4

Aang

Miro su cara empapada de lágrimas, el pecho dolorido. No necesita convencerme. Haría cualquier cosa que me pidiera. Si besarla impide que caiga una sola lágrima más, la besaré un millar de veces. Si va a ser nuestra última noche juntos, espantaré sus lágrimas a besos durante el resto de las horas que nos quedan.

¿Cómo podía haber pensado alguna vez que esta emoción que había entre nosotros no existía? ¿Qué solo buscaba sexo?

Esta conexión. Lo que siento por Thais es visceral y crudo, y puro. Me consumirá, si lo dejo. Nos consumirá a los dos y ya nos habíamos quemado demasiado como para saber que no será bueno.

La miro durante demasiado tiempo. Con lágrimas renovadas, lanza los brazos alrededor de mi cuello y entierra la cara en mi hombro.

Maldiciendo mi error, agarro su cara con ambas manos. Con suavidad. Con una inmensa suavidad. Levanto su cara para que me mire. Y entonces, con una ternura deliberada, aprieto mis labios sobre los suyos.

No puedo aliviar este dolor.

No puedo arreglar este mal que nos hemos hecho.

Lo más probable es que los dos ardamos.

Pero puedo abrazarla y arde con ella una última vez, porque arder juntos es la mejor sensación del mundo. Es el único dolor de la vida que vale la pena.

—Te quiero —murmura, sus pestañas aletean mientras reparto suaves besos por sus mejillas. Su nariz. Sus párpados—. Te quería entonces, te quiero ahora y te querré después. Sin importar qué —Mis labios bajan por su cuello. Mandíbula. Su cabeza cae hacia atrás en respuesta, dejándola al descubierto para mí. Vulnerable por completo—. Después de apuñalarte por verte besar a Lou —las palabras suenan como una confesión—, pensé que jamás volvería a verte. Alguien como tú y como yo no pueden tenerse uno al otro ni siquiera en el más allá.

Entonces levanto la cabeza.

—¿Por qué lo piensas, pequeña? —Las palabras me vienen sin ningún esfuerzo, como si hubiesen estado esperando en la punta de mi lengua.

—Desde el principio estaba condenado al fracaso porque solo nos hemos hecho daño.

Me mira a los ojos con un calor lánguido. —Lo sé.

Thais no se apresura al deslizar las manos por el cuello de mi camiseta, al subirla. Mis propias manos se mueven con calma hacia su camiseta. Retiro la tela que cubre su vientre centímetro a centímetro. La tumbo en el sofá. Ella me quita la camisa por encima de la cabeza. Un intenso calor se arremolina entre nosotros, mientras Thais recorre con un dedo una pequeña cicatriz en mi pecho, mientras yo la ayudo a tumbarse del todo. Mientras saboreo cada una de sus curvas. Con cada respiración, cada caricia —sensual y lenta, como buscando—, la intensidad va aumentando la desesperación silenciosa.

Sus dedos se enroscan en mi pelo.

Mi lengua acaricia su cadera.

―Eres impresionante, pequeña ―le doy besos en el pecho, y después en el hueco del cuello.

—Tú me has llamado «mocosa» desde que te conozco —dice Thais con un suspiro.

Arquea la espalda y muevo mi boca más abajo. Y aún más abajo.

—Sigues siendo una —bajo sus pantalones cortos por sus piernas y le doy la vuelta. Atrapándola. Sus uñas arañan contra los brazos del sillón cuando levanto sus caderas para besarla—. La mayoría de veces actúas como una auténtica.

—Viejo engreído.

—Mocosa malcriada.

Cuando la acaricio ahí en cambio. Su temblor aumenta y aumenta hasta que al final estalla. Se muerde la mano para ahogar el sonido y yo la estrecho con fuerza contra mi pecho. La aprieto contra el sillón. Espero con la respiración entrecortada, no quiero lastimarla ni sobrecargarla. Su cabeza cae otra vez sobre mi hombro y desliza un brazo alrededor de mi cabeza. Sus labios suben al encuentro de los míos.

—No te atrevas a parar —ordena—. No me voy a romper.

Me zambullo en su interior sin decir una palabra más, incapaz de hablar aunque lo hubiese intentado. Deslizo un brazo alrededor de su cintura. Una ráfaga de calor invade todo mi cuerpo. Abrumado, mi otro brazo tira de ella hacia atrás y se envuelve alrededor de sus hombros. La abrazo contra mí. Cuando sus dedos se apoyan en mis antebrazos, no puedo apartar la mirada de ellos. Suaves y morenas sobre mi propia piel más pálida y áspera.

Esa sencilla imagen me comprime el pecho hasta el punto de sentir dolor. Tan parecidos. Tan diferentes. Tan complementados el uno con el otro. No puedo soportarlo. No puedo respirar. Ella es... ella es como el paraíso, pero me fuerzo a moverme despacio. Profundo. En saborearla.

Al oír su gemido, la pongo una mano delante de la boca. —Shh, pequeña. O nos oirán.

Ella tiene otras ideas.

Retorciéndose entre mis brazos, me aprieta contra el sofá e inmoviliza mis manos por encima de mi cabeza. Se inclina hacia mí y me mordisquea el labio de abajo.

—Que nos oigan. Estoy segura que todo el personal ya conoce nuestros gemidos y cuál mujer en mi posición no se callaría al sentir ese placer que das.

El último aire que me quedaba me abandona de golpe. Hago todo lo posible por quedarme quieto mientras ella se mueve encima de mí, con una presión cada vez mayor, hasta que aprieto los ojos con fuerza. Hasta que no puedo evitarlo. Hasta que mis manos se apoyan en sus caderas y la insto a moverse más deprisa mientras me ajusto a su ángulo. Me cabalga como una bendita diosa.

La observo cuando sus labios se entreabren, su respiración se acelera. Aunque la presión en el centro de mi ser aumenta hasta convertirse en dolor físico, aprieto los dientes contra ella.

Todavía no. No puedo correrme aún, debo disfrutar más. ―Eres asombrosa, Thais.

Su cuerpo se mueve en perfecta sintonía con el mío. Ella es perfecta. Había sido un tonto al no haberme dado cuenta antes. Muy ciego.

―Thais... ―muevo sus caderas hacia delante y hacia atrás, aumentando la fricción contra su clítoris.

Siento su sexo tensarse a mi alrededor, constriñendo mi miembro casi hasta magullarlo.

―Aang... ―jadea, saltando con más intensidad sobre mi regazo, con los pechos temblorosos por el movimiento y la respiración trabajosa por el esfuerzo.

Sé que aquel es un recuerdo con el que podré masturbarme en el futuro.

―Venga, pequeña. Ya estás a punto ―le pellizco ambos pezones para regalarle el tipo de dolor que necesita para correrse con un placer cegador.

Funciona al instante, y arquea las caderas con el orgasmo que acabo de proporcionarle. Chilla y gime suavemente, respirando a grititos. Continúa frotándose contra mí mientras se aferra al subidón todo el tiempo posible.

No hace falta que me saque hasta la última gota, porque tengo la intención de hacérselo muchas veces antes de que salga el sol. Le rodeo la cintura con el brazo y la pongo de espaldas. Debajo de mí es donde más me gusta tenerla. Sus piernas se envuelven al instante alrededor de mi cintura, y me hunde los dedos en el pelo.

―Aang... —gime, moviéndose conmigo.

Le paso la lengua por el cuello y continúo entrando y saliendo de ella. Su interior todavía está tenso por el orgasmo que acaba de tener, y yo quiero llenarla con mi semilla hasta que estuviera tan llena que se le escurriera entre las piernas. Contrayendo el trasero con cada movimiento, la empujo lentamente contra el sofá que se mueve, viendo sus pechos temblar con cada embestida. Aquella noche no quiero follármela con agresividad. Ese ritmo es perfecto. Mantiene mi peso encima de ella con las manos a ambos lados de su cabeza. Observo su reacción cada vez que la penetro profundamente. Sus labios forman aquella forma característica suya, como si fuera a volver a correrse. Tiene unos labios irresistibles, muy suaves y dulces. Los cubro con los míos y le doy un ligero beso.

Entonces todo se rentaliza.

No me puedo quitar las manos de encima. Me toca por todas partes, memorizando la sensación de mi cuerpo. Respira contra mi boca entre besos, intentando recuperar el aliento mientras la pasión nos arrastra. Me succiona el labio inferior y después le doy un pequeño mordisco, de esa clase tan sensual que me provoca escalofríos en la columna.

Sus uñas descienden por mi nuca y me aprieta los labios contra la oreja, respirándome en el oído. Todos los sonidos de placer que hace resultan amplificados y maravillosos.

―Aang... qué placer me das.

El miembro se me contrae en su interior, y un quedo gemido escapa de mi garganta. He estado con gran cantidad de mujeres impresionantes, pero ninguna tiene las cualidades para el sexo que tengo con Thais. Es sensual sin proponérselo, y aún más cuando decide hacerlo.

Aprieto mi boca contra la suya y me meto su labio inferior en la boca. Me encanta lo grueso que siento sus labios cuando están estrechamente unidos a los míos.

Ella me pertenece.

Es mía, y de nadie más.

―Muérdeme.

Ella continúa besándome con pasión, enterrando las manos en mi cabello.

―Pequeña, muérdeme.

Abre los ojos y los clava en los míos, todavía besándome en la boca. Me sujeta el labio inferior entre los dientes y me muerde, perforando la piel hasta hacerme sangrar.

Muevo la lengua dentro de su boca, deseando entregarme entero a ella. Quiero que tenga la misma esencia que me mantiene con vida. Mi sangre es su sangre. Cuando me fuera, continuaríamos con nuestras vidas, pero ella seguiría teniéndome. Ella siempre me tendría. Podría llamarme cuando quisiera y me tendría corriendo a su encuentro.

El sabor de mi sangre le provoca un nuevo orgasmo, y vuelvo a sentir cómo se tensa a mi alrededor. Me entierra las uñas en la piel, y esta vez me hace sangrar. Se corre sobre mi miembro, gimiendo dentro de mi boca, con el sexo desesperado por mi semen.

―Dios... sí ―jadea en mi boca con los labios temblorosos de placer.

Joder, voy a echar esto de menos.

―Dámelo. ―Me pone la mano en el trasero para introducirme más en su interior―. Lo quiero todo, Aang.

Aquella mujer es una diosa del sexo. Mi pequeña diosa.

La penetro con más fuerza, empujándola contra el sillón, profundizando el ángulo, deseando tener hasta el último centímetro de mi erección en su interior antes de dejarme ir. Ella continúa moviéndose conmigo, nuestro sudor empapando todo. Puedo sentir la explosión formándose en la distancia. El calor me recorre el cuerpo y sé que estoy a punto de darle todo lo que tengo.

Me lleva las caderas más hacia ella, acelerando el ritmo y haciendo que mis testículos reboten contra su trasero. Abre más las piernas para dejarme sitio y se prepara para el momento de éxtasis. Debe de sentir mi miembro contraerse en su interior, porque exclama:

―Oh, sí...

La abrazo estrechamente mientras descargo, deseando atesorar aquel inmenso placer para siempre. El sexo no es bueno solo porque ella sea preciosa. Es increíble porque compartimos una conexión. Separados habíamos pasado por un infierno. Y juntos, habíamos encontrado la paz. Tener que renunciar a eso me aterroriza más que ninguna otra cosa. La abrazo con más fuerza para ahuyentar el sufrimiento. Quiero aferrarme a aquel momento durante tanto tiempo como pudiera antes de tener que decir adiós para siempre.

Al apartarme, sus ojos están fijos en los míos. La pasión disminuye durante un segundo cuando los mismos pensamientos asaltan su mente. Juntos, somos fuertes, indestructibles. Pero en cuanto nos separamos, nos volvemos igual de débiles.

Me echará de menos antes de que me vaya.

Y yo también la echaré de menos.

Y en ese instante, me doy cuenta que estoy en el punto muerto.

La perderé.

Un dolor atroz invade mis sentidos al darme cuenta. Me doblo por la cintura y casi caigo hacia un lado. Los ojos de Thais se abren al instante, alarmados.

—¿Aang? —Me menea con suavidad—. ¿Qué pasa? ¿Algo va mal?

—Nada. —El dolor se va tan rápido como había venido. De un modo igualmente inexplicable. Cuando veo que no esta muy convencida, sacudo la cabeza—. Estoy bien. De verdad.

—¿Parte de la pesadilla?

—No. Igual ya se ha ido.

Con un suspiro cansado, envuelve los brazos a mi alrededor con nuestros sexos aún unidos. Yo la estrujo entre los míos. Nos quedamos ahí sentados durante varios minutos, simplemente abrazados. Respirando.

Su mejilla cae pesada sobre mi hombro.

—Aang, háblame.

—Mañana tienes que irte —las palabras salen con dolor en mi voz y ella se pone rígida. Tomo valor para continuar. —Ya le dejé un mensaje a Elliot para comprarte un apartamento, no te preocupes no es lejos, es un piso abajo de la de Anjoly... serás libre...

—¿Me estás echando? —su voz sale hueca y fría. —¿Te digo que te quiero y tú me echas de tu vida?

El corazón se me para durante un instante y mis nervios se encienden con intensidad. Siento que la agonía me desgarra y lo único que deseo es salir corriendo. Sus palabras se me pegan a la piel como un hierro de marcar.

Salgo de ella y me desplazo de su tacto. Ella se incorpora y me mira fijamente, cubriéndose el pecho con la camiseta. Su rostro emane dolor como si fuera un sol ardiendo. Su mirada no puede ocultar un sentimiento de traición. Se pone la camiseta luego se lleva las rodillas al pecho.

—Thais...

—Eres un bastardo sádico —dice, levantándose para luego salir corriendo.

Voy hasta su dormitorio después de ponerme el pantalón y la encuentro sentada en el sofá. Tiene el teléfono sobre los muslos, pero ha terminado de marcar. En vez de eso, mira por la ventana, con una expresión vacía en el rostro. Tiene el pelo bien peinado. No da la impresión de que acabara de producirse un momento embarazoso.

Me aclaro la garganta para anunciar mi presencia, con las manos metidas dentro de los bolsillos de los pantalones de chándal. La situación es tensa y no estoy seguro de cómo manejarla. Nunca había experimentado nada parecido. Ninguna mujer me había dicho jamás que me quería, o me amaba. Decían que se siente bien, se sienten protegidas, obsesionadas, satisfechas, pero ¿amar? Nunca. Ni una sola vez.

No se vuelve a mirarme, aunque sabe que yo estoy allí.

—¿Sí? —Su voz es neutra, como si no le importara nada ni nadie.

Normalmente me habría limitado a marcharme y permitir que el tiempo suavizara la incomodidad. Pero tengo miedo de que no decirle nada provocara algo peor.

Me siento en el sofá a su lado, para que no tenga más remedio que mirarme.

—Creo que deberíamos hablar.

—¿Qué hay que hablar? —Sostiene el móvil entre las manos y marca un número lentamente.

Lo apaga y lo deja caer en su muslo con un golpe sordo.

Me lo va a poner difícil.

Tendría que haberlo imaginado.

—Sé que te he hecho daño, y quiero arreglar las cosas, si es que puedo.

—No hay nada que arreglar, Aang. No has hecho nada malo.

—No da esa sensación.

—No pasa nada. Estaba intentando comunicarme con David para que me viniera a buscar, pero como no lo encontré llamaré a un taxi para así poder desaparecer de tu vida. No tienes porque preocuparte.

—No quiero que te vayas —confieso. —Pero es más seguro si te vas. Elliot te seguirá cuidando y tendrás todo lo que se prometió en el contrato e incluso te pagaré por incumplimiento de la misma.

—¿Y tú crees que eso me importa una mierda? —me dice con una calma que me da miedo. —¿Crees que me voy a creer tus putas mentiras de que es por mi bien y por a decir "ah, mi héroe, gracias por salvarme"? Véndele tu patética excusa a otra —suelta toda su ira en mí. —Lo que pasa es que te cansaste de cogerme como tu puto juguete sexual y esa es la excusa perfecta para deshacerte de mí.

―Pequeña...

―No me vuelvas a llamar así.

Cierra los ojos como si acabara de darle un revés.

―Fui una tonta al confiar en ti y pensar que una relación como la nuestra podría funcionar algún día. Ya me he cansado de que me tomes el pelo.

Oír su tristeza me hace sentir fatal porque sé que le he hecho daño de verdad.

―Creo que es lo mejor.

―¿De verdad? ―pregunta mientras nos miramos el uno al otro.

―Sí ―contesto. Se me hace un nudo en el estómago y el corazón me late con fuerza. Una sensación de calor me recorre la columna vertebral―. Thais, por favor ―suplico, pero no sé si le pedía que se quedara o que se fuera. ―Te dije Thais.... ―advierto cuando veo su rostro lleno de horror―. Ya te lo expliqué, tú sufres, yo sufro contigo, sufrimos juntos. Esto está mal, muy mal.... ¡NOSOTROS ESTAMOS MAL!

―Eres un egoísta ―su voz se quiebra. ―¡¿Por qué me hiciste algo así?! ¿Por qué me has hecho quererte si pensabas dejarme? ¡Estás loco! Eres un enfermo manipulador ―grita enojada y su respiración agitada golpea contra mi rostro.

―Cada uno, lidia con el dolor de la manera que más le gusta, Thais, que tú no hayas encontrado como sobrellevar tu dolor, no es mi puto problema, es el tuyo ―le apunto con su dedo índice sobre su rostro―. O peor ―continúo―. Crees que no sé que luchas, contra lo que necesita tu cuerpo, contra tus sentimientos. ¿O piensas que no me doy cuenta? Así que, ni se te ocurra juzgarme Thais ―mi mirada recorre su cuerpo mientras dejo la frase en el aire.

―¿Cómo puedes decir eso? ¡Tú eres mi puto dolor! ¡Tú eres el creador de mi sufrimiento! Todos mis problemas empezaron cuando me obligaste a venir contigo. Y lo peor, es que aunque eres quien fabrica mis lágrimas, siempre vuelvo a ti para que me consueles. ¿Por qué me haces esto? ¿Piensas que haciendo eso puedes arreglar lo que rompiste? ―ruge descontrolada.

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