35
Thais
Lo estaba haciendo muy bien hasta que recaí.
Después de salir de ver a Verónica me bebí más de una sentada de lo que había bebido en toda mi vida. Fui a un bar, pedí una y otra vez, ahogándome en el alcohol que tanto adoraba. Haber dicho que prácticamente era como ella y a pesar de de Aang sea la persona que más daño me ha hecho en el mundo sigo con él, así que no puedo venir y fingir estar bien cuando yo estoy igual o más jodida que ella me había afectado seriamente el cerebro.
Me ha hundido en las profundidades del mar.
Me asfixia en el abismo.
Aquello es lo que yo quiero, es el camino que había elegido.
Pero hace que el corazón se me parta de dolor.
En algo tiene razón; le di el poder a Aang de destruirme y me destruyó más de una vez, sin embargo, sigo a su lado porque lo amo y no puedo dejarlo ir. Y aquello es masoquismo.
Siempre había bebido con regularidad, pero nunca había perdido el control de mis facultades. Ni siquiera había estado borracha como para no saber con exactitud lo que hago. No desde que conozco a Aang, desde que estoy con él nunca había vuelto a ser como antes.
Simplemente, bebía mucho. Había una gran diferencia.
Pero ahora parezco estar compensando todo el alcohol que no había bebido. Ahora estoy rellenando mis células con el alcohol que ansia. Calma mis emociones y me insensibiliza lentamente para no tener que enfrentarme a la realidad.
Así es más fácil plantarle cara.
Acabo en la habitación de Aang con el cuerpo más débil de lo habitual porque había bebido demasiado. No considero que estuviera borracha, pero definitivamente estoy un poco afectada. Por suerte, tengo chófer, así que nunca tengo que preocuparme de ir conduciendo a los sitios por mi cuenta.
La puerta se abre y entro a su habitación.
Aang esta en el baño; me llega a los oídos el sonido del agua salpicando y corriendo. Todo se detiene cuando me oye y aparece un instante después vestido únicamente con los pantalones deportivos.
Justo como yo esperaba que estuviera. Al parecer se estaba cepillando.
Una marcada uve se perfila en su cintura, extendiéndose hasta sus caderas y enmarcando sus abdominales. Los músculos del abdomen se le mueven al caminar hacia mí, y los pectorales permanecen como una pared inamovible e inquebrantable mientras se aproxima a mí.
Sin pronunciar palabra, me rodea la cintura con los brazos, se inclina hacia delante y me besa.
Yo le devuelvo el beso, cayendo rendida en la adicción que más alegrías me aporta a esa patética existencia. Antes mi droga era el alcohol, pero tiene un toque desagradable si tomas demasiado. Con Aang soy incapaz de saciarme, aunque los efectos secundarios son peores que el alcohol sigue siendo mi droga favorito y va a ser mi eterna adicción.
Su suculento beso se va apagando y se echa hacia atrás para mirarme. Sus ojos se posan en mis labios, pero no con la intensidad a la que yo estoy acostumbrada. Están cargados de sospecha y, un momento después, de decepción.
—Has estado bebiendo.
—Sí... un poco.
—Mucho quieres decir.
—Pues mucho.
No aparto las manos de sus bíceps y hundo las puntas de los dedos en los músculos. Es cálido, suave y duro, todo al mismo tiempo.
Su mirada de desilusión no cambia. Se queda contemplándome con ferocidad, como si quisiera regañarme pero no encuentra las palabras adecuadas.
—No volverá a pasar... iba muy bien, lo de hoy solo ha sido un simple desliz.
Me aprieta ligeramente las caderas antes de reducir la presión.
—¿Me lo prometes, pequeña?
Me pesan los ojos y tengo los párpados entrecerrados y, aunque estoy cansada, también me siento más cariñosa. Quiero sus labios ardientes por todo mi cuerpo.
—Te lo prometo. Me voy a controlar cuando se trata de alcohol.
Aquello parece bastarle, porque me da un beso en la frente, perdonándome por mi estúpido error.
—¿Qué ha pasado? —mueve los labios contra mi frente mientras habla.
—No quiero hablar de ello... —si le cuento que estoy deprimida por Verónica, intentaría convencerme para que no vuelva a verla, y aquello dará lugar a una dolorosa conversación que no me siento capaz de volver a mantener.
Me pone la mano en la mejilla y me levanta el rostro para obligarme a mirarlo.
—Cuéntamelo.
Clavo la mirada en sus poderosos ojos y de repente me siento vulnerable e indefensa. Cuando se trata de aquel hombre tan masculino, con sus brazos surcados de venas, su mandíbula cincelada y un increíble parecido con el peligro, deseo despojarme de mi armadura y exponerme a él por completo... incluso aunque me haga daño.
—Fui a ver a Verónica.
No reacciona.
—¿Qué te dijo?
—Que casi nunca elegimos a la persona correcta sino aquel que más daño nos hace y que yo soy una estúpida por seguir queriendo aferrarme a tu amor.
Deja la mano posada en mi mejilla y sigue mirándome con la misma expresión. Debe de creer que estoy borracha porque no intenta argumentar nada como habría hecho normalmente. Lo único que hace es escuchar.
—En un mes habremos terminado el contrato donde prometes dejarme ir, en donde yo me había prometido que una vez llegara a su final me iría sin mirar atrás, pero no quiero irme —digo. —He sacrificado mi libertad por amor. Algo que me había prometido a mí misma que jamás haría.
—Conmigo siempre serás libre de hacer y ser quien quieres ser. No estás atrapada, solo estás siendo amada.
—No quiere dejarte ni puedo dejarte. No sé qué tienes que me vuelve así...
—Es el amor ―dice con sencillez―. Es la emoción más fuerte del mundo. Fue el amor lo que me hizo matar a muchos para protegerte. Es el amor el que te hizo matar para protegerme. Es la mayor locura que has cometido en tu vida. Podrías haber acabado entre rejas por asesinato, pero te dio igual, a pesar de no estar tan familiarizada como yo con la muerte. Y sé que lo volverías a hacer un millón de veces solo para protegerme como yo haría por ti.
No hay mentiras en mis palabras. Nunca hubiera matado si él no me hubiera entrado a su vida.
—Mataría siempre y cuando sea para defenderte. Pero también quiero estar sola para pensar mejor en nuestro futuro. Sin embargo, no estoy preparada para renunciar a ti... estoy ridículamente enamorada de ti ―joder, a lo mejor sí que estoy borracha. Lo suelto todo como una maldita idiota. Le había dicho que le quería antes con la pasión del momento y básicamente es lo mismo que estar borracha. ―No quiero verte con nadie más... no quiero ni que pienses en nadie más...
»Me pongo tan celosa de solo pensarlo... no quiero perder lo que tenemos porque es una maldita maravilla... eso lo mejor que tengo en la vida, pero tengo que dejarte marchar... tú tienes que dejarme ir. Tengo que ser egoísta, tengo que poner mi felicidad en primer lugar, así todo lo demás durarán más.
—No, no tienes que hacerlo —susurra. —Yo no puedo hacerlo. Soy demasiado egoísta para dejarte ir, pequeña.
—Y yo soy demasiada egoísta como para quedarme...
—Bueno, pues yo no te voy a dejar marchar nunca —me alza en brazos y me lleva hasta la cama.
Nos deshacemos de nuestra ropa y nuestros cuerpos desnudos se entrelazan. Pero no entra dentro de mí como pensé que haría a pesar de que uno los tobillos detrás de su cintura y me froto encima de él incitándolo a entrar.
—Por favor, nunca me dejes ir.
—No lo haré.
Entonces me duerme.
Cuando despierto a la mañana siguiente, tengo una migraña horrible.
Quizás sí que había bebido demasiado, ya que no logro recordar la mayoría de las cosas que hice luego que llegué a la habitación.
Muevo la mano hacia un lado buscando a Aang, pero no lo encuentro por ningún sitio. Las sábanas siguen calientes, como si hubiera estado allí poco antes. Es la primera vez que pasamos toda la noche juntos conmigo ebria y yo he dormido como un tronco y de un tirón. Pero también podría deberse a que había perdido el sentido. Pero antes de eso pude haber hecho o dicho muchas idioteces.
Abro su mesilla de noche con la esperanza de que hubiera un bote de analgésicos dentro. Pero no hay nada.
Oigo las pisadas procedentes del baño, así que vuelvo a tumbarme en la cama, fingiendo seguir dormida.
―Buenos días, pequeña.
Al parecer fingir no se me da bien.
—Buenos días —al ver su perfecto cuerpo desnudo, dejo de pensar en el posible regaño. Le caen pequeñas gotas por los surcos de su fabuloso pecho. Deseo saborearlo por todas partes con la lengua y me olvido de la migraña.
—¿Cómo te encuentras? —se inclina sobre mí en la cama y me pasa los dedos por el pelo.
Aquello alivia temporalmente el dolor.
—He estado mejor.
Una atractiva sonrisa se extiende por sus labios.
—Debes controlarte cuando bebes —suelta sin tapujos. —Si estás triste y quieres emborracharte ven a mí y te haré sonreír.
—No estaba borracha, pero acepto la oferta.
—Estoy seguro de que no te acuerdas de la mayoría de las cosas que dijiste anoche.
Recuerdo que habíamos hablado antes que me llevará a la cama, pero casi todo esta borroso.
Sonríe con arrogancia.
—¿Qué dije?
Me da un beso en la comisura de los labios. —La verdad.
—¿Qué verdad?
—Nunca lo sabrás —se aparta de mí y deja caer la toalla que lleva en la cintura. Se queda de pie junto a la cómoda y se pone unos bóxers que le hacen un trasero increíble.
Estoy a punto de ponerme a babear.
—Me iré a duchar.
—Te llevo a clase —se ofrece.
—Suena bien.
Me levanto totalmente desnuda y me acerco a él para darle una nalgada antes de ir corriendo a la ducha.
Tomo la ducha más rápida del mundo. En mi mesita de noche encuentro unos analgésicos, un vaso de agua y una nota.
"Desayunaremos afuera. Te espero."
Cuando Leslie Grace y Maluma suenan a mi alrededor en la canción Aire, siento que estoy volviendo a la vida. Sí, eso es lo que necesitaba: mucho bajo, mucho ritmo y música. Bailando, me pongo unos shorts azul oscuro, zapatillas negras y una camiseta gris.
Esto lo matará, pienso, poniéndome gafas de aviador en la sombra en mi nariz, y comienzo a entrelazarme con el ritmo de la música.
Me pongo mis audífonos, corro escaleras abajo. Entro por la puerta del jardín. Aang no puede verme porque esta sentado, pero en cuanto cruzo el umbral, gira la cabeza y me mira directamente. Me acerco a él con calma, bajando la cabeza en señal de arrepentimiento.
—Puedo sentirte —dice, se levanta de la tumbona y me besa en la frente. —Siempre siento tu calor, es como si la atmósfera cambia cuando estás cerca.
Justo en ese momento la canción cambia, la voz de Lele Pons me llena los oído y ahí estoy cantando a todo pulmón y diciéndole que no soy de él.
—¿En serio? —pregunta con una cara bastante seria cuando empiezo a mover el culo delante de él.
Un poco de perreo, rumba, un poco de hip-hop. Aang se para allí y ve el espectáculo que preparo para él mientras yo canto que no soy de él y de nadie.
—No sé cómo bailar piezas tan rápidas —dice, acercándose a mí, quita uno de los audífonos. —Pero me gustó mucho la forma en que movías el culo —me agara la mano y me besa en la mano superior.
Me abraza con fuerza, y de repente toda la ansiedad se desvanece, y con ella todo el estrés y la asfixia que he estado sofocando en mí mismo desde que abrí los ojos hoy.
—Quiero alimentarte —susurra y entrelaza sus dedos con los míos antes de robarme un beso.
Nos dirigimos a la mesa.
Dios, gime mi espíritu, porque la comida es lo último que quiere comer en este momento.
Todo mi cuerpo se aferra a ella, y cada célula de mi cerebro quiere tenerlo cerca.
—Come —me ordena, poniendo huevo, pan y tocino en mi plato.
—Eres tan sexy cuando te pones en plan dominante —me muerdo el labio y me muevo a él. —Me gustaría hacerte una mamada debajo de la mesa ahora —mi mano en su muslo se aprieta y el pene de su pantalón baila espectacularmente para hacer que sus vaqueros se levanten un poco.
—Thais, te estás volviendo indecente —me amonesta, tratando de controlar su sonrisa. —Tenemos una agenda muy apretada hoy, así que no pienses en estupidez, solo come, necesitas vitaminas.
—La tensión es algo completamente diferente aquí —sonrío y le aliso el pene. —Y mi libido hoy se levanto queriendo hacer travesuras. Además, lo que quiero tiene vitamina.
Una amplia sonrisa aparece en su cara de nuevo, pero cuando empujo la silla hacia atrás y me arrodillo, baja ligeramente.
—¿Quieres hacer eso mientras como? —pregunta sorprendido cuando le desabrocho la cremallera de sus vaqueros.
—Me apresurare, te lo prometo —digo.
Una cálida pesadez se instala en mi estómago cuando libero su erección. Es enorme y dura y ya gotea pre-semen, y un gemido áspero llena el jardín cuando paso la lengua alrededor de la cabeza.
Agarro la base de su pene con las dos manos y deslizo lentamente su longitud por mi garganta hasta que llego al punto en que se me aguan los ojos. No es la primera vez que le hago una mamada a Aang, pero nunca me he acostumbrado del todo a lo grande que es.
Lo grueso y largo que es. Y la forma en que me llena la boca.
Lo he llevado tan lejos como puedo, y todavía hay unos buenos centímetros entre mi boca y la parte superior de mis puños apilados.
Gimo, saboreando su dulzura salada antes de pasar la lengua por su cabeza. Al principio con suavidad, luego con más confianza, a medida que voy cogiendo el ritmo, lamiendo, chupando y moviéndome hasta quedar empapada.
Me apresuro, lo que no cambia el hecho de que Anton aparece dos veces preguntando si debería hacer llegar mi desayuno a la habitación casi nos detiene. Mi suerte es que Aang, cuando es necesario, puede quedarse quieto y tiene una atención divisiva. Anton aún no ha logrado cruzar el umbral, y Aang ha logrado informarle en una palabra. Con gran dificultad, se come sus huevos revueltos, y cuando termina, aparece Elliot que pregunta si no voy a la universidad, y yo de traviesa le digo a Aang que al menos beba un poco jugo. Se atraganta unas cuantas veces, pero por suerte llegamos al final mientras le dice a Elliot que se puede ir, que ya me había llevado desayuno, cuando ya no escucho más pasos y me siento educadamente para terminar la comida.
—Eres imposible.... y no tienes vergüenza —suspira con los ojos cerrados, inclinando la cabeza hacia atrás.
—Pervertidos —nos dice Elliot desde el umbral de la puerta. Al parecer habían regresado por algo.
Yo sonrío llevando tocino a la boca.
—Siéntate a comer con nosotros —le digo a Elliot, como si nada hubiera pasado.
—Ya desayuné, de lo contrario ustedes dos me hubieran quitado el apetito.
—Siéntate igual y háblame de alguna francesita o extranjera que tengas por ahí.
—De vez en cuando salgo con alguien —admite mientras toma asiento en la mesa. —Pero nunca parecen querer quedarse. Esta bien para mí, ya que tampoco tengo tiempo para invertirlo en una relación.
Entrecierro los ojos. —¿No tienes o no quieres?
—Ambos —admite.
—Me voy a cobrar esto —me susurra Aang mientras Elliot no nos deja de ver fingiendo de asco.
—¿Y cómo pretendes hacerlo? —murmuro.
—En el auto, frente a tu universidad para cuando salgas todos sepan que fuiste follada por mí.
Un estremecimiento me recorre la columna.
—Ya se ponen a susurrar, de seguro hablan de cosas sucias —se queja Elliot, levándose. —Me voy.
—Lo has espantado —le acuso.
—No te preocupes por su inocencia perdida. Estoy seguro que cuando está con una chica no se pone a leer la biblia. Además, no viste el pelo de la rubia que salió de su casa está mañana.
No puedo evitar reír.
Quién iba pensar que alguien como Elliot fuera así. Quién lo viera.
Cuando terminamos de comer como lo había prometido Aang y yo nos subimos a la limusina en dirección a la universidad.
Estamos a mitad del camino cuando su mano va a mis shorts, intentando bajarla.
—Quítate los shorts y te voy a demostrar que sí eres mía —dice Aang.
Miro el tabique cerrado e insonorizado que nos separa del asiento del conductor. Dixon, está concentrado en la carretera.
Los nervios y la anticipación revolotea en mi estómago, pero eso no evita que me quite los shorts.
Aang me levanta sobre su regazo y aplasta su boca contra la mía. Su excitación me presiona contra mi cuerpo, separado solo por una fina capa de seda, e instintivamente me aprieto contra él, desesperada por conseguir más fricción.
Otro duro gemido vibra a lo largo de mi columna vertebral.
—Vas a ser mi muerte, pero lo aceptaré con gusto —Aang roza mi piel mientras su boca recorre una línea de fuego por mi cuello.
Cierra los dientes alrededor de mi cuello mientras levanta mis caderas para poder apartar mi tanga empapado.
No tengo tiempo de hacer más que jadear antes de que este dentro de mí, llenándome hasta la empuñadura con un solo empujón.
Solo tengo unos segundos para adaptarme antes de que me agarrara por las caderas y me vuelve a clavar el pene, con fuerza, mientras me sube y baja dentro de sí. Una y otra vez, más fuerte y más rápido, hasta que los dedos de mis pies se curvan y la presión que se acumula en mi interior se acerca al punto de ruptura.
—Estás tan apretada a mi alrededor. Toda mía.— Mi fantasía es de mantener viva a este hombre.
—Toda tuya— repito.
Me aferro a él, con la cabeza echada hacia atrás, mi cuerpo no es más que una masa de sensaciones mientras sigo su ritmo. Reboto hacia arriba y hacia abajo, apretando mi clítoris contra él en cada bajada.
—¿Mi pequeña necesita más?
Asiento. —Me gusta cuando duele un poco, cuando tengo que estirarme para adaptarme a ti.
Un escalofrío recorre a Aang y algo primitivo se muestra en la quietud resultante de su cuerpo.
—Estás jugando un juego peligroso, pequeña —dice, clavándose más profundo dentro de mí y lo acepto. Acepto todo lo que me da. —Así —gruñe Aang. Me roza el seno con los dientes y a pesar de la tela de por medio su aliento me pone la piel de gallina—. Monta mi pene, pequeña.
Levanta mi camiseta de manga larga.
Un gemido vergonzosamente fuerte me sube por la garganta cuando cierra la boca alrededor del pico de nervios y chupa. La humedad baja a borbotones por mis muslos, sobre su pierna y en el asiento.
—Estás haciendo un desastre, Thais. Antes estabas mojada, pero ahora me estás empapando —vuelve su atención a mi otro pezón y lo chupa. —Necesitamos arreglar eso.
Un minuto, estoy en su regazo. Al siguiente, estoy a cuatro patas, con las manos y las rodillas presionando la áspera alfombra negra que cubre el suelo de la limusina —ahora entiendo porque eligió ese vehículo, necesitaba espacio para follarme cómo quisiera—. No estoy segura de cómo Aang se las había arreglado para que yo estuviera de cara a nuestro asiento y él detrás de mí, pero no me importa especialmente cuando mi único objetivo es llegar al orgasmo.
Me toma tan bien que soy incapaz de pensar.
Un escalofrío de placer recorre mi columna vertebral ante sus siguientes palabras.
—Abre las piernas para mí que quiero meter todo. Eso es —la aprobación de Aang retumba en mí cuando obedezco. —Déjame ver lo mojado que estás para mí. Lo bien que me tomas.
La anticipación aumenta de nuevo cuando la punta de su pene roza mi entrada.
Cuando no hace ningún otro movimiento, me empujo contra él, entrando unos centímetros y gimo de necesidad.
—Pareces impaciente, pequeña —dice con calma mientras yo estoy desesperada por sentirlo.
Abro la boca con la intención de protestar. En lugar de ello, mi mente se queda en blanco cuando de un largo y rápido empujón termina de entrar en mí.
Empiezo a sudar y mis dedos se clavan en el banco mientras él me penetra. Cada vez que recupero el aliento, otro empujón me deja sin aliento. La sensación me tensa la piel y me marea hasta que el mundo se disuelve en una sinfonía de chillidos, gemidos y golpes de carne contra carne.
—Te gusta —murmura Aang—. Te gusta que la gente oiga lo mucho que te gusta que te follen así, ¿verdad? A cuatro patas en el asiento trasero de mi coche, cogiendo cada centímetro de mi pene como si estuvieras hecha para ello.
Para que decir que no sí sí.
—Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Tan jodidamente inteligente, tan malditamente sexy, amable... Quiero pasar todos mis días aquí, follándote. Viéndote jadear y suplicar por mí.
—Para —susurro, queriendo todo lo contrario. —Estamos por llegar.
—¿Realmente quieres que pare? —su cadera me golpea con fuerza.
—No es justo que preguntes eso con tu pene dentro de mí, solo debes hacerme caso.
—¿Entonces quieres que pare? —se burla de mí, dándome un azote mientras sigue penetrándome.
Golpea el punto exacto y me vuelvo papilla. —Par... oh, Dios mío, no te atrevas a detenerte —gimo.
Ahora los azotes son más o menos esparcidos, pero sus puñaladas son siempre salvajes.
—¿Es eso lo que realmente quieres, pequeña? —pregunta, sin interrumpir el movimiento de sus caderas. —Puedo ser lo que quieras, pero necesito saber que confías en mí y que me dirás cuando hayas tenido suficiente. No quiero hacerte daño —sus labios me dan un beso en la espalda. —Amo cada pedazo de ti y si necesitas algo que te ayude a sobrellevar todo lo que está pasando, te lo daré, pero debes saber que lo haré por amor —una vez que sus labios encuentran los míos y siento este maravilloso sabor a menta. —Te voy a agarrar, fuerte. Y ahora te vendrás para mí —los tranquilos ojos de esmeralda encienden un fuego vivo, y siento su pene crecer dentro de mí.
El inesperado agarre de su mano en mi cuello junto con sus profundas embestidas me llevan a explotar, lanzando un fuerte grito.
Tardo varios segundos en recuperarme.
Me aparta el pelo de la cara y me besa el hombro mientras voy bajando poco a poco de la cima.
Me desplomo hacia delante, intentando recuperar el aliento mientras Aang me limpia con un pañuelo.
Me quita la tanga, lo huele y lo entra en su bolsillo, para luego ayudarme con los shorts.
No habla, pero la ternura de sus acciones dice más que las palabras.
Cuando mi respiración se estabiliza, me levanta de nuevo en el asiento y me entrega mi mochila.
—Ya hemos llegado —su voz se suaviza.
—¿Qué? —intento entender sus palabras a través de mi niebla post-clímax. Más bien post-Aang.
Una sonrisa se dibuja en su boca. No sé cuándo, pero de alguna manera ya se había arreglado la ropa. Salvo por su pelo despeinado y el color de sus pómulos.
—Estamos aquí —repite. Me pasa un suave pulgar por el labio inferior—. Puede que quieras arreglar tu lápiz labial, pequeña. Con lo guapa que estás recién follada, no quisiera dejarte ir así, sino follarte de nuevo.
Sonrío y hago un mal chongo con mi pelo. Cuando bajamos del auto, me da un beso de despedida sin importar quien nos ve.
Vuelve a subir al auto.
Doy la vuelta para entrar cuando de lejos veo a Ambiorix, me saluda con un gesto de mano y yo sé lo devuelvo.
—Pequeña —la voz de Aang me detiene.
—¿Sí?
Doy la vuelta, viéndolo por la ventanilla bajada del auto.
—Llega temprano, iremos a cenar en casa de mis padres a las siete.
—De acuerdo.
Al parecer las hormonas están muy alborotadas aquí. Alguien está muy hambrienta, ¿qué será?
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