37
Aang
Si la terapeuta parecía odiar antes, debe odiarme más ahora.
Es evidente por la forma en que me mira fijamente por debajo de sus gafas de montura dorada cada vez que acompaño a Thais a sus sesiones. Ha estado recibiendo una extensa terapia desde que la encontré en esa vieja casa donde Theodore estuvo a punto de meterle un tiro en la cabeza. Y como no confío en nadie más para mantener a mi pequeña a salvo, la he
estado llevando al consultorio de la psiquiatra y luego espero hasta que termina.
Hoy, sin embargo, la Dra. Chevignon está de pie en la puerta de su despacho, cuando nos acercamos. Sus atuendos demuestran que es una hippie y no sé si eso me agrada, o es todo lo contrario.
—¿Le gustaría acompañarnos hoy, Sr. Briand?
—¿Por qué debo hacerlo?
Thais me mira con expresión esperanzada. Lleva un vestido blanco y se ha recogido el cabello en una coleta, lo que resalta su suave tez. Incluso su aroma a rosas es hoy más fuerte que de costumbre.
—Yo... pedí esto. Puedes estar conmigo cuando hable con la Dra. Chevignon, dice que puede ayudar ya que tú juegas un papel importante en mi vida. Entra por mí, ¿sí?
—Vamos entonces. —Entrelazo mis dedos con los suyos y entramos.
¿Qué?
No voy a perder la oportunidad de ver a Thais hablar de todo lo que ha pasado.
Soy consciente de que la Dra. Chevignon la está ayudando. Thais no solo ha salido poco a poco de su capullo, sino que además no ha tenido alucinaciones ni ninguna de esas pesadillas viscerales últimamente. Había tenido que ser el apoyo de Verónica demostrando que era fuerte cuando realmente se estaba derrumbado, pero no se lo quiso demostrar porque su amiga había perdido un hijo que no sabía que existía, el hombre de quien se enamoré solo la utilizó y luego intentó matarla, provocando la muerte de su hijo en el proceso. Fue tanto su shock que tuvimos que internarla en un centro psiquiátrico, ya que intentó suicidarse en dos ocasiones e incluso lastimó a mi pequeña en el proceso.
Thais y yo nos sentamos en el sofá de cuero frente a la silla de la terapeuta. El olor a vainilla inunda el espacio, pero puede que provenga de la propia terapeuta.
Tomar un bloc de notas.
—Empecemos por lo básico —le dice ella amablemente—, ¿cómo estás, Thais?
—Bien —murmura.
Ella la mira en silenco. Sé reconocer esos silencios. Ese es uno de los de no te creo, pero no diré nada.
—¿Has seguido teniendo pesadillas?
—No.
—¿Y ataques de pánico?
—No.
—¿No? —parece sorprendida.
—¿Eso es malo?
—Al contrario, Thais. Es muy bueno.
Luego empieza a preguntarle a Thais por su semana, y mi mujer se muestra sorprendentemente receptiva. Me fijo en las alegres inflexiones de su voz cuando habla de David y Anjoly que ahora viven juntos y de cómo fuimos a visitar a su amiga hace unos días, que Verónica ahora habla.
—¿Has hecho tus ejercicios?
Asiente con la cabeza.
Extiende un brazo para que se los enseñe. Thais le entrega su libreta y espera a sus comentarios. —Esto está muy bien. Tus porcentajes de bienestar son altos. Al menos de que no seas del todo sincera en esas hojas.
Thais frunce el ceño.
—¿Por qué no escribiste nada ayer? —quiere saber, señalando el folio en blanco.
—Se me olvidó. Estuve muy ocupada.
—¿En la editorial? Ahora que llega navidad, tendréis menos trabajo, ¿no? El mes pasado estuviste muy estresada.
—Sí. En la editorial tuve que hacer bastantes cosas, pero me agrada estar ahí... —contesta de manera despreocupada.
La psiquiatra cierra la libreta sin apartar su mirada de la ella.
—¿Cuánto tiempo llevas viniendo a la consulta?
—Unos cuatro meses —responde tras echar cuentas.
—Hasta ahora solo me has hablado de tu día a día, del trabajo, de tu amiga Verónica, Anjoly, David y Elliot... Y un poco sobre ti cuando conociste a Aang... Y de tu infancia, pero por encima.
—Sí.
—Creo que ya va siendo hora de que charlemos sobre algo más. ¿Qué te parece?
—Yo...
Hace una pausa durante unos segundos, su expresión decae y también su voz.
—Lo único que me apetece es estar bien ahora. Y mi infancia no hará eso.
—Pero en ocasiones para llegar a eso necesitamos dar voz a ciertos asuntos.
—¿A cuáles?
—A sentimientos, recuerdos...
La expresión de la terapeuta se mantiene tranquila mientras pregunta en tono tranquilizador: —¿Cómo te hace sentir hablar de tu niñez?
—Mal. No me gusta hablar de mi niñez.
—Tal vez si hablas de ello estes más liberada. Hace un tiempo mencionaste que tenías una niñera llamada Emaline y que era mala. ¿Qué te hace pensar eso exactamente?
—Yo... hice algo... malo —admite al final.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—Sí. No... no lo sé. Sí, ¿es necesario? —la doctora asiente, Thais cierra un momento los ojos. —Cuando papá murió Thalia me llevó a vivir a Francia, pero vivía encerrada y tomaba clases en casa. Me sentía sola.
»Thalia casi no venía, la casa estaba siempre vigilada y no podía escapar, yo está sufriendo, así que una noche quería llamar su atención, robé su llave y entre a su despacho... y me emborraché. Mucho. Y me sentía... no sé cómo me sentía. Emaline me encontró. Y quería que llamará a mi hermana pero... me hizo daño. Y dijo que me lo merecía porque las niñas malas merecen ser castigadas.
—¿Y ese castigó fue?
—Azotes. Me dolieron mucho, pero sentí que me lo merecía, así que, cuando me pidió perdón lo acepté y no le dije nada a Thalia —ella hace una mueca. —Pero todo empeoró ya que empezó a pegarme por cualquier cosa.
»Quien dijo que equivocarse es de humanos, pero pedir perdón es de valiente no era más que un estúpido cobarde que buscaba justificar sus patéticas acciones, porque no hay nada de valentía en pedir perdón cuando sabes que volverás a hacer lo mismo una y otra vez. Lo único que me deja claro es que las personas se acostumbran a pedir perdón para sentirse bien consigo mismo, no porque realmente lo sientan. Solo es su naturaleza. Y para mí la mejor disculpa es el cambio de actitud, de nada sirve pedir perdón y seguir haciendo lo mismo. Valientes son que recogen sus propios pedazos y se arman solos, no los que esperan que otros los arreglen.
La doctora Chevignon sigue observándola sin parecer nada sorprendida. De hecho, hace un buen rato que ni siquiera apunta nada. Solo la mira y la escucha. Yo en cambio, solo tengo ganas de abrazarla y decirle que no fue su culpa, jamás fue suya. En cambio, dejo mi mano descansar en su muslo y le doy un apretón como apoyo.
—¿Crees que hay alguna razón que te lleva a pensar que merecías que te pegarán?
Thais asiente. —No debí haberme emborrachado en primer lugar, ¿qué niña de nueve años hace eso? En gran parte merezco todo lo que me pasó.
—¿Piensas que mereces lo que te hizo el señor Briand?
Thais se tensa a mi lado.
—No lo sé... quizás sí o quizás no, pero sus acciones no fueron las correctas si igual lo merecía. Sin embargo, sé que el amor es más de lo que vemos en las películas o hasta en los mismos libros, es querer a una persona que sabes que está rota, que su corazón es oscuro, que para muchos es un monstruo, pero aceptarlo tal cual es, no buscar que cambie, sino que se transforme en una versión mejor de sí mismo por voluntad propia porque cambiar implica hacer algo distinto, transformar significa cambiar algo dentro de ti para hacer casi todo distinto, ojalá nuestro mundo fuera diferente al que muchas personas viven, pero lamentablemente me tocó este, uno donde el amor y el romance están llenos de oscuridad.
»Donde no te debe la vida, tienes que luchar por ella para aguantar y sobrevivir. Y yo lo hice. Sé que ella está llena de momentos, de caminos sinuosos y giros inesperados. Cada persona que entra en tu vida te ofrece un nuevo mundo, un nuevo lugar y sentimientos, no siempre buenos, y de cada uno tenemos la oportunidad de aprender. Que aceptemos esas lecciones depende de nosotros. De Emaline, aprendí a aceptar el dolor, a entender lo fuerte que es mi cuerpo, incluso cuando se rompe repetidamente, aprendí que todos cambian pero muy pocos realmente se transforman, y de eso, sé que puedo sobrevivir a esto. De mamá qué hay familia que no necesitan de tu misma sangre para hacer, de papá y Verónica que el amor duele y rompe. Cada persona me ha enseñado algo. El amor para algunos es dulce. Para otros es desordenado y desenfrenado, igual todos lo buscamos toda la vida, incluso cuando creemos que no lo hacemos. Supongo que yo tampoco lo hacía, pero lo encontré de todos modos. La cosa es que nunca intenté luchar contra eso, no realmente. Supongo que una parte de mí lo reconoció, y aunque mi mente estaba confundida por el enojo y la ira, en el fondo, encajábamos como piezas de un rompecabezas. Aang lo vio antes que yo. Vivía en la ignorancia, sin querer doblarme y romperme más de lo que estaba. Él no, él abrió esos muros dentro de mí, negándose a esconderse de la verdad. Algunos podrían llamarlo loco, pero tal vez solo es real a sus deseos, es capaz de decir lo que quiere sin importar las opiniones de los demás... y, de acuerdo, está loco. Pero a mí no me importa, quizá estoy igual de demente que él y por eso encajamos. Las personas aman los polos opuestos porque se atraen, pero a mí siempre me ha gustado la explosión que forman los polos iguales. No es común ni aburrido, sobretodo porque no todos viven después de esa explosión. Así que, sí amo el caos y Aang es mi caos.
Suspira, haciendo una pausa. Luego continúa.
—Sé que lo he perdonado y sé que todo queda en el pasado, pero no dejo de pensar qué pasaría en el futuro, y en lo que me dijo Verónica.
—¿Qué dijo exactamente su amiga? —insiste la doctora.
—Mi novio me maltrató física y psicológicamente, fue grosero, me faltó al respeto porque dije algo que no debía o porque me metí en sus asunto... y en lo único que ponía pensar era que tenía que cambiar, que tenía que entender al hombre, que debía aguantar porque tuvo un pasado difícil, que está roto y por eso me hiere, pero eso no significa que no me ame, al final siempre matamos a lo que amamos...
»Así que, ama sus golpes, ama sus insultos, ama sus humillaciones, ámalo hasta que sangres y él cambiará por ti. Y todo eso me golpeó duro porque recordé cuando Aang dijo que valía menos que una puta ya que ellas sí cobran por lo que yo le daba gratis. Quizá su intención en este momento era recordarme nuestro trato, hacerme reaccionar por actuar infantil por algo que me dijeron, pero sus palabras dolieron en ese instante, me hicieron sentir que no valía nada y que al final Emaline tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Que si mi mamá y papá fueron capaces de elegir otro destino que implicaba no estar cerca de mí... es porque se dieron cuenta que fui un error... mamá se fue porque yo era un error y papá se suicido por ese mismo error. Además, mi hermana apenas estaba en casa, así que, pensé que ella pensaba igual y por eso no me quería cerca.
No puedo evitar las lágrimas al escucharla.
La miro fijamente y luego veo cómo su mano tiembla en la mía. Se necesita valor para que admita que, en cierto modo, empatiza conmigo. Aunque vaya en contra de sus principios fundamentales. Pero que aún le duele todo lo que le he hecho y dicho.
Lo que no sabe es que a mí me mata escucharla decir eso en este momento.
La terapeuta toma algunas notas en su bloc y se aclara la garganta mientras desliza su atención hacia mí.
—¿Qué piensa de lo que dijo Thais, Sr. Briand?
Miro a Thais mientras hablo con la voz quebrantada.
—Creo que eres valiente por verlo desde mi lado, incluso si no tenías que hacerlo.
»La verdadera valentía en este mundo de cobardes se demuestra cuando te pones en el lugar del otro, aunque sea solo por un segundo. Y, joder, pequeña, no tengo vida suficiente para pedirte perdón por haber sido un completo idiota.
—Pero somos una pareja. Se supone que debo verlo desde tu lado... al igual que tú debes verlo desde el mío, Aang. Al igual que deberías ponerte a pensar el por qué me gustaría alejarme un tiempo de ti.
Sé a lo que quiere llegar. Thais quiere que vea que me acepta como soy, pero ahora quiere acepte la nueva versión de sí misma. Y aunque entiendo sus ganas de querer empezar, no se puede escapar de la realidad de nuestras vidas. En todo caso, ambos estamos condenados al lado del otro.
Pero para mantenerla y blindar su mente, tengo que ser más comprensible con su frágil mentalidad.
Tengo que dejarla ir.
Esperaré hasta que se reconstruya. Si es lo que necesita.
—¿De qué te gustaría alejarte? —le pregunta la doctora Chevignon.
—De.. Aang —sus labios tiembla.
—¿Por qué?
—No importa.
La doctora se inclina ligeramente hacia delante, enfatizando cada palabra. —¿Por qué te quieres alejar realmente, Thais?
—Porque...
—¿Por qué? —pregunta ella.
Me cuesta respirar porque yo sí sé porque.
—Porque...
Sus ojos brillan.
—Dilo.
—¡Porque amarlo en este momento me está matando! —solloza. —La mayor paradoja del ser humano es que no nos gusta quedar con lo que es bueno para nosotros... quizá sea la razón por la que deseo quedarme tanto. Dios sabe que lo amo con el alma, pero... el amor no lo cura todo.
Las palabras salen disparadas de su boca como balas de una pistola y van directamente a mi corazón. Jadeo al darme cuenta de que es una muerte que aceptaría de buen grado con tal de tenerla a mi lado.
—Te mentí... las pesadillas han cesado. Pero sigo sin estar bien. No estoy bien... nada está bien. Pensé que una vez dejara de tenerlos y que perdonara iba a superar mis traumas. Pero no es así, no lo siento así.
La doctora la mira dulcemente. —Ya lo sospechaba, solo quería que lo dijeras en voz alta.
—Y usted dijo en la terapia anterior que el amor no duele, si duele es un apego. Si te duele es porque debes de trabajar más en ti, pero no es amor lo que sientes por esa persona.
»Todos tenemos vacíos, traumas y cuando conocemos a una persona que lo llena a eso lo llamamos amor. Pero solo son personas que llenan nuestros vacíos y por eso nos duele tanto dejarlos. Antes de volver a tener una pareja quiero trabajar en mí, tengo que amarme a mí primero encima de cualquier persona. La salud mental y mi paz es muy importante. Y alejarme sería el primer paso para lograrlo. No quiero estar con Aang para llenar mis vacíos, sino para completar mis propósitos.
Cierro los ojos, aunque fuese solo para contener más lágrimas delante de mi mujer.
No puedo sonreír. Es más, quiero llorar y rogar como ese niño de siete años que fui y pedirle que por favor no me deje.
Soy incapaz de aceptar aquel momento. Me duele horrores saber que debo apagar uno de los pocos rayos de luz que me quedan, porque, si me
aferraba a ella y ella a mí, jamás va a mejorar.
Le pido a la doctora un momento a solas con ella.
—Este es el final, ¿verdad? —le pregunto—. Nuestro final, donde nuestros caminos deberán dividirse.
No contesta. Clava los ojos en un punto indefinido de la habitación, pero no dura mucho tiempo. Empleo todas mis fuerzas en mantener un ritmo tranquilo de respiración, en no echarme a llorar, pero... no puedo. Siento que, en realidad, todo es mi culpa. Que estar conmigo, en aquel momentos, no es bueno para ninguno de los dos. Lo que había sucedido con Verónica había terminado de rasgar la venda que tenía en los ojos. Por fin ve la realidad con claridad. Y, aun así, no logra contener las lágrimas. Y se romper delante de mí, cuando mis ojos cargados de dolor se posan en los suyos.
—Pequeña...
—Tengo mucho miedo —confiesa—. De estar sin ti, del futuro... pero necesito irme. Pero no es un adiós para siempre, sino un hasta pronto. Tu necesitas seguir avanzando y yo no voy a ser quien te impide. Yo necesito encargarme de mí misma. Cuidarme antes de estar en una relación sana con alguien.
―Siempre seremos nosotros contra el mundo.
Deja escapar un leve suspiro.
―Lo sé, Aang.
―Sé que no quieres irte ―digo sin mirarla―, pero... duele. Duele porque siento que muero sin ti...
Porque es mi chica.
Y mi obsesión.
Mi culpa.
Probablemente mi condenación.
Y mi absolución.
Siempre pensé que hay una línea entre el bien y el mal. Moralidad e inmoralidad. Pero ella está en el otro extremo.
Crucé todos los límites con los dedos cubiertos de sangre.
Mataría a cualquiera que se interpusiera entre nosotros y reduciría el mundo en cenizas solo para mantenerla a salvo.
Pero tal vez al único que debo reducir en cenizas para mantenerla a salvo sea a mí mismo y si tiene que partir mi corazón para reconstruir el suyo, lo acepto, lo acepto a pesar de sentir que una parte de mí se muere con su adiós.
—Aang —susurra, buscando mis ojos con los suyos—. Sabes que te amo, ¿verdad?
El corazón me duele y siento como si me hubiera apuñalado en lugar de aliviarlo.
Sus palabras deberían aliviarme, pero no lo hacen.
Es más es como si me abriera el pecho y me sacara el corazón con sus propias manos.
Me observa, notando cómo mi cuerpo se mueve mientras trago saliva. Finalmente mis ojos, que había escondido de nuevo, vuelven a buscar los suyos, y contesto: —Lo sé. Como también sé que yo te amo a ti con todo el alma. Y que te esperaré, Thais. Lo que haga falta. Esperaré.
Hola, espero que estén bien y hayan tenido un excelente bien de semanas.
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