7

Aang

No estoy llevando aquello muy bien.

Su respiración agitada a mi lado, su cuerpo que parece débil tiembla contra el mío y sus ojos que se pierden en la ventanilla.

Mi cuerpo está en paz por sentirla cerca, pero mi mente se ciega. No puedo evitar su pelo, su piel y cintura, y todo esto me sigue volviendo loco.

Casi me mata.

¡Luego huyó con su amante!

La furia me afecta. Me arde por dentro.

Había pensado dejarla ir. Me había traicionado y no podía soportar la idea de ver su rostro de traidora cerca de mí. Pero cuando vi la coordenada GPS que estaba en el bar, uní los puntos y me di cuenta exactamente qué iba a pasar. Se tiraría a alguien está noche; es más que obvio, se emborracha y termina en la cama de algún desconocido.

Otro hijo de puta con suerte.

No estoy seguro de lo que pasó. Todo pensamiento racional me había abandonado y cuando Lars me llamó para avisar que estaba saliendo con un tipejo y que se comían en todo el transcurso hasta el auto, vi todo rojo. No fue suficiente que se acostara con Theodore.

Lo único que deseé fue traerla de regreso y castigarla de mil y una manera posible.

Antes de darme cuenta me vi sentado en mi coche en dirección a su apartamento.

Y ahora que la tengo de vuelta pagará por todo.

Me giro para mirarla y veo que sigue mirando la oscuridad.

Ahora que está cerca la necesidad irracional de explotar y hacerle daño ha desaparecido.

Medio adormilada Thais se acurruca cerca de mí en el asiento trasero, sin darse cuenta frota la cara contra mi cuello con los ojos cerrados.

Y solo con eso se me pone dura, odio que mi cuerpo reaccione al sentir sus labios rozarme la piel.

Se aleja rápidamente al ver lo que hizo, justo cuando el coche se para delante de la casa. Bajamos y atravesamos las puertas. Me siento listo para tomar unos cuantos vasos de escocés frente a la chimenea y relajarme. Luego me acostaré con Thais antes de irme a la cama, tengo que borrar las huellas de ese tipo en ella.

Que hubiera duda en su apartamento no significa que ahora no lo haré.

Ella es mía.

Al menos por los meses del contrato que había firmado.

Puedo hacer lo que quiera con ella y no lo puede impedir.

Thais permanece a mí lado y no se mueve sin mi permiso. Al menos parece más dócil que la primera vez.

―Thais.

Se gira hacia mí. Tiene el pelo revuelto por mis puños en ella, pero aún así esa onda salvaje le queda. No muchas mujeres pueden presumir de eso.

Pero nunca se lo diré.

No está en mis planes ser amable con ella.

―Espérame arriba.

―¿Por qué?

Entrecierro los ojos.

Aprieta los labios seguramente conteniendo los brotes de insultos que quieren escapar de su boca.

―Más vale que te duches y me esperes desnuda, y en cuatro patas.

Ahora ella me mira como si quisiera matarme. El odio quema en sus ojos, y su palma parece estar lista para golpearme.

―Piensas que eres dueño del mundo, pero nunca serás mi dueño, imbécil ―solo para probar la cuestión su mano serpentea como una serpiente, me abofetea en la cara.

Me. Abofetea.

El golpe no duele, pero la conmoción circula lentamente por mis venas hasta que la adrenalina se desborda.

Lo cierto es que la había extrañado.

La examino con dureza, enojado y excitado al mismo tiempo.

―Si no quieres que te tome con dureza ahí mismo en la escalera has lo que te digo ―mis palabras son un suave susurro peligroso.

Ella tira la mano y su palma cae en mi cara, golpeándome tan fuerte como la primera vez.

―Eres un desgrac...

Mi mano empuña su cabello y tiro de ella hacia mí por un beso. Aprieto su cabello en mis dedos y la sujeto con otro brazo alrededor de la cintura, la aprieto contra mí y beso su boca. Ella no lucha conmigo. En su lugar, me devuelve el beso con repugnancia, como si se odiara a sí misma por lo que está haciendo, pero no puede detenerse. Me lo devuelve con ferocidad, rabia, enojo. Pero luego su odio se suaviza, y sus labios están llenos de arrepentimiento, culpa, deseo, lujuria, siente mi boca como la suya y su cuerpo tiembla.

Cuando se aleja, sus ojos están llenos de autodesprecio.

Su expresión es lo más sexy que he visto.

―Por mucho que disfruto de tus rabietas, no voy a volver a soportar tus idioteces. Cuando te pido que hagas algo, lo harás, o puedo buscar un método para hacerte entrar en razón. ¿Entiendes?

Thais se cruza de brazos con la misma irritación en el rostro que le he visto antes. Tiene un cerebro brillante y una actitud de fiera pero no voy a aceptar que me falte el respeto.

Me niego a sucumbirme bajo de encanto de nuevo.

—Eso tiene sentido. Ya que todo lo que veo es un aspirante a chico malo que solo está esperando probarse a sí mismo que tanto daño puede hacer y así evitar lamer su propia herida. Déjame darte un pequeño consejo, Aang, no cagues donde comes.

—¿Besas a tu amante con esa boca sucia?

—Sí —se inclina, cerca de mis labios. —Es la misma boca que quieres envolver alrededor de tu pene; porque amas mi calor y como te lo chupo.

Yo sonrío maliciosamente.

—Me complace saber que estás pensando en tu boca envuelta alrededor de mi pene, pequeña. De hecho, es uno de mis cosas favoritas.

—¡Uf! Te odio tanto.

―Desaparece de mi vista. Ahora.

No dice nada y sube las escaleras hasta el piso de arriba.

Anton aparece entre las sombras. ―Señor, yo creo...

―No estoy siendo duro con ella ―lo corto de inmediato, sabiendo que va a opinar en su defensa. ―Es lo que se merece.

Voy directamente a prepararme un vaso de licor ignorándolo.

Thais

Se me disparan los latidos de mi corazón al instante que cierro el grifo y la adrenalina se me ha propagado por las venas.

No esperaba esa reacción de su parte.

Tiemblo mientras salgo del baño, luego de haberme envuelto en una toalla.

Lo veo tendido en la cama con los ojos cerrados.

Quizás está muy cansado.

Quizás debería irme mientras aún tengo la oportunidad.

Quizás es una mala idea.

Camino con pasos ligeros, mi plan es salir sigilosamente antes de que se levante. Tomo el vestido —que Aang puso ahí— con cuidado sobre la cama y comienzo a ponérmelo.

―¿Acaso no te di una orden? ―su voz masculina llena la habitación y mis manos tiemblan.

Él no se mueve de su posición en la cama, las sábanas están cubriendo su cintura.

―No pienso hacerte caso ―mi actitud se enciende, por más increíble y hermoso que sea sigue siendo un imbécil de mierda al fin de cuenta.

Y ya estoy arrepintiendo de sentir culpa por lo que hice.

―Ven aquí, ahora ―no abre los ojos, pero igual puedo sentir esos colores verdes militares encima de mí mientras me fusilan.

Intento subir la cremallera del vestido más rápido, pero se atora. Salir corriendo no es una buena idea, ya que no tengo ropa interior y el vestido aún no está arreglado.

Aang se levanta de la cama rápidamente y viene directo hacia mí, aproximadamente noventa kilos de músculos hostil que pueden hacerme puré. La habitación está oscuro porque él ya había pagado la luz, pero no se le dificulta alcanzarme al pie de la cama por la débil luz de afuera. Él me agarra por la parte trasera de mi cabello y me arroja a la cama, no puedo evitar darme cuenta que aún después de todo usa su fuerza solo para llevarme donde quiere, no para hacerme daño, mi cara golpea las sábanas y mi trasero queda levantado en el aire. Su mano toma mi nuca y me atrapa con su fuerza.

—¿Me estás tentando con esto? —toca mi trasero. —¿Quizás quieres que te folle?

—N-no —mi voz es débil, incluso para mis propios oídos.

Yo misma no sé lo que quiero que haga. Mientras me toque, tenga sus manos sobre mí, es como si todo fuera posible de repente. Respira de forma entrecortada junto a mi oreja.

—Tienes que parar —le digo con voz débil.

—¿Parar el qué? —pregunta él. —¿Esto? —Y me rodea la oreja con la lengua. Jadeo de placer. Los escalofríos me recorren como si fueran ascuas al rojo vivo, abrasando cada centímetro de mi piel. Mis pechos se hinchan aún más. —¿O esto? —Aang introduce una mano bajo mi vestido para tocarme donde más lo deseo.

Estoy a punto de perder la cabeza y arqueo la espalda en respuesta a las caricias de esa mano que se mueve entre mis piernas.

¡Dios, ese hombre es increíble!

Aang rodea con un solo dedo aquella carne tierna y trémula, haciéndome arder antes de penetrarla con dos dedos hasta el fondo. Mueve los dedos en círculos para estimularme y acariciarme mientras masajea con suavidad mi clítoris con el pulgar.

—¡Oooh! —gimo, y no pudo evitar echar la cabeza hacia atrás debido a la intensidad del placer. —No puedo.

—No, ¿eh? Haré que cambies de opinión —lame el lóbulo de mi oreja, murmurando con palabras calientes—: Ahora, ¿qué tal si termino el espectáculo que comenzaste?

—¿Cuál? No comencé ningún espectáculo —me sorprende que pueda hablar con los estímulos disparándose desenfrenados por todo mi cuerpo.

—Oh, pero lo hiciste. Estas mojada ahora mismo. ¿Estabas fantaseando con mi pene dentro de ti, pequeña? Por eso levantaste tu trasero en mi cara, ¿no?

—¡No! —mi voz es defensiva, llena de vergüenza. —Es solo tú imaginación.

—Sabes, cuanto más dices eso, más seguro estoy de lo mentirosa que eres.

—No estoy mintiendo... oh... —mis palabras terminan en un gemido cuando suelta mi trasero y sumerge dos dedos dentro de mí de una vez, comprobando lo húmeda y necesitada que estoy de él. —Aang...

La picazón de antes regresa con fuerza y arqueo la espalda, necesitando más fricción. Solo más de él.

—Tu vagina no miente, me dice que quiere mi pene —curva sus dedos y yo gimo de nuevo. —¿Me quieres dentro de ti, pequeña?

Sí, por favor.

—No —susurro, mi voz desesperada.

—¿Estás segura?

Por supuesto que no, pero no lo digo en voz alta. No voy a dejar que me obligue a pronunciarlo.

Empuja su duro pene en la rajadura de mi culo y aprieto, mordiéndome el labio inferior. Nunca lo he hecho ahí y sé que dolerá, pero para mí suerte, él se dirige hacia mi sexo.

—Te voy a follar hasta borrar esa palabra de tu boca, Thais —su voz es sincera cuando habla. —Si supieras cuánto deseo arruinarte como tú me has arruinado a mí.

Mi interior se licua ante esa promesa, pero me aferro a mi fachada.

—Inténtalo. Acaba de una vez y déjame en paz.

—No puedes tratarlo como una carga cuando has estado fantaseando con eso. No puedes mentirte a ti misma solo para sentirte bien contigo mismo, en el fondo lo deseas tanto como yo. Estoy seguro que mientras estabas con ese idiota pensabas en mi pene dentro de ti, deseaste que yo te follara hasta que te hiciera olvidar tu nombre, ¿No es verdad? —dice.

. —No.

―¿Si te tomo ahora qué harías?

Yo lo deseo. ―Absolutamente nada.

―¿Por qué te negaste en tu departamento? ―me pregunta.

―Estabas furioso, no tenías control de ti mismo ―digo. ―Y me hubieras lastimado. Pero eso ya no me importa.

Quiero que lo haga todo.

Si no participo en su juego, puedo fingir que no quería esto. Es su castigo. Parte del contrato que tenemos. Todo es obra suya, no mía. Lo disfrute solo porque no había más opciones.

—Hazlo, tómame, pero si quieres ser el hombre que me meta el pene esta noche, di por favor.

Suelta un suspiro.

—Thais... —mi nombre sale como una amenaza. Siento un azoto que me saca un gemido y luego dice entre dientes. —Por... favor.

—Bien.

―Espero que no estés muy cansada ni muy adolorida porque te dejaré peor.

Me penetra como un animal, manteniendo mi cara contra las sábanas mientras me penetra estacadas tras estacadas. Y mi sexo se contrae ante la deliciosa tortura.

No voy a negar que mi primer impulso es empujarlo, pelear con él para que vaya más despacio, pero una vez lo siento profundamente en mí, me ciego de placer y ese abismo de lujuria para dedicarme a disfrutar de su castigo.

Odio que una parte de mí quiera que llegue más profundo y golpe con más fuerza. Aunque ya sé que no cabe todo dentro de mí. Nunca lo hace.

Odio que una parte de mí esté agradecida de que esté haciendo esto, de que me esté liberando de formas que yo nunca hubiera pedir en voz alta para liberarme.

Sus dedos se clavan en mi hombro mientras su otra mano me da una palmada en el culo.

Jadeo porque se siente tan bien.

Apenas habíamos empezado, y ya quiero correrme en su pene. Quiero arrodillarme e inclinarme ante este hombre por ser el regalo de Dios para las mujeres.

―Esto es mío. No es suyo. Mío ―él agarra mis muñecas y las sujeta en mi espalda mientras mantiene su peso en mi cuello.

Sus profundas embestidas y duras son de enojo, como si quisiera castigarme y premiarme al mismo tiempo. Castigar por lo que hice, pero premiando por encenderlo así.

Castigándome por desobedecerlo, pero premiándome por darle lucha.

―Qué te jodan, Aang ―muerdo mi labio mientras mi cara está presionada en el colchón, sintiendo su perfecto miembro golpear el punto exacto una y otra vez.

―Es justamente lo que estoy haciendo, Thais ―toma la parte trasera de mi cabello y me fuerza hacia arriba, arqueando mi espalda. ―Joderme.

Otro golpe.

—Grita —jadea contra mi boca mientras golpea mi trasero. No le hago caso. —Te estoy follando como te gusta y vas a gritar —vuelve a azotarme el trasero. —Si no lo haces, podemos hacer esto toda la noche.

Incapaz de controlarme grito lo hago cuando da ese punto en específico.

—¿Ves? No es difícil escuchar órdenes.

Su mano se mueve a mi cuello y me aprieta duro mientras entra de golpe en mí otra vez, su agarre casi me asfixia.

―¿Quieres que te agarre así o más fuerte?

Joder. ―Justo así...

Así de fuerte nos mantiene a ambos en la realidad, sin sentimiento de por medio, solo sexo por sexo.

Cierro mis ojos y muerdo mi labio inferior.

Se inclina sobre mí y presiona su pecho contra mi espalda, su boca se acerca a mi oreja y suspira mientras se mantiene penetrándome, dirigiendo su pene profundamente dentro de mí.

―Más ―exijo.

―Suplícame.

―Más ―vuelvo a exigir.

―Sabes lo que quiero que digas ―dice él apenas en un gruñido.

Quiero pelear contra la palabra que muere por salir de mis labios, pero cuando él se siente tan bien así entre mis piernas, ya nada importa ni mucho menos lo idiota que es.

―Aang... ―gimo.

―¿Sí?

―Por favor...

―¿Por favor qué?

―Fóllame más fuerte, por favor.

Enterrado profundamente dentro de mí, ahora ambos brazos sosteniendo mi cuerpo contra su pecho. Me da unas cuantas bombeadas suaves, acostumbrándose a la tensión, antes de que empiece a golpearme de nuevo. Me aferro a sus brazos para mantener el equilibrio y reboto con él, gimiendo fuerte, sin poder contenerme desde el principio. Mi sexo presiona su pene tan fuerte como su pene me penetra. Nuestros cuerpos se mueven a la vez. Los dos luchamos por estar más cerca del otro.

Mi cabeza se inclina hacia atrás, y gimo como una puta a quien se le pagó para que grite. —Dios... sí. Ah, Aang, por favor.

Sus manos se aprietan en mis brazos, y golpea ese veneno dentro de mí. ―¿Te gusta?

—Sí... sí ―se siente tan bien, que quiero llorar. —No te detengas.

¿Cómo pude haberlo intentado matar cuando me puede dar eso?

Golpea mi punto dulce, repara mis antojos. Todo este tiempo, había estado teniendo sexo con niños, cuando debería haber estado teniendo sexo con hombres.

Este es un pene para mendigar.

―No te detengas... Dios ―mis manos se mueven a mis nalgas, y las separo, solo para que pueda joderme aún más profundo.

Sus caderas trabajan un poco más, y como una máquina, me jode sin parar, su resistencia merece una medalla. Trabaja duramente para complacerme, para destrozar mi sexo con su circunferencia.

Me duele todo el tiempo, pero me encanta el dolor. Me encanta la forma en que me hace sentir... como si nunca me hubieran jodido en toda mi vida. Me muerdo el labio inferior y gimo, con lágrimas en los ojos debido al dolor y al placer. En lugar de tomar minutos para correrme, solo tomo un par de segundos. Mantengo las nalgas separadas y cierro los ojos mientras el calor viaja a través de mí, quemando las puntas de los dedos de las manos y los pies. Un velo de deseo se extiende por mi visión, haciendo que todo sea borroso porque no puedo concentrarme en ver... solo en sentir. No me importa que odie a este hombre, que no quiero que él tenga un ego más grande que el que ya tiene.

Aprieto su pene y gimo su nombre. ―Aang... ―mis caderas comienzan a rotar automáticamente mientras las lágrimas brillan en mis ojos. Siempre había sido de gemir un poco cuando tenía sexo, pero nunca de gritar. Pero desde que conozco a este hombre lloro... porque es muy bueno.

Un gemido escapa de su garganta. Él aumenta su ritmo solo un poco más, para darme todo de sí mismo cuando se corre. Dura lo suficiente para dejarme terminar, para disfrutar cada segundo del orgasmo hasta que comienza a desvanecerse como humo en el techo.

Luego se corre. Con un gruñido masculino, empuja su longitud profundamente dentro de mí y se estremece cuando lo suelta, explota en mí. Sus manos se aprietan en mis brazos, y gimo de nuevo.

Maldita sea y maldito sea él . Apenas regresó y ya caí de nuevo.

Lo empujo lejos, haciéndolo reír mientras se sale de mí y libera mi garganta para buscar algo en su mesita de noche.

—Te odio —murmuro al ver que Aang sigue medio duro.

Toma una cuerda de cáñamo y la anuda alrededor de la muñeca derecha, luego me la ata a la otra. Aang rebusca en los cajones de nuevo mientras yo me arrodillo en medio de la cama. La sangre me hierve y me hace sudar. Una fina línea de sudor me mancha el nacimiento del pelo, pero un escalofrío me recorre la espalda. El inconfundible sonido de los eslabones metálicos me pone la piel de gallina. Cuando Aang se endereza, deposita cadenas, cuerdas y esposas a mi lado.

—El tobillo —me ordena, con voz áspera como el crujido de los neumáticos sobre la grava.

Giro el cuerpo y ofrezco una pierna. Me coloca una esposas de cuero alrededor del tobillo y ata una cadena a la anilla metálica antes de exigir la siguiente. Cuando las dos esposas están abrochadas, Aang fija el otro extremo de las cadenas a los postes a los pies de su cama. Las aprieta hasta que no hay holgura desde donde estoy sentada, con las piernas abiertas y abiertas para él. Contempla mi carne brillante durante un largo rato antes de apartar la mirada y empezar a deshacer uno de los nudos de mi muñeca.

—Un día lo haremos como es debido —dice Aang mientras me suelta la otra muñeca y me gira la mano por detrás de la espalda.

Me dobla el codo para que mi mano descanse entre los omóplatos. Una cuerda más suave se enrolla entre mi pulgar y mi índice y luego me cruza el brazo. Me la pasa por el pecho y de nuevo a la espalda, asegurando la otra mano con la primera. Cuando termina, mis manos están inmovilizadas por una red de cuerdas. Los suaves hilos me oprimen los brazos y el pecho, mis pechos aún cubiertos por el encaje morado del cuerpo pero enmarcados por el cáñamo entrelazado.

Aang examina su trabajo.

Se desplaza hacia atrás hasta situarse a los pies de la cama. Me mira, mis brazos sometidos, mis pechos atrapados entre cuerdas, esposas y cadenas, abriendo bien las piernas para que pueda ver todas las pruebas de lo mucho que lo deseo.

Aang vuelve a los cajones, abre uno y saca un bote de lubricante y un vibrador rosado que combina con el tono que mi lencería. Luego se sube a la cama y deja el juguete y el frasco a su lado mientras se arrodilla entre mis muslos. Su mano sube por mi cuerpo hasta posarse en mi nuca y tira de mí para acercarme. Sus ojos se entrelazan con los míos mientras me empuja hacia la cama.

—No te olvides de suplicar por más —susurra.

—No te olvides de obligarme.

Sin decir nada más, Aang me agarra por el pecho y me tumba boca abajo. Me levanta las caderas para que mi culo quede al aire y luego me empuja la mejilla hacia abajo, presionando mi cara contra el colchón. Me clava los dedos en las caderas.

—No te muevas.

Oigo el sonido de las correas y el tapón de la botella de lubricante. El líquido me roza el culo, se desliza por mi sexo resbaladizo y cae sobre el colchón, dejando tras de sí un aroma a caramelo salado. Susurro una maldición, con el deseo enroscándose en mi vientre como una serpiente mortal e insaciable.

—Todavía no te he arruinado,  ¿verdad Thais? —Aang gruñe mientras desliza su pene por el lubricante y la coloca en mi entrada. Otra presión se topa con la firme resistencia del borde plisado de mi culo.

—No.

—Me gusta escuchar eso, pequeña —pone un tapón en el músculo apretado y lo guía hasta el fondo y mi corazón truena de anticipación. Sé que no será suave.

Como si leyera mis pensamientos en el patrón de mi respiración, se detiene cuando la punta de su pene penetra la entrada de mi sexo.

—Estoy lista, Aang. Quiero que me arruines para cualquiera que no seas tú, sí puedes.

En cuanto las palabras salen de mis labios, Aang se agarra a los nudos de cuerda que envuelven mis manos atadas y me penetra de golpe. Grito por la invasión, la incomodidad y el placer, la perfección absoluta de una plenitud que mi cuerpo no sabía que anhelaba. Se desliza hasta la corona de su pene y la punta del juguete y vuelvo a gritar, esta vez por la pérdida de esa sensación de recibir todo lo que él puede dar. Me retuerzo, intentando acercar el culo, pero él me esquiva.

—Aang... —Levanto la cabeza y él vuelve a presionar mi mejilla contra el colchón con una mano implacable—. Por favor —susurro bajo su palma.

Vuelve a penetrarme. Grito su nombre entre las sábanas.

Aang toma ritmo, unos lentos empujones, como tambores tocando en mi carne. Las caricias lentas pero potentes. Andante: a un ritmo constante, la fricción aumenta y me acerca a un precipicio del que no puedo volver. Pero no es tan amable. Tal como prometió, Aang quiere hacerme sufrir. La música solo pretende atraerme a un infierno de necesidad sin sentido y sin fin, a la locura sinfónica y retorcida del placer y el dolor, el deseo y la liberación. Así que me penetra con locura.

Empuja y agarra, empuja y golpea. Cuando grito, él solo empuja más fuerte, profundiza más. Los sonidos que emito no hacen más que alimentar al animal en él.

Me muerdo los labios cerrados. Eso no es lo que quiero. En absoluto, pero no quiero que sepa cuánto me gusta. Sacudo la cabeza bajo la presión de su mano.

—¿Ya estás arruinada?

—No... no lo sé. ¿Tú qué crees? —pregunto con burla.

—Entonces la respuesta es no. No te he arruinado—me penetra con precisión metódica, tanto mi vagina como mi culo me duelen a medida que me acerco a otro.

Aang me saca del todo, pero me mantiene en la misma posición con una mano mientras me quita el tapón  con la otra. Lo oigo caer al suelo y, un instante después, me tumba boca arriba y me levanta las piernas contra su pecho. Me acerca el pene a la vagina y vuelve a metérmela con un gemido mientras empieza a rodearme el clítoris con el dedo. Gimo y me retuerzo, pero él se limita a apretarme más las piernas, indiferente.

—Dije que te destrozaría. Juré hacerte sufrir. Pero veo que ambos estamos igual en esa dulce agonía —Aang se inclina sobre mí y me mira fijamente a los ojos mientras empuja de la corona hasta la empuñadura.

Me mira directamente al alma. Y por primera vez en mucho tiempo, veo otra persona rota que no odia lo que encuentra cuando mira fijamente en la oscuridad.

Aang sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

—Vamos a sufrir los dos —susurro, y con un beso de fuego y promesas, Aang Briand me arrastra más profundamente al infierno.

Mi orgasmo es tan brutal, que creo que mi eco retumba en toda la casa. Cuando termina me quita todo y se aleja.

Dejo caer mi cuerpo sobre el colchón porque estoy cansada y satisfecha. Él no me dice ni una palabra, ni siquiera me mira. Como si solo fuera una extraña que nunca volvería a ver, se queda parado totalmente desnudo y su pecho sube y baja debido a su respiración acelerada. Siento su semen gotear de mi sexo para recorrer mis muslos.

No sé lo que esperaba que hiciera. El sexo no cambiaría su comportamiento. Él seguiría siendo el imbécil indiferente que siempre ha sido. Irrumpiría en mi habitación sin llamar y luego la dejaría con la misma brusquedad. No era una cita, así que no había ninguna razón para que durmieramos en la cama del otro.

—¿Te vas?

—¿Qué esperas? ¿Qué me suba a la cama y me acueste contigo como tu puto novio?

—No, solo es una pregunta.

—Voy a dormir contigo —dice el muy bipolar. —Quédate de tu lado de la cama y no cruces la línea —se sube a la cama formando una línea invisible entre ambos.

Me dedica una sonrisa fría, luego me da la espalda.

De repente me siento fría y expuesta. Me meto debajo de las sábanas para taparme.

—¿Thais?

—¿Sí? —digo con cautela.

―Si intentas hacerme algo mientras duermo te vas a arrepentir, ¿entendido?

―Entendido.

―Ahora duerme. Mañana te espero a primera hora en mi oficina ―dice en tono llano.

Me giro dándole la espalda totalmente confundida, y cierro los ojos... me duermo unos minutos después.

Aquella faceta me aterra.

La alarma de Aang suena alrededor de las seis.

Silencia el teléfono y se estira junto a mí, tomándose unos minutos para despertarse del todo. Yo permanezco inmóvil a su lado sin saber qué hacer.

Su mano rodea su pene, y no puedo apartar la mirada mientras desliza su mano arriba y abajo por el enorme pene y dice: —Ahora, recuerda, nada de mentiras. —Lo miro, fascinada—. ¿Me has echado de menos?

—No —digo inmediatamente.

Aang suelta su pene y me da una fuerte palmada en el clítoris. Sonríe y retira la mano.

—Quizá no hice la pregunta correcta. —Sus brazos cuelgan a los lados y mi vagina hormiguea por el azote que acaba de recibir—. ¿Tu vagina me ha echado de menos? ¿Extrañaste cuando mi lengua se deslizaba entre tus piernas mientras probaba lo que estaba hecho para mí? —Voy a abrir la boca cuando levanta un dedo.

—Miente, y serás castigada. Dime la verdad y te recompensaré.

—No —vuelvo a decirle.

Se da la vuelta y pega su cuerpo al mío. Me sube la mano por el vestido y la posa sobre mis pechos desnudos mientras me besa el cuello hasta llegar a la oreja. Mientras me acaricia, llega a mi oído un gemido callado y su sexo se aprieta contra mi espalda. A pesar de mi agotamiento, siento la atracción de inmediato. Me sube el vestido tironeando y me da la vuelta hasta que quedo tumbada sobre mi vientre. Trepa sobre mi cuerpo, apoyando las caderas contra mi trasero. Saltándose los preliminares y yendo directo al grano, me introduce su enorme erección de una sola embestida.

Dios mío. Cómo me gustan sus castigos.

Presiona la boca contra mi oreja y respira mientras me penetra, echándome un polvo rápido cuyo único propósito es alcanzar el orgasmo. No pronuncia una sola palabra ni emite una sola orden.

Empuja con fuerza y su nombre sale de mi boca como una dulce plegaria.

Me sostengo, aferrándome a la vida mientras él me penetra una y otra vez, mi cuerpo sacudiéndose bajo él con cada embestida. No debería desearlo, pero Dios, qué bien me siento. Su pecho me aprieta la espalda y su mano me rodea la garganta como un collar. Apenas puedo respirar mientras me agarra con fuerza y sus embestidas se aceleran.

Mi cuerpo se estremece de pura felicidad y mis piernas se vuelven casi inertes.

Me susurra al oído:—¿Te gusta, pequeña? ¿Quieres que te llene de mi semen?

—Sí, sí —gimoteo. Es todo lo que puedo hacer para suplicar más. Para que esto no pare nunca.

Me gira la cabeza y toma mi boca para tragarse mis gemidos y lamentos, su lengua tan contundente como sus empujones mientras me reclama en todos los sentidos.

Empiezo a sentirme mareada, a preguntarme si no será demasiado, y entonces me suelta la garganta, su pene golpea ese punto dentro de mí una y otra vez, estirándome. Es crudo, áspero, posesivo y jodidamente caliente.

Mis piernas empiezan a temblar cuando la acumulación empieza a subir por mis muslos.

Me folla en silencio mientras nuestros cuerpos chocan con cada impacto. A veces gime directamente junto a mi oído y mi sexo no tarda en empaparse. Me aferro a las sábanas que tengo debajo y siento que un escalofrío me sube por la columna. Su sexo me proporciona un placer exquisito y su respiración es tremendamente sensual. La barba incipiente de su mandíbula roza mi piel sensible con cada mínimo movimiento. Siento que el orgasmo se forma en mis entrañas y se va extendiendo a todas mis extremidades.

Una ola de placer arrasa conmigo, sumiéndome en un orgasmo que me obliga a morder la almohada que tengo debajo. Cuando Aang me oye gritar, empuja con más vigor, golpeándome las nalgas con el hueso pélvico. Hunde su sexo en mí, abriéndose paso por mi canal estrecho y resbaladizo y enterrándose en mi humedad. Suelta un largo gruñido antes de envainarse por completo en mi interior y eyacular, llenando mi cuerpo con su deseo cálido y pesado. Apoya la cara contra mi nuca y respira complacido, inhalando lenta y profundamente.

Sale lentamente de mí, asegurándose de que su semilla permanezca dentro de mi cuerpo.

―Elliot se va a encargar de llevarte a la empresa, no llegues tarde.

Se levanta de la cama y entra en el cuarto de baño; un segundo más tarde, el agua de la ducha empieza a salpicar contra las baldosas del suelo. Me quedo allí tumbada un minuto entero, recuperándome del calor que todavía me arde entre las piernas.

Realmente estoy jodida.

Suelto un grito ahogado y frustrado en el silencio de la habitación.

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