Capítulo 3: "Los recuerdos permanecen".
[ — Dale una rosa amarilla, las rojas son muy cliché. Si van a caminar, que no sea tan públicamente, los periodistas la siguen mucho. Si están platicando, no menciones a su madre, es un tema doloroso, y sobre todas las cosas... ¡No lo arruines!—. Repitió por novena vez el rubio, mientras su acompañante asentía con la cabeza, pagando la flor mencionada.
Hacían ya dos días desde que se había armado del valor suficiente para invitar a la despampanante hija del alcalde a una pequeña cita, pues sus sentimientos por ella crecían a velocidades enormes, y las inseguridades con ello.
Desde que había escuchado a Chloé decir que estaba enamorada de alguien, los celos y el dolor se habían apoderado de su ser, obligándolo a hacer todo lo posible por conquistarla lo más rápido posible. Una competencia desconocida no le quitaría la mujer más perfecta que había conocido, ella era su alma gemela, ambos se veían como dos idiotas preocupados solo del exterior, pero en el fondo tenían sentimientos, puros y listos para ser valorados.
Cuando la rubia aceptó su invitación, su corazón se llenó de alegría y de inmediato acudió al rubio, pues aunque no le gustara aceptarlo, no había nadie que conociera mejor a Chloé Bourgeois, que su sobreprotector mejor amigo, Adrien Agreste.
Y así es como se había metido en ese enorme lío, ahora tenía al modelo pegado a él y vigilando que todo en su cita saliera a la perfección, incluso eligiendo su ropa. Pero no podía quejarse, al menos lo apoyaba en su propósito de enamorar a la de orbes azúl intenso.
—Bien, tengo todo en la cabeza, pero se que Chloé odia la impuntualidad, así que... ¡Hasta luego amigo, mío!—Comentó, para luego salir corriendo, ignorando los gritos del rubio acerca de mirar y no tocar.
Llegó hasta el hotel de la rubia y subió por el ascensor, dándole un último retoque a su vestimenta y peinado, tratando de verse lo más seguro posible.
—Tranquilo Claude, ella no te dejará plantado por otro chico, ella no te mandará al demonio, todo estará bien. Sólo manten la calma y se tan perfecto como siempre—. Se repetía a si mismo, mientras tomaba la rosa y tocaba la puerta de la rubia.
Lograba escuchar unas risitas y bastante movimiento dentro de la habitación, hasta que finalmente la azabache se asomó y fingió emoción.
—¿Para mi?, ¡no tenias que molestarte!... Te recuerdo que tengo novio—. Comento la fémina y luego ambos se echaron a reír.
—No gracias, me gustan las rubias—. Respondió Claude, con una sonrisa ladina.
—En ese caso... ¡Bourgeois! ¡Tu príncipe azul te está esperando!—. Gritó ella hacia el interior del lugar. —No lo arruines—. Le susurró al joven.
Ya entendía porque salía con el rubio, ambos eran tal para cual, y ninguno de los dos le tenia confianza. Aunque esto no lo desanimaba para nada, al contrario, le daba fuerzas para mostrarle a todos que él podía amar, y lograr que aquella preciosa mujer, también lo amara.
Después de unos minutos, se escuchó un "Ya voy", de una voz muy conocida para él, sintiendo su corazón latir como un loco. Demonios. ¿Cómo es que esa rubia lograba provocar tantos sentimientos en él, en tan poco tiempo?.
La puerta se abrió y de ella salió la joven que vivía en sus pensamientos. Chloé llevaba un impecable vestido blanco de corte princesa que le llegaba hasta la poco más arriba de la rodilla, con rayas negras adornando la parte superior, unas sandalias del mismo tono de las franjas con un poco de tacón, y un bolso pequeño de cuero ecológico. Su cabello estaba suelto hacia un lado, y adornado en el costado por una pequeña peineta con temática de abeja, y su maquillaje era ligero, variando en tonos naturales, hasta concentrarse en sus labios, pintados de color durazno.
Se veía simplemente perfecta, un deleite a la vista. Tan hermosa que podría contemplarla por siempre.
Y al parecer eso estaba haciendo, porque una pequeña carcajada de la azabache, lo despertó de su ensoñación.
—Te ves preciosa Chloé, tanto que me pierdo entre tanta belleza— Sonrió de esa manera tan seductora que él tenía y besó su mano, a lo que la rubia sonrió con altivez.
—Dulzura, yo siempre me veo preciosa, pero tu no te quedas atrás, te ves bastante guapo— Tomó su brazo y él, por su parte, sonrió de lado.
—Y yo siempre soy un bombón, querida—. Ambos rieron y salieron del lugar, dejando una azabache con ataques de emoción, y fuertes chillidos.
—Ellos son almas gemelas...— Suspiró Marinette, de manera soñadora, cuando sintió unas manos abrazar su cintura.
—Como nosotros My Lady— Su sonrisa se ensanchó y voltio, abrazando el cuello de su amado rubio.
—Exacto Chatón—. Comentó ella y se dejó besar por el famoso Adrien Agreste.
••••
Por otro lado, nuestra pareja caminaba por las hermosas calles parisinas, tratando de pasar desapercibidos ante las cámaras, y riendo a sonoras carcajadas por las anécdotas de ambos.
Claude disfrutaba de ver como la rubia sonreía ampliamente al hablar de sus heroínas favoritas, Ladybug y Queen Bee, como fruncía el ceño cada vez que nombraba a la maestra de química, también como sus ojos se iluminaban al ver los murales pintados en algunos sectores, pues le había platicado que tenía un secreto gusto por el arte. Pero lo que más lo conmovía era ver como su rostro de llenaba de una nostalgia y tristeza especiales, al ver las madres con sus hijos.
Ambos compraron unos helados y se sentaron en una pequeña plaza, algo escondida, cercana al barrio del castaño. Él cual no era de los más acomodados precisamente.
—Pensé que no querías ni pisar estos barrios... Ya sabes, aquí no todo es glamour, ni autos lujosos, todo lo contrario preciosa, aquí abunda la pobreza y la falta de recursos—. Comentó él, observando un punto en la nada.
Ella suspiró, y concentró su mirada en una niña que abrazaba un pequeño oso de peluche, está jugaba sola en un columpio.
—Pues estás es un error, a veces puedes encontrar tu misma situación en otros lugares... O paz, la paz es algo que yo jamás logro encontrar en mi hogar, todo es ruido y agitación, en cambio estos lugares están llenos de paz y alegría... Sin contar que hay murales de grafiti, los cuales son todo un arte, mientras nadie sepa que me gusta esto... Mi fama e imagen están bien—. Le respondió la fémina y sus ojos se cristalizaron. —Esa niña por ejemplo, es pobre... Pero está sola, completamente sola y usando como única compañía un oso de peluche... Esa niña soy yo de pequeña y ni en todos los lujos que he tenido, había podido lograr verme reflejada en otra persona... Mi vida es una basura Claude, está llena de vacíos, de frialdad y de soledad, yo también tenia como consuelo un oso de peluche—.
Sintió su corazón comprimirse con fuerza al ver a la rubia, y solo sintió el impuso de abrazarla, dejando que ésta llorará todo lo que quisiera en su hombro, que expulsara toda esa pena que la afligía, para luego secar sus lágrimas con sus pulgares y acunar sus mejillas entre sus manos.
—Chloé, eso fue antes, ahora no éstas sola... Tienes a Adrien, tienes a Marinette, y me tienes a mi... Y yo te prometo, es más, te juro que jamás te abandonaré—. Sus palabras eran casi un susurro, rozando los labios de la dolida rubia, y logrando hacerla sonrojar.— Solo abre tu corazón,y dejame entrar en el. Chloé yo estoy profundamente enamorado de ti, se que solo nos conocemos hace unos cuantos meses, pero estoy completamente seguro que eres la mujer más perfecta que existe, que eres la mujer de mi vida
Solo dame una oportunidad de...—. Sus palabras se vieron interrumpidas por los labios de ella sobre los suyos.
Su mente no tardó en asimilar lo que estaba ocurriendo y sus labios en comenzar a moverse junto con los de ella. Era un beso tierno, dulce, lleno de amor y esperanza. La respuesta que él jamás esperó, pero más deseo.
Si solo hubiera sido más fuerte, y hubiera cumplido su promesa de nunca abandonarla].
A penas pisó tierras parisinas, el castaño se dirigió de inmediato hasta su antiguo barrio, mirando con nostalgia todo el lugar, y sobre todo aquella pequeña plaza a unos pasos de su hogar. Suspiró pesado, los recuerdos invadían su mente, haciendo su corazón estrujarse.
Agitando levemente su cabeza, llevó una de sus manos hasta su bolsillo, de donde sacó un juego de llaves, que le sirvió para abrir la puerta de su antiguo hogar.
Al contrario del gran hotel de la rubia, o de la enorme mansión de los Agreste; su casa, era una pequeña vivienda pareada, que constaba de dos cuartos, una cocina, un baño y una pequeña sala de estar. Cada lugar poseía lo justo y necesario en muebles, con las paredes que se veían manchadas y descascaradas por culpa de la humedad.
A pesar de tener mucho menos comodidades que en su cuarto en Inglaterra, el ojiazul grisáceo se sentía aliviado y mucho más feliz en ese lugar, donde cada rincón le daba un nuevo recuerdo de su feliz niñez y adolecencia. Aún podía sentir la voz de su madre en la cocina, pidiéndole que probara como le estaba quedando su tarta de fresas con arándano, recordar las tardes de videojuegos en la sala, junto al rubio, (traídos por éste último como regalo en su cumpleaños número 18), o las tardes de besos inocentes en el sofá junto a su rubia amada. Y hablando de ésta última, su mirada se concentró en otro lugar, que hizo sus mejillas tornarse rojizas inmediatamente.
Su cama... Mejor se saltaba los recuerdos en ese lugar.
Suspiró nervioso, y tomó su teléfono, revisando las actualizaciones que los paparazzi habían realizado respecto al compromiso Agreste- Bourgeois.
Dios, solo leer esos dos apellidos juntos le daba náuseas. Pero de nada le servía estarse lamentando, cuando debía actuar lo más velozmente posible.
Buscó en todas partes del internet, hasta que encontró lo que necesitaba, sonriendo ampliamente.
"Según fuentes infiltradas entre los conocidos del modelo, hoy se llevará a cabo una fiesta de gala, donde la feliz pareja anunciará su compromiso a la elite parisina.
A éste evento, solo acudirán los más famosos referentes de la moda, junto con algunas figuras publicas, amigos de ambos jóvenes, familiares, y varios millonarios que tienen contratos con ambas familias".
Claude no dudó ni un segundo más y se levantó de la cama a toda velocidad, buscando en sus prendas de ropa, aquel traje elegante que su amiga Bridgitte le había diseñado y obsequiado para el baile de otoño que organizaba su universidad, claro, que como condición tuvo que acompañarla a ella, y ayudarla como modelo para otros diseños.
Cuando tuvo el traje entre sus manos, lo dejó en su cama, para luego dirigirse al baño, despojándose de toda su ropa y metiéndose debajo del chorro agua tibia, dejando que éste relajará su cuerpo y pensamientos.
Él se había marchado de París, huyendo de aquellas duras palabras de ese hombre, que amenazaban con destruir a su pobre madre, la cuál estaba soltera y sin apoyo de nadie más que de si mismo. Sabia que le había hecho daño a su amada, sabia que había huido como un cobarde, pero... ¿Qué más podía hacer él?. Era solo un adolescente de 19 años, inexperto y con miedo de perder a su única familia.
Golpeó la pared del baño con ira al recordar la imagen de ambos rubios presumiendo su compromiso. Estaba seguro de que a Chloé le habían contado cualquier cosa menos la verdad de su partida, porque obviamente eso no les convenía.
¿Qué culpa tenía el de enamorarse de una mujer de clase alta?, uno de los más grandes cliché lo había atacado, pero eso lo hacia inmensamente feliz, pues a pesar de todo, él jamás se arrepentiría de su eterno amor por la rubia hija del alcalde.
Salió de la ducha, amarrándose una toalla un poco más arriba de la cadera y mirando su reflejo en un espejo de su cuarto.
— Si, definitivamente soy demasiado sexy y hermoso para éste mundo, por eso Chloé es mi alma gemela.
Rió, mientras observaba su trabajada figura en el reflejo. Era un hombre al cual le gustaba mantenerse atractivo, parte de su ego.
Se puso el elegante traje azul marino, con unos zapatos negros, camisa azul más resaltante y a juego con sus orbes, y sin corbata, mostrando un estilo más casual, pero al mismo tiempo acorde a la ocasión.
Se arreglo el cabello por unos minutos, pues amaba cuidarlo, y sonrió de lado, mirando el resultado en su espejo.
—No tengo idea como lo haré, pero entraré a esa fiesta y lograré hablar contigo, mi preciosa abejita—.
Sonrió seguro y se dirigió a la puerta, tenía una fiesta a la cual acudir.
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