Capítulo 5
Recostado encima de su estómago, Nathan observó el atardecer desde la ventana de su habitación y dejó de dibujar. Girando sobre su espalda, contempló el techo por unos largos minutos, sopesando en sí debía seguir acostado sin hacer nada interesante o tal vez debería de salir finalmente de la casa luego de una semana completamente encerrado en ella, evitando su caminata habitual por el parque.
Evitando al gran hombre de mirada acosadora y presencia amenazadora llamado Jude.
Porque sí, había estado evitando al hombre al faltar a sus caminatas desde aquel día en que había presenciado parte de sus tatuajes, cuando le hizo una pregunta personal.
Y era sorprendente, que Hanna no le hubiera mencionado nada al respecto, ni siquiera le había intentado obligar a salir de la casa como ella lo haría, y cuál sea que fuera la razón, él estaba bien con ello.
Pero si era sincero, estaba comenzando a extrañar sus cortas conversaciones con el gran hombre, sus gruñidos y acosadora mirada, su presencia amenazadora que, de alguna forma extraña, no le asustaba, y, por el contrario, le hacía sentirse... Protegido.
Lo cual era mucho decir luego de lo que le había ocurrido a manos de dos personas en quienes una vez confió profundamente.
Jude King solo era un tipo que acababa de conocer ¿cuánto? ¿Un par de semanas? ¿Menos de un mes? Y era perturbador como estaba logrando llegar a él.
Pero era extraño, había... Sentía... Una cierta conexión peculiar con el hombre, una que.... Era difícil de describir para Nathan, pero era como si una cuerda o un hilo lo jalaba a él, inspirándole un poco de confianza.
Lo cual por supuesto que estaba mal.
No le podía confiar al hombre extraño, pero condenadamente apuesto y sexy como el infierno sus secretos, sus peores pesadillas que ni siquiera las había conversado con su hermana menor, su única familia.
Ni aunque sintiera que Jude, de alguna forma, estaba pasando por una situación similar que él, o al menos eso reflejaban aquellos ojos verde musgos cada vez que le observaba a través de su flequillo. En aquellos orbes había tantos sentimientos, que casi parecían un reflejo de sí mismo, y eso daba miedo, porque ni siquiera le gustaba verse en el espejo para no observar los demonios a través de su propia mirada.
No podía lidiar con los demonios de otras personas cuando no podía ni con los suyos, si las grandes ojeras eran una gran señal de las pesadillas que habían invadido sus sueños tras volver a encerrarse.
Pero ¿por qué debía de lidiar con los demonios de Jude? Ni siquiera eran lo que se podía considerar unos amigos, apenas eran lo que se consideraba en la categoría de conocidos.
Soltando un suspiro, alzó su brazo derecho y contempló los dibujos de tinta negra que había sobre su piel, cubriendo las cicatrices de quemaduras de cigarros y cortadas que no fueron profundas, pero si largas y muy... Dolorosas.
—Mis propios demonios... —murmuró pasando sus dedos por las líneas de su propio diseño, hecho por él mismo.
Dejando caer su brazo sobre su estómago, contempló el techo nuevamente luchando con el deseo de... Encontrarse con Jude.
Con su estómago rugiendo en busca de atención, fue la perfecta distracción que necesitaba para no pensar en nada más que comida.
Tirando las mantas hacia atrás, se sentó en la cama y tomó la camiseta que descansaba a sus pies. Llevándola a su nariz, la olió y frunció el ceño tirándola al canasto de ropa sucia en la esquina de su pequeña habitación.
—Supongo que una ducha vendrá antes que la comida —bostezó rascando su desnudo pecho pálido.
Levantándose, fue hacia la cómoda y sacó un juego de ropa nuevo antes de salir de su habitación, cruzando el pasillo hasta el final de este entró al baño y tomo una refrescante ducha.
Saliendo vestido con unos pantalones cómodos y una camiseta manga larga, volvió a su habitación por sus cigarrillos y su libro de dibujo antes de bajar.
Dejando el cuaderno sobre el sofá, observó a su alrededor por su hermana y entonces salió al jardín trasero, encendiendo su cigarrillo lo aspiró mientras contemplaba a Hanna recoger la ropa de unos cordeles.
—¿Es entretenido? —preguntó exhalando el humo.
Hanna chilló y se dio vuelta contemplando a su hermano mayor con las manos sobre su pecho.
—No me asustes así —regañó frunciéndole el ceño.
—Solo te hablé —indicó alzando una ceja.
—Apareciste de la nada —gruñó moviendo su mano frente a su cara como si espantara algo—. Apaga esa cosa.
Rodando sus ojos, Nathan tiró al suelo su cigarrillo a la mitad y lo pisó asegurándose de apagarlo.
—¿Feliz?
—Debes de dejar esa porquería, realmente nunca te ha gustado como para que comiences un vicio tan malo ahora —expresó.
—¿Lo dice la niña a la que le tuve que quitar su mesada para que dejara de comprarlos en la calle cuando iba a la escuela? —cuestionó pasando una mano por su cabello húmedo. Apartándolo de sus ojos lo peinó todo hacia atrás con sus dedos.
—Era rebelde y tonta —argumentó.
—No veo la diferencia con el ahora —sonrió ladino.
Hanna rodó sus ojos y le ignoró volviendo a recoger su ropa, doblándola y dejándola en el interior de una canasta de mimbre en el suelo a su lado.
—¿Y ese milagro de que me estás hablando? —preguntó volviendo al interior de la casa junto a su hermano.
—Salí por aire fresco y te cruzaste —respondió encogiéndose de hombros, buscando algo de comida en el refrigerador.
—¿Estás enojado conmigo, cierto? —expresó tomando asiento en la mesa de su comedor abierto, que estaba al lado de su cocina.
Girando con una botella de leche y un postre que parecía ser un trozo de pastel de chocolate, Nathan le observó con curiosidad mientras tomaba asiento en la pequeña isla entre ellos.
—¿Debería? —cuestionó tomando un sorbo de leche directo desde la botella.
—Mira, sé que es una noticia sorprendente e inesperada, ni yo misma me lo esperaba —comenzó y Nathan la ignoró parcialmente mientras comía de su pastel hecho espacialmente por Hanna.
O al menos, eso fue hasta que su atención quedó atrapada en tan solo una palabra.
Embarazada.
Atorándose ligeramente, abandonó la cuchara con pastel en el plato y se apoderó de la botella bebiendo largos tragos de leche que lo ayudaron.
—¿Quién está embarazada? —exclamó.
—Yo —respondió y frunció ligeramente el ceño antes de mirarle con sorpresa culpable—. ¿No lo sabías? ¡Pero yo pensé que era por eso por lo que me estabas ignorando encerrado en tu cuarto! —acusó.
—Todo este tiempo... —agitó su cabeza—. ¿Hace cuánto lo sabes?
—Ugh... Un par de semanas ya —respondió nerviosamente—. Te juro que no fue planeado Nathan, y sé lo que piensas respecto a mi apresurada relación con Adam desde tu punto y esto es... ¿Nathan? —llamó cuando este se levantó y salió de la cocina.
—Solo... Dame algo de tiempo —pidió alejándose.
—¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? —exclamó siguiéndolo—. ¡Nathan! —gritó su hermana y el la ignoró mientras seguía su camino hacia la puerta—. ¡Nathaniel, ven aquí!
Cerrando la puerta detrás de él, Nathan caminó apresuradamente saliendo del jardín delantero y chocó con Adam en la pequeña puerta de la cerca.
—Hey, ¿por qué tanta prisa? —cuestionó interponiéndose en su camino.
—No te metas —gruñó pasando por su lado, intentando empujarlo con su hombro sin lograr moverlo ni un solo centímetro.
La puerta de la casa fue abierta y Hanna hizo aparición nuevamente, su ceño fruncido y sus manos en la cintura.
—Nathaniel.
Torciendo sus labios en una mueca, Nathan la ignoró y siguió su camino. Podía escuchar a la pareja de su hermana intentar hablar con ella, queriendo averiguar el problema y mientras, dándole más tiempo para escapar.
Él realmente amaba a su hermana, era su única familia después de todo, pero a veces era tan insoportable.
Si de la nada le tiraban una noticia tan impactante como un embarazo, era normal que quisiera un tiempo para sí mismo, ¿no? Pero que Hanna entendiera aquello era otra cosa.
Y de solo pensar en que su hermanita, aquella niña a quien cuidó por sí mismo cambiándole hasta los pañales ahora estaba llevando a un ser vivo en su vientre le... ¿Alegraba? ¿Enfurecía? ¿Entristecía?
No lo sabía, y ese era precisamente el problema.
Él solo había bajado, considerando la posibilidad de volver a sus caminatas antes de que su hermana comenzara a joderlo al respecto, cosa que hasta el momento le había sorprendido que no lo hubiera hecho.
Pero claro, ahora hasta entendía por qué no lo había hecho. Por alguna razón, Hanna pensó que él ya estaba al tanto de la gran noticia y que por ello no salía de la casa.
Gran error, no salía para evitar a Jude, para alejarse de las extrañas cosas que el hombre producía en él y ahora... Se enteraba que su hermana iba a tener un bebé dentro de nueve meses. Ella sería una madre, tendría un hijo, comenzaría su propia familia, y él...
Él solo era un estorbo en ella.
Deteniéndose un momento en el parque, Nathan tomó asiento en cualquier banca disponible y se inclinó agarrando su cabeza entre sus manos.
¿Qué se supone que iba a hacer ahora?
Nathan reconocía que en ese momento era un problema andante, uno que vivía de las pesadillas que los despertaban en la mitad de la noche, pidiendo ayuda. Ya no era el hermano mayor confiable que una vez Hanna tuvo a su lado, en ese momento no era más que una cáscara de lo que una vez fue ese hombre, era una carga, un desastre que no sabía cuándo iba a terminar de romperse.
Hanna y Adam necesitaban espacio para desarrollar bien su relación, y aunque tener un bebé tan pronto no era de su agrado, la verdad es que estaba hecho y su hermana necesitaría la habitación que le habían dado para el pequeño o pequeña.
Él estaba sobrante en esa casa.
Y a pesar de que en un principio no había deseado acompañar a su hermana a mudarse a un pueblo tan remoto y lejano, la verdad era que ya le había agarrado el gusto al lugar, sin contar que... Volver a la ciudad donde esos dos se encontraban... No creía ser capaz de soportarlo.
Él solo necesitaba un tiempo para sí mismo, para recuperarse. Necesitaba... Pertenecer a un lugar.
Soltando un pesado suspiro, Nathan inclinó su cabeza hacia atrás y contempló el anaranjado cielo que lo cubría.
Desde pequeños los dos habían deseado tener una familia, una verdadera donde ambos padres estuvieran presentes, y Hanna estaba comenzando a cumplir ese sueño, con él molestando de por medio.
Cuando una persona se sentó a su lado, ni siquiera hizo el intento de observarle para saber quién era, porque ya sabía que no se trataba de Jude, lo cual era lo único que podría sacarlo de su pequeño ataque deprimente.
—El calor de las jodidas tardes es la peor, ¿cierto? —se quejó el pelirrojo hombre a su lado.
Nathan lo ignoró.
—Y con esto no lo mejora del todo —refunfuñó acariciando su vientre grande—. Amo la idea de tener un cachorro, en serio, pero ya me está molestando como mis pies se hinchan y mi espalda duele por algo tan simple como por estar agachado por un poco de tiempo —expresó, quejándose con él como si fuesen conocidos o amigos de toda la vida.
—Elliot —gritó una voz y el hombre a su lado se quejó.
—¿Qué quieres? —cuestionó sin mucho humor al hombre que se detenía frente a ellos.
—¿Cómo que qué quiero? Dijiste que ibas al baño hace una hora y desapareciste —le reprochó.
—Que molesto —bufó—. Por qué no puedes ser un buen compañero como mi amigo aquí —le señaló y Nathan instintivamente se enderezó ocultando su rostro de ellos.
Los ojos de Isaac cayeron sobre el humano, reconociéndolo. Observando a su amigo y su notorio vientre, le tomó de la mano y comenzó a alejarlo en la dirección contraria ignorando las quejas de este.
Cuando la pareja finalmente se fue, Nathan se levantó y observó la dirección que le llevaba a la casa de su hermana frunciendo el ceño.
Hanna no iba a querer se fuera de su casa, mucho menos si eso anunciaba que podría volver a su antigua ciudad, pero él no quería ser una carga para su hermana menor y la pareja de este, quien apenas le veía, ya que siempre trabajaba o tal vez porque nunca salía de su habitación.
Él tenía que irse de esa casa, era lo único que podía hacer por ella, para apoyarla como un buen hermano confiable que fue algún día. Pero para lograr aquello, debía de pensar en muchos planes y si era sincero...
No sabía si era momento de estar solo, porque sabía que no había mejorado en lo más mínimo desde el ataque de Frankie y Gary, quienes creía, que uno era su amigo y el otro... Su pareja.
Con su garganta cerrándose en dolor ante los recuerdos, Nathan se dio vuelta y volvió a caminar en dirección contraria, sin poder pensar en nada más que en aquellas dos personas que lo destrozaron completamente.
Él sabía la verdad, que no tenía un lugar donde volver, que no pertenencia a ningún lugar en realidad. Su departamento en la ciudad no era una opción y ni siquiera tenía un trabajo en el pequeño pueblo para mantenerse a sí mismo.
Nathan resopló una risa amarga.
"Ni siquiera soy capaz de cuidar de mí mismo en este momento" se burló de sí mismo, sabiendo que, si no fuera por su hermana, ni siquiera se alimentaría.
¿Y se preguntaba por qué Hanna era tan entrometida con su vida? Bueno, ahí estaba la respuesta, porque ya no era una persona confiable ni consigo mismo.
Nathan se detuvo abruptamente y pasó sus manos por sus ojos cuando contempló a un verdadero lobo, paseando a tan solo unos metros de él, perdiéndolo de vista cuando paso un gran... Árbol.
Percatándose de pronto que ya no estaba en el pequeño pueblo, Nathan observó a su alrededor no encontrando nada más que color verde en distintos tonos, con grandes árboles diferentes en sus aspectos y tamaños, arbustos y animales pequeños cantando alegremente.
Cuando un aullido de un lobo no muy lejano atravesó completamente el bosque, Nathan admitiría que se asustó, aún más cuando percibió movimiento no muy lejos de él y observó, una cola gris ocultarse detrás de un árbol.
Retrocediendo cuando la cabeza de un lobo apareció, sus ojos se abrieron enormemente mientras contemplaba al feroz y gran animal, más no gritó ni intentó correr lejos.
Realmente no creía que ese fuera el tamaño real de un lobo, era demasiado grande, pero la verdad era que nunca había podido apreciar a ninguno de cerca, así que no tenía el conocimiento más que el que había adquirido a través de la TV sobre estos.
Cuando su pie se enredó con una rama sobresaliente de un viejo árbol, Nathan cayó al suelo con un grito sorprendido y contuvo otro, cuando una puntada de dolor atravesó no solo sus manos, sino que también su tobillo tras caer el suelo.
Con una mueca de dolor, observó sus manos buscando alguna herida de forma rápida, pero no encontró nada más el rasmillado de pequeñas piedras incrustadas en su piel. El sonido de una rama crujiendo y rompiéndose llamó su atención, y cuando alzó su mirada, contempló con pavor al lobo acercándose lentamente con su cabeza baja.
Sin esperar ni un segundo, se levantó y no dudó en correr cuando el lobo le mostró sus dientes y lo comenzó a rodear, como si buscara el ángulo perfecto para atacarlo.
Nathan no se quedó a esperar que lo encontrara, solo se levantó y corrió. No importaba hacia dónde estaba corriendo, ni el fuerte dolor que cruzaba desde la punta de los dedos de sus pies, pasando por su tobillo hasta llegar a su rodilla, nada de eso tenía importancia mientras corría como si su vida dependiera de ello.
Porque de eso se trataba en realidad, un gran lobo feroz lo estaba persiguiendo y si lo atrapaba, moriría dolorosamente, no tenía duda de ello.
Cuando dejó de escuchar al lobo corriendo detrás de él, de sentir su presencia cerca, Nathan aminoró el rápido ritmo de su carrera y observó sobre su hombro en un fugaz vistazo. Al no encontrar nada, se dio vuelta mientras sus pies se seguían moviendo, retrocediendo.
Su pecho subía y bajaba con rapidez, sus pulmones quemaban al igual que sus muslos, y ahora que había dejado de correr, podía sentir la punzada de dolor en su tobillo llegar más arriba de rodilla, como si le estuviesen clavando algo desde su talón, atravesando toda su pierna.
Mirando hacia la izquierda cuando percibió movimiento, Nathan jadeó con sorpresa y movió sus brazos aleteando a la nada, buscando algo a lo que afirmarse mientras su cuerpo caía tras haber dado un paso falso.
Nathan sintió el dolor cuando su cuerpo rodó hacia abajo en una pequeña colina que le llevó al lado de un riachuelo. Quejándose, se incorporó y observó hacia arriba esperando encontrarse al lobo listo para saltar sobre él, pero no había nada.
De pronto, otro sonido llamó su atención. Girando en busca del origen de este, su mirada encontró a una persona, recostada no muy lejos bajo un árbol, disfrutando de la sombra que le proporcionaba este.
El sonido volvió, y Nathan se levantó, cojeando para acercarse y averiguar quién estaba teniendo una pesadilla, porque reconocería aquellos quejidos en todos lados.
Cuando llegó, contempló con sorpresa a Jude, quien se agitaba entre un muy mal sueño a juzgar por la expresión de dolor en su rostro.
—No.... —murmuró Jude mientras sus dedos se enterraban y cerraban sobre la tierra, luchando contra algo.
Y ese algo era lo que estaba despertando la curiosidad de Nathan. Sin poder aguantar más el dolor en su tobillo, se sentó con cuidado al lado del gran hombre y dudó solo un segundo antes de poner su mano en su hombro, intentando despertarlo.
Él sabía lo que eran las pesadillas, lo horrible que podían ser y cómo te lastimaban aún sin ser reales, y eso... Eso era algo que no se lo recomendaba a nadie.
Pero extrañamente, cuando su mano se posó sobre el hombro de Jude, aquella extraña sensación volvió a invadir su cuerpo, y entonces, la expresión del gran hombre se relajó como si una manta de paz le cubriera.
Observando al hombre dormir tranquilamente, Nathan simplemente, por alguna extraña razón en la cual no quiso pensar mucho, se acomodó recargando también su espalda en el tronco del árbol y tomó la mano del alfa dejándola sobre su regazo.
Si bien no creía que pudiera volver a caminar hasta que le revisaran su tobillo, podía esperar a que su guardián acosador despertara para llevarlo devuelta al pueblo, porque tampoco se volvería a arriesgar a cruzarlo solo y sin guía con un gran lobo salvaje rondando cerca.
Podrán encontrar la historia completa en la app Dreame buscándome por sakaikuro.
Cuarto libro de la saga Destino.
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