28
Thais
Me revuelvo con un dolor palpitante que se extiende por un lado de mi rostro y hasta el cráneo. Tengo la boca seca y la garganta rasposa como si hubiera tragado arena.
Me lamo los labiosy saboreo la sangre antes de intentar levantarme. Mis ojos se abren contra la luz brillante y punzante, y por un momento no estoy segura de dónde estoy. Solo breves fragmentos.
Un habitación.
Hotel.
Gala.
Verónica y nuestra discusión.
—Lou —susurro.
Un fuerte golpe atraviesa mis tímpanos.
—Muy bien, querida hermana. ¿Me extrañaste?
—Yo no soy tu...
—Tu madre está casada con mi padre, ¿entiendes eso? —pregunta antes de que pueda terminar de hablar, y luego me doy cuenta de mi error—. Sí, pensé que plantearías algunas preguntas al saberlo.
La realidad se estrella contra mí como un millar de bloques de hormigón.
—Lou —susurro mientras mi memoria se desliza hacia atrás—. Dónde está David.
—Oh, fue demasiado fácil. Ni siquiera está aquí. La limusina donde venía con Anjoly tuvo un pequeño inconveniente. Pero no te preocupes, no les hice nada.
—¿Qué quieres, Lou?
Sus ojos se entrecierran con nada más que una intención maliciosa que sale de unas pupilas negras y dilatadas.
—¿Qué es lo que quiero? Lo que quiero es mi puto imperio. —Da un paso hacia mí—. Lo que quiero es mi puto trato con el imbécil de Aang. Un trato que estaba asegurado y a dos segundos de cerrarse hasta que tú —aprieta el cañón de su arma contra mi pecho, haciéndome gemir—, irrumpiste sin invitación, arruinando todo.
—No pedí formar parte de esto.
—Sin embargo, no te lo pensaste dos veces antes de abrirte de piernas, acostándote con ese puto que se cree dueño del maldito mundo.
—No tuve elección —le espeto—. Nada de esto fue mi maldita elección, Lou.
—¡Claro que tuviste! Aunque no sabías de la información del huevo sabía que ella era importante. Pudiste haberselo ofrecido a cambio de tu libertad —grita, levantando el arma y apuntando a mi frente. —Pero en lugar de eso te dedicaste a disfrutar como la puta zorra que eres aunque te está matando. —Su afirmación es solemne—. Él es un veneno. Una plaga en tus venas. Una enfermedad de transmisión sexual y tú abriste las piernas, invitando a la ponzoña a entrar en ti. Ya estabas dañada antes de él y todo saben que algo que está roto, por mucho que se arregle, siempre se notará.
—¿De eso se trata esto? ¿De Aang? ¿Qué me haya acostado con él?
—Nunca fue acerca de Aang —sonríe, pero no hay diversión en sus ojos. Solo oscuridad. Odio. Rabia. —Hermanita, actualízate, ya casi nadie es tan básica como para pelear por un hombre. Al menos, no las que tienen neuronas.
—Yo no tengo nada que ver con tu imperio.
—Aunque no lo creas tienes todo que ver, papá ya sabe que eres Vienna. Y el hecho de que sigas viva seguirá frustando mis planes, porque significa que no podré ser la heredera universal —frunce el ceño. —Sé que debería esperar a Theodore, pero mis ganas de matarte es más fuerte.
El momento correcto llega cuando se mueve sobre mí y su cara acaba directamente sobre la mía. Le miro a través de un hueco entre mis pestañas y, cuando baja la mano para cogerme el pelo, ataco.
Con todas mis fuerzas, levanto la cabeza y estrello la frente contra su nariz.
La sangre lo salpica todo mientras Lou retrocede sobresaltado dando un grito.
Cualquier otra persona se habría agarrado la nariz rota, pero ella solo se encabrita, gruñendo: —¡Puta estúpida!
Me levanto rápidamente del sofá.
Lou me revienta el puño contra la mandíbula.
Mi cabeza se golpea contra la pared y la explosión de dolor me aturde por un segundo.
Veo estrellas en el contorno de mi visión y noto el sabor cobrizo de la sangre. Pero Lou no ha terminado todavía conmigo.
Salta encima de mí.
—¡Estúpida! —El siguiente puñetazo es contra mi estómago, golpeándome el riñón con su puño, que parece una bola de demolición—. Siempre has pensado que eres mejor que yo, ¿no?
No respondo, solo puedo resollar a través de mi agonía mientras me hago un ovillo para protegerme. Aturdida giro la parte superior del cuerpo sobre el costado. Su puño me roza el pómulo en lugar de rompérmelo como seguramente era su intención, pero aun así me pitan los oídos por el golpe.
Me giro de nuevo, tratando de deshacerme de ella, pero la parte inferior de su cuerpo es como una roca sobre mí.
«Lucha, Thais, lucha». Las palabras son como un mantra desesperado en mi mente.
Golpeo hacia arriba con el puño y consigo darle en la mandíbula, pero sus ojos se vuelven aún más brillantes cuando me coge de las muñecas. Veo la rabia y la locura en su oscura mirada y sé que no voy a salir viva de aquí.
—Vas a pagar por eso —dice con un siseo bajo y gutural y siento sus manos en mi cuello mientras sus dedos detienen el flujo sanguíneo.
De pronto escucho un fuerte ¡Boom!
Por un momento, estoy segura de que me ha golpeado de nuevo, de que el ruido ensordecedor proviene de mis huesos faciales rompiéndose, pero el polvo y el yeso que llueven sobre mí eliminan esa impresión.
Lou se aparta de mí maldiciendo, y se tambalea hacia atrás un par de centímetros cuando otra explosión hace temblar la sala.
Aferrándome a esa oportunidad, ignorando el dolor punzante en la cara y en el costado, me giro en el suelo y me tambaleo al ponerme de pie. Se oye un silbido agudo de disparos sobre nosotros. Lou se queda paralizada en el sitio, con su mirada balanceándose como loca entre la puerta y yo. Se da cuenta de que su instalación está siendo atacada y veo cómo su odio hacia mí entra en conflicto con su sentido del deber.
Empieza a sonar la alarma.
Debería estar ahí fuera, deteniendo a los invasores, pero lo que quiere de verdad es hacerme sufrir.
Este último impulso parece vencer.
—¡Maldita sea, ni siquiera puedo matarte en paz! —dice a regañadientes con las venas sobresaliendo de su frente.
Entonces da un paso hacia mí y levanta el puño para golpearme.
Instintivamente, me agacho y, en ese momento, otra explosión hace temblar la habitación, provocando que Lou pierda el equilibrio y causando más lluvia de yeso sobre nosotros. De las profundidades del edificio, parece emerger el sonido de chillidos y gemidos y, de repente, una esquina de la habitación se desmorona. Los ladrillos y el yeso caen como en un alud a menos de un metro de mí.
Jadeando, salto hacia un lado y entonces lo veo.
Un ladrillo con una barra de metal oxidado incrustada.
Salto a por él, deslizándome sobre mi estómago a través de los restos de arena del suelo. Algunos pedazos de piedra y yeso se me clavan en las piernas y en la barriga, pero cierro las manos alrededor de la vara de metal y salto justo a tiempo para estamparle el ladrillo a Lou en la cara cuando corre hacia mí. Se tambalea hacia atrás, agarrándose a la encimera, y de nuevo escucho el furioso estallido de las armas automáticas sobre nosotros.
Esta vez, sin embargo, el ruido sordo no se detiene. Quienes sean los atacantes tienen muchas armas de fuego. No obstante, no tengo oportunidad de preguntarme acerca de su identidad porque veo a Lou meter la mano en un bolso que esta en la encimera y sacar un arma.
Reaccionando al instante, tiro el pesado ladrillo y me lanzo hacia un lado, rodando por el suelo hacia mi atacante. Oigo el disparo, siento el escozor abrasador de la bala cuando alcanza mi brazo y, luego, choco a toda velocidad contras las piernas de Lou. No debe haberse recuperado totalmente del golpe de antes porque se tambalea hacia atrás y el siguiente disparo lo falla.
Gateo para ponerme de pie, con los oídos pitándome por el disparo y por los tiros de arriba y le cojo la muñeca derecha, girándosela hacia un lado para que suelte el arma.
Un segundo después, estoy volando por la habitación. Entiendo vagamente antes de chocarme contra la pared que me ha hecho girar con la otra mano. El aire abandona mis pulmones y jadeo con una agonía paralizante mientras Lou me apunta con la pistola al tiempo que su cara cambia con una ira frenética.
Me va a matar.
La idea me inyecta adrenalina en el cerebro. Sin pensarlo, me tiro hacia ella con los brazos extendidos para agarrarla con desesperación y mi mano se cierra alrededor del metal frío del cañón. Siento que se resiste bajo mis dedos, oigo el gemido mortal de la bala y caigo.
Estoy cayendo, pero no estoy muerta.
Aterrizo sobre Lou, sorprendida, con mi mano aún agarrando convulsivamente el cañón.
Joder, no puedo creer que esté viva.
Por instinto, me lanzo a por la pistola tratando de que la suelte y, para mi sorpresa, lo consigo. Aferrándome al arma, me arrastro sobre el cuerpo de Lou y solo cuando estoy a un metro de distancia me doy cuenta de lo ocurrido.
Una porción del techo ha caído sobre ella, derribándola.
Un ligero reguero de sangre le cae por la sien y hay yeso a su alrededor.
Lou está inconsciente, quizás incluso muerta.
Mareada, me pongo en pie y le apunto con el arma, tratando de estabilizar el temblor violento de la mano. Mi visión se vuelve borrosa y cada pensamiento parece requerir un esfuerzo extraordinario. Solo soy consciente del odio potente, me corre por las venas, llevándose todo pensamiento racional.
Mi dedo aprieta el gatillo, casi por voluntad propia, y veo cómo el primer disparo abre un agujero sangriento en el costado de ella.
Su cuerpo se sacude y disparo de nuevo. El mareo se intensifica, mi cabeza se sumerge en el dolor y aprieto los dientes, decidida a seguir consciente el tiempo suficiente para acabar con ella. Termino de vaciar la pistola en su cuerpo.
Una nueva ráfaga de disparos en la planta superior llama mi atención y, de repente, me doy cuenta de que todavía no tengo ni idea de lo que está ocurriendo o de quiénes son los atacantes. Casi de inmediato, me acuerdo de algo más.
Ahora, tengo que salir.
Tengo la ropa empapada de sangre y no valgo nada como fugitiva.
Abro una rendija de la puerta y veo a dos guardias a ambos en el pasillo.
Claramente no les parecía que los ruidos que oyeron fueran inusuales cuando estaba siendo atacados desde enfrente.
Ambos contemplan el otro extremo del pasillo, así que le quito a un guardia una pistola de la cartuchera antes de que pueda reaccionar. Cuando siente la falta de peso, se vuelve y me mira.
―¿Qué diab...?
Le disparo en la cabeza y hago lo mismo con el otro antes de que pueda reaccionar. Ambos están muertos, tirados en el suelo y soltando sangre por todas partes. Los dos llevan chalecos antibalas, así que cojo uno y me lo pongo. Voy a tener que salir de allí luchando, así que algo de protección no está de más. Cojo también la otra pistola.
Después echo a correr por el pasillo.
No sé nada sobre bases subterráneas, pero sí que la única forma de salir es subiendo. Debo llegar a la superficie y moverme deprisa, antes de que alguien vaya a buscar a Lou. Todo lo que necesito es encontrar unas escaleras o un ascensor y subir hasta el piso de arriba.
Llego al otro extremo del pasillo y me encuentro en un corredor que sigue hacia ambos lados. No hay indicaciones, así que voy hacia la izquierda, esperando tener suerte. Tengo la pistola preparada, lista para apretar el gatillo en cuanto alguien me dé razón para ello.
Se me produce una conmoción al final del pasillo cuando escucho unas voces.
―Mierda ―tengo que salir de allí lo antes posible, así que echo a correr.
Corro todo lo rápido que puedo y doblo la esquina. Estoy en otro corredor lleno de puertas, y al llegar al final, veo la sombra de un hombre en la pared. Lleva un rifle contra el pecho y se mueve despacio para dar la vuelta a la esquina, directo hacia mí.
Aprieto la espalda contra la pared y apunto con la pistola. En cuanto aparezca, me lo cargare y pasaré al siguiente.
Por fin dobla la esquina, apuntándome con el rifle directamente a la cara.
Pero reconozco sus ojos. Los había contemplado incontables veces. Los veo en mis sueños y justo antes de quedarme dormida. Toda mi vida esta en aquellos ojos, que encierran la otra mitad de mi alma.
Una sonrisa cruza sus labios al verme apuntándole y el dedo en el gatillo.
—Haces cosas tan calientes, pequeña.
―¿Aang?
Él baja el arma de inmediato y echa a correr hacia mí.
―Joder, Thais. ―Se estrella contra mí y me rodea la cintura con los brazos con tanta fuerza que casi me parte en dos―. ¿Estás bien? ―Contempla mi ropa empapada de sangre―. ¿Estás herida?
―No. He matado a Lou.
Aang se me queda mirando impactado, es la primera vez que me ha dedicado aquella expresión.
Luego susurra cerca de mis labios. ―¿Realmente ibas a dispararme?
―No deberías hacer preguntas de las que ya sabes la respuesta. No habría sido una herida mortal si se trata de ti. Te lo aseguro ―sonrío contra su boca.
―Me tranquilizas, pequeña ―dice con sarcasmo.
―Aang, una vez traté de matarte y te pusiste duro por ello que incluso me azotaste en pleno viñedo. Eso no es encantador, solo es retorcido.
―Te gusta retorcido.
―Me encanta lo retorcido si se trata de ti ―confieso.
―Y dicen que el romance está muerto.
―No entiendo el por qué ―muerdo mi labio inferior. ―Si duermo profundamente en los brazos de mi monstruo.
―Y yo de mi ángel que ama el caos.
―Bueno, suficiente romance por hoy, sigamos moviéndonos, o el ejército de la organización nos atraparán —le digo.
―Quédate detrás de mí, pequeña ―retrocede por donde había venido, conduciéndonos hacia la salida.
Según avanzamos, advierto los montones de cadáveres que Aang había dejado a sus espaldas.
Sus otros hombres están en el pasillo, barriendo el lugar. Al final, nos encontramos con Elliot.
―¡La has encontrado! ―Elliot deja caer su arma y me abraza―. Joder, me alegro de que estés bien.
―Sí... tus entrenamientos no fueron en vano.
Elliot asiente.
Aang lo mira. —Haz una limpieza aquí y deshazte de estos cuerpos. —Mira ahora a Dixon—. Llama a Terrence para que venga a buscarte.
Aang me agarra de la mano y me conduce fuera. Estamos por fin solo y no sé que vamos a hablar. Después de lo ocurrido, no me siento con seguridad para hacer nada. Me abre la puerta del copiloto de su auto y él se sienta en el puesto del conductor. No me pregunta si quiero que me llevara a casa antes de empezar a conducir, sin duda alguna en dirección a su casa. No hablamos durante el trayecto. Yo sigo con el vestido roto y lleno de sangre. Tengo el pelo alborotado por el viento, y la pelea. Sigue siendo de noche, más bien es de madrugada, entre las 4 am. Aang aparca en el garaje de su casa y detiene el motor.
―Tu coche es muy bonito ―rompo la tensión con un cumplido sencillo, sabiendo que la mejor forma de ganarse a un hombre es elogiando sus juguetes.
―Gracias. También es tuyo ―sale y vuelve a cogerme de la mano.
Me siento como si fuéramos una pareja volviendo a casa después de una largo viaje. Solo que la de los dos está bañado de sangre. Vamos directamente a su habitación. Nos metemos los dos en la ducha. Yo me froto con una esponja vegetal y Aang se lava pasándose una pastilla de jabón por la piel. Sumerge la cabeza y deja que el agua le aclarase el champú antes de dar un paso atrás y frotarse más jabón por el cuerpo. Siento la sangre resbalando entre mis pechos y recorriendo mi vientre. Aang se da cuenta y se queda mirándolo sin apartar la vista.
―¿Está bien?
―Sí.
Me enjabona los pechos y los masajea, a pesar de que ya están limpios. Los aprieta con fuerza, provocándome una pequeña mueca al estrujarme como haría un hombre con su mujer. Pero él lo hace como si quisiera borrar cada rastro de sangre de la memoria.
―Estoy bien ―repito.
―Me encantan tus tetas ―decide cambiar de tema.
―A ellas también les encantas tú ―sonrío antes de agarrarle el culo. ―Tengo envidia de tu culo.
―Es tuyo.
Me abraza fuerte.
―Te mereces más respeto del que recibes.
―Aang... ―Se me quiebra la voz, alcanzando un tono que nunca antes había adquirido―. Nadie me ha dicho nunca algo así...
Me pone la mano en la mejilla y me acaricia la cara.
―Eso va a cambiar. Te lo prometo.
Le rodeo la muñeca con los dedos y examino su rostro atractivo, conmovida por aquel hombre como nunca me había conmovido antes. Me encanta todo de él, desde sus cálidas caricias hasta su hermosa sonrisa. Posee el tipo de fuerza que yo nunca alcanzaría, el tipo de poder que procede de algo más que de su entrepierna. Y ese trato radical hacia mí es sorprende. No hay rastro el tipo que me secuestró y abofeteó. A veces me da miedo que esa parte regrese.
―Hazte conmigo lo que quieras, pequeña.
Pega la boca a la mía y me da un beso delicado antes de retroceder.
Cierro el agua y nos secamos cada uno con una toalla. Aang se da golpecitos para secarse y después se frota el pelo con la toalla, quitando la humedad en poco tiempo por lo corto que lo tiene. Yo tengo que usar el secador unos minutos para que no se me queden tan mojado. Cuando casi he terminado, Aang aparece detrás de mí mientras yo contempla mi propio reflejo en el espejo. Viste solo con un pantalón chándal. Se queda de pie a mis espaldas y me mira fijamente a través del espejo. Yo lo miro a los ojos, sin amilanarme, mientras me paso los dedos por el pelo, ya casi seco.
―¿Qué pasa, Aang?
Me da un beso en la mejilla sin apartar la vista de mí mientras lo hace.
―Me gustas más sin maquillaje y el pelo así ―se da la vuelta y sale, dejándome a solas para que termine de prepararme.
Al final, me pongo una de sus camisetas y subo a la cama con él. Sus brazos me rodean la cintura y me acerca más a su cuerpo.
Es todo lo que necesito para dormirme.
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