Paradoja del dragón

He rechazado el papel
y he dejado mis versos al olvido
a pesar de que sin estos no me siento vivo.
He quemado parcialmente
mis sentimientos corrompidos
y he gritado débilmente
esperando un castigo
por esos pecados que cargo
pero nunca han sido dichos.

Me he alejado de los cuadernos,
de los libros, de las tragedias
para que no fueran testigos
del mismo antagónico ciclo
en el que tristemente me he hundido.
He puesto a un lado la inspiración
y me he acurrucado
entre las notas de la canción
que narra historias fascinantes
que no he logrado crear yo.

Me separé de las letras...
Muy poco, muy poquito
porque no quería forjar en rimas
mis lamentos repetitivos.
Me he castigado
y he sido sádico conmigo mismo
porque los minutos llorando
son tiempo perdido
y los segundos volando,
por los cielos eternos
donde abundan dragones y castillos,
se quedan como recuerdos
en la fila del olvido.

He abandonado la corona
que nunca me perteneció
porque no iba a ser historia
quemada entre papiros,
porque el fuego iba
a consumir cada sílaba
en uno de sus suspiros.
Porque me creí valiente
cuando solo caía rendido
ante la torre en ruinas
y su maleficio.

Mis rodillas dolieron a los pocos segundos
y el polvo brillaba fugazmente al lado mío.
Esperé por un héroe en mi mundo torcido
pero el héroe era yo, que seguía siendo niño
al aferrarme débilmente a ideales marchitos
mientras mi presente se agitaba en espasmos
producidos por palabras absurdas
que desmoronaban con cada sílaba
siseante mi tétrica torre en ruinas.
Pero lo único que me preocupaba
en ese brumoso temblor
eran las princesas de la torre
a quienes les juré protección.

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