Capítulo 5

Estoy tumbada en mi cama, con Chato a mi lado izquierdo. Lame mi brazo y sonrío. Continúa haciéndolo y decido grabarlo con mi teléfono, luego lo subo a mi historia de Instagram.

Poco después, baja de mi cama y sale de mi habitación. Suspiro y miro un punto fijo en el techo, mi propósito es dejar la mente en blanco, pero no lo consigo.

Puto Alex Calvo.

Necesito acostarme con él cuanto antes, solo así podré sacarlo de mi cabeza.

Ante este pensamiento, decido enviarle un mensaje con el fin de acelerar las cosas. Estoy cansada de ser cauta y paciente.

Leona [21:48]: ¿Estás arrepentido de la decisión de mierda que tomaste esta tarde?

Alex [21:50]: No sé de qué me hablas.

Leona [21:51]: Me pone de mala leche que te hagas el tonto.

Alex [21:51]: Explotas muy rápido.

Leona [21:52]: No siempre. ¿Estás arrepentido o no?

Alex [21:53]: ¿De qué?

Leona [21:53]: Vete a la mierda.

Inspiro y expiro varias veces en un intento por calmar la rabia. No soporto que me vacilen, y él lo está haciendo.

Alex [21:56]: Ni siquiera ibas en serio.

Leona [21:57]: Habría entrado contigo en el probador y te hubiera comido la polla.

El hecho de imaginarlo me enciende, lo cual me preocupa porque a mí nunca me apetece chuparle la polla a un tío. Solo Mike tuvo el placer de meter la suya en mi boca. ¿Por qué se lo permitiría al capullo que está arruinando a mi padre?

Alex [22:00]: No voy a contestar a eso.

Leona [22:01]: Entiendo que no puedas reconocer que te empalmas al imaginarlo.

Alex [22:01]: Para.

Leona [22:02]: Yo sí puedo admitir que estoy empapada.

Alex [22:03]: No puedo hablar, Marice está a mi lado.

Leona [22:03]: Al menos ella podrá bajarte el calentón, yo tendré que hacerlo sola.

Alex [22:04]: No voy a usar a mi novia para bajar un calentón que ella no ha provocado.

Leona [22:05]: Acabas de reconocer que estás tan cachondo como yo.

Alex [22:08]: Leona, esto no está bien. Voy a bloquearte.

Lo hace y me impide que pueda responderle. Maldigo en voz baja. Es mi culpa por dejar que mis instintos me dominen. Con él debo acércame de una forma diferente a como lo hago con el resto de los hombres con los que quiero acostarme. Joder.

Me levanto de golpe y echo el pestillo de la puerta de mi habitación. Aún me cosquillea la entrepierna, necesito aliviarme. De camino a la cama, me deshago de mis pantalones y de mis bragas. Me tiendo en ella con las piernas abiertas y estiro el brazo para abrir el cajón de la mesita de noche y sacar mi Satisfyer.

Llevo mi imaginación una vez más al maldito probador. Alex se baja los pantalones a toda prisa y yo alcanzo su erección con mi boca. Acerco el Satisfyer a mi clítoris y acallo un gemido. Aumento el nivel de intensidad de la succión y en apenas unos minutos exploto en un orgasmo que calma mi entrepierna, pero no mi rabia.

Alex me ha bloqueado. He perdido la forma más fácil y rápida de contactar con él. Ahora tendré que buscarlo en otra parte.

***

Deslizo la plancha por un mechón de mi pelo, despacio, a pesar de que no lo necesito: es liso, sin necesidad de aplicar calor. Lo hago porque me gusta que quede perfecto. El problema es que aún me falta un rato y el nuevo socio de mi padre está a punto de llegar. Si no lo tuviera tan largo, ya habría terminado, pero no pienso cortármelo por nada del mundo. Siempre lo he llevado por encima del culo.

Advierto a mi padre a través del espejo de mi tocador, en el marco de la puerta de mi habitación, la cual estaba abierta porque tenía mucho calor.

—¿Todavía no te has vestido? —se queja.

—Ni maquillado. —Encojo los hombros, despreocupada.

—No quiero recibir solo a Ricardo.

—Estaré a tiempo —digo para tranquilizarlo, aunque no estoy segura de ello.

Suelta el aire retenido en los pulmones y desaparece de mi campo de visión. Está nervioso, quiere causarle buena impresión fuera del ámbito laboral y establecer una alianza más «emocional», y eso nunca ha sido el punto fuerte de los Navarro. Somos prepotentes y soberbios por naturaleza, por lo que, en general, no se nos da del todo bien hacer amigos.

Intentaré sumar en la ecuación, aunque mis expectativas de la noche sean negativas. Una cena cargada de formalismo, seriedad y aburrimiento.

Termino de plancharme el pelo y cierro la puerta para poder cambiarme de ropa. Elijo un atuendo más bien recatado, porque sé que eso es lo que le gustaría a mi padre, a pesar de que nunca ha juzgado mi forma de vestir, la cual suele ser extravagante y sugerente.

A continuación, empiezo a maquillarme. El timbre suena cuando estoy terminando de pasar el gloss por mis labios. Lo cierro a toda prisa y salgo corriendo, descalza, hacia el salón. Mi padre se percata enseguida y me dedica una mirada de desaprobación.

—Él no se va a dar cuenta —aseguro.

—Ponte unos zapatos.

—Papá, lleva un rato esperando.

Bufa.

—No pienso permitir que recibas así a nadie. Abriré yo, tú ve a ponerte unos zapatos.

—Señor, sí, señor. —Acompaño mi burla con el gesto militar y salgo corriendo, entre risas, de vuelta a mi habitación.

Lleva todo el día diciéndome que tenía acompañarlo a abrir la puerta para recibir a Ricardo Jiménez, y ahora cambia de idea solo porque voy sin zapatos. Menuda tontería. En fin, eso que me ahorro.

Me pongo unos tacones de punta picuda en color blanco y me miro al espejo antes de salir. Doy media vuelta y giro la cabeza para admirar lo bien que me sientan estos pantalones. Soy una puta diosa. Por eso no entiendo que Alex Calvo, después de que me demostrara lo mucho que lo enciendo, haya sido capaz de poner distancia. Han pasado dos semanas desde que me bloqueó y no he tenido ningún tipo de contacto con él.

No he actuado porque estaba enfada y tampoco es que tuviera muchas opciones. Buscarlo en su casa o en su trabajo me parece patético.

Llego al comedor y me encuentro con un morenazo que no debe tener más de treinta años. Joder, la nueva generación de empresarios me está sorprendiendo de forma grata.

—Cariño, acércate —dice mi padre, que luego se dirige a su nuevo socio—: Te presento a mi hija.

—Leona. —Le dedico una sonrisa antes de acercarme a darle dos besos.

—Ricardo, encantado. —Me mira con una intensidad que me enciende. Vaya, parece que la noche va a ser divertida.

Nos sentamos en la mesa para cenar. Leonardo se ha encargado de preparar la comida, siempre le ha gustado cocinar. Yo quise ayudarlo, sin embargo, me dijo que no era necesario. Aunque la realidad es que sabía que, en lugar de contribuir, hubiera restado.

Hablan de ascensores y los minutos se me hacen eternos. Incluso me entra sueño. Así que decido cambiar el rumbo de la conversación para poder integrarme.

—¿Y qué edad tienes, Ricardo? —cuestiono.

—Cumplí treinta y uno el mes pasado. Y, por cierto, puedes llamarme Ricky.

Me equivoqué, es un poco más mayor de lo que pensaba. Así que Ricky, me gusta.

—Imagino que no tienes pareja, la habrías traído —concluyo.

—Imaginas bien.

—Mi hija tampoco —añade mi padre—. Es difícil de llevar.

—Gracias, papi. —Le dedico una falsa sonrisa.

—Seguro que es porque ella no quiere —opina Ricky.

—La verdad es que no, estoy centrada en otras cosas.

Mi profesión se convierte en el tema principal de la conversación. No me encuentro en mi mejor momento, me han rechazado en mis últimos castings, pero al menos las marcas confían en mí y en mi imagen. Me gusta ser modelo, sin embargo, mi pasión es ser actriz.

El resto de la cena se me hace más amena, sobre todo porque Ricky y yo nos la pasamos tonteamos de forma sutil. Llevo mucho tiempo sin acostarme con nadie y él parece dispuesto a complacerme. El obstáculo es mi padre.

Una vez que hemos terminado, Leonardo y yo nos levantamos para llevar los platos al fregadero. Ricky también lo hace, a pesar de que le insistimos en que permanezca sentado.

—Te invito a una copa —me dice el moreno en voz baja.

—¿Dónde? —Levanto una ceja.

—En mi casa, por ejemplo.

Se me escapa una sonrisa.

—Primero tendrás que tomarte una aquí, con mi padre.

—No tengo prisa.

—Genial, espérame abajo cuando te vayas.

Tal y como supuse, Leonardo lo invita a una copa. Él acepta y, en cuanto se la termina, se despide con la excusa de que está cansado.

—Papá, Barbi me ha pedido que vaya a dormir a su casa —anuncio—. Te veo mañana. —Dejo un beso en su frente.

No pone objeción, es algo habitual y no le sorprende. La mayoría de las veces es cierto, pero otras, como hoy, tan solo es una excusa para no tener que darle explicaciones sobre mi vida sexual.

Salgo de mi edificio y me encuentro con Ricky sentado en los escalones.

—Podemos irnos —le digo.

—Mi coche está cerca.

—Iré en el mío.

—Pero...

—Iré en el mío —repito, sin permitir que termine.

Le pido la ubicación para no tener que seguirlo.

Casi quince minutos después, estoy entrando en su casa. Nos saltamos la copa porque ninguno de los dos quería tomársela y pasamos a la acción.

Nos desnudamos entre besos en apenas segundos y acabamos en el sofá. Intenta metérmela sin preservativo y, por supuesto, no se lo permito. Ante su excusa de no tener ninguno, me acerco a mi bolso y saco uno. Ya no estoy tan cachonda, de hecho, me siento un poco incómoda después de lo ocurrido, no obstante, vuelvo a besarlo y trato de disfrutarlo porque, como dije antes, llevo mucho tiempo sin sexo y hoy me apetece.

En un movimiento brusco, me coloca abajo e introduce su miembro en mi interior. Mete y saca. Solo mete y saca. Y me gusta, pero no lo suficiente. Entonces se corre. No ha durado ni cinco minutos.

Se deja caer en el sofá, agotado.

A mí la rabia me nubla el juicio, así que me levanto y empiezo a vestirme. «Es el socio mayorista de Ascensores Navarro, ni se te ocurra hacer nada que perjudique a tu padre», me repito una y otra vez.

—¿No te quedas? —me pregunta.

—No.

—Deja que me recupere y repetimos.

Reprimo las ganas de mandarlo a la mierda.

—Lo siento, guapito, yo no repito con nadie. Es una de mis normas.

—Me gusta romper las normas.

Intento sonreírle y, sin decir nada más, salgo de su casa.

Conduzco de vuelta a mi edificio, maldiciendo. Ha sido un polvo de mierda, pero eso no es lo peor. Incluso si hubiera sido una pasada, no debería haberlo hecho. Y este es mi puto problema, que siempre pienso las cosas después de hacerlas.

En cuanto me bajo del coche, llamo a Barbi, que responde con voz adormilada.

—¿Puedo dormir en tu casa? —le pregunto.

—Sí, pero ¿estás bien?

Sonrío por lo mucho que me conoce.

—Ahora te cuento.

Una vez en su habitación, empiezo a narrar los hechos.

—Te lo juro, me he sentido un puto objeto. —Trago saliva con dificultad—. Me ha usado para correrse y en ningún momento se ha preocupado por mi placer.

—Joder, lo siento. Menudo capullo. —Se acerca y me abraza.

—Me preocupa que esto afecte a mi padre...

—Eso no va a pasar.

Bufo, irritada. Maldita impulsividad.

NOTA DE AUTORA:   Estoy disfrutando escribiendo esta historia. Extrañaba escribir.

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