Capítulo 1
Cinco años atrás.
La mujer se abrochó la ropa y arregló el cabello antes de levantarse de la cama y mirar al sujeto desnudo y tendido sobre el colchón.
—Tengo que irme, debo estar en casa a tiempo para ir a una fiesta de trabajo —dijo la joven de aceitunada piel, mientras posaba la mirada sobre los grises ojos del hombre que en ese momento apenas se giró a verla—. Llámame luego y hablamos.
—Bien —respondió el hombre a secas antes de ponerse de pie mostrando toda su desnudez—. Te llamaré apenas me desocupe, también tengo que trabajar esta noche. De hecho debo viajar por un tiempo, pero te llamaré apenas vuelva.
—Vender medicamentos a los hospitales parece ser un trabajo muy demandante —ironizó la mujer; al mismo tiempo, él levantó la vista y recogió su pantalón, sin apartar la mirada de ella a través del espejo, tratando de deducir si estaba probándolo o solo fue un comentario al aire—. Supongo que es la vida de todo agente de ventas.
—Así es —respondió un poco más relajado. Miró su reloj y se dio cuenta de que apenas tenía tiempo para hacer su trabajo—. Debo irme, te llamaré después.
—De acuerdo —concordó la castaña antes de sonreír y acercarse para darle un beso de despedida.
Recorrió con sus dedos el pecho de su amante y no pudo evitar fijar la vista sobre el brazo. El enorme tatuaje que lo abarcaba todo y que mostraba un gladiador romano atraía su vista cada vez que ella lo veía.
Aún recordaba la primera vez que lo vio. Estaba en un antro de poca monta al que ella había ido a hacer sus pesquisas, cuando terminó pudo darse el tiempo de hablar con él, de coquetear y como era de esperarse habían terminado en la cama. Diez meses habían pasado desde entonces y a veces cuando lo veía, sentía que empezaba a extrañarlo apenas se iba, pero él no daba ningún paso más, siempre era lo mismo, se veían, tenían sexo y se despedían hasta que podían verse de nuevo. Todo el contacto que tenían era por teléfono, él la buscaba pero nunca decía nada más.
—Siempre miras mi tatuaje —El hombre interrumpió sus pensamientos mientras se subía el pantalón y esperaba una respuesta de parte de la mujer, quien como único gesto arrugó la nariz—. ¿Por qué?
—Me gusta —replicó la chica y recogió su cabello en una coleta antes de darse la vuelta para tomar su celular—. ¿Me llamas luego?
Un ligero y quesito «sí» salió de los labios de su amante, quien solo le sonrió y le dio un guiño antes de verla caminar a la salida.
—Özge —la llamó él, al verla ir a la salida de la habitación de aquel hotel. Lo dijo con un tono de voz que inquietó un poco a la castaña y la hizo girarse de inmediato—. Tal vez no pueda llamarte o escribirte en varias semanas, pero lo haré después y prometo que te voy a compensar por la ausencia.
—Bien, ya estoy acostumbrada. Tampoco es que yo nade en tiempo, a veces también me desaparezco —contestó la mujer y sonrió para darse la vuelta de nuevo.
Sin embargo, se vio tomada del brazo por el sujeto y atraída a su imponente cuerpo; sin más le dio un largo y seductor beso que la dejó sin aliento.
—Te amo —expresó el hombre para sorpresa de la chica, quien solo le sonrió sin saber exactamente cómo responder a eso—. ¿Hablamos de esto después? —Sonrió.
—Sí —musitó Özge apenas audible—. Nos vemos.
Le dio un nuevo beso y abandonó la habitación de hotel en medio de un tumulto de sensaciones. Negar que se sentía en las nubes sería estúpido. Ella había esperado por algo así desde tiempo atrás, muchas veces se preguntó si él jamás daría un paso en aquella relación y si aquello siempre sería el típico encamarse y adiós; no obstante, ahora sabía que no y que él pretendía una relación formal.
Con la nueva revelación se sintió estúpida puesto que estaba segura de que no decir nada o no responderle con las mismas palabras era lo peor que pudo haber hecho en esa noche, aun así, intentó mantener la calma creyendo que lo entendería.
»¿Sí? ¿En serio, Özge? ¿Eso fue todo lo que pudiste decir ante la declaración? —se cuestionó a sí misma—. ¡Eres una completa estúpida!
Bajó por el ascensor rápidamente mientras pensaba en lo que acababa de escuchar y en el comportamiento que ella tuvo después de escucharlo. Quiso volver sus pasos hasta la habitación pero no lo hizo, en cambio, solo envió un mensaje extenso en el que le explicó el porqué no había dicho nada, pero expresó lo mucho que sentía por él.
Sus ojos se llenaron de lágrimas de la emoción y no dudó en llamar a su jefe para verse cuanto antes. Este lo aprobó sin saber de lo que se trataba, así que sin más se dirigió a casa del sujeto, quien para todos era un verdadero misterio y solo un puñado podía tener contacto con él.
Apenas llegó supo que su jefe ya sabía de lo que se trataba.
—¿Vale la pena? —preguntó en cuanto la vio y le dio una sonrisa—. Ese hombre vale tanto como para dejar lo que tanto te gusta hacer.
—Lo vale —dijo Özge con total seguridad—. Jamie es el mejor.
—No debe serlo si te ha pedido que dejes de ser una agente —añadió con la mirada puesta sobre ella, quien agachó la vista—. Ningún hombre que se diga amarte, corta tus intereses o tus sueños.
—Él no me ha pedido nada, ni siquiera sabe que soy una agente —confesó con total sinceridad, un poco avergonzada también—. En realidad esto me gusta y mucho, tú lo sabes. He sido una diligente agente humo por muchos años, pero tengo otras aspiraciones. Como muchas mujeres, quiero ser madre, casarme; quiero establecerme en un lugar, vivir en paz, dormir sin tener que pensar que alguien cruzará la puerta para matarme. Siempre he querido dejar esto cuando tuviera una vida para hacer con alguien y ahora tengo a Jamie. Como dije quiero una familia, una pareja con la que pueda convivir y no pasarme la vida persiguiendo a los malos.
—Nosotros no somos los buenos, trabajamos para un gobierno que no siempre es noble y mucho menos justo —aseguró el otro mientras tomaba un sorbo de su trago. La analizó con calma, pero la conocía tan bien que sabía que estaba decidida a retirarse por amor—. No sé qué decirte, pero de verdad espero que esto valga la pena para ti. Como sea, siempre vas a tener mi apoyo.
La castaña sonrió y se acercó a darle un abrazo a su mentor como agradecimiento por la comprensión.
—¿Esta será mi última misión? —inquirió mientras el hombre asentía—. Presiento que ya esperabas mi renuncia.
—Lo es, pero siempre puedes reconsiderar —añadió su jefe—. La presentí desde hace meses, cuando te veía sonreír al ver el celular.
—Gracias, aunque supongo que es todo para mí —concluyó Özge con una seguridad que alegró a León, quien no pudo evitar asentir y extender los brazos para recibirla en ellos y darle un beso enorme como agradecimiento a su amistad y su tiempo juntos—. Estoy lista para brillar en mi último trabajo.
—Entonces debes darte prisa —sentenció su jefe y le entregó un pequeño sobre—. Tania estará ahí al igual que Paul, recuerda que tu trabajo es sacar con vida al canciller y su hija, no te detengas en nada más, sabemos que alguien atacará y ese alguien no es cualquier sujeto. Tiene un record imbatible de operaciones concluidas. El vikingo no se irá de ahí sin lograr su objetivo y sin importar si debe destrozar el recinto completo, va a lograrlo.
—A veces creo que ese sujeto no trabaja solo —declaró Özge con el entrecejo fruncido y las ganas inmensas de acabar con él—. Es casi imposible que logre tanto él solo y sobre todo que salga ileso de asaltos tan arriesgados, a menos claro que sea un ser inhumano.
—Es humano pero parece no serlo —dijo Brandon, su jefe, en respuesta y enarcó una ceja para, él mismo, pensar en cómo es que ese sujeto había logrado evadir a los mejores agentes y sobre todo, pensar en quién era, de dónde provenía y por qué mantenía tanto el misterio de su existencia, se había convertido en una obsesión para muchos, incluyéndose.
—Bueno, no es inmortal —aseguró Özge—, nadie lo es y si no es inmortal, una sola bala basta.
—Solo ve con cuidado, tú y Paul son muy buenos —añadió Brandon con la seguridad que le caracterizaba al nombrarlos—, pero no podemos negar que él ha demostrado gozar de información privilegiada que utiliza muy bien para salir airoso. Quien sea, conoce gente que puede decirle más de lo que está permitido.
—Debe tener un informante —declaró Özge encogiéndose de hombros—. No hay otra manera de que lo sepa, alguien le dice y lo mejor que podemos hacer, es encontrar a su informante primero antes de encontrarlo a él. Si tiramos los muros de su casa, cualquiera podrá ver su sala.
—¿En cada caso? —cuestionó incrédulo mientras ella no supo qué responder—. No es solo un informante, es algo más. Empiezo a creer que no es un hombre cualquiera, sino alguien que tiene las llaves de la casa. ¿Sabes a lo que me refiero?
—¿Insinúas que es vidente? —preguntó divertida mientras su jefe rodaba los ojos un tanto fastidiado de que lo tomara tan a la ligera—. Está bien, iremos con cuidado. El tal vikingo, al que todavía no sé por qué le dicen así. Como sea, lo que le ayude a anticiparse no puede ser para siempre y alguna vez va a caer, mejor si es pronto.
—Creo que tiene acceso a los itinerarios. —La mirada de Brandon dejaba claro que estaba seguro de que era algo así—. Como sea, no te fíes y dado que es muy probable que ese hombre aparezca hoy en la noche, solo puedo pedirte que no te arriesgues de más, no quiero heroínas y héroes, quiero que mis agentes vuelvan con vida. Ahora concéntrate, olvídate del novio por un instante y ve a casa para estar lista esta noche.
—Muy bien —respondió Özge y suspiró antes de salir del lugar con dirección a su departamento para estar lista, después de todo, esa noche tenía mucho qué resolver y quería hacerlo con éxito. No esperaba menos de ella misma. En esa misión, esperaba encontrarse con ese tipo y darle caza para aligerar la carga de trabajo.
Eran agentes de distintos gobiernos, aunque se decía que él era un hombre sin lealtad y se vendía al mejor postor, lo que lo convertía en un vulgar asesino. Como fuera, nadie tenía certeza de lo que hacía ni quienes le ayudaban, pero lo cierto era que más de una vez les había jodido las misiones.
*****
El hombre en el auto miró la foto en sus manos por unos segundos y después se vio al espejo y acomodó uno de sus castaños rulos antes de guardar la foto en el interior de su bolsillo. Fijó sus falsas gafas, parpadeó para acomodar los lentes de contacto; se miró detalladamente al espejo como si buscara una imperfección en el disfraz de su rostro. Finalmente, tomó la boina y los guantes cafés, que tan bien combinaban con su abrigo color caqui para bajar del carro; sin embargo, se detuvo cuando el sonido de su celular anunció la llamada del único hombre que sabía su existencia.
—Hay cerca de cuarenta agentes dentro —dijo la masculina voz al otro lado—. Debes irte con cuidado, İnönü y Francine están dentro.
—No sé quiénes son pero deben ser muy malos si estás mencionándolos —farfulló con aburrimiento—. Espero que el tal Inönü y el tan Francine sean amables conmigo.
—Deja de burlarte —espetó la voz al otro lado—. Ninguno de los dos tiene fama de ser muy paciente y si te pillan, van a despedazarte antes de que puedas pensar en tu última voluntad y solo como aclaración Inönü es mujer, es su apellido y Paul se apellida Francine, tiene un historial de captura muy honroso.
—Bien, temblaré al verlos, lo prometo —replicó con diversión y terminó por soltar una risa profunda—. Me voy, la noche no es eterna y hoy estoy muy contento, así que no quiero llegar tarde a casa.
Si hubiera podido ver a través de la pantalla de su teléfono, habría visto la sonrisa de su informante, era una de orgullo.
No obstante, él, no pudo evitar pensar que algo diferente pasaría esa noche, era como si en su interior tuviera un impulso que le augurara que no sería como las veces anteriores. Suspiró un tanto fastidiado consigo mismo por no poder evitar esa sensación premonitoria.
Se ajustó los guantes y después de un último suspiro avanzó unos pasos para adentrarse en la casa de seguridad, donde su chofer esperaba para abordar el lujoso auto y conducir las pocas calles hasta el salón de usos donde esa noche mataría al canciller y su hija.
Apenas unos minutos después arribó al lugar. Se quitó la boina, la dejó en el asiento junto a su portátil y esperó a que su chofer abriera la puerta para descender. Cuando lo hizo miró al hombre que conducía su auto y le dio un asentimiento.
—Cuarenta minutos —musitó el vikingo—. Ni un segundo más.
Intentó seguir su camino, pero su acompañante le habló.
—Rudolf —dijo deteniendo sus pasos—. Con cuidado, hermano.
—No vuelvas a decir mi nombre —advirtió con la mirada puesta sobre el sujeto—. Aquí puedes llamarme como quieras, pero jamás lo hagas diciendo mi nombre real.
—Lo siento.
Rudolf le dio una mirada envenenada y avanzó a la imponente entrada. En sus manos reposaba el sobre color marfil con el sello de la cancillería de aquel país, se plantó en la entrada y la mostró a los embajadores dando una sonrisa y un asentimiento que los hombres devolvieron.
Leyeron el código impreso en la invitación para buscarlo en su sistema y mientras tanto él esperó de forma paciente.
—Bienvenido señor Warner —dijo él hombre de la entrada—. Permita que mi compañero se encargue de su abrigo y de este lado harán una pequeña revisión, por seguridad de todos.
—Por supuesto —concordó Rudolf y de inmediato entregó el abrigo, los guantes color café y siguió cada indicación que le dieron, pasando todos los filtros de seguridad que habían impuesto.
Al finalizar se dirigió a la multitud; nadie notó la segunda piel que le recubría y los guantes tan perfectamente elaborados que nadie en el sitio podía ver que tenía una película en sus manos que se adhería a su piel y evitaba que sus huellas se transfirieran a cualquier cosa que tocara, tampoco intuían que el casi negro cabello que le cubría la cabeza era una peluca, que sus ojos no eran verdes, que sus gafas eran un comunicador. Mucho menos sabían que sus facciones estaban recubiertas por capas y capas de silicona que deformaban por completo su semblante y le daban un aspecto diferente, convirtiéndolo en aquel hombre que nunca encontrarían en el mundo.
Se movió por cada rincón del salón y escuchó a su jefe en el intercomunicador.
—Agentes a tus seiscientas, a tus mil doscientas, a tus mil seiscientos y a tus noventa grados a la derecha tienes al canciller y su hija. Hay exactamente cuarenta agentes en el salón, sé que vas a reconocerlos, así que no creo necesario darte un listado. —Escuchó la voz al otro lado—. No te demores y sal de aquí tan pronto termines.
—¿Dónde están Inönü y Francine? —inquirió desde su lugar sin mirar a ningún lado, tratando de ubicar a los dos más peligrosos y principales custodios del canciller y su hija—. No quiero sorpresas.
—Al otro lado, el más cercano que tienes es Francine, a solo unos metros de tu objetivo e İnönü está dando su ronda —aseguró el agente—. Te está buscando.
—Espero que tenga suerte —se burló.
Avanzó los pasos necesarios y siguió su camino como si fuera rumbo a una de las terrazas y en cuanto llegó, sacó un cigarrillo que tiró al piso más como un capricho que como algo más. Fue directamente caminado por el salón y mientras lo hacía decenas de cigarrillos cayeron al piso y finalmente jugó con una moneda entre sus dedos, una hecha exclusivamente por él y para él, su sello personal.
La miró unos segundos y deslizó su pulgar por el grabado hecho en el acero recubierto que impedía que se fundiera.
«Duque» rezaba la inscripción de esta.
Avanzó despacio por el pasillo hasta encontrarse con el canciller y su hija.
Esta última le sonrió coqueta y él se acercó antes de saludarla.
El canciller le miró y frunció el ceño al no reconocerlo.
—¿Nos conocemos? —cuestionó el hombre mayor.
—No, pero lo haremos —respondió Rudolf con un tono risueño—. Le decía a su encantadora hija que hoy ha sido un día excelente para encontrarnos. La noche pinta explosiva para todos.
El canciller le sonrió incómodo y miró a los lados para buscar a sus agentes, pero Rudolf fue más hábil.
»Estaba por irme, pero no me quiero ir sin darle una moneda de la suerte. —Tomó la mano del hombre y le entregó una moneda—. Un placer verlos, aunque fuese una vez.
—Disculpe, ¿quién es usted? Nadie me lo ha presentado y no recuerdo...
—Un político a más —anunció y la joven comenzó a moverse e intentar tocar su oreja para llamar a sus agentes de incógnito.
—Señor canciller —dijo una voz que los distrajo y cuando volvieron a girarse, Rudolf ya no estaba, así que ambos emitieron la alerta.
Entretanto, Rudolf no pudo evitar sonreír antes de ir a la salida donde de inmediato le esperaba el auto. Lo hizo con toda la calma del mundo.
Afuera sonrió al embajador que recibía y despedía a los invitados. Apenas un par de minutos después le entregaron su abrigo y sus guantes para despedirlo. De nuevo sacó un cigarrillo y lo lanzó en la entrada antes de caminar hacia el auto que le esperaba.
Mientras lo hacía sacó un interruptor que miró unos segundos, presionó el botón y lanzó hacia las jardineras del salón, con una sonrisa de triunfador.
Siguió su camino y solo unos minutos después escuchó el zumbido clásico de una enorme explosión y seguido de esto pudo ver la columna de humo que emanaba la tragedia.
Tomó su portátil y por primera vez en la noche revisó. Una alerta llegó segundos después en la que apareció el saldo preliminar.
—Operación exitosa —musitó para sí mismo.
Al mismo tiempo fue llegando la información minuto a minuto donde confirmaban la muerte del canciller y su hija.
Sonrió victorioso mientras el sobrenombre Mortífero, como lo llamaban luego de cualquier ataque, resonaba y a su vez tanto su interruptor con la inscripción, su fotografía y su moneda con la palabra duque, eran mencionados y lo tildaban de asesino serial en medio de una vorágine de información y confusión.
—Todos los agentes murieron —dijo el chofer—. Eso es lo que me dijeron.
Rudolf no respondió, en cambio fue pasando una a una las fotos de las bajas nombradas en pantalla, entre ellas Paul Francine y Özge Inönü.
—¡Para el auto! —exclamó al mismo tiempo que observaba la pantalla durante largos minutos y no dijo más nada, no pudo hacerlo cuando vio la foto de la mujer que amaba, con la que había estado horas antes, ser declarada muerta—. Özge —susurró dolorido.
Entretanto, en otro lado, segura, llena de escombros y pequeños arañazos tras la explosión, Özge miraba, junto a su compañero, las cámaras de seguridad en donde El vikingo, el duque o Mortífero, como era llamado, sonreía a la pantalla, rompiéndole el corazón al darse cuenta que no era otro que el hombre con el que dormía, su novio, el que horas antes le había jurado amor y que ahora comprendía, no se llamaba Jamie ni era un representante de ventas como le hizo creer, sino un criminal y era su enemigo.
Se juró entonces que lo encontraría a cualquier costo y le haría pagar.
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Hola, hermanas. Ya sé que se están preguntando cómo chuchas lo reconoció, bueno, ya lo sabrán prontito. En fin, en un rato nos leemos con 30 noches con Wayne, Acuerdo con el demonio, 5 reglas para atrapar un marido, (que ya se acaba la semana entrante) Inapropiadamente tuya y tenemos pendiente un extra en el canal de Telegram, no me he olvidado, solo que tuve una semana enferma. Ha llovido mucho, me resfrié, me dio fiebre y ahora ando muda de un oído dijera Callie. Nos leemos más tarde.
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