Academia de Tallíquemos
Sara miraba las motas de polvo que brillaban revoloteando bajo los rayos de Sol. Cuando era una niña pensaba que aquellas cosas pequeñas que flotaban en la luz eran hadas diminutas. Ya no era tan inocente como antes, tenía diecisiete años, aunque algunas veces se sorprendía a sí misma buscando con la mirada un par de alas en miniatura. Movió una mano hacia la luz y la dejó allí mientras sentía que el calor se extendía por su brazo. El cadáver seco de una araña muerta pasó flotando junto a su mano, y ella, con asco, deseó que se alejara. La trayectoria del bicho cambió al instante haciendo que la chica se sorprendiera. El polvo también comenzó a moverse de una manera extraña, alejándose de la luz, y de Sara. La muchacha se levantó de la cama. Lo que parecía ser magia volvió en un instante a la normalidad.
Algunas veces su teléfono táctil reaccionaba sin que ella llegara a tocar la pantalla, pero si volvía a intentarlo no funcionaba. Era lo más raro que le había pasado hasta el momento. Aquello que acababa de ocurrir la había dejado con dudas acerca de su salud mental. Se puso de pie, tenía que prepararse. Había prometido visitar a su abuela.
Se vistió y aseó gruñendo cada pocos pasos por tener que abandonar la cama. Luego atravesó el pasillo con lentitud. Su madre la estaba esperando en le cocina.
–Ya era hora, pensé que tendría que inventarme otra escusa para tu abuela –dijo Laura.
–Uhum
–Te hice crepas, espero que no se hayan enfriado.
Eso le sacó una sonrisa a Sara que se sentó en la silla para atacar su desayuno.
–Eh despacio, que luego te dolerá la tripa.
–Echta mhu ico.
– ¿Qué dijiste? –preguntó su madre, que en realidad la había entendido perfectamente.
–Que está muy bueno.
–Claro, lo hice yo –Laura sonrió e hizo una floritura dramática con la espátula que llevaba en una mano.
Sara terminó su jugo de naranja y se levantó.
– ¡Ya me voy mamá!
– ¡Espera! ¿No olvidas algo?
–Es verdad, mi bolso –Sara corrió a su habitación y cogió el bolso que normalmente llevaba con ella. Volvió a la cocina.
– Adiós mamá –besó la mejilla de su madre, como siempre lo hacía antes de marcharse.
– ¡Recuerda ayudar a tu abuela en todo la posible! –gritó Laura cuando su hija ya estaba saliendo por la puerta.
–Lo haré.
Era un día estupendo. No había ni una sola nube en el cielo. La abuela de Sara vivía en Mount Dara por lo que tendría que viajar durante algunas horas para llegar allí desde Carolina del Sur. Se colocó los audífonos y adaptó sus pasos al ritmo de la música mientras se dirigía hacia la parada de autobuses. Su cuerpo estaba en piloto automático. Apenas se fijaba en el camino. Comenzaba a tararear una de sus canciones favoritas cuando una furgoneta blanca pasó a su lado con muy baja velocidad y se detuvo en la esquina de la calle por donde ella iba. Cuando la muchacha llegó a la esquina sintió como si su cerebro comenzara a apagarse. Un calambre recorrió su columna vertebral y todo a su alrededor se oscureció.
–Allí estás, pensé que nunca despertarías.
Sara imaginó por un instante que quien le estaba hablando era su madre, quejándose porque dormía demasiado, pero aquella no era la voz de su madre. Abrió un poco más los ojos para aclararse la vista. Se encontraba en una sala de paredes blancas. Había varias camas organizadas en hileras –«un hospital»– pensó Sara. Frente a ella estaba parado un hombre con una bata de médico. El hombre tenía la piel mestiza y era totalmente calvo. La miró con unos brillantes ojos verdes y sonrió.
–Creo que Thom se pasó esta vez con el método de extracción.
–« ¿Extracción? ¿Qué me extrajeron? ¿El apéndice? »
Se tocó el estómago buscando alguna cicatriz pero no halló ninguna. Tampoco sentía dolor, solo un poco de aturdimiento. Trató de levantarse pero solo logró que todo a su alrededor comenzara a dar vueltas.
–Debes darle un poco más de tiempo a tu cuerpo para que se recupere, no te preocupes, en un momento podrás levantarte –el médico le reacomodó a Sara la almohada debajo de la cabeza y cogió un vaso de agua que estaba sobre una mesita –toma, bebe. Es agua con limón, te ayudará.
Sara obedeció. Estaba muy sedienta.
– ¿Qué hospital es este? –preguntó la chica.
–Te encuentras en la enfermería de Althers.
– ¿Althers? Nunca había oído hablar de este lugar –volvió a intentar levantarse y esta vez lo consiguió. Se recostó contra la cabecera de la cama – ¿Qué me sucedió? ¿Por qué estoy aquí?
–Ahmmm… Eso es bastante difícil de explicar –se balanceó sobre sus pies, nervioso– Ahora me doy cuenta de que es la primera vez que tengo que explicar esto a una des… a otra persona.
Aunque aparentaba tener al menos treinta años parecía un niño a punto de decir su mayor secreto.
– ¿Esta es en realidad el Área 51? –aventuró ella.
El hombre rió –No, pero este lugar no debe ser menos extraño para ti.
–Suéltalo ya –dijo Sara impaciente. Algo en su interior le decía que aquella situación no era normal y que ese hombre estaba a punto de contarle algo que cambiaría el rumbo de su vida para siempre. De pronto vinieron a su mente algunos recuerdos del momento antes de desmayarse: La camioneta blanca, apenas se había fijado en el vehículo. También recordó a un hombre que se había abalanzado sobre ella para atraparla mientras caía. La certeza de que la habían raptado la inundó por completo. Tenía que ser fuerte.
El hombre suspiró antes de decir: Bienvenida a la Academia Althers para Tallíquemos.
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