14- "Estación de autobuses"

Cuando Fausto concluyó la historia, Nicole hizo una mueca de asco y le agarró un escalofrío. Detestaba las ratas, pero la historia había estado buena, además de que el abuelo sí sabía narrar una historia. Exageraba las voces y gesticulaba con las manos, haciendo que la historia no fuera aburrida.

—Niña...—le dijo la abuela, quien se había quedado a escuchar el cuento que relataba el abuelo— ¿Cuándo te vas exactamente?

No tenía la intención de que eso sonara como si la estuviera echando, aunque se entendía de aquél modo y no de otro. La nieta negó con la cabeza: no lo sabía ciertamente.

—Seguramente hoy en la noche. Creo que será mejor que suba a preparar las maletas así tengo todo preparado—le dijo a la abuela, y corrió escaleras arriba.

Los dos abuelos se miraron y se abrazaron. Extrañarían mucho a Nicole, pues les había otorgado mucha alegría en su corta estadía, además de que los entretenía y gracias a ella habían conocido a Fabián quien era un chico maravilloso y compartía ciertos gustos con Fausto. Pero bueno, finalmente la niña se tenía que ir, ya que no faltaba mucho para que las clases empezasen de nuevo y tuviera que volver con la rutina de siempre.

Alba decidió subir al cuarto de su nieta, para ver si precisaba ayuda. Claramente, la necesitaba.

—Te vamos a extrañar mucho...—dijo la abuela.

—Yo también—fue la cortante respuesta de la adolescente. No sabía muy bien qué decir en estos casos.

No tardaron más de diez minutos en doblar y colocar toda la ropa dentro de la pequeña maleta que había traído Nicole. Afortunadamente, aún sobraba un poco de especio por si se quería llevar algún recuerdo.

La abuela le preguntó a qué hora salía el autobús para dirigirse a la ciudad, así se ponían a pensar cuándo tenía que llevarla el abuelo a la estación. Nicole no lo sabía con mucha exactitud, solamente le respondió a la abuela que luego se fijaría.

— ¿Por qué no vas ahora con el abuelo a fijarte? No parece estar haciendo algo importante, así de paso pasean un poco en tu último día—sugirió.

— ¿Tú no vas a ir? —Preguntó un poco extrañada la nieta. La abuela misma lo había dicho, era su último día en el pueblo y debía pasarlo con sus dos abuelos, no con uno solo.

Alba se encogió de hombros y cerró la maleta, ya que durante todo ese rato de conversación había estado abierta.

—No, tengo varias cosas que preparar. Además, hace mucho frío para que salga.

Nicole asintió para demostrar que había entendido y luego bajó las escaleras para decirle al abuelo que la llevara a la estación. Luego de quince minutos, los dos ya se encontraban en la camioneta. Todavía faltaban unos minutos para llegar al pueblo, pero el viaje se había reducido mucho porque no había tanta nieve como los días anteriores y costaba menos circular por la estrecha carretera.

Después de unos pocos minutos, ya estaban llegando a la entrada del pueblo, donde un enorme cartel les daba la bienvenida a ellos y a cualquiera que entrara. La estación de autobuses estaba allí nomás, así que mucho no les costó encontrar un espacio donde estacionar.

Ambos no tenían muchas ganas de salir de la camioneta porque allí no hacía frío, en cambio si salían iban a tener que afrontarlo. A pesar de ser temprano, todavía no había comenzado a nevar.

—Tengo hambre—dijo la chica—, ¿no será mejor que primero vayamos a almorzar y luego compramos el boleto?

El abuelo asintió. Él también empezaba a tener hambre.

Por ahí cerca había un restaurante, así que no tuvieron la necesidad de subirse de nuevo a la camioneta. El lugar era muy pintoresco, y dentro había un rico olor de comida típico de los restaurantes, pero Nicole no pudo adivinar de qué alimento provenía.

Se fueron a sentar a una mesa que estaba al lado de la ventana, así que mientras esperaban a que los atendieran, miraban a la gente que paseaba por las heladas calles. El abuelo, para romper el silencio, le preguntó a su nieta si iba a extrañar el lugar.

—Sí—contestó ella—, pero lo que no voy a extrañar va a ser el frío.

Ambos rieron. El camarero llegó a la mesa y les tomó el pedido; en cuestión de diez o quince minutos los dos ya estaban almorzando.

Luego de terminar y pagar la cuenta, salieron del local directo a comprar el boleto. Había muchas personas haciendo fila, así que tuvieron que esperar hasta que ésta acabara. A Nicole no le gustaba esperar, entonces fue a caminar un poco por la zona sin alejarse de donde se encontraba el abuelo. Fue detrás de la estación, donde había bastante vegetación y varios bancos para sentarse y descansar, pero estos estaban cubiertos de nieve de días anteriores, así que tuvo que escurrirla un poco. Le sorprendió el mal olor que había por ahí y se le ocurrió averiguar de dónde provenía, aunque le produjera mucho asco saberlo.

Inspeccionó todos los bancos que por allí había y detrás del más alejado, encontró aquello que producía tan mal olor. No pudo contener el grito.

Fausto dejó la fila de inmediato y corriendo fue hacia donde se encontraba su nieta. Ya entendía el porqué del grito de Nicole. Un cuerpo estaba tendido en el suelo y un gran tajo le recorría todo el abdomen, pero no había ni una gota de sangre por los alrededores.

Una señora que también había ido a ver qué ocurría llamó de inmediato a la policía, quienes no tardaron mucho en llegar, pues no se encontraban muy lejos de allí. Estos, indicaron que todos se alejaran y pusieron las cintas de precaución.

La pobre Nicole estaba en shock. El abuelo trató de sacarla de allí, pero ella no hizo amago de moverse.

—Ha-hay otro muerto—murmuró, justo cuando el anciano le preguntó qué le ocurría. 

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