27

Verónica

Las ná­use­as em­pe­ora­ron por­que la cul­pa em­pe­zó a qu­eb­ran­tar­me. No puedo­ cre­er que yo hieciera es­to.

Thais no se lo me­re­cía. Pero creí haberlo hecho por su bien.

Él me dijo que era por su bien y le creí.

Había comenzado a vomitar ca­da ma­ña­na y el mi­edo me es­ta ma­tan­do. Te­ngo que ele­gir ent­re mi mejor amiga y el hombre que amo, y la elec­ci­ón pa­re­ce ob­via. Pe­ro eso no me ha­ce sen­tir me­j­or con mi de­ci­si­ón. Solo me ha­ce sen­tir pe­or.

Y ahora temo haber cometido un error.

La preocupación de Aang por Thais realmente me pone nerviosa.

Realmente lo vi asustado e incluso parece quererla.

Había salido corriendo del baño en busca de Theodore, pero al único que encontré fue a Vale, quién me avisó que debía llevarme a casa por orden de su jefe.

No dije nada y simplemente dejé que lo hiciera.

Apenas llego a casa de Theodore voy rápidamente a la cocina donde me avisan que está.

La encuentro relajado mientras toma una copa de vino.

—¿Por qué me hiciste llevarla ahí si no apareciste? —suelto.

Su copa se detiene por un segundo mientras asimila mi pregunta. Había estado viviendo con él durante un buen tiempo, y es como si nunca pudiera conocerlo porque él no me deja.

Da otro sorbo y se queda en silencio el mayor tiempo posible.

—No te importa.

—Te das cuenta que mi amiga esta desaparecida por algo que me pediste hacer.

Su mirada baja hacia su copa, mientras toma otro trago.

—Es demasiado íntimo esa información.

—¿Más íntimo que tener sexo? —pregunto con incredulidad.

—El sexo no es íntimo, puedes sentir deseo por cualquier, ¿de acuerdo? —se vuelve severo, tratándome como me trataba cuando me excedo. Alza su voz al igual que su ira, y eso hace que el aire en la habitación se sienta pesado.

A pesar de los tiernos momentos que habíamos compartido, todavía tiene la guardia levantada. Él siempre me mantiene a distancia, incluso cuando nos miramos a los ojos y nos movemos juntos. Él nunca me daría todo de sí mismo, no como lo había hecho yo.

Pasan unos minutos de tenso silencio, y me sirvo una copa e ignoramos la incomodidad que ambos sentimos.

—Quería preguntarte algo.

—Bien —él había estado mirando su teléfono, así que lo pone sobre la mesa.

—Al menos jurame que no le hiciste nada. Que no tienes nada que ver en su desaparición.

—¿Te crees tus propias mentiras?

¿Cómo podría ser tan dulce en las primeras noches y luego convertirse en el imbécil que tengo enfrente?

Es como si él fuera dos personas diferentes.

—¿Te hace feliz ser así?, ¿crees que puedes tratarme como una mierda?

—Error, abejita —me corrige. —No lo creo, te trato como una mierda porque tú te crees una, porque si no jamás me hubieras dejado tratar así. Así que, querida, la culpa no la tiene el hijo de puta que te hace llorar, la culpa la tienes tú, que lloras, te lamentas y repites ¡nunca más!, y lo vuelves a besar y abrir las piernas a la primera oportunidad que te dice que lo abras —una sonrisa retorcida cruza sus labios. —Solo te trato como tú dejas que te trate.

—Esta cosa de ser un imbécil te está envejeciendo.

—Siempre soy un imbécil, así que acostúmbrate.

—No, no lo eres —espeto—. ¿Por qué estás de tan mal humor?

—Porque me estás provocando. Primero, me preguntas por tu amiga, como si tuviera que darte una razón. ¿Y ahora esto? Ya te di mi respuesta, y eso no va a cambiar.

Quiero golpearlo en la cabeza.

—Voy a regresar a mi piso antes de que tu malestar me amargue la noche.

Sus ojos se agrandan como si el insulto no fue lanzado.

—Puede que sea tu amante por la noche, pero mientras salga el sol, soy el dueño de esta casa, del lugar en el que trabajas. No me cuestionas como si tuvieras derechos. Nuestra situación no ha cambiado a pesar de lo que hacemos en el dormitorio. Eres mi peón en este juego, y los peones hacen lo que se les dice.

Es una estupidez, pero lo hago de todos modos. Tiro todo el vino de mi copa y lo golpeo en la cara con él.

—Vete a la mierda, Theodore.

Salgo de la cocina sin mirar atrás.

Me sigue con una mirada agresiva en sus ojos. Su cuerpo esta acelerado como un motor candente, y aprieta ambas manos como si deseara estar agarrando un puñado de cabello.

—Ven aquí.

—No —espeto, poniéndome a una distancia prudente.

Se desabrocha el cinturón y lo suelta.

—Vas a ver lo imbécil que soy.

Dobla el cinturón por la mitad y lo golpea contra su palma abierta. El sonido de la bofetada resuena contra la pared, el chasquido es fuerte y agudo.

—Agáchate. O te haré agachar.

Ahora sabía lo que iba a hacer. Me va a azotar con ese cinturón, y me va a azotar con fuerza.

—No voy a dejar que me azotes.

—No tienes que dejarme hacer nada —él golpea el cinturón contra su palma de nuevo. —Quiero cazarte. Así lo haces más divertido —hace su movimiento y camina hacia mí.

Corro alrededor del sofá y corro a la escalera. Corre tras de mí, sus pisadas son pesadas como tambores.

—Puedo azotar tu trasero aquí o afuera para que todos lo vean. Tú decides.

Corro hacia el pasillo y luego me detengo, sabiendo que él cumplirá su amenaza. Me azotaría frente a todo el personal y los haría mirar.

Theodore agarra mi brazo y me arrastra al dormitorio. Patea la puerta para cerrarla con su pie y luego me inclina sobre la cama. Sube mi vestido y baja mis bragas.

—No te atrevas...

Me golpea fuerte, tan fuerte que las palabras mueren en mi boca.

Él me golpea de nuevo, poniendo todo su impulso en el golpe. Me duele tanto que en realidad grito. Mis glúteos se están enrojeciendo de inmediato, la inflamación arde. El dolor es abrumador.

—Tres más.

—Detente.

Él me abofetea.

—Nada de lo que digas me hará detenerme.

—Por favor...

—Nena, eres más fuerte que esto. No supliques tan pronto —Me da un azote con el cinturón, la sensación es terrible.

Me mantiene atrapada por el cuello.

—El último. Voy a hacer que duela más que todos los demás. ¿Quieres saber por qué?

No contesto.

—Haz una escena como esa otra vez, y haré algo peor que azotarte. No me cuestiones. No me faltes el respeto en mi casa. Tengo todo el derecho de ser un imbécil de mierda para ti, pero no tienes ningún derecho de ser una completa perra para mí. Tomaste la decisión de entrar en mi vida aún sabiendo de lo que era capaz, ahora te aguantas —azota el cinturón más fuerte que todos los demás golpes.

Y grito de nuevo.

—El pasto se ve más verde del otro lado, y también se ve más fresco cuando recién crece, ¿no? —se burla.

Me suelta y vuelve a poner su cinturón. Yo estoy llorando en la cama.

—A veces la vida te folla, sin siquiera invitarte un trago, Verónica. Así que, solo abre las piernas y acepta como toda las niñas buenas que acostumbras leer en tus libros de amor.

Me levanto dispuesta a irme de esta casa de loco.

—No me quedaré aquí ni un segundo más. ¡Estoy harta de ti y de tu bipolaridad! ¡De que me uses como tu puto saco de boxeo!

—Si crees que me vas a dejar, te equivocas.

Agarra mi vestido con sus manos y la parte por la mitad, pegando sus dientes a mi pezón. Grito e intento luchar contra el ataque, pero me agarra y me presiona en la cama.

—En un momento te recordaré lo mucho que me quieres y se te irá ese berrinche —gruñe, ensenándome el cinturón con el que me ata.

Quiero huir de él, pero me agarra la pierna y me baja las bragas, y luego se sienta encima de mí, tropezando por debajo. Me ata la correa a las muñecas de una manera que no conozco muy bien, y luego la fija al moderno armazón de la cama. Me estoy retorciendo y gritando cuando se levanta de mí y lentamente comienza a desvestirme. Las lágrimas corren por mis mejillas de la ira y mis manos arden por la fuerza con la que estoy atadas. Theodore me mira con satisfacción, y hay furia acechando en su mirada.

—Theodore, por favor —susurro. —No lo hagas.

Estoy asustada.

Cuelga su camisa en el respaldo del sillón y se baja los pantalones en un movimiento, que caen al suelo, revelando una gran pene pegajosa; esta listo. Su cuerpo musculoso es más grande de lo que recordaba, y más esculpido, y su erección es realmente impresionante. En circunstancias normales, estaría hirviendo de excitación, y antes de que me tocara, explotaría como los fuegos artificiales de Año Nuevo. Pero no hoy. Mi amiga había desaparecido por mi culpa y me duele el cuerpo por los golpes.

Un torrente de lágrimas inunda mi rostro, dando alivio a mis pensamientos, y mi cuerpo esta tenso cuando Theodore se inclina sobre mí completamente desnudo.

—Abre la boca —dice, arrodillándose sobre mi cabeza, y la giro negándome. —Oh, abejita —se ríe burlonamente, acariciándome en la mejilla. —Lo haré de todas formas, ambos lo sabemos, así que sé educada y abre la puta boca.

Mis labios aún están apretados.

—Veo que estás de muy buen humor para una cogida muy aguda hoy.

Me agarra la nariz y espero a que mis pulmones se queden sin oxígeno.

Cuando mi cabeza empiezaa dar vueltas, abro los labios y él me entra en la garganta con todo el poder de sus caderas.

—Oh, sí, abejita —susurra, sumergiéndose en ellas brutalmente. —Eso es todo.

Aunque trato de no hacer nada, todo el interior de mi boca está apretado en el pene gorda de Theodore. Después de unos minutos se levanta, se inclina sobre mí y me besa profundamente.

Siento el olor del alcohol y el sabor amargo de alguna droga. Esta completamente intoxicado y es impredecible. En ese momento estoy aún más asustada, y el terror se mezcla con la confianza que siempre había sentido por él. Después de todo, es el hombre que amo, el que debería ser mi protector, el hombre que me debería de adorar. Pero ahora estoy tendida completamente indefensa frente a él y me pregunto cuándo me hará daño de nuevo.

Baja la boca, me lame el cuello hasta que llega a mi pecho, toma un pezón en su boca y empieza a chupar con fuerza. Lo muerde y los amasa con sus delgados dedos. Me retuerzo, rogándole que pare, pero él ignora mis sollozos. Se desliza hacia abajo hasta llegar a mis muslos apretados, que rasga a los lados en un movimiento y sin previo aviso comienza a lamer, morder y follar mi sexo con sus dedos.

—Veo que te has puesto cachonda —dice, levantando los ojos hacia mí.

—Por favor, detente —me ahogo con mi llanto.

Se arrodilla delante de mí, levanta mis dos piernas y las pone sobre sus hombros, y luego me ataca con una erección temblorosa, yendo tan profundo como puede.

Grito, sintiendo el dolor punzante en mi abdomen.

Sus caderas me están golpeando, y yo estoy gritando, interfiriendo con su sonido.

El ritmo loco y el dolor están jugando con mi cabeza. Abro mis ojos llorosos y lo miro. En ese momento, lo odio con todo mí ser y lo que me hace. Pero aun así, siento que empieza a llegar. No quiero, no de esta forma, pero no puedo detener el placer que este desequilibrado hombre me da.

Después de un tiempo, el orgasmo se apodera de mi cuerpo, y mientras me estiro, arranca un poderoso grito de mi garganta.

Él sigue sacudiendo sus caderas con sus dedos firmemente pegados a mis tobillos, pero ya no siento ningún dolor, solo una ola de un enorme tsunami que me atraviesa.

Al final, satisfecho me desata.

Me levanto y me siento, y sus ojos se iluminan cuando mira mi cuerpo desnudo y magullado. Mis muñecas y mi cintura están maltratadas por estar atada, y mis piernas y, vientre llevan sus huellas dactilares.

La mirada oscura de Theodore se dirige hacia mí.

No puedo respirar, paralizada bajo el despiadado y brutal brillo de sus ojos mientras se arregla el pantalón. Una fuerte descarga de adrenalina se enciende dentro de mí.

Me voy hacia la puerta. Lo dejo atrás. Corro como una loca, escuchando sus pasos detrás de mí. Al mismo tiempo, se escucha un increíble estruendo por toda la casa. No voy a comprobar lo que pasa. Casi cayendo por las escaleras, tiro mis tacones en el camino para correr mejor.

Sabiendo que hay hombres en la entrada, doy un giro brusco a la derecha en la oscura cocina, me arrastro detrás del mostrador, y presiono mi espalda contra él. Suaves pasos suenan en el pasillo de repente, acercándose cada vez más como si la idea de cazarme fuera más divertido. Las lágrimas corren por mis mejillas. Me cubro la boca para contener un sollozo.

El miedo aprieta mis pulmones, sofocando cada respiración antes de que pudiera inhalar.

—Abejita —se burla, el suave sonido cariñoso sonando desde algún lugar en la oscuridad.

No enciende las luces, y yo sé que es porque esta disfrutando de este retorcido juego del escondite.

Me alejo de su voz.

Ahora, puedo ver una luz desde la puerta de servicio. Mi pecho se mueve arriba y abajo en anticipación. Sin avisar, estoy de pie y corriendo hacia él, pero no salgo de la oscuridad antes de que los brazos me agarren por detrás.

La mano de Theodore me cubre la boca, amortiguando mis gritos, mientras lucho contra su férreo agarre con lágrimas que inundan mi visión.

—¿Adónde vas, Abejita? —Sus palabras amenazantes presuenan contra mi oído—. La fiesta acaba de empezar.

Un aguijón afilado me pincha la nuca.

Y entonces la pesadez arrastra mi conciencia, hacia abajo, hacia abajo...

Hasta que todo queda oscuro.

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