6

David

Entramos en su ático en la última planta de un edificio con vistas al río porque queda más cerca que la mía. Las vistas de lugares así son espectaculares, más espectaculares que desde cualquier otro ático en el que hubiera estado.

Ella entra con tranquilidad, deslizándose sobre sus tacones como si no tocara el suelo.

―Tienes una casa muy bonita.

―Gracias, pero no has venido a ver lo bonito que tengo mi casa —dice, seria. —¿Comenzamos, o te vas y llamo a otro?

Me dan ganas de castigarla yendo por tratarme como un pedazo de carne, pero mis ganas de ella me hace olvidarme mi orgullo. La tomaré para que pueda ver qué no hay ningún comparación.

Me acerco lentamente hacia ella, olvidando cualquier contención. Solo me había invitado por un motivo, así que ya no tengo que comportarme como un profesional caballeroso y darle lo que quiere. La única duda que tengo es su posición.

¿Cómo voy a tomarla y hacer que quiera más?

Mis manos se mueven finalmente hacia sus caderas y puedo sentir sus curvas por debajo del suave tejido del vestido. Hasta con tacones es mucho más baja que yo. Es una mujer muy pequeña, pero a mí nunca me lo había parecido. Emane la clase de presencia que llena hasta el último rincón de la sala.

Palpo el tejido con las puntas de los dedos, arrugándolo al agarrarlo. Lo siento deslizarse por su suave piel y contra su vientre tenso. Una vez que le quito aquel vestido sé que será una hermosa visión que contemplar. Su piel olivácea y sus curvas sensuales me vuelven todavía más loco de lo que ya estoy.

Mi rostro está cerca del suyo, pero no hago ademán de besarla. Contemplo sus labios llenos, fantaseando con la sensación que producen contra mi boca. Cuanto mayor sea la expectación, mejor será la sensación.

Tiene las manos apoyadas contra mi pecho y las va bajando lentamente, recorriendo los surcos entre los músculos de mi vientre y llegando hasta el cinturón. Palpa el cuero antes de seguir descendiendo. Sin dejar de mirarme, coloca los dedos sobre el bulto de mis pantalones.

Yo dejo de respirar en cuanto siento sus dedos contra mi erección. Recorre el contorno con las puntas de los dedos, midiéndola desde la base hasta la punta. El miembro me estira los pantalones formando un ángulo en dirección a la cadera opuesta porque verticalmente no hay suficiente espacio. Sabe que estoy particularmente bien dotado ahí abajo: me lo dice su expresión. Lo acaricia con la palma de la mano mientras entreabre los labios con excitación.

―Te deseo. Tú también, no finjamos otra cosa.

Quizá solo quiere acostarse conmigo por mi miembro y no la juzgo. Yo quiero acostarme con ella porque está buena y nunca antes me había acostado con alguien mayor. Aunque siempre tuve una fantasía con mi profesora de Francés.

Anjoly me mira a través de sus espesas pestañas y se lame el labio inferior. La única razón por la que todavía no la he besado es porque estoy demasiado ocupado disfrutando de todo aquello.

Su franqueza me excita. Quiere que me pase la noche provocándole orgasmos con mi grueso miembro, y yo cumpliré sus expectativas con mucho gusto. Fuesen cuales fuesen sus fantasías, las convertiría en realidad.

Levanto una mano de su cadera y la subo lentamente más allá de su mejilla. Mis dedos entran por fin en contacto con su oscuro rojo y siento su suavidad acariciándome como un pétalo de rosa. Su piel es cálida al tacto y cuando poso los dedos alrededor de su nuca, por debajo de su pelo, puedo sentir su fuerte pulso.

Aproximo mi boca a la suya y finalmente toco sus labios con los míos. Suaves, jugosos y deliciosos. Mientras la beso aspira el aliento de mi boca y el feroz deseo me hace temblar y siento una descarga eléctrica bajándome por la columna.

La agarro con más fuerza con los dedos mientras profundizo el beso; nuestras bocas se mueven juntas y se separan. Su cálido aliento me llena la boca y ahora el olor de su perfume es más penetrante que antes. Mi mano estruja su esbelta cintura, sujetándola con más fuerza de la que pretendía.

Nuestro beso aumenta de rapidez y nuestras bocas empiezan a moverse juntas a mayor velocidad. No es capaz de saciarme de ella, ni ella de mí. Su lengua se introduce en mi boca y se encuentra con la mía en un erótico contacto.

Mi sexo da una sacudida.

―Mierda... ―digo dentro de su boca, desprovisto de todo pensamiento coherente.

Había experimentado más cosas de las que podrían soñar la mayoría de los hombres, pero nunca había disfrutado de un beso así. Ninguna mujer había hecho que me tiemble las manos. Esa mujer es una profesional.

Sus dedos se desplazan hasta mi cinturón y lo desabrochan despacio antes de pasar al botón y la cremallera.

Yo no había ido un paso más allá porque seguía absorbiendo su beso. Mi lengua sigue bailando con la suya, todavía disfrutándola. Su labio superior me gusta tanto como el inferior. El corazón me late más deprisa con cada segundo que pasa.

Me desabrocha la chaqueta y me la baja por los hombros para que caigan al suelo a mi espalda.

Tengo los pantalones sueltos por la cintura y el miembro asomando por encima de los bóxers. Cierro los dedos sobre su cabello y me lo enrollo en los nudillos, sujetándola con más. firmeza. Cuanto más tengo de ella, más la deseo. No quiero soltarla porque cada centímetro de su cuerpo es oficialmente mío.

Tira de los bóxers por los muslos hasta liberar mi erección.

―Espero que hagas que valga la pena ponerme de rodillas y chuparte, o realmente tendremos serios problemas, niño.

Me succiona el labio inferior antes de ponerse lentamente de rodillas.

La Virgen santa.

Se me tensa el pecho al darme cuenta de lo que está haciendo. Sus rodillas se doblan hasta tocar el suelo de parqué y se despeja la gruesa melena roja del hombro con un gesto hacia atrás. Mira mi pene con hambre.

Cierro ambas manos en puños.

No me puedo creer que aquello esté sucediendo de verdad.

Aquella mujer se ha puesto de rodillas ante mí sin que yo le hubiera ordenado siquiera que se arrodille y me va a hacer la mejor mamada de mi vida.

Envuelve los dedos alrededor de mi miembro y alza la vista para mirarme a través de sus gruesas pestañas.

Si antes la deseaba, ahora estoy obsesionado.

Meto la mano por debajo de su melena y se la sujeto en la nuca. Resisto el impulso de tirar de ella hacia mí, convencido de que me la chupara a la perfección en cuanto esté preparada.

Se lame los labios.

Si sigue con aquello me voy a correr en su cara en aquel mismo momento como un crío de quince que tocan por primera vez.

En vez de presionar la boca contra mi erección, la inclina hacia el techo y aplica los labios sobre mis testículos.

Carajo. Sabe lo que hace.

En cuanto sus cálidos labios se posan sobre mi escroto, inhalo con fuerza. Ningún otro par de labios me había procurado tanto placer. Cierro los dedos alrededor de su nuca y entrecierro los ojos para mirar su espectacular rostro.

Ella arrastra la lengua por la piel rugosa, saboreando mis testículos. Luego los succiona hasta introducírselos en la boca y frota la lengua contra ellos aplicando la presión perfecta.

Mis dedos se hunden más en su piel.

Emite chasquidos con la boca al succionar y soltar. Se lame los labios y continúa devorando mis testículos como si para ella fuese un privilegio estar arrodillada en aquel momento cuando el privilegiado soy yo.

¿Es así es estar con una mujer experimentada? ¿Sentir que estás en el cielo? Ahora entiendo menos la obsesión de los hombres por mujeres vírgenes.

Nunca en mi vida había sentido más ganas de correrme.

Cuando tengo las pelotas empapadas, se desplaza hasta mi base, arrastrando su lengua sensual hasta llegar al glande. Después pasa la lengua por la punta, lamiendo la pegajosa gota de lubricación que brota del orificio y que tiende un hilo entre su boca y mi glande. Aquello es muchísimo mejor que mi fantasía.

Sus labios se cierran por fin en torno a la punta de mi miembro y succionan con fuerza.

Introduzco la mano en su pelo y se lo aparto del rostro. Puedo estar viendo aquel espectáculo durante todo el día, pero mi miembro no durará tanto.

Entonces empieza a descender hacia la base, tomando todo lo que puede de mí en la boca. Se detiene a mitad de camino, boqueando mientras intenta introducirse a presión mi tamaño hasta el fondo. Se la saca otra vez para tomar aliento antes de volver a ella.

Continúa avanzando y retrocediendo con la boca, lanzándome una penetrante mirada de vez en cuando. Se le forman lágrimas en el rabillo de los ojos porque mi tamaño es demasiado para ella, aunque aquello no la detiene. Sigue adelante, haciéndome la mejor mamada de mi vida. Si permito que aquello se prolongue, explotare dentro de su boca. Mi semen descansaría sobre su lengua. Por más que quisiera llevar aquella fantasía hasta el mismo final, tengo más ganas todavía de follármela. Además, si no le doy aunque sea dos orgasmos como mínimo pateara mi trasero lejos de ella.

Me obligo a sacarle el miembro de la boca.

La tomo por el brazo y tiro de ella para ponerla de pie. Antes de que pueda dar un paso, la levanto en brazos y la llevo hasta su dormitorio, al otro lado del pasillo con sus indicaciones. Pesa poco, como yo esperaba, pero también es perfecta en mis brazos.

La siento sobre la cama y me desabotono la camisa. Mis dedos se concentran en desabrochar cada uno de los botones, pero mis ojos están clavados en la bella mujer que me observa. En vez de mirar el modo en que mi camisa se va abriendo cada vez más, tiene la vista clavada en mi pene. Aquellos preciosos y vibrantes ojos verdes me siguen comiendo. Puedo apreciar su deseo tan bien como siento el mío. Me termino de desabrochar la camisa, me la bajo por los brazos y la dejo caer al suelo. Alto y orgulloso, me incorporo delante de la cama mientras la observo pasear la mirada por mi físico, absorbiendo cada bloque de músculo y cada surco entre mis abdominales, adorando mi cuerpo sin palabras.

Me quito los calcetines y me quedo completamente desnudo delante de ella. Con más de un metro ochenta de fortaleza cincelada y piel exótica, había visto a muchas mujeres mirarme como ella me está mirando ahora, pero nunca me había importado tanto. Recibir la mirada de deseo de una mujer que puede tener a cualquier hombre me hacía desearla más. Busco mi propio placer al acostarme con ella, pero también quiero ser todas las fantasías que ella hubiese tenido jamás.

La agarro por los tobillos y me subo sus pies al pecho. Los tacones de sus zapatos se me clavan en la piel, pero me gusta sentir su punzada. El vestido se le sube lentamente hasta los muslos, permitiendo apenas entrever el tanga blanco que lleva bajo el vestido.

Dios mío, esa mujer va a acabar conmigo.

Cierro los dedos en torno a sus finos tobillos e inhalo profundamente para controlar mi excitación. Quiero separarle las piernas de un tirón y enterrarme en ella antes de follármela como un loco, pero tengo que bajar el ritmo.

Tengo que tomarme mi tiempo si será la única vez que lo voy a tener.

Quiero ponerla tan caliente que me suplique que se la meta y también quiero devolverle el inmenso favor que me hizo con ese sexo oral de cinco estrellas.

Giro una de sus piernas y la beso en el interior de la rodilla, saboreando su suave piel. Paso delicadamente la lengua por ella. Al mismo tiempo le quito un zapato y luego dejo caer el otro.

Mi boca sigue ascendiendo por sus espectaculares piernas en dirección al área sensible del interior de sus muslos. Su respiración se va acelerando a medida que me acerco, haciéndose más entrecortada con cada segundo que pasa. Su pecho se eleva más y sus respiraciones se hacen más trabajosas. Le beso ambos muslos antes de seguir avanzando hacia su entrepierna.

Entonces deja de respirar por completo.

Beso el suave tejido de sus bragas justo encima del clítoris.

El gemido que deja escapar es el más sensual que había escuchado nunca. Sigo besando la zona mientras la acariciaba con los dedos. Cojo las bragas por el centro y tiro de ellas para revelar la suave carne rosada, limpia. Admiro la belleza de su clítoris y la abertura que ya empieza a rebosar de excitación. Se me dispara la testosterona y pego la boca al sexo más delicioso que había saboreado jamás.

Todavía no me suplica, pero solo es cuestión de tiempo. Sus dedos se entierran en mi cabello y arquea la espalda mientras separa las piernas para darme más de sí misma mientras se restriega contra mi cara. Sus fuertes suspiros están repletos de satisfacción, pero también de una profunda desesperación. Quiere más... necesita más que mi boca.

Me dedico a su entrepierna, explorándola a fondo. Me encanta su olor y su sabor. Me encanta sentir su lubricación en los labios, disfrutar de su pegajoso espesor. Es imposible ocultar lo excitada que está: está empapada... y no de mi saliva. Soplo sobre la húmeda abertura y después me introduzco el clítoris en la boca succionando.

Arquea las caderas y suelta un gemido que más bien parece un grito. Sus dedos me sueltan el pelo y se me hunden en la cabeza.

―Oh, Dios... David... no te detengas.

Ha pronunciado mi nombre.

Diablos, sí.

Eso me motiva a unir mis esfuerzos, haciendo que agregue dos dedos en su interior mientras la sigo comiendo. Llega al orgasmo presionando mi cara más contra su entrepierna mientras gime sin control.

Cierro la mano sobre sus bragas y se las bajo por las piernas mientras se recupera.

Ella eleva el trasero para ayudarme, ansiosa por lo que viene continuación. Vuelvo a admirar su sexo e imagino mi pétrea erección en su interior. Le arremango el vestido con la mano y deposito un beso sobre la suave piel del vientre. Lo lamo y después exploro la tensa piel que recubre sus abdominales.

Es menuda, pero tiene el torso musculado. Continúo ascendiendo hasta llegar a la parte inferior de sus pechos. Inhalo su aroma y empiezo a arrastrar la lengua por su esternón.

Jamás había estado con una mujer de semejante belleza.

Le quito el vestido por encima de la cabeza, dejando finalmente al descubierto los magníficos pechos que no había podido mirar al comienzo de la velada. Son tan respingones como parecían bajo el vestido, firmes y turgentes. Pequeños, pero así entran en mi boca. Tiene los pezones erectos, deseosos de ser succionados entre mis dientes. Soy incapaz de contenerme. Aprieto la cara directamente contra su escote y arrastro la lengua justo entre sus pechos, explorando su preciosa piel lechosa, succionando y dando besos por todas partes. Cuando llego a sus pezones soy algo más que brusco, agarrando y estrujando uno de sus pechos con mi enorme mano mientras devoro el otro con la boca, rascando su piel delicada con mi barba reciente de cinco días y haciendo que los pezones se le endurezcan todavía más. Dios, quiero pasarme toda la noche haciendo aquello; porque esos senos son de ensueño.

Sostengo mi cuerpo sobre el suyo con los brazos apoyados a ambos lados. Mi peso la hunde en el colchón y mi volumen cubre hasta el último centímetro de su magnífica piel. Ahora es mía. Al menos por esta noche.

Sus manos ascienden por mi pecho mientras me mira con ojos relucientes como luces de Navidad. Su roja melena está extendida por la almohada y sus pechos apuntan firmes y prietos. Sin dejar de mirarme a los ojos, se abre de piernas y luego me rodea la cintura con ellas. Sus suaves dedos se deslizan por debajo de mis brazos y los dobla alrededor de mis hombros.

―¿Cuándo piensas follarme, David? ―su mirada continúa firme y confiada y sus labios se entreabren como si estuvieran desesperados por besarme.

Pego el miembro a sus húmedos pliegues y me restriego lentamente contra ella.

―Cuando me lo supliques como hiciste que yo lo hiciera contigo ―digo, para que sepa que también tengo mi orgullo. Estamos piel contra piel, froto mi erección mojado contra su clítoris resbaladizo e hinchado, tomando lubricación de su abertura y extendiéndola por él.

Me muevo con más determinación mientras bajo el cuello y la beso. Estoy deseando penetrarla. Pero quiero que aquella mujer me desee tanto como yo a ella.

Me hunde las uñas en la espalda y respira en mi boca mientras la empujo contra el colchón. Empieza a sacudirse hacia delante y hacia atrás cuando acelero, empujándola con mi miembro y devorándola con la boca. Su respiración se convierte en gemidos y esos gemidos pasan a ser rápidamente algo más. Tira de mí con las piernas hacia sí y me clava más las uñas hasta casi hacerme sangrar.

Puedo notar cómo se le acelera la respiración y siento sus temblores. Es una mujer orgullosa que no suplica a nadie, pero aquello está a punto de cambiar. Quiero que se derrita por mí, que se dé cuenta de que nunca encontraría a nadie que se lo hiciera mejor que yo.

Unos minutos más tarde, sucumbe.

―David... fóllame.

Succiono su labio inferior.

―Súplica. Cómo lo hice yo la otra vez en tu oficina —digo. Llámame vengativo, pero no la había dejado con ganas esa vez, si ella no me hubiera rechazado primero..

Arrastra las uñas hasta llegar a mi trasero mientras yo froto las caderas contra ella con más fuerza.

―Por favor... Por favor, fóllame.

Advierto el rubor en sus mejillas cuando se sumerge en el reino del placer. Está a punto de llegar al orgasmo... y ni siquiera la había penetrado todavía.

Sus ojos se clavan en los míos y abre los labios para dejar escapar sus gemidos.

―Por favor... fóllame y no seas suave. Quiero que sea duro y sucio.

Ahora ya estoy a punto de estallar. Aparto mi erección de su sexo palpitante, cuando voy por mi pantalón ella se da cuenta y me señala el cajón de la mesilla de noche, lo abro y cojo un cordón de la caja que tiene ahí. Rasgo la envoltura con rapidez y me lo pongo. Cuando me he fijado bien el preservativo a la base, introduje el glande en ella.

No consigo penetrarla de inmediato. Su sexo es menudo como ella y por más húmeda que este, yo soy mucho hombre que manejar. Se muerde el labio inferior mientras me voy introduciendo lentamente en ella, estirándola para crear espacio para mí.

Me hundo en ella despacio, abriéndome paso con esfuerzo con mi miembro. Vuelve a ponerme las manos en los hombros y se aferra a mí con fuerza, respirando trabajosamente en reacción a mi invasión en su estrecho canal. Doblo una de sus piernas hacia atrás, abriéndola más para poder penetrarla del todo. Y por fin logro enfundar todos mis centímetros dentro de su sexo... Y me produce el mayor placer de mi vida. Es tan satisfactorio, Anjoly está tan apretada... Es jodidamente perfecta que me quedo un rato sin moverme para disfrutar de la sensación. Sus pechos se elevan hacia el techo cada vez que respira y se aferra a mí con más fuerza que antes. Respira con la boca completamente abierta y sus jadeos son lo más excitante que había escuchado nunca.

―Dios... la tienes más grande de lo que pensaba. Está claro que los pantalones no te hacían justicia —dice, moviéndose debajo de mí—. Muévete conmigo.

Empujo con las caderas, penetrándola a un ritmo constante y dando embestidas profundas para poder meterme por completo. Me doy cuenta de que ella había notado mi erección cuando la última vez estuve en su oficina.

Mi cuerpo ansía hacérselo con toda la agresividad que pueda, pero sé que su minúsculo canal todavía no puede acomodarse a mí, porque aún está adaptándose a mi longitud y al intenso estiramiento.

Yo ya tengo ganas de correrme. Puedo sentir el calor en las ingles, el fuego que anuncia la explosión inmediata. Ver a aquella preciosa mujer aceptando mi miembro es sensual.

Sus manos se mueven hasta mi pecho y balancea las caderas acompañando mis movimientos y aceptando mi grosor con más facilidad. Su respiración se vuelve irregular y sus gemidos se convierten en palabras incoherentes mientras nos movemos con más fuerzas.

Cierra un momento los ojos y se muerde el labio inferior, sintiendo el comienzo de un intenso estallido de éxtasis.

―Mírame.

Abre los ojos y clava la vista en los míos. Sus pechos se sacuden con los empujones y tiene un tobillo enganchado en mi pierna.

―Dios, me voy a correr... dame más duro.

Solo llevo unos minutos en su interior y ya estoy derrumbándome. Mi pene la golpea en todos los lugares correctos con mayor vigor, dándole placer como todo hombre debería dar placer a una mujer.

Sube sus rodillas a lo largo de mis caderas, llevándome más adentro, sin dejar de mover la cadera para encontrarse con mis duras embestidas.

—Viniste detrás de mí en el bar para esto —me dice.

—Querer algo y conseguirlo son dos cosas diferentes.

—Ahora me tienes a mí —jadea. —Ahí lo tienes.

Sus dedos se cierran en torno a mis bíceps y se deja llevar en medio de la pasión, gimiéndome en la cara mientras su sexo perfecto se tensa todavía más alrededor de mi duro miembro. Su lubricación recubre el preservativo hasta la base mientras disfruta del poderoso orgasmo que acabo de provocarle.

Arquea la espalda y echa la cabeza hacia atrás con los pezones más afilados que puntas de lápiz.

―Sí... sí. ―su voz se extingue, aguda y entrecortada. Su expresión es de llorosa alegría. Se deshace debajo de mí, fascinándome con el modo en que se retuerce a causa del intenso clímax―. David...

Mi mente pierde la concentración al tomar el control de mis instintos carnales. Acabo de ver a una mujer impresionante dar un espectáculo erótico y mi pene ya esta fuera de control. Quiero llenar la punta del preservativo y fingir que estoy eyaculando directamente dentro de ella. Mi respiración se vuelve trabajos, los músculos se me tensan.

La explosión ya ha empezado y no puedo hacer nada para pararla. Disfruto de ella a fondo, sintiendo el semen salir disparado de mi sexo en una oleada de placer indescriptible.

Me entierro profundamente en su interior, maldiciendo estar usando un preservativo. Me descargo en el condón y contemplo a la preciosa mujer que tengo debajo.

Desde que le había puesto los ojos encima, había deseado tirármela justo así. Es tan maravilloso que no estoy seguro de si es real de verdad.

Mis testículos vuelven a relajarse mientras la sensación se desvanece. La sensibilidad se extiende por todo mi cuerpo y la oleada de satisfacción me cae encima como una losa. Hacerlo con ella es mil veces mejor de lo que había esperado.

Tengo que volver a follármela está noche, y hacerlo justo así.

Salgo lentamente de ella con el condón usado cubierto de sus pegajosos fluidos. La punta contiene tal cantidad de semen blanco que pienso que va a estirar el látex hasta rasgarlo.

Anjoly me mira igual de excitada, como si no acabara de echar un buen polvo con agresividad.

―Fóllame otra vez ―se incorpora para apoyarse en un codo y me da un beso en el cuello, explorando con la lengua mi hombro y mi clavícula. Vuelve los labios hacia mi oreja y respira en mi oído―. Por favor. Y luego te vas.

—De verdad me estás echando? —giro la cabeza para mirarla.

Se aparta el pelo de la cara y deja que sus ojos me recorra el torso desnudo. —Sí —respira—. ¿No es obvio?

¿No pensé que era una buena idea ir? ¿No pensé que si dormíamos juntos, podríamos confundirnos? ¿No creía que compartir la cama para algo más que el sexo podría dar lugar a sentimientos y pensamientos que ninguno de los dos deseaba? Sí, lo hice, pero se siente raro que te echen de una cama.

—Está bien —acepto. —Esto no ha terminado, sin embargo.

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