19
Aang
Mi moto está en el suelo, oculta entre las altas hojas de hierba. Con un casco a prueba de balas en la cabeza y el dispositivo de comunicación sujeto a mi oído, puedo escuchar lo que los hombres dicen por el intercomunicador, incluido Elliot.
—Están a dos millas de distancia—. Le doy órdenes al resto de los hombres, cayendo tan bien en el papel de dictador. Mi voz es nivelada y tranquila, a pesar de que todo mi propósito está en este evento.
—Entendido —son sus respuestas.
Me siento en el campo con las estrellas como compañía. Hay otros hombres ocultos a lo largo de la ruta, pero como son invisibles, es fácil olvidar que están allí. En esta noche de otoño, las estrellas brillan en lo alto, el ático de Thais está a una hora de distancia, la había dejado durmiendo luego que nos acostamos. Hoy había actuado bastante extraña, me gusta cuando toma el mando para que dudarlo pero hoy parecía hacer como si tuviera algo que demostrar a alguien. Me gusta azotarla, pero sé cuando diferencia el dolor del placer y ella me hizo azotarla como si necesitará el dolor. Como si quisiera borrar algo en su mente aunque fuera por unos instantes.
Una ligera brisa se mueve a través de mi cuello, dándome un respiro del casco y la chaqueta de cuero.
Un minuto después, los Hummers aceleran por la carretera. Lars se va a reunir con uno de sus clientes para un negocio de drogas. Pero no sabe que nunca lo lograría. Una vez que se apagan los faros y están a varios metros delante de nosotros, pongo en marcha mi moto y comienzo a seguirlos.
—Estoy detrás de ellos.
—Bien. Comenzaremos el asalto ahora. Agáchate detrás de ellos, no dejes que te vean —no es necesario que Elliot me lo recuerde.
Sigo rastreando a los Hummers, manteniéndome a una buena distancia para que no me vean en sus espejos retrovisores. Veo las luces del equipo de Terrence más adelante.
Se cruzan en la carretera y les bloquean el paso. Es cuando los disparos empiezan a sonar.
El intercomunicador está en silencio.
Acelero por la carretera, la motocicleta silenciosa en comparación con toda la conmoción que se oye. Estoy a solo unos metros de distancia cuando algo sucede.
Los gritos resuenan en el intercomunicador. Elliot ya no está tan tranquilo.
—Necesito refuerzos —me dice.
Lars es mi prioridad, pero no cuando la vida de mi mejor hombre está en peligro. No dudo en cambiar mi objetivo.
—Voy en camino.
—No —grita Elliot—. Consigue a Lars. Si lo atrapamos, encontraremos a Lou y a Theodore.
Mi muñeca hace girar el acelerador y paso a toda velocidad junto a los tres Hummers.
Las balas suenan por todas partes, chispas de luz se ven en la oscuridad. Mis ojos escanean el entorno mientras busco a Elliot, tratando desesperadamente de encontrarlo.
Me detengo patinando por el pavimento cuando veo a Elliot peleando contra dos hombres. Cada vez que un arma apunta a su cara, se las arregla para golpearla antes de tomar una bala en la cabeza. Él obviamente ha sido desarmado. De lo contrario, habría disparado a los gilipollas en ese mismo momento.
Salto de la motocicleta y corro hacia la conmoción, sacando mi pistola mientras me acerco. Le disparo al primer hombre y lo obligo a tirarse al suelo, pero otro tiene su arma apuntando a Elliot. Él está demasiado ocupado mirándome con horror como para darse cuenta.
—¡Muévete! —corro hacia el hombre, apuntando mi arma para poder matarlo antes de que pudiera apretar el gatillo. Pero incluso si mi disparo fuera suficiente para detenerlo, su dedo apretara el gatillo automáticamente.
Solo tengo una opción.
Disparo mi arma y luego golpeo a Elliot, empujándolo al suelo.
El dolor sube por mi brazo, mis nervios en protesta. He sido herido antes, y la sorpresa siempre es la peor parte. Mi cuerpo entra en modo de supervivencia, embotando los sentidos para evitar el shock.
Me estrello contra el pavimento y me agarro del brazo, sintiendo que la sangre empapa mi chaqueta.
Mi bala golpea al hombre en el cuello, pero todavía está vivo.
Elliot recoge mi arma caída y lo termina. Cuando se vuelve para mirarme, me mira con terror. Me ayuda a arrancarme la chaqueta, presiona y finalmente ve que solo es un rasguño.
El tiroteo comienza a apagarse cuando las tornas giran. Nuestros hombres parecen haber ganado la ventaja, y los hombres de Lars no tienen oportunidad. Si Lars huye, no llegaría muy lejos.
—Vamos por ese imbécil —le digo.
A las cinco de la mañana, regresamos a mi finca y nos dirigimos al granero que está más apartado de la vista y alejado de todas las carreteras. Para cualquier observador, parece un granero ordinario, algo para que las vacas se resguardaran de la lluvia. Poco saben, que en realidad es una prisión.
No presento una queja sobre mi brazo. Lo envuelvo con una gasa y presiono para detener el sangrado, pero ahora que ha pasado la adrenalina, todo lo que me queda es el dolor. Monto en el asiento delantero con Elliot, Lars noqueado en la parte trasera.
Esta fue una puta pesadilla, pero al menos hemos conseguido nuestro objetivo.
Aparcamos el Hummer y procedimos a arrastrar el cuerpo inconsciente de Lars al establo. Ayudo a pesar de mi herida.
Arrastramos a Lars a la celda diseñada para encerrarlo. Tiene un balde de agua, un cubo para cagar y heno en el suelo para dormir. Lo dejamos caer en el centro del establo de hormigón, observando al bastardo tumbado inconsciente. Tiene una ventana en la parte superior, pero es demasiado pequeña para que alguien pueda atravesarla.
Mis trabajadores se mantendrán alejados de su celda. Uno de mis hombres se asegurará de que tenga comida y agua todos los días, además de un cubo nuevo para cagar. Pero sería inútil mantenerlo por mucho tiempo si no me sirve para nada.
Dejo que Dixon se encargue de sacarle información y me voy al ático de Thais con Elliot, espero llegar antes de que se despierte y así no se entera de nada. Al llegar Anton está despierto preparando el desayuno. Cuando me ve se acerca de inmediato.
Me siento en el mostrador de la cocina con el brazo extendido. Anton retira la gasa y revela el daño. Tiene su kit de sutura listo para usarlo, pero todavía parece decepcionado cuando ve la herida que destruyó mi carne.
—Señor. Briand... ¿qué pasó?
Cojo el vodka del mostrador y tomo un trago. —Me dispararon, obviamente.
Él es mi mayordomo, pero no duda en regañarme. Me fulmina con la mirada antes de tomar la toalla caliente y limpiar la sangre seca que se pega a la piel de mi hombro.
—No seas un listillo —cuando limpia toda la sangre.
Tomo otro trago aunque no me gusta el vodka.
Termina de curarme y luego le doy las gracias para ir a dormir un rato, o al menos intentar a hacerlo.
Solo pongo un pie dentro de la habitación cuando la escucho.
Thud.
Thud.
Thud.
Un sonido de gorgoteo resuena en el aire, como si alguien se ahogara con su propia sangre o vómito. Mis ojos se abren de golpe mientras corro hacia la cama
Estoy inmediatamente alerta, mi corazón late con fuerza mientras la escena se materializa frente a mí. Thais se revuelve en el sueño, sus pies patalean en el aire y su cuerpo pesa como una roca arrojada al fondo del océano. Sus dos manos están tan apretadas que tiene un corte en la palma por las uñas y las gotas de sangre tiñen de rojo las sábanas blancas. Pero no eso eso lo que me asusta. Es el sonido.
El gorgoteo. El golpeteo rítmico rompe el silencio, resonando con un eco sutil pero persiste. Es un sonido agudo y huevo, como el tintineo de un reloj de agua, que llena el aire con su cadencia monótona.
La asfixia con su propia saliva.
Dos líneas de baba caen en cascada por su barbilla y cuello, una espuma que se forma rápidamente en su boca.
—¡Pequeña!
Ella no muestra ninguna señal de haberme escuchado y continúa agitándose, retorciéndose. Gorjeando. Sus ojos se abren de golpe, pero no están fijos en mí, sino en el techo, todo su cuerpo tiembla mientras llora, esta claro que sigue reviviendo la pesadilla.
—¡Pequeña! Despierta —coloco una mano bajo su cabeza, levantándola con cuidado.
Ella arrastra las sábanas con sus manos crispadas, los puños apretados con tanta fuerza que los nudillos se vuelven blancos. Su cuerpo, rígido como una tabla, parece retorcerse en una danza macabra. La cabeza se desplaza lentamente hacia un lado antes de girar bruscamente hacia atrás en un ángulo imposible, una postura que, si estuviera sola, le habría roto el cuello. Le sostengo la nuca con firmeza, mientras mi otra mano explora desesperadamente su cuello en busca de algún signo de vida. Sus labios toman un tono azul mortuorio y su rostro se enrojece con la acumulación de sangre y falta de oxígeno. No respira, y no lo ha hecho en al menos un maldito minuto. La desesperación y el miedo se entremezclan en un torbellino mientras lucho contra el tiempo, sintiendo la vida escaparse de su cuerpo con cada segundo que pasa.
—¡Pequeña! —la sacudo, pero eso no me da ningún resultado.
Está perdida en algún lugar al que no puedo llegar. En algún lugar en el que puede esconderse de todo. Nada la sacará.
Excepto tal vez... intento por el nombre que le decía su hermana. Nada, el apodo de su padre, tampoco funciona.
—Thais, amor. Soy Aang, estoy aquí, estoy contigo, pequeña —le digo con cautela, a lo que ella aspira profundamente, jadeando y tosiendo cuando el aire llega a sus pulmones.
Le doy un poco de espacio para que pueda respirar bien.
Mientras la veo inhalar oxígeno en sus pulmones, permitiendo que la vida vuelva a entrar, debería sentirme aliviado. Lo estoy. Pero los alambres de púas serpentean alrededor de mi pecho, pinchando mi piel, centímetro a centímetro agonizante. Sus ojos se abren lentamente, pero su tono marrón está en blanco, como si no supiera con quién o dónde está. Contengo la respiración mientras los segundos pasan y ella permanece así, atrapada en un trance.
—¿Pequeña, qué pasó?
Parpadea una, dos veces, antes de que su mirada se encuentre con la mía. La humedad se acumula en sus ojos y una lágrima se desliza por su mejilla. Se la limpio con la yema del pulgar mientras se agita incontroladamente en mis brazos. Parece salir de su trance y se levanta de golpe, arrodillándose frente a mí en la cama. Su expresión es ahora frenética mientras me agarra el bíceps, mueve la mano hacia arriba y me revisa el costado, el pecho e incluso la espalda. Me está tocando por todas partes, palpando, inspeccionando, completamente ajena a lo duro que me ha puesto en el corto espacio de tiempo de sus atenciones. Tengo las pelotas azules desde que entró en esta habitación, pero no puedo follarla todavía. No cuando está teniendo todas estas pesadillas y construyendo sus muros.
—Estás vivo. No estás muerto —exhala en un susurro con cara de preocupación.
—¿Parece que me han matado? —intento mantener la calma en mi voz, a pesar de que mi mandíbula está apretada, y no solo por estar duro, sino porque su mano está cerca de donde la bala me rozo.
—No. Pero se sintió tan real, tan visceral... —me palmea la mejilla y se paraliza cuando siente que mi mandíbula se tensa bajo su agarre, entonces deja caer rápidamente su mano a su lado.
—¿Una pesadilla?
Asiente una vez con la cabeza. No es la primera vez que tengo que despertarla por una pesadilla. Ha ocurrido dos veces en la última semana, pero no abrió los ojos ni habló. Se quedó dormida, así que dudo que las recuerde. Sin embargo, yo sí lo hago. El sonido de gorgoteo y asfixia que hace es mi infierno personal. Es como si algo dentro de mí ardiera y luego se rompiera; porque su sufrimiento me mata. A veces, la escucho incluso cuando estoy despierto, y tengo que estar cerca de ella mientras duerme, por si ocurre en tiempo real.
—Lou estaba allí —dice en voz baja. —Ella quería matarme, me apuñaló dos veces y luego... luego... tú te metiste y...
Le toco suavemente el brazo.
—No tienes que hablar de ello.
Me mira fijamente con esos enormes ojos. Están perdidos, como si no supiera a quién está mirando y, de alguna manera, siguiera atrapada en la pesadilla.
—¿Por qué me has traído a tu vida, Aang? —murmura ella, con voz dolorosa.
—Ya sabes.
—¿Lo hiciste por ella?
Asiento.
—¿La quieres tanto?
—Te quiero a ti.
—¿Me quieres? —sus labios tiemblan. —¿Para reemplazarla? —suelta una risa seca. —No nací para ser una puta opción, ni un hueco en tu agenda, como lo fui durante tanto tiempo. Nací para ser una oportunidad, una maravillosa oportunidad y tú ya vas gastando la tuya. De pequeña fui capaz de tirar a la basura mi muñeca favorita, porque vi otra niña usándola, así era con todo hasta que mi hermana enseñó que hay que regalar lo que no te sirve a los más necesitados, así que no te equivoques conmigo, Aang, no quiero compartir tu corazón con nadie, si no puede ser mío por completo no lo quiero.
—Te quiero, pequeña. Te quiero mucho —digo. —No estas reemplazando a nadie, porque nadie sería capaz de superarte. En comparación a Lou, ella va perdiendo mucho. Dices que eres una opción, pero no te has visto cuando estás hablando de algo que te gusta o como sonríes cuando escuchas tus canciones favoritas y te brillan los ojos, ni lo bonito que miras a las personas que amas. Nunca te has visto desde fuera, por eso no lo sabes. Por eso no sabes lo valiosa que eres para mí.
La agarro por el brazo y trato de meterla bajo la sábana.
—Duerme por ahora.
—No —Ella tira de su brazo libre. —No quiero dormir.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Quiero que me abraces, abrazame muy fuerte, Aang.
Esta vez, no se resiste cuando la meto bajo las sábanas. Cierra los ojos de buena gana, minutos después su respiración es pausada y susurra entre sueño—: Yo también te quiero, Aang.
Mis labios rozan su frente.
No solo te quiero, pequeña. Hago mucho más que quererte.
Tu presencia me revela quién soy. Tu sonrisa, tus ojos, la pasión con la que vives... todo cobra sentido contigo.
Esperaré hasta que te des cuenta de que somos lo único que importa.
Ella y yo.
Nadie más.
Si me pide que queme el mundo, lo haré sin dudarlo.
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