30
Thais
Dejo caer ferozmente los puños. ―Estás a tiempo de arrepentirte.
Cojo un paño.
―Thais, eres buena en casi todo. Pero cocinando eres horrible.
Tomo la cuchara y pruebo lo que preparé, y sí, definitivamente está horrible.
—Eres un idiota, podías haber sido más amable —Enrollo el trapo de la cocina en mi mano y lo azoto en el culo de Aang. Lleva unos vaqueros bastante ajustados y el paño hace un fuerte ruido al golpear el tejido.
De repente, me mira confuso, luego un brillo oscurece su mirada, una clara señal de excitación. Me coge por la nuca. Con la fuerza de un soldado, me hace doblarme sobre la encimera y me baja el pantalón, todo de un solo movimiento. Me azota el trasero desnudo con su enorme mano.
Me tenso mientras el dolor baja por mis muslos y me sube por la espalda. El azote es lo bastante fuerte para dejarme marca, pero el impacto de la colisión hace que el sexo se me contraiga de deseo.
—Dios, eso se siente bien.
El sexo debe ser un equilibrio perfecto entre el placer y el dolor. Sin esa simetría, el sexo se convierte en una rutina, más que un en deleite.
Aang no me había demostrado agresividad desde hace un tiempo, y realmente echaba de menos aquella cara suya. Es satisfactoria y aterradora al mismo tiempo.
—¿Recuerdas que nos prometimos sinceridad? —me vuelve a azotar.
—Pero tus palabras son sincericidas —gimo, encantada.
Aang aprieta el pecho contra mi espalda y después me frota el trasero con sus largos dedos. Lo escucho respirar contra mi oreja, cada jadeo evidencia su excitación.
―¿Te ha gustado, pequeña?
No tardo ni un segundo en contestar. ―Sí. ¿Me vas a castigar por ser una mocosa —me burlo.
Me da la vuelta. Me agarra el pelo antes que sus labios se estrellen contra los míos, duros y furiosos y apenas contenidos.
—Sí. Ponte de rodillas, voy a castigarte también por insolente —me ordena contra mis labios.
Dudo, incapaz de inclinarme ante él. Ambos sabemos que acabaré haciéndolo, pero me gusta la lucha antes de llegar a ese punto.
Sonríe como el mismísimo diablo apunto de castigar al pecador.
La forma en que me mira con puro deseo me hace jadear, anhelando la batalla de voluntades que siempre tenemos.
En lugar de hacer lo que me dice me quito el pantalón.
—Primer golpe.
La idea que vuelva a azotarme hace que el calor me enrojezca la piel, pero prefiero arrodillarme antes de admitir que me gusta, en secreto, su palma en el culo y cuando me ordena incluso cuando ya lo sabe. Conflicto. Siempre me deja en conflicto, la mente en guerra con mi cuerpo.
Me arrodillo.
Sus dedos no se sueltan de mi pelo, y sé que le encanta esto: el poder, la dominación. Está arraigado en él, una parte fundamental de lo que es. Es lo que hace que la gente le tema, pero cuando lo miro, con una expresión que roza lo feroz, me doy cuenta que en este momento tengo más poder sobre Aang Briand que el que quizá haya tenido nunca nadie. Y quiero más, todo lo que él tiene para dar.
Con una mano temblorosa, alcanzo su cinturón y lo suelto. Sus dedos se estremecen en mi pelo al oír cómo se baja la cremallera. Solo aparto mi mirada de su rostro cuando su pene se libera, dura, orgulloso y con aspecto de enfado. Paso un dedo por la piel aterciopelada y él gime como si se la hubiera agarrado.
—Joder, me vas a matar. Y estás tan perfecta de rodillas para mí. —Sus caderas se mueven ligeramente hacia adelante como si no pudiera evitarlo—. Lámelo, pequeña. Prueba lo que me haces.
Agarrando su pene, me inclino hacia delante y paso la lengua por la cabeza, probando la pequeña gota de líquido salado que se ha acumulado allí.
—Carajo —la palabra es un gemido prolongado que hace que cada músculo del cuerpo de Aang se tense.
Oh, sí. Así es como se pone de rodillas a un hombre poderoso, aunque sea yo la que esté literalmente de rodillas.
Lo chupo como si mi vida fuera en ello. Aang parece no tener equilibrio.
Cuando me lo meto en la boca como lo he visto en las películas porno, él pierde la cabeza, empujando hacia adelante hasta que golpea mi reflejo nauseabundo y me hace desfallecer.
—Respira por la nariz y traga toda.
Lo hago, y él gime, una y otra vez. Y cuando está absolutamente salvaje, me suelta, saliendo de mi boca y arrastrando ambas manos por su pelo.
—Joder, eres una adicción, pequeña. Uf... Tu boca, joder, es una bendición divina.
Me pongo de pie, con la confianza reforzada por lo deshecho que parece. Alcanzo su camisa, desabrocho un botón y luego otro.
—¿He hecho un buen trabajo?
Suelta una pequeña carcajada, su sonrisa es realmente devastadora mientras sus nudillos rozan mi mejilla.
—Me has jodido la cabeza, como siempre.
Odio que me gusten tanto esas palabras. Deberían ser condescendientes, pero todo mi cuerpo se derrite ante ellas, el deseo de complacerlo como una picazón que no puedo satisfacer del todo.
—¿Te gusta hacerme perder la cabeza por ti? —me pasa la mano por la garganta, por mis sensibles pechos y por la longitud de mi estómago.
Cuando llega a mis muslos, estoy dispuesta a frotarme, pero él me sube a la encimera. Me pone las piernas alrededor de su cintura y tira de mi pecho hasta que nuestros rostros se tocan. Sus manos suben y bajan por todo mi cuerpo, tocándome por todas partes como si solo él pudiera hacerlo. Pasan por mis pechos sobre el sujetador y por fin se detiene en mi nuca. Roza mis labios con los suyos, provocándome lentamente hasta que por fin me besa como yo lo deseaba.
—Ya comí y me comieron, ahora quiero el postre.
Mira mi boca, la acaricia con su pulgar.
—No hice.
Su índice baja el bretel de mi suéter, su boca deja un beso húmedo en mi hombro desnudo.
—Permítame dudar cuando lo estoy saboreando.
Suspira, besa mi frente, tira junto a mi camiseta y yo me concentro en los botones de su camisa.
—¿Confías en mí? —el susurro eriza la piel de mi cuello.
—Sí...
Besa la punta de mi nariz, mi pómulo, mi mandíbula.
—Cierre los ojos, Thais.
Mi pulso se acelera, galopa.
Mis párpados se cierran.
Pasa unos breves segundos.
La suavidad de su corbata cubre mis ojos.
—¿Te aprieta? —susurra a mi oído mientras anuda la venda.
Niego.
—Acuéstate.
Dejo que sus manos me guíen mientras mi espalda acaricia la encimera.
Mi vista está dormida, pero mis otros sentidos no pueden estar más despiertos.
Siento sus labios sobre mi mentón, me tocan, me enloquecen, pero no me besan.
—Quédate quieta —susurra.
Asiento mientras desliza mi tanga por mis piernas y luego se deshace de mi sujetador.
Se escucha el ruido de algo abriéndose. Algo se cierra.
Siento el corazón en todas partes, latiendo enloquecido.
La encimera está fría, pero un delicioso calor vuelve.
Alzo las manos, necesitando verlo con mis dedos. Acaricio su pelo, desciendo hasta que su barba incipiente hace cosquillas en mis palmas.
—¿Qué vas a hacerme, Aang?
Algo frío cae sobre mi vientre, alertando mis sentidos.
—¿Qué es?
Su lengua tibia lame mi piel, llevándose aquella sensación helada.
—¿Aang?
—Abre la boca, Thais.
La orden es tan grave como su voz.
—Aang...
—Confía en mí.
Suspiro, separo un poco los labios. Mi lengua encuentra su dedo y un sabor extremadamente dulce me invade.
—¿Mermelada de fresa?
Relamo mis labios, saboreo.
—Estoy comiendo mi postre, pequeña.
Algo frío cubre mis pechos.
El calor de su boca envuelve mis pezones, erizándolos, tensándome.
—Aang...
Me desarma, soy un puñado de sensaciones y necesidad.
Necesito explotar.
Quiero explotar.
El recorrido de su lengua finaliza en el valle entre mis piernas.
―¿Me deseas?
―Sí...
Mete la cara entre mis piernas, saludando a mis labios hinchados con los suyos. La ligera barba que tiene en la mandíbula me roza la cara interna de los muslos mientras su boca se dedica a mi sexo.
―Aah... ―cierro los ojos.
Mueve la lengua en círculos sobre mi clítoris antes de introducirla en mi abertura. Me saborea, dándose un festín conmigo. Me agarra las nalgas con ambas manos y las estruja. Su boca ancha me lame y me succiona a consciencia, tornándose más agresiva. Se me debilitan los brazos y apenas soy capaz de sostener mi propio peso.
Mi espalda se arquea y respiro con dificultad. Sopla sobre mi sexo y deposita otro beso en él.
―¿Te quieres correr, pequeña?
―Por favor, Aang.
Me besa de nuevo, esta vez con delicadeza.
―No te he oído.
―Por favor ―digo más alto.
Ejerce más fuerza en círculos sobre mi clítoris palpitante, aplicando la presión perfecta para arrastrarme a un clímax intenso que apenas puedo evitar que mis caderas se sacudan.
—Aang, por favor...
Sus manos se deslizan por mi vientre pegajoso, ascienden hasta mis pechos. Su lengua juega con mi cordura y autocontrol, empujándome hacia al abismo, pero sin dejarme caer.
Lo deseo tanto que podría deshacerme solo con mirarlo.
Y mis piernas se tensan.
Quiero explotar.
Pero también quiero prolongar la sensación.
—Aang...
Se construye. Se construye con rapidez en mi vientre. La tensión, el orgasmo.
—Aang, voy a... voy a...
Me succiona con más fuerza, prolongando el orgasmo todo lo posible. Me hace el amor con la boca, provocándome sensaciones maravillosas con su sensual lengua. Sopla y succiona una y otra vez. Yo me sumerjo en un éxtasis orgásmico, con la visión nublada y la columna rígida. Tengo el pómulo contra la encimera. No puedo hacer nada más que respirar, sentir cómo la sensibilidad abandona mi cuerpo lentamente. Aang me sienta, me coge por las caderas y se mete entre mis piernas.
De pronto suena un teléfono.
Cuando Aang gruñe el nombre de Verónica como si la maldijera en este momento, me quito rápidamente la corbata de los ojos para tomar el celular.
Una vez contesto me quedo helada, mi primer impulso es alejarme de Aang para que no escuche.
Verónica
No sé cuántos días han pasado, solo sé que cada vez que me levanto me inyectan algo y vuelvo a quedar dormida.
Mi boca se siente tan seca como el algodón. Un mechón de pelo me hace cosquillas en la mejilla. Alcanzo a rascarla, pero la confusión nubla mi mente cuando mis manos se niegan a moverse.
Abro los ojos, parpadeando contra la luz que viene de la televisión en el oscuro y desconocido dormitorio. Me tiembla el corazón cuando veo mis muñecas sujetas a los brazos de una silla de madera. Tiro contra las cuerdas, pero un suave gemido hace que mi mirada se dirigiera al televisor de la cómoda. Miro la escena que se desarrolla delante de mis ojos.
El gemido en la pantalla provino de una película y la pareja esta teniendo sexo salvaje. Unos minutos más tarde enseñan que el mismo tipo que se acostaba con la chica se va a un bar y besa a otra chica.
Qué irónico.
Me gusta Theodore.
Me importa mucho.
Y solo me ha estaba usando.
Esta enfermo.
Solo alguien enfermo puede tocarme, acariciarme, sabiendo todo el tiempo que yo soy solo un peón en este juego retorcido que formó. Fui tan estúpida. Una chica estúpida e ingenua que había caminado directo a los brazos de un monstruo.
Y se quedó allí en lugar de salir corriendo.
Me estremezco cuando mis músculos se aprietan, aun sintiendo un fuerte escozor en la nuca por lo que me clavó.
Las lágrimas nublan mi visión mientras tiro frenéticamente de las cuerdas de mis muñecas, tratando de soltarlas. Me quedo helada cuando una fuerte presencia me dice que ya no estoy sola.
Theodore se para frente a la puerta, una brizna de luz se abre paso desde el pasillo. Sus ojos, la anchura de sus hombros, el negro de su ropa cara, se tragan las sombras de la habitación.
Hay oscuridad allí, y nada más. Algo dentro de mí siempre supo de su naturaleza.
—No vas a hacer mucho más que herirte a ti misma. Aprendí a hacer nudo en el internado.
La indiferencia de su voz penetra en mis venas, congelando mi sangre de adentro hacia afuera. Me pongo tensa cuando se acerca, su mirada se dirige a la TV para ver al infiel ese pidiendo perdón cuando su novia lo descubre y la estúpida se echa a su brazo. Ya veo que tenemos mucho en común.
—¿Qué me diste? —respiro, mi voz vacilante.
Se apoya en la cómoda y cruza los brazos, sus hombros casi bloqueando toda la luz del televisor. Ayer mismo, encontré su tamaño y fuerza atractivos. Ahora, me aterroriza.
—Etorfina.
Me suena familiar, y pero no recuerdo dónde.
—Lo he tenido en mi bolsillo desde que entraste a trabajar para mí.
Mis miembros tiemblan.
Si Thais tiene razón ¿por qué necesitaría hacerme enamorarme de él? Y si trabajaba para una red criminal, ¿por qué vino y cenó conmigo durante tanto tiempo? Tuvo múltiples oportunidades de secuestrarme, incluyendo cuando me fui con él a Rusia.
¿Por qué armó tanto show?
Nada tiene sentido, y lo desconocido esparce hielo a través de mí.
—¿Qué quieres de mí? —pregunto.
—Una pregunta tan cargada —dice, con los ojos en algo pequeño que retuerce entre sus dedos. Sé que es mi pendiente en forma de corazón—. ¿Qué crees que quiero de ti?
Lo miro fijamente, mi pulso se acelera con incertidumbre.
—Realmente no tienes ni idea —dice arrastrando las palabras, con la mirada encendida con diversión—. Tu nivel de estupidez cada vez me sorprende más.
Fui una estúpida. Lo sé y lo acepto. Pero al oírlo de sus labios, me atraviesa una ráfaga de fuego.
—Solo dime lo que quieres —espeto, tirando de las cuerdas de mis muñecas.
El destello de sus ojos penetra en la oscuridad mientras se aleja de la cómoda, y no puedo contenerme cuando me agarra del rostro. Su voz
baja y suave, me asusta más que si hubiera gritado.
—¿Qué es lo que quiero? Es una pregunta tan compleja, abejita.
Mi respiración se estremece, pero mantengo su mirada.
Siento que si parpadeo estaré muerta.
Tal vez eso sería una muerte más rápida que la que me tiene reservada.
—Te lo advertí, te dije "No juegues a juegos que no puedes ganar". Pero tú qué hiciste, te aventaste sin paracaídas. Querías jugar con el diablo, pues juguemos.
Después de una tensa pausa, me libera.
—Tú, Vero, eres solo un medio para un fin. No diré que no lo disfruté —Su mirada se dirige a la TV mientras los gemidos de la pareja que se reconcilian se hacen más fuertes—. Un abejita tan entusiasta. Muchas personas son sapiosexual porque se excitan debido a la inteligencia de la otra persona. Pero yo creo que soy torpesexual, las chicas torpes y tontas son los que más me han atraído desde mi juventud porque siempre creen que el amor puede curar todo y salvar a las personas. ¡Pobre tontas!
Suelta una carcajada.
»No entienden que el sexo es poder, y el amor es condenatorio, y necesitaba que tú me amaras para que hicieras cualquier cosa por mí, incluso si eso significaba traicionarte a ti misma por mí. Eso hacen las personas como tú; aferrarse a la ilusión de un supuesto amor y perderse a sí mismo. No entienden que no se puedes cambiar la naturaleza de las cosas, yo soy yo y tú eres tú, así de simple. Soy el escorpión que no logra controlar su naturaleza y tú la ilusa rana que creo que puedo ser igual que tú, tomo siempre lo que quiero sin importar quien salga lastimado, jamás he querido ser otra cosa.
Mi estómago se revuelve, pero aún peor, me duele el corazón como si me lo hubieran arrancado del pecho. Me enamoré de este hombre. Cierro los ojos mientras la risa de Thais se arrastra por los oscuros rincones de mi mente, elevando mi pulso y el vello de mis brazos.
Me pongo tensa, sintiendo que camina alrededor de mi silla.
—Para ser honesto, esperaba más de la amiga de Thais. Estoy casi decepcionado por lo fácil que fue. Seguro no sabes que Thais trabajó un mes para mí y ese mes intenté llevarla a la cama, pero fue muy fría conmigo.
Abro los ojos de más de una manera. —Esto es sobre Thais.
Se ríe, y la vibración me hace temblar la columna vertebral.
—Dalen a la chica una medalla tiene aunque sea una neurona funcionando. Pero no, en parte es por Thais, pero todo la culpa es de Aang.
Theodore apoya sus antebrazos en el respaldo de mi silla, enjaulándome, y observa la pantalla.
Se inclina, su voz retumba en mi oído. —No sabes cuantas veces he intentado matar a tu amiga y siempre se me escapa de la mano. Anoche se supone que la iba a matar, pero mató a Lou y se escapó. Y en realidad no sé si enfadarme o excitarme, en otra vida hubiera podido ser la chica que me volviera loca. Me pregunto si vendría por ti.
El asco muerde mis venas. No puede ser tan retorcido.
—¿Lo averiguamos?
Cuando sostiene un móvil frente a mi cara, mi corazón se hunde al ver su brillante carcasa blanca. Es el mío. Pensé que estaba perdido con mi abrigo, pero ahora sé que él siempre lo tuvo.
Hace clic dejándome ver el número de Thais.
Esto no es real.
Esto no puede estar pasándome a mí.
El pánico se expande en mis pulmones, arañando y mordiendo la carne. Mi agarre se aprieta alrededor de los apoyabrazos, tan fuerte que me duele.
—Por favor, no me hagas daño —suplico.
Su pulgar se cerró sobre el botón de envío. —¿Y qué harás por mí?
Entiendo la insinuación en su voz. Las lágrimas corren por mis mejillas, mi pecho se agita ante la imposibilidad de la situación. Estoy dividida en dos direcciones diferentes, pero sé que incluso entregar mi cuerpo sería mejor que morir.
—Lo que sea —lloro—. Haré lo que quieras.
—El problema es... —dice suavemente en voz baja, acariciando su cara contra mi cabello—, ya lo he visto y tomado todo —Sus palabras se vuelven frías y descuidadas—. La novedad ha desaparecido.
Con una sola pulsación de su dedo, el sonido de la llamada me llega.
Mi corazón cae al suelo, y apenas escucho el tono apagado.
—Oops —se burla de mi oído como si fuera un simple accidente, antes de alejarse de mí.
El ácido sube a mi garganta, y luego me inclino y vomito todo lo que tenía en el estómago sobre la alfombra persa.
Se pone de cuclillas frente a mí y me limpia el vómito del labio inferior con el pulgar.
Suspira.
Theodore Alexander es un monstruo vestido como un caballero.
Llevo mi mirada llena de lágrimas a la suya y digo dos palabras que nunca antes había dicho. —Te odio.
Sonríe. —Te tomó mucho tiempo.
Tiemblo con la humillación.
—¿Por qué estás haciendo esto?
Y así como así, su diversión se desvanece, reemplazada por una mirada despiadada que absorbe todo el calor de la habitación. Saca su teléfono del bolsillo trasero y me lo pone en la cara. Giro la cabeza con asco ante la foto de la pantalla, pero me agarra las mejillas para mantenerme en su sitio.
Aprieto mis ojos para cerrar, la imagen aún se quema en mi cerebro.
Sangre. Tanta sangre.
Ropa rasgada.
Piel desgarrada.
Ojos sin vida.
Es una chica de apenas unos diesiete a dieciocho años.
—Su nombre era Nova. Era un buena chica —es todo lo que Theodore dice, pero sé por su tono, que en algún lugar del negro corazón de este hombre, se preocupaba por ella.
Abro los ojos. Aunque es totalmente injustificado dadas las circunstancias, no puedo evitar sentir compasión por esa chica.
—Lo s-sien...
No puedo terminar la palabra porque me da una bofetada.
—No me interesan tus disculpas, las chicas tontas como tu siempre mueren por amor, y déjame decirte —dice con dureza, luego pone un trapo en mi boca. —El amor es el peor veneno que existe.
Mi teléfono suena en su bolsillo trasero. Theodore me mira, dejándolo sonar y sonar, antes de cambiar el móvil de su mano por el mío. Contesta la llamada por el altavoz y se pone de pie.
—Thais —dice—. Espero que el tiempo hayas durado con Lou fuera agradable.
—¿Por qué tienes el teléfono de Verónica?
—Ah, está amarrada y no puede hablar.
—Si has hecho daño a Verónica, te cortaré el pene y te la meteré por la garganta —La voz de Thais corta como un cuchillo la habitación, tan dura y extraña que me da escalofríos.
—Dices cosas tan excitante, nena.
—Cuando te mete un tiro en la cabeza verás lo excitante que soy.
—¿Sabes dónde estoy? —se burla él.
—Puedo averiguarlo.
—Inténtalo. Pero ambos sabemos que si quieres salvarla debes darme algo a cambio.
—Ok —Thais rechina—. Ambos sabemos lo que quieres. Me cambiaré por ella.
—Te espero donde te encuentre esa vez que quemaste la casa de Aang. Ven sola o verás su lindo cuerpo sin cabeza.
Cuelga la llamada.
—Tan leal es tu amiga —dice con frialdad, aunque sus ojos son más oscuros que la noche—. Incluso después de que lo cambiaste por mí. Débil, el amor es su condena.
Mi cuerpo se tensa mientras camina hacia mí. Su sombra es una presencia viva que me llega al pecho y me roba el aliento de los pulmones.
Quita el trapo que tengo en la boca. —No tienes que hacer esto —le digo.
—Error de nuevo, abejita —dice. —Aang pagará por lo que ha hecho —Exhala mientras me tira de la
cabeza hacia atrás por mi cola de caballo, su voz se endurece. —Thais lo pagará por él.
Trago. —Eso es enfermo.
Frota un pulgar sobre mis labios. —Todos tenemos nuestros vicios, ¿no?
Mis ojos brillan con desagrado.
Desliza su mano entre mi pierna, y mete sus dedos en la carne blanda, extendiéndolos ampliamente para poder presionar su dedo completamente contra mí. El movimiento contra mi clítoris envía una brizna de calor, penetrando el temor como un chorro de agua caliente.
Mi corazón comienza un extraño galope en mi pecho, la fácil recepción que mi cuerpo le da apretando mi estómago.
Una sonrisa sardónica cruza su rostro. —Ves lo fácil que es hacerte mojar.
Y de pronto, me besa, todo el odio y la rabia se desvanecen. Se evapora en el aire como si jamás hubiera existido. Me ha arrebatado mi poder. Se pona a horcajadas encima de mí. Las ásperas puntas de sus dedos me rozan la piel mientras se asentan entre los mechones de mi cabello. Acerca la cara a la mía y me levanta el mentón para que lo mire a los ojos. Su cálido aliento desprende un olor a bourbon y me besa la piel. Reconozco el olor porque para mí es tan común como el agua: lo habría reconocido en cualquier lugar. Pega la frente a la mía y cierra,los ojos al tiempo que me agarra firmemente la cadera con la otra mano. Va deslizándola despacio hasta mi cintura, donde me aprieta con más fuerza a través del tejido de seda de mi vestido.
―Es una lástima que la diversión tenga que terminar ahora.
El filo de un cuchillo roza mi abdomen y el tiempo deja de marcar el ritmo de mi vida. Solo escucho el latir errático de mi corazón, siento la muerte recorrer mi columna.
―¿Alguna vez llegaste a sentir algo por mí? ―digo en un sollozo.
―Nunca.
El filo de la navaja me atraviesa.
Fuego. Mi carne se prende fuego.
Me equivoqué. El diablo no tiene piel roja y una cola bífida ni un rostro horrible. Reina el caos en Francia con una boca sucia, una sonrisa fácil y una serpiente por corazón.
Bueno, en etapa de la historia sabemos que no todos tendrán su final feliz, y quizá Vero no se lo merecía pero ella se metió solita en todo. Ya son tres libros, lo que significa que ya estamos en confianza, ¿cuáles son sus personas favoritos hasta ahora?
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