Todo por una visa
¿ACEPTAS?
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel MCUoso/Omegaverse
Pareja: Magicshield (StrangexSteve)
Derechos: a ser libreeee.
Advertencias: esto es un Omegaverse, así que hay cosas del Omegaverse, combinado con la trama de la película "La Propuesta", por lo que hay incidental comedia romántica para el fluff de nuestras vidas. Dicho esto, pues entonces a disfrutar de esta locura. Una historia de encargo.
Gracias por leerme.
*****
Todo por una visa.
Steve Rogers se miró al reflejo de la puerta que recién había abierto, revisando concienzudamente que nada en su aspecto luciera descuidado porque no deseaba otra reprimenda más de su jefe. Quien dijera que los Betas lo tenían todo asegurado no sabía de lo que hablaba. Por experiencia personal era capaz de asegurar la mentira en ello, porque hasta ese día, no gozaba de privilegio alguno por ser de la casta que supuestamente era la mejor para mediar entre Alfas y Omegas. Basura mercadológica como diría su buen amigo Sam Wilson, otro Beta que trabajaba con él en esa famosa editorial Marvel Enterprise. Mientras acomodaba un mechoncito de cabello rubio ligeramente fuera de sitio, Steve suspiró un poco, meditando si realmente estaba bien en ese trabajo o debería buscar otro empleo.
—¿Listo para comenzar el día? —Sam apareció, palmeando su espalda y también revisándose en el reflejo.
—Aparentemente.
—Hermano, te digo que deberías pedir cambio de departamento.
—Oh, no hay necesidad. Además, me pagan bien.
—Te deberían pagar mejor —bufó Wilson, caminando ya con Steve hacia el elevador notando como maniobraba con esos dos cafés que llevaba— Por aguantarlo, mereces hasta bono extra.
—No es tan malo.
—¿No?
El jefe de Steve era nada menos que el famoso Stephen Strange, un editor por el cual todos se mataban para tener la oportunidad de que publicara sus libros. Decían que tenía el "toque de Midas" pues libro que publicaba, era libro que se convertía en un bestseller. Algunos más lo llamaban un hechicero porque de alguna manera siempre convencía hasta al más reticente publicista. El doctor Strange -porque ese Alfa bastardo tenía un par de doctorados en literatura- también era famoso por ser un hombre con pocas habilidades sociales, que no gustaba de extraños pisando sus dominios. De hecho, poseía un piso para él solo con Steve siendo el único que entraba y salía más o menos a sus anchas, gracias a que era un Beta pues el Alfa no soportaba el aroma de Omegas ni de ciertos Betas, juraba que alteraba su trabajo que consistía la mayor parte del tiempo en arrojar al bote de basura manuscritos de potenciales escritores.
Y además el maldito era bien parecido como se esperaba de un Alfa de alta jerarquía como él, con un aroma que hacía doblar rodillas o huir despavorido según fuera el humor del doctor, esto último solía ser lo usual en la editorial. Strange era la versión masculina de Miranda Priestly, a los ojos de su amigo Sam eso le parecía y Steve no tenía cómo desmentirlo porque en honor a la verdad sí que el Alfa se daba a odiar más de una vez en el mismo día. Corregía a todo mundo, ordenaba hasta a los visitantes si se cruzaban en su camino, siempre estaba exigiendo así fuese una simple servilleta para limpiar sus labios del desayuno e ignoraba con profundo desdén las charlas que no le interesaban o le aburrían de solo escuchar las primeras palabras.
—Buena suerte —despidió Sam cuando llegó a su piso.
—No te...
Steve no se fijó cuando chocó con el hombre de intendencia que le derramó uno de los vasos en la camisa, casi a punto de soltar una palabrota porque tenía el tiempo medido. Afortunadamente, su amigo Sam vino al rescate al entrar al piso, ambos corriendo hacia el baño donde intercambiaron camisas a cambio de unos boletos para el juego que el rubio tenía pues los obsequios para el famoso editor en jefe siempre llegaban y jamás los usaba. Wilson se marchó, mientras que el otro Beta corrió con el preciado café que puso en el escritorio de fina madera, acomodando los nuevos manuscritos y revisando que la preciada biblioteca estuviera perfectamente limpia, en el orden que Strange prefería antes de escuchar el timbre del elevador como los pasos firmes aunque suavizados por la alfombra que dio el Alfa con su esencia anunciando a tiempo su entrada a su amplia oficina que miraba al corazón de Nueva York.
—Buenos días, jefe.
Un gruñido fue la respuesta, una mano sujetó el café casi arrebatándoselo con Steve quedándose con su sonrisa a medias, acomodando rápidamente la corbata mientras escuchaba las órdenes del editor al sentarse detrás de su escritorio, bebiendo el café y dejando sus cosas a un lado que el rubio tomó para colgarlas en su sitio. Steve terminó justo cuando sonó la primera llamada del día, mirando al Alfa que inspeccionaba unos documentos. Ese cabello pulcro con sus entradas blancas y una barba de candado siempre bien afeitada además del carísimo traje sastre debajo de esa gabardina de diseñador que varios de los empleados afirmaban era su capa de brujo no en un plan amistoso.
—¿Steve?
—¿Sí, doctor?
—¿Quién es Jessica y por qué ha puesto su teléfono en mi café?
Rogers quiso que se lo tragara la tierra, recordando que había llegado tarde a la cafetería cercana a la editorial, viendo una larga fila de clientes que saltó cuando la barista lo llamó, sabiendo que ese par de cafés debían estar a tiempo porque de ello dependía su trabajo. Steve carraspeó un poco, alisando su traje antes de responder.
—Creo que es mi café, se lo he dado por error.
Error era una palabra prohibida frente a un Alfa siempre tan perfeccionista. Strange levantó su mirada, arqueando una ceja al ver ese vaso de café como si fuese un bicho que atentara contra la santidad de su biblioteca. La oficina se llenó de un aroma que Steve conocía bien, un mensajero augurando un mal día porque algo había fallado en la vida del doctor Stephen Strange.
—¿Te gusta el café como me gusta a mí?
—Una vez lo probé porque me llamó la atención mientras lo preparaban, y me gustó.
—¿Estás diciendo que siempre compras dos cafés iguales porque te agrada el sabor y no porque puedas llegar ser tan tonto que llegues a tirar uno?
—Jamás me ha sucedido.
—Esa camisa que traes tiene el aroma de Wilson, de hecho detecto su aroma en mi piso.
—Yo...
El teléfono sonó de nuevo, salvándolo pues Strange señaló con un fino dedo el aparato. Steve casi corrió a responder, colgando al volverse de nuevo a su jefe.
—Es su abogado de inmigración, dice que necesita verlo con urgencia.
—Luego, he conseguido una entrevista para Danvers.
—¿De verdad? —el rubio sonrió asombrado porque esa escritora era de momento la estrella de la editorial y Strange estaba encargándose de que el mundo la conociera— Felicidades.
—Si te dedicaras más a lo que debes hacer en lugar de intercambiar prendas con Wilson o derramar mi café, tal vez conseguirías un logro en tu vida, Steve. El teléfono.
A veces, había ocasiones en que Rogers deseaba con todo fervor que el café hirviera y le quemara la lengua a Strange. ¿Por qué la vida le había dado a un Alfa tan vanidoso, egocéntrico y pedante un aspecto tan atractivo? Mientras ponía en orden la agenda de su jefe, Steve se armó de valor para algo más, tenía un tiempo que se había decidido a escribir un libro, una novela corta que mostró al doctor en busca de su visto bueno. Hasta el momento no había recibido ningún comentario o la mención de que tenía posibilidad de publicarlo. Aprovechando la calma en el teléfono, el rubio fue a la oficina justo cuando un manuscrito más iba a parar al bote de basura.
—¿Qué sucede?
—Bueno, quería saber si...
—Teléfono.
Ese podía ser su día, cualquier día de la semana, cualquier día del mes. Nunca encontraba el momento adecuado, siempre había algo interrumpiendo. Steve colgó por enésima vez ese endemoniado teléfono, terminando de responder los correos que Strange no quería mirar fuese porque el remitente no era de su interés o bien le producía antipatía lo cual era más o menos el resto del mundo. Solo había una persona bienvenida en ese santuario y era Wong, otro de los jefes editores que siempre estaba de viaje porque adoraba encontrar nuevos talentos, al contrario de Strange quien los tomaba de los manuscritos que llegaban a sus manos, Wong los buscaba en ferias locales o convenciones donde escuchaba a los tímidos escritores narrar sus obras.
—Steve, deja de contemplar la pantalla de tu computadora y trae mi grimorio.
Aquel grimorio en realidad era un grueso libro donde el Alfa consultaba una serie de palabras, citas y nombres para medir qué tan original era lo que leía. Steve fue a la biblioteca encerrada entre cristales donde se encontraban volúmenes originales de grandes clásicos. Había que ponerse zapatos especiales, cubrebocas y guantes para tomar esas tesoros so pena de recibir un gruñido poco amigable seguido de un despido. Varios asistentes de Strange así se habían marchado, solo el rubio se había mantenido por tres largos años ya. Todo un récord tanto para el doctor como para Rogers quien se detuvo al escuchar el elevador, esperando por la llegada de Wong al que sonrió.
—Señor Wong.
—Solo Wong, Steve. ¿Cómo estás? Espero que ese brujo de Strange esté tratándote bien.
—Te escucho, Wong.
—Oh, ¿tan temprano con mal humor?
Un poco de ambiente relajado dominó el piso con esa visita. Steve negó al ver un mensaje en su computadora de Sam preguntándole cómo estaban las cosas con su jefe, pues así sabían si debían mantenerse lo más lejos posible del piso o era seguro andar cerca. Lo cierto es que el rubio admiraba esa clase de dominio que imponía Strange, ya era raro en esos días que los Alfas fueran así, muchos casi pasaban por Betas de lo poco clara que era su esencia en la nueva moda de igualar las castas reprimiendo naturalezas dañinas. A Steve le parecía que más que una buena solución solo estaba haciendo a todos muy histéricos, a la defensiva y con un alto grado de insatisfacción personal.
—No hablarás en serio —alcanzó a escuchar la voz de Wong, prestando atención.
—Está decidido.
—¿Tienes permitido hacer eso? ¿Por qué no lo piensas un poco más?
—La razón por la que esta editorial trabaja tan bien es gracias a mi esfuerzo.
—Stephen...
—No quiero perder más tiempo.
Los dos Alfas salieron, Steve se puso de pie al gesto de una mano de Strange quien lo llamó para que lo acompañara, bajando los tres por el elevador al piso común donde se concentraban la mayor parte de los empleados de la editorial y otros jefes editores. Ahí, el rubio caminó ofreciendo su mejor sonrisa a las pobres almas que se quedaron congeladas en sus sillas evadiendo la mirada del doctor mientras este caminaba casi a zancadas con café en mano a una oficina que Steve conocía de sobra. Sam apenas si se asomó, con una expresión confundida e interrogativa, esas caminadas del Hechicero Supremo como lo apodaban los demás siempre eran malas noticias.
—Mordo —saludó Strange, entrando con Wong y Steve, quien cerró la puerta de cristal detrás de él.
—Strange, vienes con tu perrito y Wong, ¿ya dejaste de andar vagando por otros sitios?
—También te extrañé, Mordo.
—¿Qué deseas, Strange?
—Estás despedido.
Rogers tragó saliva, acomodándose su corbata para tener algo que hacer y no mirar al otro editor cuando buscó la respuesta a semejante orden en ellos. Strange pareció haberle dado la hora, siempre tranquilo con una mano en la cadera bebiendo su café. Mordo bufó, a Steve le pareció que por unos brevísimos segundos su dominio Alfa quiso explotar, manteniendo su compostura para no hacer una escena.
—¿Qué?
—Ya no trabajas más aquí, Danvers ya me dijo lo que trataste de hacer con ella.
—Pero...
—Te doy un mes para buscar un nuevo empleo y renunciar. Considéralo un gesto de buena voluntad de mi parte.
Así nada más, Strange salió seguido de Wong quien levantó las manos para calmar a Mordo mientras Steve iba casi corriendo detrás de su jefe, mirando por encima de su hombro y a los demás que parecían cervatillos asustados.
—Doctor...
—Prepara...
—¡STRANGE! ¡ERES UN MALDITO BASTARDO ENGREÍDO!
Todos se encogieron ante la furia de ese Alfa, menos Strange y Steve detrás quien oró porque las cosas no fueran a resultar en una pelea. De verdad que no deseaba tener que meter las manos para salvar a su jefe de aquel hombre que estalló en rabia. Como siempre, el doctor ni se inmutó, terminando su café cuyo vaso lanzó a un bote de basura cercano de la misma forma que había despedido a Mordo.
—No lo hagas, Mordo.
—¡TÚ NO ME VAS A DECIR QUÉ HACER!
—Mordo, por última vez.
—¡NO ERES NADIE PARA DESPEDIRME A MÍ! ¡YO...!
—¡Doctor Strange!
Una mano veloz capturó el cuello de Mordo antes de que Steve hubiera parpadeado, Strange mostró unos ojos rojizos con su dominio haciendo que el resto casi se escondiera debajo de sus escritorios.
—Puedo hacerlo y lo hago, te di una oportunidad de marcharte con dignidad. Steve, llama a seguridad, que escolten a este exempleado fuera.
Arrojando a Mordo al suelo, Strange se dio media vuelta para volver a su santuario a seguir leyendo manuscritos con algo de música clásica acompañándolo. Steve solo estaba de pie sin saber qué pensar o decir, prefiriendo acomodar todos los recados y papeles, notando que tenían dos llamadas esperando.
—Doctor, su abogado...
—Luego, ¿algo más?
—Tiene una reunión con los Directivos, quieren hablar con usted ahora —informó Steve con calma— Quizá si les explica lo de...
—Pregunta a la tintorería que ha pasado con mi traje de la cena de gala. Pide el almuerzo, no olvides recordarles que no quiero sus condimentos tan mal preparados otra vez.
—Sí, señor.
Steve lo acompañó como siempre, quedándose en el piso donde estaban los demás murmurando sobre el despido de Mordo, quien no era precisamente un Alfa que dejara pasar las cosas.
—Vaya día ¿eh? —Sam le convidó un jugo.
—Gracias, sí que ha sido ajetreado.
—Cuando despierta con la bragueta de lado, no hay dios en el universo que lo pueda contener.
—Sam...
—Eso me hace preguntarme qué cosa tienes para que sigas a su lado.
—Oye, ¿qué tratas de decir?
Wilson chasqueó su lengua. —Vamos, acaba de despedir al segundo mejor editor en jefe que tenemos nada más porque no atendió bien a una escritora una sola vez. Una sola. Tú has llegado una que otra vez tarde...
—Por tu culpa.
—Confundiste sus comidas, no estacionaste cerca su auto, revolviste sus citas...
—Gracias por puntualizar lo bien que hago mi trabajo.
—A lo que voy es que pese a los muchos detallitos que has tenido trabajando para él, sigues aquí, de hecho a veces me da la impresión de que es territorial contigo. Un día de estos va a orinarte encima para que ningún otro editor te mire.
—Eso ya es exagerar —gruñó Steve sintiendo sus mejillas algo calientes.
—Solo digo lo que he notado.
—Soy bueno como asistente ejecutivo.
—Tampoco lo negaré, la verdad no sé cómo resuelves tantas cosas sin ayuda de alguien más. ¿Escondes en alguna parte de tu traje un plan maestro para asistentes ejecutivos?
—Ja —el teléfono de Steve sonó— Debo atender.
—Suerte —despidió Sam, dejándolo atender la llamada.
—¡Señorita Danvers! Qué gusto...
Era la escritora estrella de Marvel Enterprise, y eso también significaba que se le debía atender cuando ella lo pidiera, según las órdenes de Strange a quien tuvo que interrumpir en su reunión con los Directivos de la editorial, abriendo esas amplias puertas de fina madera, respirando hondo porque ese ambiente cargado de esencia Alfa mareaba un poco.
—Doctor, lamento interrumpirlo, pero la Señorita Danvers...
—Ah, Steve, ven aquí.
Dos cosas, la primera era que jamás en la vida Stephen Strange le había sonreído y dos, tampoco le había llamado con ese tono tan suave. El rubio no supo qué hacer de buenas a primeras, con el teléfono en mano al entrar, que tendió al doctor saludando a los Directivos quienes tampoco entendieron bien por qué estaban permitiéndole la entrada a un asistente, los dos canosos Alfas intercambiando una mirada. Strange terminó de hablar, siempre certero y veloz para eso, devolviendo el teléfono al Beta con una palmadita que intentó ser otro tipo de gesto.
—Caballeros, hay algo que deben saber.
—¿Strange?
—Steve y yo vamos a casarnos.
El tiempo pareció detenerse para Steve, quien se quedó muy quieto como si alguien le hubiera apuntado en la cabeza. Creyó que había escuchado mal, pero las caras de sorpresa de los Directivos fue una muy clara señal de que no fue así. Le pareció escuchar el sonido del tic tac del reloj de pared en aquella oficina que de pronto se le antojó enorme como si estuvieran dentro de un estadio de fútbol americano los cuatro como únicos asistentes.
—¿Qué? —uno de los Directivos parpadeó con media sonrisa.
—No queríamos decirlo porque, bueno, no se ve bien que un editor mantenga relaciones con su asistente. Tampoco es que sea la primera vez que escuchamos de esto ¿o sí?
—Eso es cierto.
—Strange, esas son buenas noticias, tu problema de visa se resuelve. Solo hazlo de manera oficial.
—Tienen razón —el doctor apretó una sonrisa, apenas si dando otra palmadita en un brazo de Steve quien lo miró como si fuese la primera vez que lo conociera— Doy por sentado que aceptan nuestra relación.
—¡Claro! Esto resuelve todo y no sabes cómo nos alivias. Marvel Enterprise no podría seguir sin ti de haberte deportado, ahora ya puedes continuar con nosotros sin problemas.
—Y felicidades.
—Gracias, debemos retirarnos. Hay trabajo por hacer.
—Adelante.
Un tirón de su traje despertó a Steve de su coma, siguiendo más por costumbre que plenamente consciente a Strange hasta ese piso sagrado donde al fin tuvo voz para preguntar.
—¿Qué fue eso?
El doctor buscó su grimorio, además de su teléfono para salir, llamándolo con un dedo siempre tan tranquilo.
—La gente inútil de migración pretendía deportarme de vuelta a Canadá, negándome la entrada por un año, lo cual es sencillamente imposible cuando tenemos a Danvers a punto de conquistar el mundo editorial. Si contraigo matrimonio con alguien de este país ni siquiera tengo que solicitar visa, tendré la nacionalidad al acto. Es donde entras tú.
—¿Yo? —Steve frunció su ceño, los dos saliendo del elevador hacia el auto que ya los esperaba para ir a las oficinas de migración.
—Quita esa cara, esto te conviene.
—Si fuera tan amable de explicarme cómo.
—¿Qué no prestaste atención? —Strange hizo unas anotaciones en su preciado grimorio— Iban a deportarme, si sucedía eso, tú te quedabas sin trabajo porque llamarían a Mordo de regreso y él te odia, lo sabes bien.
—Eso...
—No encontrarías otro puesto igual, ni tampoco la oportunidad de que alguien te publique, no con Mordo al mando y controlando a los mejores publicistas.
El rubio se quedó callado, un tanto ofendido de que ni siquiera le hubiera pedido su opinión, cruzándose de brazos mientras iban por la avenida rumbo al edificio gubernamental.
—Pero...
—Luego tramitaremos el divorcio pasado el tiempo necesario. Incluso eso te beneficiará, el haber estado casado conmigo te abrirá muchas puertas, así que concéntrate que necesito terminar este trámite ya. ¿O tienes algo mejor que hacer además de darle vueltas a tu libro o continuar tus clases de pintura en línea?
Ganas no le faltaron a Steve de bajarse del auto y desaparecer, lo cierto era que iba a perder mucho con semejante berrinche. Era un hombre maduro, podía hacer eso y más todo el día. Se guardó sus comentarios cuando llegaron, siguiendo a Strange quien parecía que estaba en la editorial, abriéndose paso entre las filas y los empleados como si fuese su piso, llegando con uno de los encargados a quien casi le tronó los dedos, entregando una carpeta que había traído consigo desde esa reunión con los Directivos.
—Necesito que firme esto, gracias por su esfuerzo.
Aquel hombre levantó ambas cejas, mirando detrás la enorme fila que se habían saltado antes de revisar los papeles porque fue difícil no obedecer a un Alfa como Strange. Ventajas de ser tan maldito, se dijo Steve cuando el empleado los llamó a otra oficina menos concurrida.
—Esperen aquí.
—Doctor, disculpe...
—Le dejaremos a Wong los otros escritores, envía su agenda lo antes posible antes de que le dé por viajar de nuevo.
—Buenos días —un agente de migración entró— ¿Stephen Strange, me supongo?
—Doctor Stephen Strange.
—Doctor —imitó en tono de burla el hombre que era un Beta, mirando los papeles que traía, posando su mirada en el rubio y luego en Strange— ¿Así que van a casarse?
—Estaré agradecido si hacemos esto lo más rápido posible.
—¿Steven Grant Rogers?
—A sus órdenes —Steve apretó una sonrisa.
—¿Esto del matrimonio lo están haciendo para evadir a la ley?
—El que sea una coincidencia con mi situación no le da derecho a cuestionar nuestra relación —atajó Strange con una mirada retadora.
—Quisiera que fuese Steve quien me respondiera.
Era claro que aquel agente ya tenía experiencia tratando Alfas agresivos porque no se inmutó ante el doctor, girando su rostro hacia el rubio quien respiró hondo para no sonar nervioso o como un completo idiota que no sabe qué rayos está pasando.
—No, claro que no, pero es que es raro ¿no es así?
—¿Qué es raro, Steve?
—Un jefe con su asistente —cortó Strange una vez más.
—O muy oportuno, diría. Con un Alfa como este no dudo que te sientas intimidado e incluso puedo imaginar que hayas sido amenazado con perder tu empleo de no acceder a semejante petición.
—No, para nada —Steve esperó que no se notara el sarcasmo en sus palabras.
—Steve, ¿de verdad no hay algo que quieras decirme?
Ni siquiera tuvo que girar la cabeza para confirmar la mirada depredadora de Strange, ofreciendo una cordial sonrisa con un ligero manotazo en el aire como quitándole importancia a la tensa situación.
—En realidad sí lo hay.
—¿Qué es?
Luego de un tamborileo de los dedos de Strange sobre el brazo de su silla, el rubio se encogió de hombros como si no pasara nada.
—Lo que sucede es que Stra... Stephen había estado trabajando en mi libro que pronto va a publicarme, yo lo distraje del asunto de su visa con eso. Además de mi ascenso.
—¿Ascenso? —tanto el agente como Strange corearon la misma pregunta.
—Seré editor, no se vería muy bien un ascenso cuando tenemos una relación, por eso tampoco es que nadie sabía nada, ni su abogado.
—Vaya —el agente no se tragó del todo el cuento, sin quitarle la vista de encima— Supongo que sus familias sí saben de su relación.
—No tengo familia —replicó el doctor muy serio— Mis padres murieron y no tengo más familiares.
—¿Steve?
—Ah, sí claro, ellos lo saben, mis padres... mi familia.
—De hecho, íbamos a viajar este fin de semana para anunciarles que nos casaremos.
Fue el turno de Steve para mirar a Strange, ¿cómo rayos...? Sí tenía planeado un viaje ese fin de semana a casa de sus padres por el cumpleaños de la abuela Rogers, que estaba por cancelar por lo de la entrevista de Danvers pues era trabajar extra. Iba a tener que contarle a Sam que ese Alfa sí era un brujo de verdad porque no había manera de que se hubiera enterado de algo así. Nunca se lo había contado, jamás le contaba nada de su vida porque al doctor no le importaba, siempre cambiaba el tema por algún pendiente del trabajo. Steve se pellizcó discretamente para asegurarse de que no estaba alucinando, todavía inquieto por la forma en que su jefe estaba enterado de ese viaje.
—¿Y a dónde vive la familia de Steve? —la pregunta del agente lo trajo de vuelta a la realidad.
—En la casa Rogers, por supuesto —respondió Strange, mirando al rubio para que continuara.
—... sí, vamos a casa de mis padres, en Alaska.
—¿Alaska? ¿Qué parte de Alaska? —quiso saber el agente.
—Es un lugar agradable —comentó el doctor, de nuevo esperando a que Steve terminara su frase.
—Sí, es lindo, se llama Sitka.
—Sitka, Alaska —repitió Strange— ¿Ya puede firmar los papeles?
Una risita maliciosa escapó del agente, quien sacó su pluma para escribir en un papelito.
—Antes de que firme algo, necesitaré hacerles una entrevista que programaré para este lunes siguiente, estarán en habitaciones separadas donde les haremos una serie de preguntas que deberán responder correctamente, si sus respuestas no coinciden a usted, Strange, lo deportaremos a Canadá negándole la entrada a nuestro país para siempre y tú, Steve, tendrás una multa de 250 mil dólares con cinco años de cárcel por fraude al gobierno. Los veré el lunes, entonces, feliz fin de semana.
Strange le arrebató el papel de la misma forma en que arrebataba el café de la mano de Steve, quien salió detrás con la cabeza dándole vueltas porque en su vida había hecho crimen alguno contra el gobierno, era lo que Sam llamaba un niño bueno americano muy patriota y honrado. Cuando salieron a la calle, detuvo al doctor porque no pudo más con esa farsa.
—Esto no está bien.
—¿Qué cosa? —Strange arqueó una ceja al notar que pellizcaba ese fino traje que soltó.
—No puedo hacerlo.
—Oh, vamos, que no te intimide. Ganas diez veces más que él.
—¡Puedo ir a la cárcel! No iré a la cárcel por mentir.
—¿Sobre qué vas a mentir, exactamente? —como era su costumbre, Strange miraba su teléfono y anotaba en su grimorio.
—¿Todo esto?
—No vas a mentir, iremos a la casita de tus padres y practicaremos las respuestas. Por favor, Steve, no están pidiéndote que tengamos sexo frente a ellos.
—Solo eso faltaría.
—Tranquilízate.
—Quiero mi ascenso.
—¿Eh?
—Quiero ser editor. Y mi libro publicado.
—Alguien ya está entendiendo de negocios —Strange bufó, mirándolo unos segundos— Si obtengo el papel, tú tendrás tu libro publicado con diez mil...
—Veinte.
—Veinte mil copias.
—Y mi ascenso o entro a ese edificio para decirle al agente que estoy siendo intimidado.
—¿Dónde habías escondido semejante coraje todo este tiempo?
—Hablo en serio.
—Yo también.
Steve no lo dejó pasar, de pronto se dio cuenta que estaba en una posición en la que jamás creyó que estaría frente a Strange. Karma, diría Sam en su oído de poder verlo. Entrecerró sus ojos, esperando a que el Alfa hiciera otra pausa para verlo cuando notó que no se movían.
—¿Ahora qué?
—Quiero escucharlo.
—Habla como la gente normal, Steve.
—Quiero escuchar la proposición.
—¿Qué...? —Strange cerró su grimorio, algo fastidiado— ¿Lo necesitas tanto?
—Sí. O no hay viaje ni nada.
—Interesante —comentó el doctor casi con un ronroneo, cruzando sus brazos delante con su preciado libro en ellos— Steve, cásate conmigo. Listo.
—No, así no. Soy de la vieja escuela ¿sabes? Me gustan las cosas como antes, una propuesta tal como la haría un Alfa de buenos modales.
Esa última frase picó el orgullo del doctor, quien gruñó antes de mirar a todos lados y rodar sus ojos, arrodillándose frente a Steve con los transeúntes pasando, riendo bajito al ver esa escena antes de seguir de largo.
—¿Esta pose te parece de la vieja escuela?
—Sí, está bien —Steve estaba teniendo una insana satisfacción, sonriendo complacido— Soy todo oídos.
Hubo un momento de silencio tenso donde el rubio creyó que Strange iba a levantarse y mandar todo al carajo antes de seguir humillándose así. La voz suave, casi hipnótica de un Alfa tomó por sorpresa a Rogers.
—Steve, querido, ¿me harías el honor de ser mi esposo?
Por alguna extraña y traicionera razón, Steve quiso sonreír alegre y gritar sí, pero se contuvo a tiempo para salvar su dignidad Beta, alzando su mentón.
—Acepto, Stephen. Te espero en el aeropuerto, voy a tomarme el día libre para prepararme.
Se dio media vuelta, dejando ahí en el suelo arrodillado a uno de los Alfas más temidos de Nueva York. No le cupo duda de que ese viaje iba a ser de lo más divertido, pues Strange no tenía ni idea de lo que estaba esperándolo. Con una sonrisa boba, Steve regresó a casa para llamar a su familia e informarles que llevaría a un invitado consigo, nada menos que su jefe quien también era su novio. La palabra se le antojó algo cursi e irreal, pero la disfrutó de todas maneras.
—Demonios, olvidé preguntarle cómo supo de mi viaje.
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