24
Thais
Las cosas de ayer habían ido mejor de lo que esperaba. Nos habíamos dormido tarde y levantado tarde, llegue tarde a clases pero había valido la pena. Al medio día Aang había pasado en la editorial y me dijo que tenía que hacer algo por él. Ese algo termina involucrando a un equipo de estilistas que lleva lo que parece ser todo el inventario de una boutique a mi habitación. La estilista es pequeña y no dice casi nada. El hombre mide como un metro y ochenta centímetros, y mantiene un flujo constante de observaciones.
—No puedes vestirte de rojo o negro siempre, y te animo a que elimines esas palabras de tu vocabulario, pero casi todos los demás colores son una opción —los tres estamos en mi habitación ahora, junto con Anjoly, trece percheros de ropa, docenas de bandejas de joyas y lo que parece ser un salón completo instalado en el baño—. Brillos, pasteles, tonos tierra con moderación. ¿Te gustan los colores sólidos?
Miro mi atuendo actual: una camiseta gris y un jeans corto muy cómodo. —Me gusta lo simple.
—Lo simple no existe aquí —murmura la mujer—. Pero a veces es muy bonito creerlo.
A mi lado, Anjoly resopla y reprime una sonrisa.
La miro. —Está siendo extremo, ¿no? —pregunto. Luego me fijo en el atuendo que lleva. El vestido es rosa. —No tenías que aceptar darme el resto de la tarde libre... —comienzo a decir, pero Anjoly me interrumpe.
—Aang me soborno —me dedica una sonrisa traviesa. —No te preocupes, cuando llega el momento le cobraré caro.
—Deberíamos comenzar con el cabello —declara el estilista a mi lado, mirando mis ofensivas trenzas para sus ojos. Yo lo miro mal porque me lo hice yo solita y me encanta—. ¿No crees? —le pregunta a la chica.
No hay respuesta ya que la mujer desaparece detrás de uno de los estantes. Puedo oírla hojear otro, reorganizando el orden de la ropa.
—Grueso. No del todo ondulado, no del todo recto. Podrías ir de cualquier manera —susurra más bien para él—. No menos de dos pulgadas debajo de tu barbilla, no más largo que la mitad de la espalda si decide ponerse extensiones. Las capas suaves no harían daño —mira a Anjoly—. Te sugiero que la repudies si opta por el flequillo porque las personas tristes siempre lo toman.
—Tomaré eso en consideración —dice Anjoly solemnemente.
—¿Tú que opinas?
—Me da igual —me encojo de hombros—, simplemente no me importa como me van a peinar. Pero el maquillaje es diferente; me gusta estar sin él pero también con él.
—Es una mentira lo del pelo —La mujer reaparece detrás del perchero.
Tiene en las manos media docena de perchas de ropa y, mientras yo observo, las cuelga, boca afuera, en el perchero más cercano. El resultado es tres conjuntos diferentes.
—Clásico —ella asiente con la cabeza hacia una falda azul, combinada con una camiseta de manga larga—. Natural —el estilista pasa a la segunda opción: un vestido blanco suelto y fluido—. Tu cuerpo tiene una buena ventaja —la próxima opción incluye una falda de cuero marrón, más corta que cualquiera de las otras, y probablemente también más ajustada. Lo ha combinado con una camisa de cuello blanco y un cárdigan gris jaspeado. —Exquisito —Es suave, de un color verde azulado intenso, y debe ajustar perfectamente a cada centímetro de mi cuerpo. Hay una pulsera de oro blanco para ponerme con él y los tirantes quedan colgando de los hombros, dejando al descubierto las clavículas.
Es precioso.
—¿Cuál te gusta? —pregunta el estilista.
—Están todos bien, me los quedo —observo el vestido verde azulado.
Los estilistas parecen tener migraña.
—¿Opciones casuales para mañana? —le pregunta a su compañera.
Ella desaparece y reaparece con tres conjuntos más, que agrega a los tres primeros. Leggings negros, una blusa roja y un cárdigan blanco hasta la rodilla se combinan con el combo clásico. Una camisa de encaje verde mar y pantalones verde oscuro se unen a la monstruosidad floral, y un suéter de cachemira de gran tamaño y jeans rotos cuelgan junto a la falda de cuero, según ellos si tienen todo listo evitan que me vista como una niña.
—Clásico. Natural —la mujer reitera mis opciones.
La estilista se acerca a mí. Camina suavemente con los pies. —La forma en que te vistes, la forma en que te peinas no es una tontería si vas a la mano de alguien como el señor Briand. No es superficial. Esto... —hace un gesto hacia el estante detrás de ella—. No es solo ropa. Es un mensaje. No estás decidiendo qué ponerte. Estás decidiendo qué historia quieres que cuente tu imagen manteniendo cierto grado de misterio. En lugar que digan la chica joven y corriente que atrapó a un hombre rico, sin ofender, pero el mundo es cruel.
—¿Por qué tengo que contar una historia? —replico.
—Porque si no cuentas la historia, alguien más la contará por ti —dice Anjoly en un susurro. —Y nunca será bueno para ti.
—¿Y dónde se supone que vamos esta noche?
—A una gala benéfica. Es una de las fundaciones benéficas privadas más grandes del país. Los Briand regalan más de cien millones de dólares al año.
Cien millones de dólares.
—¿A quién da la fundación su dinero? —pregunto en voz baja.
—La Fundación Briand invierte en niños huérfanos, iniciativas de salud, avance científico, construcción de comunidades y las artes.
—Oh —susurro.
—Sí, oh —sonríe ella. Luego se dirige al hombre. —Debemos cubrirle las marcas en la muñeca.
Yo me sonrojo. Pero ninguno de ellos me ven con cara rara.
De repente noto algo diferente en sus ojos.
—¿Por qué estás tan feliz? Y no me digas que es por sexo, porque tienes sexo todos los días.
—Estoy jodidamente enamorada, Thais —dice mi amiga mientras ve a los estilistas—. No puedo evitar que David me ponga muy cachonda, creo que ya dejamos eso de solo sexo.
—Vale, venga, cuenta como lo sabes... —Sin apartar los ojos de ella.
—Me vas a matar por lo que hice, pero te enterarás de todos modos, así que te lo diré. Ayer fui a un bar porque le había dicho a David que deberíamos dejar de vernos y me dolió que lo aceptara tan fácilmente, así que conocí a un tipo.
—Anjoly, ¿estás segura de que quieres seguir contándome? —pregunto frotándome los ojos.
Se queda inmóvil, reflexiona sobre lo que acababa de decirle y comienza a darse golpecitos contra el suelo con el pie derecho.
—Me folló, Thais, pero yo estaba dopada y borracha; me pase de trago y quizá probé un poco de GHB. Pero igual disfrute del sexo porque puedo recordar. No me mires así —se queja ante mis ojos de desaprobación—. En algún momento de tu vida hiciste alguna locura.
Sacudo la cabeza.
—¿Y qué tiene que ver eso con la repentina explosión de amor por David, si terminaron y hasta te follaste a otro?
—Lo quiero, pero eso no significa que no pueda follar a otro.
—Anjoly, al punto.
—Bueno... al día siguiente, cuando me desperté y volví en mí. Quería salir de aquella habitación, pero no podía.
»El hijo de puta me había encerrado en su habitación, por suerte encontré mi teléfono, al parecer el tipo seguía algo drogado por lo que no se puso a llevar mis cosas, o que sé yo... solo sé que llamé a David muy asustada. Él tipo regresó a la habitación justo cuando terminé la llamada y quiso repetir lo de la noche anterior. Estaba tan cabreada porque me había encerrado que le di una bofetada, pero al idiota no le importó mi enojo y quiso forzarme.
—Oh, Dios mío. ¿Estás bien?
—Sí, no llegó a hacerme nada. El lugar estaba cerca y por suerte David llegó a tiempo.
»Después de darle tremenda paliza al imbécil y llamar a la policía, me cogió en brazos y me llegó a su casa. No sé si fue por el susto o el miedo pero después de ducharme me quedé dormida en sus brazos, por eso llegué tarde a trabajar. Pero no puedo dejar de pensar en sus cuidados, la forma como me trató... no me había dado cuenta hasta hoy los sentimientos que siento por él y no es solo agradecimiento por haberme salvado.
—Me alegro por los dos.
—Con eso también me di cuenta de algo.
—¿El qué?
—Nunca te quedes con la persona que más amas en el mundo, sino la persona que más te ama a ti y te elegiría sobre el mundo.
Seguimos un buen rato hablando hasta que Elliot pasa por allí y sonríe mientras me entrega un vaso lleno de una bebida roja con cáscara de naranja.
—Hace un día tan bonito. Disfruten de un delicioso cóctel y un poco de sol antes de ir a prepararnos para la gala de esta noche.
Le entrega un cóctel a Anjoly.
—Me parece bien. Gracias —Sonrío.
Si había una cosa por la que estoy absolutamente más que agradecida a lo largo de todo lo que había pasado, es por la amistad que Elliot y yo habíamos formado, y por la de Anjoly también.
Aunque Elliot había sido leal con Aang, también había sido la fuerza que necesité para sobrevivir durante todo el tiempo que lo hice.
—¿AVERIGUASTE ALGO? —la puerta se cierra de golpe al entrar Aang con Anton siguiéndole los pasos.
—Va a estar ahí.
—Hijo de puta —gruñe.
—Es lógico que esté allí ya que es la única persona que puede representar a la familia Alexander.
Aang cierra los puños.
—No confío en él cerca de ella.
—No te culpo, señor.
Aang se percata de nuestra presencia al sentir todas las miradas en su dirección, hace una señal para que Anton se retire. Termina de atravesar la habitación en grandes zancadas y me besa.
Rápidamente me fundo en su brazo, pero una tos fingida por parte de Anjoly nos obliga a separarnos.
Me da una nalgada y se aleja.
Aang se queda en la habitación viendo como me transforman. Entre algunas copas de champán nos pasamos la tarde.
Ya es de noche cuando por fin estoy sola. Me retoco el maquillaje que me hicieron y luego me pongo el collar de oro en la garganta. Me puse el vestido verde azulado. Hace frío está noche.
Aang entra al baño con su hermoso traje. Él se acerca por detrás de mí y mueve sus manos a mis caderas. Su cara se refleja en el espejo, pero no hace contacto visual conmigo en el vidrio. Me mira fijamente en su lugar, sus labios en la línea de mi cabello. Sus manos serpentean al frente en busca de mi sexo encima de la ropa.
—Nos vamos pronto —me mordisquea el lóbulo de la oreja.
—¿Crees que me importa una mierda? —baja la cremallera del vestido.
No debería sucumbir a su toque, pero es imposible cuando el hombre es tan increíblemente guapo. Con una mandíbula fuerte y ojos de bosque, es exactamente la fantasía que me toca. Me baja el vestido, en lugar de subirlo.
—Quiero estrenar todo tu guarda ropa —se pone de rodillas y me baja las bragas hasta que se me salen de los pies.
—¿Más bien quieres verlo en mí para luego arrancarlo? —los pone sobre en el suelo y luego se pone de pie otra vez, esta vez dejando caer sus pantalones y boxers.
—Sí —me agarra la parte posterior de la rodilla y la aprieta contra mi pecho, abriéndome de frente al espejo del baño.
—Podrías haber levantado el vestido, ¿sabes?
—No vería tu cuerpo y así no es divertido.
Él guía su pene a mi entrada y empuja su enorme circunferencia hacia dentro, estirándome antes de que mi cuerpo tuviera la oportunidad de pensarlo. Me agarro al lavamanos para mantener el equilibrio, los gemidos escapan de mi garganta. Aang empuja con fuerza, golpeándome profundamente mientras me penetra. Agarra un puñado de mi pelo sin importar el tiempo que pase haciéndolo y mete su enorme pene dentro de mí una y otra vez.
—Ese peinado me costó jalones.
—Valió la pena.
—Idiota.
—Mira cómo te follo, pequeña—mantengo los ojos en el espejo, observando la intensa expresión de sus ojos. No solo me folla, también me posee. Me hace completamente suya, llenando mi pequeño sexo con su enorme longitud.
Empuja profundo y fuerte, deslizándose a través de mi humedad. Mi teléfono empieza a sonar en el mostrador, y el nombre de Anjoly aparece en la pantalla. Probablemente nos están avisando que vamos a llegar tarde. No me atrevo a tocar el teléfono.
Porque Aang nunca me lo hubiera permitido. O peor contestaría y me iba seguí penetrando sin importar que nos escucharan.
Mi teléfono deja de sonar y ahora es el suyo. El nombre de su madre aparece pero Aang ni siquiera sé inmuta.
Verónica
Mis pensamientos volvían a Theodore a menudo.
Cada minuto del día.
Cuando no estamos juntos, me preguntaba qué está haciendo. Cuando él está dentro de mí, me pregunto si él me disfruta tanto como yo a él. Es el mejor sexo de todo el mundo, el mejor hombre que pude haber conocido. La idea de buscar a otra persona cuando lo tengo en casa todas las noches parece absurda.
Estar con él se convirtió en un cuento de hadas. Mi mundo gira en torno a él. Su estado de ánimo, necesidades y deseos determinan mis días y mis noches.
Es un amante imprevisible, un día es amable y al siguiente, cruel. Y algunas veces es una mezcla de los dos, una combinación que me resulta especialmente abrumadora. Entiendo lo que hace conmigo, sin embargo, que lo entienda no lo hace menos real. Me está enseñando a asociar el dolor con el placer, a disfrutar de cualquier cosa que quiera hacerme, sin importar lo impactante o pervertido que sea. Y, al final, siempre esa ternura desconcertante. Me pone del revés y me destroza para después recomponerme de nuevo, todo en el transcurso de una noche.
Y a mí me gusta.
Esta vez, sé que no me cruzaré con él aquí, ya que se fue para ocuparse de sus proyectos. Una parte de mí está un poco decepcionada, pero debo confesar que estoy más concentrada en mi trabajo cuando no estoy al acecho su silueta viril a cada esquina del pasillo. Para todos la decisión de mudarme con él fue muy impulsivo, pero para mí hasta ahora fue la mejor decisión que haya tomado nunca.
Debo ir a escoger las fotografías que ilustrarán mi entrevista con Nyx Bronx y proponérselo a la editora, antes de ir a trabajar en una planeación para los próximos números.
Esperemos que le guste a Eliette.
Escucho risas en el laboratorio de fotografía, pero frente a la puerta, mi teléfono comienza a vibrar. Tomo algunos segundos para echarle un vistazo al mensaje que me acaban de enviar.
[¡Hola, Vero! Sí, podemos vernos esta noche en Parlen, para variar un poco. Besos. David.]
Perfecto.
Levanto la cabeza y veo a Ariete, compañera de trabajo, elegante como siempre, con su larga cabellera rubia oscura suelta sobre sus hombros frágiles, pareciendo salir de la oficina de la editora.
No me doy cuenta que tiene los ojos rojos hasta que pasa por donde yo estoy sin saludarme.
La tomo suavemente del brazo: —Ariete, ¿todo bien?
Ella voltea la cabeza hacia mí, entrecierra los ojos y parece solamente reconocerme.
Con un gesto brusco, retira su brazo.
—Sí, estoy bien. ¿Vienes a ver a Eliette? —me pregunta con una voz seca.
—Eh... todavía no, pero sí.
¿Qué es lo que sucede?
—Si te pidió venir, debes estar al tanto, ¿no? —dice ella ásperamente.
No comprendo lo que quiere decir y, con un gesto de perplejidad, le respondo con un tono un poco menos amable, exasperada por su actitud agresiva: —No me pidió que viniera, tengo que proponerle unas fotos para una entrevista. ¿Me puedes explicar que te pasa? Tal vez te pueda ayudar —agrego con más suavidad.
Visiblemente, Ariete recibió una mala noticia. Sobre sus pómulos dos manchas rojas resaltan sobre su piel clara y sus bellos ojos azul porcelana luchan para retener las lágrimas.
Me mira durante algunos segundos, pareciendo querer leer mi mente, luego suelta un enorme suspiro y termina por responder a mi pregunta: —Había conseguido una cita con Indila Hawthorne. Vendrá a París en algunos días —continúa ella sin ponerle atención a mi exclamación de admiración. —Fui a informarle a nuestra querida editora y me retiró la entrevista.
—¿Qué? ¿Pero por qué? —pregunto estupefacta.
—¿Por qué?
Ariete se ríe, con un aire de malicia.
—¡Porque resulta que quiere que seas tú quien vaya!
Desconfiada, observa mi reacción.
Estoy impactada. Una vez digerida la idea de un encuentro con la estrella americana, me doy cuenta que, aun si su elección es muy halagadora para mí, Eliette me pone en una situación más que incómoda. Estar a la cabeza de una sección a mi edad y después de tan poco tiempo en el seno de una redacción es excepcional y provocó agitación entre mis colegas, lo sé. Por el momento, he sido bienvenida aquí, pero si comienza a quitarle oportunidades como ésta a otros periodistas para dármelas a mí, eso no va a durar. La perspectiva de trabajar en un ambiente hostil no me encanta para nada. Un principio de pánico me invade.
¡Oh, no, pero no necesito eso!
—Espera, Ariete, te aseguro que yo no sabía nada. No es para nada lo que quiero...
—Tal vez no sea lo que quieres, pero es lo que va a suceder de aquí en adelante —concluye ella, un poco menos furiosa, pero tampoco verdaderamente amigable.
—Sí, pero... ¡es injusto! —digo con un tono fuerte.
Ariete alza los hombros, resignada, luego se frota el rostro con las dos manos suspirando ruidosamente. Me parece que sigue luchando contra sus ganas de llorar.
Su estado me conmueve. Si yo estuviera en su lugar, estaría destrozada.
—La vida no es justa, Verónica.
—Me negaré —digo.
—No, es mejor que sea así. No quiero problemas.
—Pero...
—Olvídalo y déjame ir que tengo trabajo que hacer.
Dicho eso se va.
Decido seguir con mi trabajo, sintiendo un sabor amargo en la boca. El tiempo pasa rápido y cuando veo que es posible que Theodore haya llegado decido ir a su oficina para hablarle del asunto de Ariete y evitar malos entendidos con mis compañeros de trabajo. Por suerte su secretaria no está, estoy a punto de tocar cuando escucho su voz.
—Aang. Supuse que tendría noticias tuyas hoy. Esperaba verte en persona ... pero esto servirá.
—Confía en mí, no quieres verme en persona en este momento.
Theodore ríe. —Ooh ... hombre. Qué miedo.
—Te advertí que no te cruzaras en mi camino.
—Lo sé, —le responde con una sonrisa. —Pero todo eso se fue por la ventana cuando mentiste, te acostaste con mi novia y luego te deshiciste de ella. Tengo una deuda que cobrar y tu pequeña perra es mía —explica. —Solo dámela, Aang. Puedes volver a tu vida de soltero y yo puedo obtener lo que es mío. Ambos nos alejamos siendo ganadores. Incluso olvidare mi odio hacia ti.
—Ella es mi mujer y es mía. Ella no está a la venta, y no está para que la tomen. Toca aunque sea un pelo de su cabello y vas a desear morir.
Theodore está completamente callado, como si el teléfono hubiera perdido la señal.
—Parece que su valor subió.
Mi corazón cae a mi estómago.
¿De quién diablos hablan?, ¿de Thais?
—Ella roba la obsesión de todos los hombres que la rodean... incluyendo a Aang Briad. Su coño debe ser una maravilla.
—No hables así de ella.
Theodore se echa a reír.
—Sabes que en mi mundo todo es ojo por ojo, Aang.
»Es la mejor inversión que vas a encontrar, y no me detendré hasta que la consiga. Te sugiero que guardes tu propio culo y lo dejes ser. Si me obligas a matarte sin tener que verte sufrir por su muerte, lo haré, con dolor en el alma.
Ahora la línea había sido dibujada en la arena, y no hay vuelta atrás. La guerra ha sido declarada. Sé con certeza que él es capaz de matar. Algunas veces me asusta todo eso, pero otras veces me convenció que solo hizo lo que tenía que hacer.
—Parece que me estás obligando a matarte, Theodore. Y lo haré.
—Me gustaría verte intentarlo.
Silencio.
Me alejo rápidamente de la puerta cuando se abre. Theodore frunce el ceño cuando se percata de mi presencia. Sus ojos observan con enojo, y me siento intimidada.
Mierda, estoy jodida.
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