18

Thais

Las dos semanas siguientes pasan mucho más rápidas de lo que esperaba. Las clases van muy bien, Aang ha mejorado mucho, se ha quedado en el ático conmigo y ha atraído a Anton para no morirse intoxificado por mí, salgo a entrenar con Elliot en la noche —cosa que se está empezando a convertir en una costumbre—, visitar a Anjoly y a David, he intentado cocinar algo mínimamente comestible, escribir cuatro páginas más de mi nueva novela, Lou y Theodore aún no han atacado y en cuanto a Verónica no ha vuelto a hablar conmigo, me duele pero he aceptado que es su decisión.

Estoy regresando de entrenar con el cuerpo sudoroso y dolido. Cuando veo a Elliot revisar cada uno de los sobres que dejaron para mí, él los separa en pilas imperfectas. Voy a la cocina en busca de un vaso de agua con Elliot siguiéndome de cerca. Cuando lo miro otra vez, su ceño está fruncido y sé que algo anda mal.

Dejo el vaso a un lado y me acerco a él.

—¿Qué pasa?

—Nada.

Con manos temblorosas tomo un sobre blanco sin remitente, solo con mi número de piso. Lo abro. Hay un trozo de lo que parece ser la esquina de una fotografía, también un pedazo de papel cortado a mano con una frase impresa.

"Todos tenemos un lado oscuro, Thais, incluso un ángel como tú. Aún no lo aceptes sé que estás jodida. Estás rota. Y eso es algo que se nota, quieras o no. Y él va a notar que ya no se puede seguir rompiendo algo que ya lo está. Y, en cuanto lo note, se irá corriendo incluso si quién te rompió fue el mismo. Porque querrá a alguien que no esté jodido. Alguien que no sea como tú. Querrá a alguien que realmente lo haga sentir completo y no una que le recuerde lo jodido que está. Mírate. Es obvio solo con verte. Estás destrozada, Thais. Y es una lástima. Pero bueno... nunca es tarde para dejar que Aang encuentre algo que se merezca de verdad. Aunque dudo que él se aparte de tu camino. Siempre ha sido un egoísta de mierda. Y un mentiroso. Cuando se aburre será el primero en dejarte destrozada. Me apuesto lo que sea a que, cuando alguien más quiera tocarte, ni siquiera te mojarás. Porque lo que te gusta es que te traten como una mierda. Porque sabes que es lo que te mereces, al fin de cuenta solo eres un juguete roto."

Yo, por mi parte, me quedo mirando la carta unos segundos. Ni siquiera puedo notar mi propio cuerpo y los oídos me zumban. Me siento como si el mundo pesara el triple cuando, destrozada, salgo de la cocina ignorando a Elliot hablar. Tengo los ojos llenos de lágrimas cuando me encamino de nuevo hacia la puerta de mi habitación. En­cu­ent­ro a Aang sen­ta­do en mi cama, sus de­dos mo­vi­én­do­se sob­re el tec­la­do de una com­pu­ta­do­ra por­tá­til que es­tá co­lo­ca­da en la me­sita de noche. Mi es­tó­ma­go se hun­de, me sonríe.

—¿Qué tal tu entrenamiento? —pregunta.

—Bien —digo a secas.

Frunzo los la­bi­os, pe­ro no es so­lo por to­do el asun­to de la carta. Es el hec­ho de que no pu­edo de­j­ar de mi­rar el rost­ro de Aang, sus oj­os bril­lan­tes y la­bi­os sen­su­ales, sus ras­gos afi­la­dos y la for­ma en que un ca­bel­lo su­el­to cae al azar en su si­en. Y aho­ra lo es­toy ob­ser­van­do.

De­ja de mi­rar­lo.

—Me voy a duchar —espe­to pa­ra dist­ra­er­me.

—Bien —sigue en lo suyo. —¿Quieres que mande a prepararte algo de cenar?

—Ya cené.

No me mira, sigue muy ocupado en su trabajo por lo que no se da cuenta que estoy a punto de llorar. Me quedo admirando su rostro.

Un hombre como Aang debería venir con una advertencia de peligro, y no solo por su tenaz seguridad en sí mismo, sino por todo él.

Tardo unos segundos en sacudir la cabeza y dejar de mirarlo. Doy la vuelta, cierro la puerta del baño antes de desnudarme y darme una ducha rápida. Cuando termino, me envuelvo en una bata, me cubro el cabello con una toalla y abro la puerta del baño. Entro en el dormitorio y veo otra puerta en la esquina que lleva a un vestidor. Entro con cuidado y la luz blanca se enciende automáticamente.

Me detengo para estudiar las interminables hileras de ropa, accesorios y zapatos. A la izquierda, hay innumerables trajes y camisas, en su mayoría negros, grises y azul oscuro. Está claro que Aang no prefiere la ropa llamativa, y es comprensible. Ya es lo suficientemente llamativo sin ellas, y este tipo de colores se adaptan a su carácter misterioso.

Me des­li­zo ha­cia mi ar­ma­rio y me pon­go un ca­mi­són cor­to de co­lor ro­jo os­cu­ro que Anjoly me comp­ró por mi cumpleaños, aunque ya había pasado cuando lo supo. El cor­dón que cub­re mis se­nos es transparente por lo que mis pe­zo­nes son vi­sib­les si al­gu­i­en es­tá lo su­fi­ci­en­te­men­te cer­ca. La de­li­ca­da se­da cae suavemente contra mi cuerpo, pero pe­nas cub­re parte de mi trasero. Me detengo frente al espejo y contemplo mi cuerpo mientras pienso en lo que voy a hacer. Esto parece lo último que me pondría, pero por alguna extraña razón me hace sentir sexy. Puede que la seducción no se mi fuerte, ahora mismo me siento desea. Nunca antes había probado seducir a nadie en mi vida, con Aang había hecho estupideces pero nunca intenté seducirlo realmente. Ahora mismo necesito sentirme desea, sé que, si no lo hago, no tendré ella oportunidad de aclarar mi mente. Necesito salir de mi cabeza.

No dejaré que Lou juegue con mi mente. No le voy a dejar ganar.

Inclinando mi cabeza hacia un lado, paso la punta de mis dedos por mi cuerpo. Luego tomo un saco de Aang y me lo pongo arriba.

—Puedes ha­cer es­to, él ya te desea —me susurro a mí misma, luego me doy la vuelta y salgo del armario con confianza y moviendo mis caderas con sensualidad.

—Theodore no mostró ninguna actividad sospechosa —suena la voz de Terrence.

—No permitas que los hombres se relajen alrededor de Theodore —dice Aang. —Lo más probable es que esté esperando una oportunidad para atacar y atraparnos con la guardia baja.

—Son mis mejores hombres. No te decepcionarían.

—Ya veremos —Hace una pausa, golpeando la computadora. —¿Qué hay de Lars? ¿Saben sus movimientos?

—No podemos decirlo con certeza. —Terrence hace una pausa—. Se guarda las cartas en el pecho. Probablemente esté buscando la manera de arreglar todo para contentar a Lou.

—Ella todavía no sabe nada, bueno. Eso podría cambiar en cualquier momento. ¿Podrías decirme a dónde a ido?

—Los movimientos de Lars han sido normales. No ha hecho nada raro, salvo ir a la empresa del padre de Lou y a veces a la prisión a hablar con Cane. Estamos esperando el momento perfecto para hacerle una emboscada.

—Podría estar recibiendo ayuda.

—¿De quién?

—Viktor. Cane. Aleksandra —pronuncia sus nombres. —Vigila a los tres y a Verónica. Tienen amigos asesinos y no dudarían en usar informaciones si cree que la beneficiaría.

—Estoy en ello.

—¿Y Terrence?

—¿Sí?

—Tenemos que hacer ese golpe.

—Nuestros homb­res es­ta­rán apos­ta­dos cer­ca del lugar —di­ce. —Ofreceremos un apo­yo li­mi­ta­do por ese la­do, pe­ro el nú­me­ro de sol­da­dos es ne­go­ci­ab­le.

—Puedo con­se­gu­ir in­for­ma­ci­ón pa­ra es­ta se­ma­na. —Aang todavía está escribiendo a un ritmo rápido en su computadora portátil, siempre esta haciendo múltiples tareas, ahora mismo lo está haciendo mientras atiende la llamada. —¿Cuál son nuestras principales preocupaciones por ahora?

Intento pensar en la mejor manera de llamar su atención sin aclarar la garganta ni hacer ruido que Terrence pueda escuchar.

Justo cuando estoy a punto de dejar caer mi consolador de la mano, Aang levanta la cabeza como si supiera que estoy allí parada. Nuestros ojos se encuentran y por un segundo, creo que está viendo a través de mí.

Tal vez me ig­no­re por comp­le­to, ca­usan­do que mi mi­si­ón fal­le an­tes de que co­mi­en­ce. Pero lu­ego, sus ma­nos de­j­an de esc­ri­bir en el tec­la­do y sus la­bi­os se ab­ren. Es lo más mínimo, pero es toda la reacción que necesito para quitarme su saco, apoyarme en la cómoda mientras abro más piernas para él y uso el consolador. Su atención permanece en mí mientras Terrence habla de algunos problemas de seguridad en uno de sus clubes. Cómo van las cosas en GAMMA. Aang sigue todo mis movimientos. Dejo de jugar conmigo misma para caminar hacia él a un ritmo lento y seductor, sigue todos mis movimientos como si esperara que meta la mano debajo del camisón para buscar un arma y dispararle por haberse ido a buscar a Lou sin mí. Si quisiera hacer eso, lo habría hecho hace unas semanas cuando se fue sin mirar atrás. Decido no pensar. No se trata del pasado, si no de demostrar que Aang y yo aún estamos en la misma sintonía, que le importo.

Cuando me detengo frente a él, los ojos de Aang se calientan mientras me mira de abajo hacia arriba, deteniéndose en mis senos que son visibles en el encaje azul. Mis pezones se endurecen contra el encaje bajo su intensa mirada. Cuando sus ojos finalmente regresan a mi rostro, me lanza una mirada interrogante, tipo: Quiero lanzarme sobre ti, pero temo que me quieres torturar por haberme ido. ¿Me dejas tocarte?

Yo asiento.

Aang deja lo que está haciendo y se entretiene en contemplarme. Observa las facciones de mi cara, deleitándose tanto en la piel con o sin marcar. A pesar de mi aspecto, quiere continuar mirándome, convencido de que es algo que merece la pena ver.

—¿Qué estás pensando, pequeña?

«Quiero que me cojas hasta el cansancio». Yo nunca podría confesar los pensamientos que se me acaban de pasar por la cabeza.

Si a mí me asustan, seguro que a él también. En un momento dado, había odiado a aquel hombre por secuestrarme, pero ahora siento algo más. Darme cuenta de ello me resulta perturbador.

—Estoy pensando en ti.

—Sé más específica.

—Estoy pensando en tenerte entre mis piernas.

Sus ojos brillan de aprobación.

—Cuando haya terminado, convertiré ese pensamiento en una realidad.

—Pues yo no creo que tu llamada sea más importante que yo. ¿Y tú?

Se ríe por lo bajo, divertido. —Estamos un poquito impacientes, ¿no, pequeña?

—Tengo el mejor sexo contigo que con cualquier otro con el cual he estado. ¿Cómo no voy a estarlo?

En vez de excitarse con la afirmación, se irrita.

—El sexo conmigo es el único que vas a tener jamás. No habrá nadie después de mí y todos los que fueron antes de mí no valen la pena para mencionarse —su apretada mandíbula me reta a disentir con él, a recordarle a los otros hombres que me había llevado a la cama no es bueno en este momento. Solo he estado con dos y él siempre será mi top 10.

Su posesividad me pone caliente en vez de servirme de advertencia.

¿Qué hay de malo conmigo?

—Lo disfruto muchísimo, y quiero más de ello. Quiero todo lo que puedas darme. Jamás voy a pedir algo que no seas capaz de dar. Ahora tu pequeña quiere que lo complazcas.

Su mandíbula se relaja, y las venas del cuello dejan de abultarse. —¿Y que es exactamente lo que quiere mi pequeña?

Yo me inclino por encima de la computadora para darle un beso.

—Fóllame duro. Ahora mismo.

Él respira profundamente, abriendo las fosas nasales como respuesta. Su mirada de excitación es la misma que su mirada de enfado. Se agarra a su laptop para tranquilizarse después del frenesí que le han provocado mis palabras.

—¿A qué estás esperando?

—Deja. De. Tentarme.

A mí me encanta jugar a aquel juego con él. Me encanta llevarle hasta el límite y lograr que se rinda. Resulta tan excitante siendo débil como cuando es fuerte. El hecho de poder manipularlo solo con palabras me hace sentir poderosa.

Me hace sentir como una puta diosa.

Aleja su computadora y se sienta en la cama. Él clava la vista en mi seno inmediato, con las pupilas convirtiéndose en nubes de tormenta. Está a punto de estallar en un chaparrón tormentoso, al que no tardarán en seguir los relámpagos.

Me pongo de rodillas. Le cojo las manos y se las pongo en la cama con las palmas hacia arriba, luego bajo su pantalón.

―No te muevas ―lo miro con seriedad, indicándole que no bromeo. Él deja las manos quietas, pero me mira con los ojos entrecerrados.

Estiro el cuello hacia abajo y me meto su gran miembro en la boca. En cuanto le toco la punta con la lengua, se echa hacia atrás y deja escapar un largo suspiro. Me dedico de lleno a su erección, moviendo la boca hasta abajo y después hacia arriba. Me deslizo con lentitud, pasando la lengua por su vena palpitante.

―Thais...

Me encanta oírle pronunciar mi nombre. Hacerlo disfrutar es casi mejor que disfrutar yo misma. Casi porque soy demasiado golosa para no pedir que me llene de placer también.

Saboreo la lubricación que le sale del glande, encantada con la deliciosa sensación de tenerla en la boca. Sabe a hombre, a una gran dosis de masculinidad. Desliza la mano por su muslo y la hunde en mi pelo, donde agarra algunos mechones con el puño. Yo le bajo la muñeca de un tirón y le doy un bofetón en la cara.

―He dicho que no te muevas. Y cuando te diga que hagas algo, tú lo haces. Estás a mis órdenes hoy, Aang —digo, en suave tono autoritario. —Si me deseas, puedes tenerme. Pero yo estoy al mando. Hoy es mi noche.

—Tha...

—Esas son mis condiciones.

La mejilla no se le pone roja porque no le pegue con suficiente fuerza. Se queda helado por la conmoción del impacto, pero en lugar de parecer enfadado, cierra los ojos y aprieta la mandíbula mientras se le hincha el pecho por lo hondo que respira. Vuelvo a dedicarme a su sexo, notando que está mucho más duro en mi boca. Sé que le gusta dejarme al mando. Se la chupo hasta que su erección está empapada de mi saliva, resbaladiza y cálida. Me saco su enorme miembro de la boca y me pongo delante de él, apretando los pechos sobre su sexo para que lo estrujaran por ambos lados.

Aang baja la vista para ver lo que hago e inhala entre dientes. Las manos se le cierran en puños en el colchón y la mandíbula se le vuelve a tensar otra vez. Muevo los pechos de arriba abajo por su erección y después beso aquella boca masculina. Él apenas me devuelve el beso, porque su respiración es profunda e irregular. Después de volver a ganar terreno, me besa introduciendo la lengua en mi boca y recibiendo la mía con sensualidad. No tiene las manos en mi cuerpo, pero siento los nervios a flor de piel. Siento que la humedad de mi entrepierna me empapa las bragas. Me tiemblan los muslos y me duelen los pulmones cada vez que respiro. Quiero montarme en su sexo en ese mismo instante, pero también deseo aquello.

Gime y me muerde el labio inferior, tirando de él con brusquedad.

Yo le devuelvo el mordisco, mostrando la misma agresividad.

―Me estás matando... pequeña.

Cuando me da órdenes yo me humedezco, pero tener yo la autoridad de esa forma, me excita aún más. Me encanta estar en control de la situación. Me encanta tener poder sobre mi propio placer. Me han despojado de todas mis capacidades durante tanto tiempo, que cuando un hombre tan dominante y poderoso me cede las riendas, aunque solo sea por un momento, siento escalofríos bajándome por la columna. Ahora entiendo más porque le gusta el dominio.

—Fóllame.

Él respira pesadamente contra mi oreja, evidenciando su excitación.

—Sí, pequeña.

Suelto un gemido, aunque todavía no me ha penetrado. El poder es enardecedor, adictivo. Entiendo por qué Aang lo ansia tan profundamente.

Entiendo por qué se excita de aquella manera cuando me ordena abrir las piernas y doblarme hacia delante.

Lo beso durante más tiempo del que había planeado, y nuestros besos se convierte en un manoseo en toda regla mientras termino sentada a horcajadas en su regazo. Muevo las manos hasta la parte baja de su camiseta antes de quitársela por la cabeza, descubriendo su físico cubierto por una capa de sudor. Le apoyo las manos en el pecho, sintiendo la misma humedad a la que estoy acostumbrada en la cama. Gime contra mi boca antes de tironearme del pelo de la nuca.

—Cógeme del cuello.

Su mano se envuelve alrededor de mi nuca, agarrándome con firmeza mientras me besa.

—Más fuerte.

A pesar de dudar un instante aprieta su agarre. Respiro trabajosamente mientras me besa.

—Dame un azote.

No obedece la orden.

Continúa besándome, haciéndome frotar sobre su erección, con una mano en mi cadera y la otra agarrándome el cuello.

—He dicho que me des un azote.

Él duda, temiendo hacerme daño. Me quita la mano de la cadera y me da un flojo azote en el culo.

Es lo más patético que ha hecho hasta ahora.

—Más fuerte.

No coopera. ¿Por qué no entiende qué lo necesito?

—Azótame, Aang.

Me frota suavemente las nalgas antes de darme un azote más fuerte.

La palma de su mano me enrojece la piel, pero me produce un enorme placer. Me hace sentir viva. El dolor es distinto al que ya había soportado. Es excitante y satisfactorio.

—Otra vez.

Me azota de nuevo.

Mi sexo se tensa, sabiendo que se aproxima un orgasmo por el horizonte. Lo presiento. Ya es maravilloso, y ni siquiera he empezado todavía.

—Otra vez.

Esta vez me da más fuerte que todas las anteriores.

Y es entonces cuando me corro. Desciendo en espiral, gritando palabras incoherentes y tensándome. Presiono la cara contra su cuello y sofoco mis sonidos. El placer domina todo y yo floto en él, alcanzando el cielo y las estrellas.

Cuando termina el orgasmo, disfruto con los temblores residuales. La apacibilidad posterior resulta tan placentera como la explosión inicial. Me deleito con la sensación de su miembro contra mí.

Me levanta la cara lentamente.

—¿Me puedo correr? —Su sometimiento a mí es lo más sensual del mundo.

—No. Te podrás correr cuando yo lo diga.

Él emite un quejido, encantado con el cambio de papeles tanto como yo.

—Ahora puedes follarme y así correrte.

―Tengo una mejor idea.

―¿Cuál?

—Sesenta y nueve es un número hermoso. Y no lo hemos probado.

Mi cara se calienta.

Mi espalda se encuentra con la cama y miro hacia arriba para encontrarlo mirándome, con las rodillas a cada lado de mi cara.

Termina de quitarse los pantalones y veo la dura venas moradas en el costado. Estoy mareada y no puedo dejar de pensar en esa primera vez que hice mi primera felación, cómo empujó dentro, cómo finalmente tomó el control y me folló la boca.

Ahora parece que fue hace mucho tiempo.

—Ahora abre. Necesito tus labios de nuevo en mi pene, pequeña.

Lentamente lo hago, mi corazón late con fuerza. Se desliza dentro, centímetro a centímetro, y empiezo a lamer como si fuera una paleta.

Se retira, chasqueando. Y, antes de que pueda decir algo, mete su pene de nuevo dentro de mi boca.

Más duro esta vez.

Más fuerte.

Mi reflejo nauseoso se activa, pero respiro a través de él y sigo girando mi lengua, una y otra vez hasta que me duele la mandíbula, pero no me detengo. Lo lamo con todo lo que hay en mí.

—Oh, pequeña, eso es. Mmm. Siempre me matas. No te detengas —Sus dedos se pierden en mi cabello, clavándose en mi cráneo. Me mantiene inmóvil mientras empuja hacia adentro y hacia afuera, golpeando más profundo cada vez.

Aang sale de mi boca y nos maniobra para que quedemos acostados de lado. Luego empuja de nuevo. Todavía me duele la mandíbula, así que me estremezco y casi lo muerdo.

Me detengo, mis ojos se agrandan.

Retomo el ritmo.

Él gime y dejo escapar un suspiro.

No me doy cuenta de lo que está pasando hasta que un fuerte sonido de succión hace eco en el aire. Jadeo alrededor de su pene mientras todo mi cuerpo se enciende.

Chupo con tanto entusiasmo como físicamente puedo.

Me da besos en los pliegues y luego los chupa con la pericia de un dios del sexo. Él lame todo el camino hasta mi raja y luego hacia abajo de nuevo. Él susurra contra mi piel más sensible: —Eres un peligro, Thais. Jamás tengo la fuerza suficiente de resistirme a ti.

Luego introduce su lengua dentro de mí y pellizca mi clítoris.

No sé si es eso o la forma en que estamos, pero me corro sin control, sin un ápice de vergüenza. Mis caderas se sacuden en su boca diabólica mientras él sigue empujando dentro y fuera. Mis gemidos son amortiguados por su pene y es tan erótico que no puedo evitar lamer mientras gimo.

Creo que a él también le gusta, porque lo siento tensarse dentro de mi boca con cada gemido.

Aang desliza su lengua completamente fuera de mi sexo y aprieto, como si tratara de mantenerlo allí.

—Eres mi comida favorita. Más bien mi postre —desliza de entre mis labios, me agarra por el cabello y tira de mí para sentarme.

Mis ojos se agrandan cuando se pone de pie y embiste en mi boca de nuevo dejándome sin aliento.

—Tan jodidamente bueno —murmura entre embestidas que me gustan.

Me gusta cómo está confiscando todo mi control y usándome para correrme. De hecho, me gusta tanto que esoy apretando las piernas por otro orgasmo. Con una mano en mi cabello, golpea una última vez y puedo sentirlo ponerse rígido antes de que un sabor salado explote en la parte posterior de mi garganta. Aang mantiene su pene muy adentro mientras trato de tragarme todo.

—Eso es —reflexiona. —Hasta la última gota de mi semen.

Sus ojos brillan con oscuro sadismo y extraña satisfacción mientras hago lo que dice.

Al final, limpia un chorro de semen de mi barbilla con sus dedos antes de empujarlos dentro de mi boca nuevamente, luego susurra: —Siempre serás mi pecado favorito.

Frunzo el ceño, él me toma entre sus brazos y hace que mi cabeza caiga en su pecho antes de acariciar mi cabello.

—¿Qué fue eso? —me pregunta después de un momento.

—Tuve un día difícil.

—Puedes utlizarme siempre que quieras, Thais. Pero recuerda que también puedes hablar conmigo. Hoy sino quieres está bien, pero mañana vamos a hablar y me vas a decir qué tienes.

Me congelo al saber que él sabe muy bien el por qué le pedí azotarme.

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