Rude
¿Cómo sumergirse en el mar
si allá abajo no hay profundidad?
Es como ver el cielo y observar
la caminata de la luna en el más allá,
rozando el cielo con sus dedos
y ver soles muriendo
convertirse en agujeros negros.
¿Qué sentirá? ¿Cómo se sentirá
ser una estrella y explotar?
Ser una mariposa y no saber volar.
Valor valor, pero no hay ambición.
Es como tirarse en picada
sabiendo que dolerá
y encomendarse al viento si la sangre esparcirá.
Un par de ojos son extirpados sin piedad
cuando la luna dicta que es hora del funeral.
«¡Piedad, piedad!» proclama el obispo
mientras entierra su cruz en la piel del monaguillo.
Este es un mundo desigual,
donde la realidad se retuerce al pensar
que algo inhumano podrá cambiar.
Oh, que fantástica tempestad
que, libre, abusa del ave y la hace volar,
y la hace cantar y sus huesos hace tronar.
Es un hilo fino, muy fino, que pronto se romperá.
Oh, ansiada libertad que frente al hombre
nunca se ha de presentar
pero en sus sueños siempre rondará.
¿Son aves? ¿Son cigüeñas?
Que linda se ve la pradera
cuando el césped la sangre seca,
cuando la tierra
está acobijada entre rotas telas.
¿Y cómo...? ¿Cómo respetar al inhumano
que va defendiendo ideales insanos
con su boca de reptil, tirando palabras
al infinito y a todos sus hijos?
«Mis acrobacias alegría te traerán»
dijo él, y en una nave se fue.
¡Que sensillez!
Dar un hijo y esperar que le besen los pies.
¡Que blasfemia! Hay ratas en la feria
que muerden los dedos de la doncella descalza
cuyo cuerpo cae ya teñido de blanco y negro
del viejo pero astuto balcón.
Fue despedida con un pañuelo
y enredada en un manto verde limón.
Todas sus joyas colgaban de sus piernas
y lo hacían lucir muy «bella»,
e inclinando la cabeza se fue a bailar.
Luego sus brazos como trapos retorcieron
haciendo caer gotas rubí de sus labios
y, hasta que la respiración tuyo un fallo,
dejaron su cuerpo descansando frente a la iglesia.
¡Venganza divina! ¡Venganza eterna!
Dulce venganza que al inhumano acecha.
Agridulce venganza, ¿quién te parará?
Ya aplaudiste y creaste olas
con cientos de carne lastimada,
ya le diste ofrenda al tiempo
a cambio de inmortalidad.
¡Pero mira tus heridas! Siguen sin poder sanar.
Y hay
una lluvia de cuerpos que agrandan las olas del mar.
Y así, señores y señoras,
es posible sumergirse en la discordia
sin usar clavos y antorchas.
Con solo palabras basta
para hacer temblar al oceano
que se traga las almas de quien no volverá.
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