33
Thais
Estoy tirada ahí llorando de rabia, y cuanto más tiempo pienso en lo que había pasado, más pánico siento. Me golpeo la cabeza con la almohada porque es lo único que puedo mover. Este imbécil al salir, ni siquiera me cubrió con un edredón, así que me quedo con mis bragas y esposada, como una esclava sexual esperando a su amo.
—Ahí lo tienes, Sirenatta —dice Theodore cuando regresa y me mira la entrepierna. Saca el edredón debajo de mí y me cubre. —Entiendo por qué te desea Aang. Tienes fuego en la mirada. Valor. Eres una luchadora nata. Es una pena que no hubieras crecido con tu madre, así te habría conocido primero que Aang. Podrías haberme proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos. Pero igual podemos resolver eso ahora, nunca es tarde. Un médico vendrá en un minuto para ponerte una intravenosa. Necesitas ponerte un poco más fuerte.
—Aang te matara si me tocas. Te cortará el pene. De hecho, yo mismo te lo cortaré mientras él te agarra.
—No seas vulgar —me advierte arrancándome un mechón de pelo de la cara. —Vas a ser una futura madre, no podría decirle a nuestro hijo que su madre tenía una boca tan sucia —me amenaza con un dedo. —No habrá peor golpe para él que tengas un hijo mío... —sonríe. —Tengo que cuidar tu cuerpo para que sea fuerte y esté listo para mi bebé. Si me complaces con obediencia y ternura, tal vez permita que Aang te recupere. Siempre y cuando él te siga deseando después de que mis hijos hayan ensanchado tu cuerpo.
Estoy tirada ahí mirando al techo y siento que entra en pánico. Si alguna vez me había sentido esclavizada y encarcelada, no es nada comparado con lo que estoy experimentando en ese momento.
Cuando pienso en que Theodore me haga un niño, y que nunca estaría con Aang, y que nunca volvería a lo que dejé, las lágrimas vuelven a romperme las mejillas.
Rujo.
Theodore, me mira fijamente.
—¿Por qué estás llorando, Sirenatta?
Jesús, ¿habla en serio? Pienso, mirándolo fijamente sin pensar.
—Estás deseando mi pene, ¿verdad?
Pega su boca a la mía para besarme y yo le correspondo el beso, intenta entrar su lengua en mi boca, pero yo no se lo permito. Ruge y como si no temiera algo me suelta para volver a besarme mientras me coloca a horcajadas sobre él, supongo que está muy satisfecho ya que piensa que si intento luchar no podré con su gran fuerza física, o tal vez es de los que les gustan las luchas. Continúo el beso y luego le muerdo hasta que sangra.
—Eres una puta de mierda —ronronea. Tan pronto como las palabras se han hundido, su mano me golpea en la garganta, casi me saca de mis pies mientras me arroja al suelo.
Gimoteo, parpadeando mis ojos abiertos mientras se ajustan a la tenue luz que atraviesa la ventana. Una lámpara ha caído al suelo a mi lado y la alcanzo, desenganchando la bombilla cuando él se acerca a mí otra vez. Me pongo en pie justo a tiempo para clavar la bombilla en su cara. La bombilla se rompe, incrustando fragmentos dentados en su piel. Grita algo en italiano mientras la sangre le cae por la mejilla. Le clavo el riñón y me golpea tan fuerte en la cara que casi caigo de nuevo.
Jesús. Bendito.
Escupo un bocado de sangre antes de ir a por él otra vez. Por cada golpe que doy, él me da uno el doble de fuerte. No he peleado así desde que estaba entrenando, porque es una pelea a muerte y los dos lo sabemos. Al lanzarme sobre la cama, él se posa sobre mí, con sus manos agarrando mi garganta. No se molesta con una suave relajación. No, se agarra lo suficientemente fuerte como para romperme el cuello, no importa que me ahogue. Lo golpeo en el costado de la sien, pero no hace nada. Al juntar mi mente, me obligo a pensar y a no entrar en pánico.
Abrazar la muerte.
Mi mano derecha está presionada entre nuestros cuerpos, si tan solo pudiera... me las arreglo para mover mi muñeca lo suficiente como para soltar el vidrio de mi puño, y luego lo golpeo en la entrepierna con ella dos veces. Él ruge y salta hacia atrás lejos de mí. Arrastro el precioso aire a mis pulmones, tosiendo mientras me doy la vuelta sobre mi frente. Me agarra por la nuca y me lanza al otro lado de la habitación antes de arrastrarme a los pies y de clavarme contra la pared con su antebrazo en mi garganta ya magullada.
—Va a ser un buen premio, sirenetta —me silba en la cara.
Empuja todo su peso contra mi garganta y mis uñas se rasgan en su cara. Presiono mis pulgares contra sus ojos y él gruñe...
¡BANG!
El dolor me atraviesa el antebrazo y luego cae al suelo, está muerto. Me doy la vuelta para enfrentarme a la figura sombría que se levanta de la silla en un rincón de la habitación.
—Lo siento —dice en voz baja. Verónica entre lágrimas, dejándose caer al suelo por la falta de fuerza.
Levanto mi dedo y me inclino, apoyando mis manos en las rodillas mientras intento respirar a través de mi maltrecha laringe. Mirando a mi antebrazo que sangra.
Trato de ir a ayudar a Verónica cuando descubro que Theodore sigue vivo por la fuerte bofetada que me da, haciéndome caer al suelo. Va hacia Verónica y le dice estúpida antes de abofetearla tan fuerte que se desmaya, tomo el arma de su mano y me apunta con ella.
—Ahora haremos de la forma más difícil.
Vuelve a patearme mientras le sangra el oído derecho por dónde cruzó la bala de Verónica.
—Solo eres un pobre niño rico que le echa la culpa a los demás por ser un infeliz —digo, agarrando mi vientre. Había visto a niños viviendo en barrios marginales, que solo tenían una comida al día y poseían solo un trozo de madera, un balón desinflado o una lata vacía, mucho más felices que nuestros. También había visto a estos mismos niños, a las 5 de la tarde, siendo limpiados vigorosamente por sus madres, capaces de mantener la ropa limpia en medio de la suciedad y el barro. Niños siendo castigados con correas o los ponían de rodillas sobre arroz sonreír unos horas después y creciendo sin lastimar a otros por lo que sus padres les habían hecho. Estos mismos niños se volvían hombres de bien; porque llevaban alegría en sus corazones. Estos niños saben más sobre la vida que los nuestros. Conocen lo que es el verdadero dolor y aún así crecen sin odio y rencor. Así que, por más que quiera no lo justifico, jamás voy a justificar sus acciones. —Hay personas que han tenido una familia desastrosa y deciden formar una ejemplar. Hay hijos que sus padres nunca le dieron amor y son los más amorosos del mundo. Hay hijos que sus padres fueron infieles y son los más fieles del mundo. Hay hijos que sus padres son unos asesinos y ellos deciden valorar la vida.
»Entonces, no es como te criaron, no es lo que te pasa. Son excusas para no aceptar la responsabilidad de tus acciones. Siempre se puede hacer la diferencia, y hacer las cosas bien. Pero eres demasiado cobarde para ellos; porque estamos en un mundo que justifica todo. Así que, dale, mátame, vamos a ver si tu felicidad viene con eso, si dejas de estar roto y el mundo de pronto se vuelve de color de rosa. Todos en este maldito mundo de mierda de alguna manera estamos rotos, algunos más que otros, pero eso no nos da el derecho de herir a otros y justificar que es por culpa de nuestro pasado. La verdad es que son demasiado débil para enfrentar el dolor y deciden lastimar a otros solo para así sentirse bien consigo mismo, como hacen todos los cobardes.
—No necesito tu psicología de mierda.
—Si no me matas, te mataré yo, así que, hazlo, mátame porque igual tú ya estás muerto.
—Voy a contar hasta tres, y si para ellos no estás de rodillas, chupando mi pene como una niña buena, te meteré una bala en tu puta cabeza.
No me muevo.
—Tres.
Me estoy ahogando, hiperventilando, ahogándome más profundamente en mi desesperación. No puedo salvarme de esto.
Mis ojos se humedecen. Mis labios tiemblan. Mi maldito cuerpo tiembla.
—Dos —avisa.
Mi cuerpo lucha ferozmente consigo mismo de una manera que nunca antes había hecho. Una parte de mí quiere luchar, lo otra quiere morir, ir con mi hermana y padre.
—Uno.
Cierro los ojos antes de tomar valor para cometer una locura, pero igual ya estamos aquí.
—¡Se acabó el tiempo, hija de puta!
Tomo su brazo, sujetándolo de la muñeca. Cómo sé que podría dispararte, voltea el arma para alejarla de mí. Cuando confirmo de que el arma apunte lejos de mi cuerpo, giro el brazo con el arma hacia la derecha y alejándome de la posición inicial en la que se encuentra Theodore. Luego intento lanzarlo al suelo, pero no puedo. Así que le disparo con su misma arma, luego escucho ese fuerte ruido.
Una explosión suena.
Recordaría esta fracción de segundo por el resto de mi vida. Juro que se siente como una bala en cámara lenta cuando el sonido de los disparos se despriende de las paredes cuando abro los ojos de golpe.
Otra bala resuena en el aire.
¡Explosión!
Al principio, no sé qué diablos pasa. Todo lo que se puede escuchar es el sonido distintivo de la pólvora explotando en el proyectil. Otra bala zumba en el aire y estalla cuando da en el blanco. No es hasta que la cabeza de Theodore explota a unos metros de mi cara, que me doy cuenta de que alguien le dispara por detrás. Su cuerpo sin vida cae al suelo con un ruido sordo y fuerte. Mis ojos se disparan en la dirección de donde proviene la bala. Durante unos segundos, no me muevo, no hago ningún sonido. Hay una indiscutible sensación de conciencia atravesando la habitación.
Profundo y arduo.
Asfixiante e inquietante.
Desesperado y despiadado.
Con olor a muerte.
Durante los diez minutos siguientes, parece que todo sucede en cámara lenta. Hay sangre sangre por todas partes: sobre Verónica, tirado al suelo, alrededor del cuerpo saliendo de la cabeza de Theodore. Sobre mí.
—Santa mierda —exhalo, cuando lo veo parado allí junto a otra puerta. Sosteniendo una pistola firmemente en su mano.
—Nadie jode con mi mujer... —declara Aang.
Casi me caigo de culo.
—Aang... me encontraste... Pensé que no vendrías. Yo pensé que moriría aquí.
Con su frente descansando en la mía, dice: —Sería incapaz de dejarte aquí. ¿Cómo pudiste pensar eso?
—Estaba tan asustada —confieso temblando. —Temía morir sin verte una última vez.
—Nadie toca a mi pequeña y vive. Jodidamente nadie. Cualquiera que se acerque aunque sea una pulgada de tu vida intentado acabar con ella le meteré una bala entre los putos ojos. Eres mía. Incluso si tengo que matar para demostrárselo a cualquiera que no se dé cuenta de que eres mi mujer. Mi nombre es tu protección y si alguien quiere faltarle el respeto a eso, entonces voy a hacer que conozca su puto lugar.
Los hombres de Aang, entran de golpe con las armas preparadas y Aang empieza a darles órdenes a gritos. En un minuto, tiene a dos más intentando frenar las hemorragias de Verónica. Intento ponerme en pie para ayudar, pero, cada vez que me muevo, siento una oleada de náuseas y tengo que tumbarme; me palpita una zona de la cabeza. Histérica, hago preguntas, pero en medio del caos nadie me responde. Aang se ha quitado la camisa y me lo pone encima.
—Alinienlos contra la pared —ordena Aang. Sus hombres hacen lo que les dice, y miro como fuerzan a los hombres que quedan de Theodore mientras se arrodillen frente a la pared.
Aang saca su Glock y levanta mi barbilla para que lo mire. La furia en su rostro no ha disminuido en absoluto, pero hay algo más ahora. Determinación.
—Quiero que veas, Thais —dice. —¿Puedes hacer eso por mí, pequeña? —aunque sé la conclusión lógica de lo que él me pide, mi cerebro no lo ha captado completamente. Así que asiento. Porque seamos realistas, haría cualquier cosa que este hombre me pidiera.
Camina y presiona el arma contra la cabeza del primer hombre, y me mira.
—¿Éste te tocó? —me pregunta.
No consigo que mis labios cooperen. Éste es el que me registró. Quien me tomó las fotos y se fue sin mirar atrás mientras Theodore trataba de violarme. Aang repite la pregunta, esta vez con un rugido.
—¿Éste cerdo de mierda te tocó, Thais? ¿Tocó lo que es mío? —apenas asiento y Aang tira del gatillo. Tal vez debería gritar o algo. No sé. Pero estoy demasiada entumecida. Todo lo que puedo hacer es ver como Aang se mueve hacia el otro, sus respiraciones son pesadas y sus ojos llenos de una rabia como nunca he visto antes.
—¿Qué tal éste? —me pregunta. —¿Este hombre pensó que podía tocar a la mujer de Aang Briand y salir ileso de ellos? —una vez más, no puedo responder. Éste es el otro tipo que me revisó, pero solo pienso en salir de aquí y ver a Vero.
Cuando mi silencio se mantiene, Aang ensarta la pistola en la sien del chico y lo agarra por su flequillo.
—¿Tocaste a mi mujer? —pregunta.
—Sí —contesto.
Otro disparo, y su cuerpo cae al piso. Aang se mueve al siguiente.
—¿Thais?— pregunta. —Te importaría decirme de éste?
—No sé — digo. —No recuerdo haberlo visto—. Es la verdad, pero si está aquí es porque había estado protegiendo a Theodore.
Aang solo se encoge de hombros.
—Participó —y con eso, tira del gatillo. Dos balas más y dos hombres más que elimina antes de que él encuentre su camino de vuelta a mí. Me tira en sus brazos y acaricia mi mejilla con el más suave de los toques.
—Tú eres mía y yo tuyo —me dice. —Y si tenías algunas dudas sobre eso, ahora no debes tener ninguna. Cualquiera que trate de tocarte morirá.
Sin saber como pasó me encuentro en un deportivo, con el que nos dirigimos a toda prisa al hospital, reconstruyo lo que ha sucedido.
—Se pondrá bien —dice Aang por quinta vez mientras agarro a Verónica que, en los asientos traseros, esta a mi lado. —Ha perdido mucha sangre, pero hemos parado la hemorragia y no le pasará nada. Aún tiene pulso...
—¿Cómo nos encontraste?
—Sabía que ibas a hacer algo estúpido, así que fingí tomar el té y luego lo voté sin que te dieras cuentas.
Supongo que ya me conoce demasiado bien.
—Pero Dixon... —no terminó porque me interrumpe.
—Esa fue una buena jugada, admito que no esperaba que pudieras tomar a uno de mis hombres por sorpresa —asegura. —Pero Dios, si no fuera por el rastreador en el auto de Dixon, o el que puse en tu reloj... también en tu collar —Aunque se interrumpe, un escalofrío me recorre la espina dorsal al completar yo misma la frase.
Es aterrador que me pusiera rastreadores sin mi permiso, y no uno sino dos, quién sabe si no hay otro que no haya mencionado, pero he estado a punto de morir, todos. De un plumazo, podría haber perdido a mi mejor amiga y el hombre que se ha convertido en mi vida me perdería a mí.
Temblando, estrecho la mano de Verónica y, luego, busco la de Aang, que está sentado a mi otro lado.
Sin embargo, no me deja que le coja de la mano. En cuanto le toco, me sienta sobre su regazo a la vez que me abraza con fuerza y entierra la cara en mi pelo. Siento cómo los temblores le estremecen ese cuerpo enorme y ya no me puedo contener más.
Aferrándome a él con todas mis fuerzas, lloro.
Tan solo lo abrazo y lloro.
Hola mis queridas lectoras, el plan de Thais no funcionó, pero al parecer Aang estaba diez pasos delante de ella. Tanto Theodore y Lou están muertos, ¿creen que eso sería suficiente para alcanzar su final feliz o para alejarlos más?
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