Fatality
Sentada en la tercera silla,
aspirando el tabaco del papel
su piel se eriza con el recuerdo
de laa memorias que perdió siendo niña.
Del aroma de las flores, del sabor
a dulces que congelan su lengua.
Sentada en la tercera silla,
lloró por no tener amor.
Porque el carmesí de sus muñecas
la agotaba más que el dolor.
Cerró sus párpados
hasta desfallecer,
abrió sus labios
y empezó a cantar.
Le cantó a la espesa luna
que amenazaba con dejar de brillar.
Gritó un par de veces
para obtener algo de paz.
Sentada en la tercera silla
anhelando su libertad.
Colgó todos los hilos
que unían su destino
en el marco de la puerta
y los amarró con fuerza.
Puso sus piecitos sobre la silla
y se lanzó de cabeza
hacia las profundidades
de una vida siendo miserable.
El cigarro quedó impregnado en el salón,
resultando un aroma embriagador
para los curiosos que a ella no la vieron.
«No hay razón, no hay razón...»
se dijo antes de arrancar su corazón
y en el pecho un agujero le quedó.
Dijo tristemente: «Ya no hay emoción»
y sus piecitos no volvieron a tocar el piso.
Pero era mayor...
Eran mayores los susurros que el agua
que su alma lentamente ahogó.
Pequeña reina, hoy te canto esta canción
con mi voz combinada con el silencio
porque es irremediable acomodar tus deseos
a eso que ellos te han negado por ser ciegos.
Pequeña reina, hoy te recito este cuento
porque mis manos son incapaces
da darte lindas palabras
cuando gotas emanan de tu cuerpo
y se transforman en poesía que vaga
recreando imágenes de los hombres mordaces
que para ti parecen monstruos,
e indiferentes van cortando tu infinito.
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