Capítulo 1: "Escapar, no te hará olvidar".

["Llevaba diez minutos completamente desorientado, buscando el salón que le correspondía. No conocía a absolutamente nadie, pero las miradas de todas las jóvenes sobre él, lo incomodaban bastante.

Si bien Claude se consideraba a si mismo como un adolescente bastante guapo, no le gustaba mucho ser el centro de atención.

Caminó por todos lados buscando la dichosa aula n°8, para luego quedarse parado sin saber para donde ir.

—Hey chico, ¿Podrias moverte?, tapas la máquina expendedora—. El joven despertó inmediatamente de su ensoñación, pues frente a él estaba la mujer más hermosa que había visto en su vida. Su mirada azul intenso penetraba en lo profundo de quien la mirará y estaba cubierta por una fina capa maquillaje al estilo natural, sus rubios cabellos estaban sueltos por su espalda, cayendo en forma de ondas naturales hasta su cintura, sus rasgos faciales eran finos y delicados, pero conservando la forma de una chica aún adolescente, su nariz respingada, y sus labios... Sabia que no debería mirar eso, pero eran tan carnosos y perfectos, cubiertos por un brillo labial cereza. Sintió que algo dentro de si se removió, y carraspeo.

—Oh claro, disculpame, no había notado donde estaba—. Un momento, ¿Y el preciosa? ¿O el bonita? ¿El bombón? ¿O alguna de las payasadas que sus amigos le habían enseñado... Donde las había dejado?, se sintió completamente extrañado mientras movía su cuerpo hacia el costado.

—Ya veo, así que nuevo y desorientado... ¿Cuál es tu salón chico?—. Nuevamente el castaño salió de sus pensamientos para mirar a la despampanante rubia frente a él, que mantenía una ceja alzada, esperando una respuesta de su parte.

—El número 8, supongo que debo estar cerca, ¿Sabes dónde es?—. Pasó saliva nervioso al ver como la rubia quitaba la botella de agua de sus labios y secaba algunas gotas del líquido, con la palma de su mano. Demonios en su vida había visto una mujer mas provocativa en sus gestos.

—¿Me has visto cara de guía escolar?, no cariño no soy de esas...—. La sonrisa se le cayó de la cara al ver el gesto se burla de la rubia, se notaba a leguas que la amabilidad no era lo de ella.—Pero andas de suerte, es mi salón, solo sigueme—. Pestañeo un par de veces confundido y fue tras la rubia, que además ya había partido sin él.

—¡Hey, preciosa, espera!—. Sonrió de lado, tratando de recuperar aquella seguridad en si mismo que tanto lo caracterizaba. —Soy Claude, Claude Faure-Dumont, gusto en conocerte—.Sonrió con picardía, besando la mano de la joven de ojos azules.

—No te lo pregunte, pero es un lindo nombre, aunque no tanto como el mío—. Mantuvo su sonrisa mientras ella tomaba su mentón y lo elevaba para que la mirara a los ojos, notando su propia sonrisa amplia al oír un halago hacia su persona. —Y gracias por lo de preciosa, aunque no es necesario que me lo digas, se lo hermosa que soy—. Al contrario de muchos chicos que habrían corrido lejos al ver la actitud de la rubia, Claude solo amplio su sonrisa, la confianza en si misma que la chica tenía sólo mostraba su amor propio, y alguien que se ama a si mismo, es alguien digno de ver.

—Genial, aunque no me molesta repetirlo cuantas veces sea necesario, linda. —Ella solo soltó una pequeña risita, claramente de diversión ante su insistencia, y rodó los ojos dispuesta a entrar en su salón, pero el fue mas rápido y tomo su mano, un contacto electrizante para los dos—. Antes de que te me escapes, yo te dije mi nombre, espero el tuyo—.

La chica abrió los ojos ampliamente, algo que Claude interpretó como una señal de que le extrañaba que él no la conociera, pero continuó con su sonrisa ladina, hasta que la joven frente a él, curvó sus labios en una altiva.

—Mi nombre es Chloé Bourgeois, la princesa de París y la reina de este lugar.

Si solo le hubiera dado importancia a sus palabras, quizá podría advertir que también se trasformaría en la reina de su corazón, y adivinar que ese título de princesa, le costaría muy caro a ambos].















Él despertó de sus pensamientos al sentir la aguda voz de su amiga reclamarle su poca atención.

—Claude, llevo 10 minutos malgastando mi aire en vano para que tu me ignores, y mires esa ensalada como si fuera la cosa más importante de todo el universo—. Él castaño levanto la cabeza, y sonrió apenado, mirando como la azabache de baja estatura soltaba un bufido e inflaba las mejillas.

—Lo siento Brid, es que tengo la cabeza en mil cosas, mi tesis me tiene con los pelos de punta y mi gel para él cabello se agotó, ¡¿No entiendes lo grave de la situación?!—. Ella sólo rió ante las palabras de su mejor amigo, esa personalidad de divo jamás se le quitaría.

Eso eran Claude y Bridgitte, mejores amigos, porque aunque la azabache hiciera todos los esfuerzos posibles por entrar en el corazón del castaño, eso era imposible. Sabía que hace años él ya tenia a otra mujer incrustada en el pecho, en la mente y en la piel, aunque para ser sincera, no tenia idea quien era esa mujer.

—Si Clau, el mundo se detendrá porque tu pelo no esta 100% brillante—. Él chico dio un chillido de indignación al oír las carcajadas de la de ojos grandes, y se levantó muy dignamente, pasando una mano por su reluciente y bien cuidado cabello, en un gesto que a varias, incluida la joven asiática, las hacia suspirar.

—Mi cabello es fundamental para mi, si mi cabello se ve mal, entonces ando de mala suerte, ¿Acaso no lo entiendes enana?—. Ambos rieron y terminaron de comer, saliendo del campus de su universidad y dirigiéndose hasta un pequeño almacén, en el cuál la joven compraría su nuevo ejemplar de la revista "Gabriel's", pues su obsesión con la moda la llevaba a revisar cada día aquel ejemplar, donde admiraba los diseños del famoso fundador de la corporación, o de su hermosa nuera.

La diseñadora Marinette Agreste era una fuente de profunda admiración para Bridgitte, pues había logrado llegar muy lejos, consiguiendo ser la sucesora del famoso Gabriel Agreste, además de la esposa de su hijo, y la diseñadora personal de la modelo más reconocida de París, la famosa Chloé Bourgeois, y siempre se podía ver a ambas jóvenes luciendo juntas en las portadas en las revisas de farándula.

Claude sólo rodaba los ojos ante la emoción de su amiga por un poco de información de todas esas personas, si tan solo ella supiera que él conocía en persona a Marinette y Adrien, siendo el modelo su mejor amigo en el último año de instituto. Y sobre Chloé... Tan solo escuchar ese nombre producía miles de sensaciones en su interior.

—¡No! ¡No puede ser! ¡¿Por qué a mi Claude?! ¡¿Por qué?!—.El chico solo suspiró resignado, dándole pequeñas palmaditas en la espalda a la chica en forma de consuelo, de seguro algún tacón que le gustaba, estaba fuera de su presupuesto.

—¿Y ahora que pasó Brid?—.La azabache calmo sus dramáticos sollozos y le miró su revista haciendo pucheros.

—Mi amor platónico supremo se casa... ¡Solo tiene 25 años! ¡Que desperdicio!. Primero mi diseñadora favorita se casa a los 21, con un modelo súper famoso, lo cual a mi gusto fue apresurado, y ahora Félix Agreste se casa con su novia, la cuál es preciosa, dos años menor, y es una injusticia para todas sus fans—. Él castaño la miro con expresión de obviedad. ¿Enserio se ponía así por el matrimonio de un modelito con complejo Tsundere?, como detestaba a ese oxigenado sin gracia, siempre había estado enamorado de su abejita, y trataba de alejarlo de ella, como el si venía de buena familia. Lo único que lo aliviaba, es que ni con todo el oro del mundo, el rubio pudo lograr esa mirada que le perecía a él.

—Ya Calmate, de seguro que es un montaje para darle más popularidad al papel que tienes entre las manos, además el pobre de Félix jamás lograría una esposa muy agraciada que digamos, no tiene ni mi hermosura, ni mi carisma, le falta ser más como yo—. Ésta vez fue el turno de la asiática de rodar los ojos, su amigo nunca cambiaría. Chilló y puso la revista frente a los ojos del castaño, donde este pudiera ver bien la fotografía, y apreciar la futura esposa del Agreste.

Su corazón se detuvo un momento, y su altiva sonrisa abandonó su rostro, en el momento en él que vio esa imagen adornando la revista.

—¿Poco agraciada? ¡Esta mujer es preciosa! ¡Y además es la hija del alcalde! ¡Eso no se vale!—.Ella seguía chillando, pero había perdido toda pizca de la atención de Claude.

Era ella. Chloé Bourgeois sonreía mostrando su anillo de compromiso a la prensa, mientras que aquel rubio la abrazaba de la espalda, recargando el mentón en su hombro, aún mas sonriente que ella.

No sabia que lo impresionaba más, el hecho que desde que se había marchado de París no veía tan directamente a aquella mujer de sus pensamientos, y ésta estuviera aún más preciosa de lo que recordaba, que en poco tiempo contraería nupcias con otro hombre por el que jamás había mostrado interés, o el hecho de que hubiera tanta falsedad en esa sonrisa que portaba.

Definitivamente no podía aceptar eso, sabía que era su culpa por ser un cobarde y no haber luchado, por escapar sin decir nada, por no voltear cuando ella había gritado su nombre. Pero joder, maldita sea, como le ardía en el pecho ver que otro hombre sonreía orgulloso a su lado, que abrazaba su cintura como él solamente solía hacerlo.

Ni siquiera se dio cuenta cuando había arrugado la revista con fuerza y sus ojos se habían cristalizado, murmuró un par de disculpas hacia la joven a su lado, y salió corriendo del lugar, odiaba con todo su ser que alguien lo viera llorar. Se odiaba por permitir que eso ocurriera, por no haber dado la batalla, por haberse rendido tan fácilmente ante las adversidades en su relación.

Pero ésta vez las cosas no serían igual. Si en 5 años no había podido olvidar aquellos ojos azul profundo que le quitaban el aliento, ese cabello dorado en el que amaba enredar sus dedos, ya sea para sentir su suavidad, o para dar pequeños tirones en ciertas situaciones, esos labios tan rosados y carnosos, con un embriagante sabor a miel, aquella figura perfecta que había elogiando, abrazado, besado y explorado tantas veces, o su parte favorita... Esa personalidad de fiera capaz de dominar el mundo en sus manos, o de un ser tan sutil, capaz de acariciar una flor sin siquiera tocarla. Porque si no había sido capaz de vivir sin ella en 5 años, jamás se podría resignar a perderla y entregarse a otro sin hacer un último esfuerzo y mostrarle que lo suyo aún no había terminado.

Se armó del valor que no había tenido en todos esos años, y armó su bolso, saliendo de su hogar, con algunos de sus ahorros y sus documentos. Dirigiéndose hasta el aeropuerto en un taxi, mientras revisaba la página en la que se contaba esa "agradable" sorpresa.

—Bien, así que queda una semana para la boda y recién lo publican... Tengo una semana para hablar con ella y explicarle todo lo que pasó, una semana exacta para recuperar a mi miel—. Suspiró mirando al cielo, e implorandole a dios y a su padre, que le dieran suerte y fuerza para su siguiente paso, regresar a París después de tantos años, enfrentar todo aquello que había quedado inconcluso, las consecuencias de sus actos, sus mayores temores, y lo importante... El amor de su vida.

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