen que obtuvo Charlie no fue la más alentadora, Leonor tenía la cara hinchada, los ojos llenos de lágrimas, sus mejillas empapadas y su nariz roja, en pocas palabras era un desastre – no te escuché entrar.

—Lo pude notar ¿Qué sucede?

—Nada.

—Tú quieres hacerme creer que no es nada cuando te encuentro así – Leonor mordió su labio el cual temblaba para evitar dejar salir un sollozo. Charlie llevó su mano hasta su rostro para acunarlo de forma cariñosa, mientras con su otra mano buscaba su pañuelo dentro de su bolsillo, lo extendió y comenzó a secar cada lágrima – amor solo mírate, estás llorando de una manera desconsolada.

—Es que, yo... Tú...

—¿Sí?

—Tú me odiarías por romper una promesa.

—¿Por qué dices que romperías una promesa? Y lo más importante ¿Por qué te odiaría?

—Porque soy el peor ser humano de la Tierra – sollozó aún más fuerte cubriendo su rostro entre sus manos, dejando a su esposo confundido por las palabras tan fuertes que estaba utilizando hacia su persona.

—No lo eres amor.

—Sí lo soy.

—Amor ¿Qué te hace pensar eso?

—Porque yo no merezco que me llames tu amor, si no podré hacerte feliz.

—Pero ya lo haces amor.

—No es cierto – con todo el valor que obtuvo en ese segundo quitó sus manos y lo encaró – tú dijiste que serías feliz si te daba un hijo.

—Yo dije que sería feliz formando una familia a tu lado. Ya lo habíamos hablado cielo, estuviste de acuerdo.

—Y si no lo estoy.

—¿No estás de acuerdo con formar una familia ahora?

—No me refiero ahora, sino que... Charlie no quiero tener hijos, pero no porque no te ame – Leonor decidió abrir su corazón ante el hombre que amaba esperando que le perdonara o la destruiría si él la rechazaba, porque entonces su mayor miedo de no ser suficiente se convertiría en una realidad – mis hermanos no han tenido la mejor experiencia con sus hijos y desde que ellos se fueron mi madre insiste con que yo tengo que pasar por eso, pero no quiero entiendes. Un hijo no me dará felicidad porque no lo quiero.

—Leonor...

—Déjame terminar, yo te amo muchísimo y me destroza el alma tener que mentirte.

—¿Mentirme?

—Sé que te dije que lo intentaríamos, de tener un niño, pero hace meses que tengo un Dispositivo Intra Uterino, es una cosa para no quedar embarazada.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque tenía miedo que te enojaras conmigo por ser egoísta de no querer darte un hijo.

—Leonor – le habló de una forma seria para que le escuchara, no a manera de regaño, pero pudo notar el pánico en su mirada, así que decidió dosificar su tono de voz – amor escucha, si no quieres tener hijos está bien.

—Pero no es porque no te ame...

—Lo sé, tienes que entender que también te amo y está bien, no moriré porque no tengamos hijos.

—Entonces estás de acuerdo con la decisión que tomé.

—Hubiera preferido que me lo dijeras antes para ahorrarnos muchas cosas de hace meses, pero ahora concentremos en nosotros – le quitó las ultimas lagrimas que habían rodado por sus mejillas y acercó sus labios hasta su frente para dejar un tierno beso justo en el centro, otro más en la punta de su nariz y un último en sus labios – seamos felices como lo hemos sido hasta ahora.

—Sí.

—Ahora esa cosa que tienes hace que no te embaraces.

—Sí, lo tengo puesto desde antes de la boda.

—Es decir que pudimos disfrutar sin pensar que quedarías embarazada.

—Bueno por eso te dije que estaba bien en cada ocasión.

—¿Tan efectivo es?

—Puede durar años.

—Me siento engañado en estos momentos. Ahora tendré que hacer algo al respecto.

—¿Por qué?

—Porque ahora no te dejaré salir de la cama ni un segundo.

Ni siquiera Owen pudo predecir lo que estaba causando con sus simples acciones, cuando creía que estaba evitando cambiar más aspectos de su propia historia no podía estar más equivocado. Quién diría que dejar de ser un niño risueño repercutiría en el péndulo de las decisiones; rompiendo la red de telaraña, dejando espacios vacíos imposibles ahora de reconocer el verdadero camino. Pero, ¿Cuál es lado positivo de esto? Quizá decir que, hacer las cosas en su tiempo siempre traerá consecuencias, positivas y negativas. ¿no es así?

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Hola mis queridos lectores, espero estén teniendo un bonito final de semana.

He estado pensando que no hay una representación física de los chicos así que empecé a jugar un poco con algunas apps y les presento lo más parecido a lo que serían las chicas.

Amaia Dachs - 22 años

Pia Viagel - 22 años

Creo que puede ser una representación física decente.

Espero tengan un bonito fin de semana y nos vemos para la siguiente actualización

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