08- "Niños desaparecidos"
—Usted, señor, sinceramente se tuvo que haber ganado el primer puesto—le comentó Fabián, luego de que Fausto terminara de contarles la historia.
—Gracias, chico. Aun así, tú eres un genio ¡espero que tengamos la oportunidad de escuchar algún otro relato tuyo!
El muchacho se sonrojó y le dijo que algún otro día eso iba a ser posible. Luego, se despidió del hombre y de su nueva amiga, ya que estaba oscureciendo y no quería que su madre lo reprochara como siempre acostumbraba.
La abuela los llamó a comer, y tal vez por el hambre que tenían o por el incómodo silencio que habitaba en la sala, fueron casi corriendo. El calor de la cocina los golpeó y pudieron sentir el sabroso olor del estofado que servía Alba, quien al darse la vuelta para apoyar el plato en la mesa de madera, se asustó al ver a su esposo y nieta con expresiones demasiado serias.
Claramente, el hombre sabía que Fabián había ido allí para juntarse con su nieta, pero le había parecido tan llamativo e interesante que no pudo intervenir y charlar con él sobre literatura.
Nicole se equivocaba al pensar que su abuelo no se había dado cuenta, y si era así o de la otra manera igualmente estaba enojada, a pesar de que no quería demostrarlo.
— ¡Cambien esas caras! Parecen que están en un funeral—rió, a pesar de que el comentario no daba gracia.
Se sentaron a la mesa y empezaron a comer en completo silencio, logrando que solo se escuchara el choque de los cubiertos. La señora pregunto qué tal estaba, pero no recibió palabra alguna. Como respuesta al incómodo y molesto silencio que había, se paró casi de un salto y no guardó ningún pensamiento que tenía reservado.
— ¡A ver si cambian esas caras! Ya estoy cansada del mal humor y de que la casa esté silenciosa. Una mujer de mi edad no tiene que enojarse por estas tonterías, pero ustedes lo hacen imposible—Dicho esto, apartó la silla y luego subió las escaleras para después dar un portazo en la habitación que compartía con su marido.
—Últimamente está muy sensible. Ha de ser porque está por cumplir ya los setenta y nueve años...—comentó casi al aire, el abuelo.
La joven pareció no enterarse del asunto porque seguía comiendo. El hombre fue hacia la sala de estar y se sentó en el sillón dispuesto a mirar el noticiero; sorprendentemente, cuando encendió el televisor, un gran cartel rojo apareció y decía «último momento». Además, un sonido de sirenas acompañaba el cartel, haciendo que Nicole se dirigiera hacia allí para ver lo que sucedía.
Dejando de lado el enojo que tenía con Fausto por algo tan insignificante y tonto, se sentó junto a él y pudieron apreciar como un cuerpo descuartizado aparecía en la filmación que estaba pasando el periodista. Este estaba diciendo que el pobre niño había desaparecido el día de ayer alrededor de las once de la noche y que hacía minutos, un hombre que circulaba por la zona halló un brazo en la alcantarilla y decidió llamar a la policía, quienes inmediatamente se dieron cuenta que era el pobre chico. Habían recibido la denuncia en la madrugada, pero todavía no anunciaban la búsqueda porque aún no habían transcurrido las veinticuatro horas.
Por supuesto que la imagen del cuerpo estaba censurada, y de fondo se oían sollozos que, seguramente, provenían de los padres de la víctima.
El periodista se acercó a uno de los policías que había por allí y le preguntó si tenían alguna sospecha.
—Por favor—dijo sin querer responderle a la pregunta formulada—, no está autorizado a filmar en este momento.
El chico se lo tomó verdaderamente mal, pero hizo como si no le hubiese importado y se apartó de allí, seguido por el camarógrafo. Dijo unas palabras que no aportaban nada y el otro periodista que estaba en el estudio le agradeció.
Fausto parecía estar verdaderamente indignado y por eso apagó el televisor; Nicole estaba estupefacta, porque no podía creer que algo así hubiese pasado de verdad. Le había golpeado mucho la notica, puesto que donde vivía nunca pasaba nada de gran importancia y su abuelo tanto le había contado de estos asuntos que parecía irreal.
—Es como si... como si fuera una de tus historias—comentó, incrédula.
—Mi querida Nicole, si vivieras aquí ya estarías acostumbrada a esto. Pasa que siempre llega gente nueva a este lugar y estos actos se vuelven mayores a lo que son.
Nicole lo miró mal.
— ¿Esos actos se vuelven mayores a lo que son? ¡Un niño fue descuartizado!
El hombre decidió no discutir y mucho menos nombrarle a la chica todas las cosas horripilantes que habían sucedido en ese sitio. Desde simple asesinatos, hasta canibalismo en serie. Últimamente, no había sucedido cosas terribles y por eso, la noticia había golpeado mucho a todos. Fausto recordaba que el último había sucedido hacia unos cuatro o cinco años, pero no había sido algo del otro mundo o muy elaborado.
Se quedaron un rato en silencio, y luego Nicole preguntó:
—Todas las historias que me cuentas, ¿sucedieron de verdad? —A pesar de que anteriormente ya se lo había preguntado, no estaba muy segura.
Su negó y le comentó que sacaba todas de un libro demasiado viejo que se lo habían regalado en su juventud. Le propuso la idea de verlo, a lo que su nieta aceptó con una pizca de entusiasmo.
Subieron las escaleras y se dirigieron al despacho, donde el hombre abrió la puerta con una llave. A pesar de que la adolescente ya le había echado un vistazo rápido antes, se sorprendió al ver como todas las cosas que allí había estaban perfectamente acomodadas. No sabía si su abuelo era así o porque Alba le exigía que lo tuviera todo ordenado.
El anciano fue hacia una gigantesca biblioteca empotrada en la pared, donde yacían muchísimos libros; Nicole apostaba a que había más de doscientos. De medicina, de novelas, obras de teatro, biografías; resumiéndolo, en esa biblioteca podías encontrar cualquier libro que quisieras. Parecían estar ordenados por colores, ya que de esa manera llamaba mucho más la atención. A pesar de que había muchos libros y que parecía imposible encontrar uno en específico, el abuelo tardó segundos en encontrar el que había mencionado.
—Este es—sonrió, muy entusiasmado.
En las manos tenía un gran libro de tapa dura, la cual era de terciopelo rojo con las letras doradas. Debía tener alrededor de mil hojas o hasta quizás un poco más, por lo tanto pesaba bastante.
La chica estaba estupefacta, ese libro era el paraíso. Cualquier aficionado a las historias policiales daría lo que fuese para obtener esa antología. El abuelo notó en el rostro de su nieta que le había llamado mucho la atención.
—Me lo regaló un amigo mío en mi cumpleaños número veinte. Desde ese entonces, casi todos los días vuelvo a leer una historia—Apoyó el libro en el escritorio ya que le pesaba mucho—. Claro que ya me las sé de memoria. Si quieres, antes de que te vayas de nuevo a tu casa, te lo presto y la próxima vez que vengas me lo devuelves.
La idea le pareció fantástica.
Como no había nada más que hacer, Nicole fue hacia su cuarto y se puso a ver la televisión para luego dormir. Colocó el canal del noticiero, y esta vez el enunciado decía que ya se habían notificado seis niños desaparecidos, sin contar el que se había encontrado descuartizado.
El periodista, de una manera muy inmediata y prestando atención a lo que le decían a través del auricular, aclaró que ahora eran diez.
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