Sonrisa de ángel,
brillaba en medio de la condenada noche.
Sus labios partidos
botaban perlas carmesí
después de cada paso.
Era primavera
y los latidos del invierno
eran un rugido leve,
pasajero
del metódico tiempo.
Se escaparon de su boca
las cien maravillas.

Luego lloró,
porque ya no le quedaba nada.
Su felicidad se evaporó
y se fue volando.
El viento fue el ladrón
que se convirtió en calavera.
La quirina lo esperaba en la esquina
portando  un vestido rojo sangre.
Sus manos sudaban, su respiración dudaba,
sus dedos titubeaban.
Y empezó a morir.
Su vida desfiló por su frente,
todos los recuerdos presentes
excusando al arrepentimiento.

Cuánto martirio
el de sus labios,
el de sus labios de ángel.
Esos fueron domados por la muerte
e introducidos en un congelador.
Demasiado bellos para estar presentes
en tan espantosa función.
—Quiero venderle mi alma al diablo.
Y su esencia fue subastada
en una ostentosa reunión.