Incriminado. | 06

Azael


Lilith me observa con la confusión, miedo e incertidumbre gravadas en toda su expresión.

"Las huellas de esta arma blanca corresponden a Azael Smirnov."

Eso no es verdad, no puede, no debe ser...

No recuerdo haberle quitado la vida a nadie, al contrario, yo trabajo para salvar vidas.

Lilith adopta una postura fuerte y firme, el miedo y la incertidumbre que había en sus ojos, ahora es dureza y frialdad.

—Entonces, ¿este era tu objetivo? —Retrocede unos pasos y me observa con cautela, analizando cada expresión o movimientos míos. —¿Cuál era tu meta, Smirnov? ¿Querías limpiar tu nombre, sabotear la investigación?

—Lilith...

—¿¡Qué caso tenía investigar un asesinato si tú eres el asesino!? —Eleva la voz y sus ojos se llenan de lágrimas. —¡Contéstame!

Dirijo mi mirada a sus ojos, quiero explicarle todo, decirle que no fui yo, pero las palabras quedan atoradas en mi garganta. Mi mente grita, pero mi boca no responde. La presión es insoportable, como si todo mi ser estuviera a punto de estallar.

El silencio entre nosotros se alarga, pesado y denso. Me observo a mí mismo en sus ojos, pero no reconozco al hombre que ve. No sé cómo, pero las huellas... las huellas deben estar equivocadas. ¿Cómo podría haber hecho algo así? Mi mente se niega a aceptarlo.

Pero ella no espera respuestas. Sus ojos arden con furia, y su cuerpo tenso se prepara para lo que sea que vaya a pasar después.

Ella se limpia las lágrimas con rapidez, soltando un suspiro pesado. La rabia aún arde en sus ojos, pero algo más comienza a manifestarse: el miedo, la incertidumbre, la confusión.

—No voy a darle más vueltas al asunto. —Hace una pausa, respirando hondo. —Supongo que cada enfermo mental tiene sus motivaciones. Todavía tenemos que ver las grabaciones del disco. Lo haremos en el interrogatorio.

Me observa con un destello de rabia, pero sé que no es más que una fachada, un intento de hacerse fuerte.

Esa es la Lilith que yo construí.

—No debes dejar que nadie te vea vulnerable. —Le dije una vez, mientras golpeaba el saco de boxeo. —Domina tus sentimientos antes de que ellos tomen control de ti.

—No, gracias. No quiero ser un robot, como tú. —Dejó de golpear el saco, su mirada ahora fija en mí, pero en sus ojos había más que desafío. —Pero, ¿por qué lo dices?

—Lo usarán en tu contra. La mayoría de los que trabajan aquí aprovechan cualquier momento en el que alguien baja la guardia.

Desde ese día, Lilith comenzó a controlar sus reacciones frente a los demás, incluso conmigo.

Lo había logrado, aunque no siempre estuviera de acuerdo.

Una leve sonrisa se forma en mis labios.

Justo como debe ser. No llores por nadie. Mucho menos por mí, no lo merezco.

Antes de que pudiera responder, el sonido de la puerta abriéndose interrumpió la conversación. Alguien entra con un sobre en la mano, y lo que trae consigo va a cambiarlo todo.

Mi esperanza de que la situación se resolviera de algún modo se desploma al ver el contenido del informe.

—Rescatamos momentos clave de las grabaciones del disco. —La mujer me observa con desdén, sus ojos recorriendo mi figura como si fuera lo último que quisiera ver. —Aquí están. Fotos de Azael asesinando a Angeline en el sanitario.

Un rubor se extiende por mis mejillas cuando noto que su mirada se detiene en mi pecho, donde un botón de mi camisa lucha por mantenerse en su lugar, evitando que quede al descubierto.

Vaya, parece que tanto asco no me tienes después de todo.

—Gracias, Emma. ¿Podrías ir preparando la sala de interrogatorios para Azael? —Lilith le pidió a Emma, y ella asintió.

Una vez que Emma salió, aprovecho la oportunidad para defenderme, aunque sé que no vale de mucho.

—No soy el asesino, Lilith. Es un error. —Mi voz tiembla, pero no por miedo, sino por la frustración de no poder explicar lo que parece inexplicable.

—Tenemos tus huellas, fotos y videos de ti, Azael. ¿Cómo puedes ser tan cínico y seguir negándolo?

—Edición. —Respondo de inmediato, con la esperanza de que algo pudiera cambiar. —Por favor, déjame probar mi inocencia.

—Supongamos que es edición. ¿Crees que eso cambiaría algo? —Su tono me hace pensar que, en el fondo, quiere creerme, pero simplemente no puede. —La mancha ya está sobre ti. Por más que intentes, eso te seguirá siempre.

—Lilith...

—No, Azael. Se acabó. Hazte responsable de tus acciones. —Su voz tiembla, pero hay una dureza inquebrantable detrás de esas palabras. —Mañana estarás encarcelado, como el mal nacido que eres.

Abro la boca, intento defenderme, pero sé que no servirá de nada. Solo haría que todo se complicara aún más.

—Después de todo, ¿aquí llega tu lealtad? —Su expresión se suaviza por un instante, pero es solo por un segundo. —Te creía mejor que esto.

—Sí, yo también... Pensé que eras diferente. —Me recorre con una mirada llena de desdén. —Me equivoqué. Perdí mi tiempo contigo.

—¡Abre los malditos ojos, me están incriminando!

—¡Yo quiero creerte! —Me grita, sus ojos volviéndose vidriosos, llenos de desesperación. —En serio, quiero hacerlo. Pero no tengo opción, Azael. Soy la jefa de operaciones de campo y tengo que actuar como tal.

Un ardor se instala en mi pecho al escucharla. Esas palabras retumban en mi cabeza, como un recordatorio cruel de la distancia que hay entre nosotros ahora.

"Soy la jefa de operaciones de campo y debo actuar como tal."

<< ¿Ahora sí? ¿Solo cuando es conveniente para ti? Antes, yo era el que tenía que mantenerte a raya. >>

—¿Justo ahora que más te necesito? —Mi tono se endurece, las palabras salen con un veneno amargo. —Bien, operadora de campo. No te necesito a ti, ni a tu maldito equipo de inútiles.

Una punzada de dolor atraviesa mi pecho, y el silencio que sigue es aún más punzante. Las palabras que no dije se acumulan entre nosotros, un muro invisible que sigue creciendo con cada segundo.

Mis ojos no la miran, no puedo.

Sé que esta vez no hay vuelta atrás.

Ni ella ni yo seremos los mismos después de esto.

—Te prometo que... —empieza ella, como si se hubiera dado cuenta de lo que acaba de decir.

Lo lamento, novata. Ya es demasiado tarde.

—No. —La interrumpo, poniéndome de pie de un salto. Me acerco a ella con pasos firmes. —Te dije que no te necesito.

Extiendo mis manos hacia ella, y veo cómo su expresión se llena de confusión, pero no me importa.

—Espósame y grítale al mundo que lograste lo que querías. Ve con Elwin y díselo.

—¿A qué te refieres, Azael? No seas idiota. —Una lágrima le recorre la mejilla, y eso casi me mata por dentro.

Me contengo lo mejor que puedo para no limpiársela con mis nudillos, aunque mi cuerpo lo pide a gritos.

No me gusta verla llorar, pero en lugar de mostrarle eso, mantengo mi postura rígida y fría.

—Sí, ese era tu objetivo, ¿verdad? Demostrarle a la academia que eras digna de estar aquí. Que no eras un error.

—Azael, por favor... —su voz tiembla, y las lágrimas no dejan de recorrer sus mejillas. Mi pecho se aprieta aún más ante la vista. No puedo soportarlo, pero tampoco puedo ceder.

No quiero verla así. Pero lo que más me duele es saber que esta es mi culpa. Mi maldito orgullo, mi desdén por todo lo que ha significado para mí... todo está desmoronándose ante sus ojos.

Pero no hay vuelta atrás. He cruzado un límite y sé que no hay forma de regresar.

—No puedo, Lilith —susurro, mi voz quebrándose más de lo que quisiera. —Lo siento... por todo.

La puerta se abre con un grupo de agentes armados, todos apuntándome.

Genial, ahora ya no me quieren encarcelar, también me quieren matar.

—¡Arriba las manos! —Grita el que supongo que es el líder.

—¡Bajen las malditas armas! —grita Lilith, su tono inquebrantable y lleno de autoridad. Los agentes parecen dudar por un segundo, pero finalmente, el líder asiente y da la orden.

Las armas bajan, aunque los ojos de los agentes siguen fijos en mí, sin perderme de vista.

Un operador de campo tiene la misma autoridad que los superiores (directores), por lo que sus órdenes deben ser acatadas sin cuestionamiento. Sin embargo, la tensión no se disipa.

Los agentes se posicionan estratégicamente, bloqueando todas las salidas de la habitación, haciéndome sentir atrapado de nuevo. Estoy rodeado, sin escape, y Lilith parece ser la única que podría hacer algo por mí... pero...

—Lilith... —susurro, mi voz rasposa, apenas audible. —¿Realmente me vas a dejar aquí?

Ella me mira, su expresión llena de conflicto, una mezcla de tristeza y enojo que no puede esconder.

¿Por qué no me cree? ¿Por qué no puedo probar que soy inocente?

—Te lo he dicho antes, Azael. —Su voz tiembla, la frialdad de su tono rota por un dolor evidente. — Tengo que hacer lo que la misión requiere. No puedo poner en riesgo a todos por alguien que podría ser culpable.

El silencio cae entre nosotros, pesado y doloroso. Cada palabra de Lilith me atraviesa como una daga. Quiero gritarle, quiero explicarle que esto es un maldito error, que no soy el culpable. Pero lo único que sale de mi boca es una sonrisa amarga, vacía.

—¿Así que ya no soy ni siquiera digno de tu confianza? —pregunto, y la amargura en mi voz me sorprende a mí mismo. —¿Esto es todo lo que soy para ti, Lilith? ¿Un caso más?

Ella titubea, buscando las palabras correctas, pero no puede encontrarlas. Justo en ese momento, el líder del grupo de agentes se adelanta, interrumpiendo lo que podría haber sido nuestra última conversación sincera.

—Tenemos una orden contra ti, Smirnov. —dice con frialdad.

Asiento, resignado, y extiendo mis manos hacia ellos, permitiendo que me esposen. No hay otro camino. Desde ahora, tengo derecho a guardar silencio, y todo lo que diga será usado en mi contra.

El agente me empuja hacia adelante, y avanzo por los pasillos mientras me escoltan, unos delante de mí, otros detrás. Mi mirada está fija en el suelo, aunque puedo sentir la presión de los ojos de los demás agentes, observándome, incrédulos ante lo que está sucediendo.

No los culpo. Yo tampoco puedo creerlo.

Levanto la mirada por un segundo y la encuentro con la de Henry. Su sonrisa arrogante me corta como un cuchillo, y me dedica un gesto de despedida con los dedos.

Esa sonrisa... Hijo de perra.

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