5

Thais

Él se pone de pie con lentitud y emerge de las sombras. Con vaqueros oscuros y una camiseta negra, sale a la luz, su intensa mirada encierra con rabia. En realidad tiene un aspecto aterrador, pero también dolosamente atractivo.

Sorprendida, observo cómo la figura de Aang se acerca a mí, sus movimientos son más rígidos que de costumbre, aunque hay cierta elegancia en su andar. Incluso puedo vislumbrar el cuerpo musculoso, duro y atlético debajo de su ropa. Trago saliva, mirando la puerta.

—¡No estás muerto! No estabas muerto... —para rematar la humillación, con la última frase se me escapa un sollozo y se me quiebra la voz.

La adrenalina me sube, su expresión es indescifrable, ininteligible... Tiene una apariencia peligrosa.

Me observa con aquellos ojos verdosos resplandecientes en una mezcla de rabia y frustración en su mirada.

—¿Qué haces aquí? —Estoy que me meo del miedo, pero no dejaré que se de cuenta.

Mis manos no dejan de temblar y se me cierran los puños continuamente. No puedo defenderme, abro rápidamente el cajón que tengo al lado. Dentro hay un cuchillo y lo saco mientras él saca su pistola y me apunta con ella directamente en la cabeza.

—Suelta el cuchillo.

—No, sí lo hago me harás daño —agarro el cuchillo con más fuerza y camino en su dirección. La situación es grave y peligrosa, tengo que jugarla. Además, si hubiera querido matarme ya lo habría hecho.

Dejo caer mi bolso al suelo y me acerco a él, bajo su atenta mirada. Una vez cerca llevo las manos a su cinturón, Aang sube los dedos a mi barbilla y me levanta la cara obligándome a mirarlo a los ojos.

—De rodillas —su voz destila poder. Se ha hecho del control absoluto de la noche. Ejerce un completo dominio y yo estoy sometida por completo. —Ahora.

Yo me arrodillo a pesar del dolor que me provoca el suelo de parquet. Su mano me agarra el pelo con fuerza y yo aprovecho su descuido para presionar el cuchillo en su entrepierna.

Sus ojos se oscurecen. —Sé de alguien que lo va a extrañar si le haces daño.

—Seguramente esa no seré yo.

En sus labios se dibuja una sonrisa, una leve, igual que cuando lo desafiaba.

—Está bien —se rinde. —Tregua —propone, dejando de apuntarme con la pistola.

Yo no cedo terreno, presiono el cuchillo en aquel punto exacto que mi entrepierna anhela sentir de nuevo clavando profundamente dentro de sí.

Él echa un vistazo a mi mano antes de dirigirme una mirada asesina. —Suéltalo.

—No —mantengo el mango bien agarrado.

—Suéltalo, o, verás lo que sucede si no lo haces —entierra su mano con más fuerza entre mi cabello. Las venas de la superficie sobresalen bajo la piel. Los músculos se le contraen.

Yo no quiero ceder, pero lo dejo caer al suelo. Siento como el pánico se apodera de mí, y no logro controlar la respiración.

Me lanza sobre el frío suelo y me inmoviliza las manos por encima de la cabeza. Pone la rodilla sobre mis muslos y utiliza su mano libre para sujetarme la cadera, sus ojos brillan de rabia.

—¿Me vas a matar? —pregunto.

—No, te haré algo peor.

—¿Cómo qué?

—Te haré mía ―su rostro está a solo unos centímetros del mío. Forcejeo con él, pero pesa demasiado. ―Cuando te folle de nuevo sé qué vas odias amarme de nuevo y, saber que eres y siempre serás mía. Te voy a follar muy duro, tanto que te gustaría estar muerta —su voz destila veneno.

—Suéltame —retuerzo las muñecas para liberarme. —No volvería a ser tuya. Dejé de serlo desde el momento que decidiste traicionarme con Lou.

—Estás hablando de traición cuando casi me quemas vivo —lo siento respirar sobre mi piel. Me aprieta contra el suelo y me cubre la boca con la suya, haciendo que me olvide de huir. —Cuando me apuñalaste.

Desliza la lengua entre mis labios exigiendo un control total del beso, y todo lo que me rodea se convierte en un borrón.

―Eres una maldita mentirosa, Thais... ―susurra contra mi boca al tiempo que desliza la mano entre mis muslos y me quita las bragas empapadas de un tirón. —Una maldita mentirosa y traidora.

Los muslos me tiemblan de ansiedad y se me humedece más la entrepierna. No sé cuál es mi maldito problema. Pero con Aang, el miedo y el deseo van de la mano. Su fuerza logra excitarme e intimidarme a la vez.

El calor me baja por la columna y me aumenta el dolor en la entrepierna, con el corazón palpitando expectante.

Quizá me usa primero antes de matarme.

—Suéltame. No pienso hacer nada contigo.

Le doy un rodillazo en la entrepierna, lo empujo y me levanto rápidamente. Yo salgo corriendo hacia el dormitorio y cierro la puerta de un portazo a mi espalda. Me tiemblan las manos al echar el pestillo.

La adrenalina me recorre todo el cuerpo y no logro dejar de temblar. Consigo cerrar el pestillo justo cuando él pone la mano en el pomo. Retrocedo y me envuelvo la cintura con los brazos. Siento cómo el pánico se apodera de mí, y no logro controlar mi respiración.

Hay silencio al otro lado de la puerta.

¿Se había marchado? ¿Me dejó así sin más?

Un fuerte golpe resuena por el apartamento cuando derrumba la puerta con el hombro. De un solo movimiento, rompe el pestillo y hace que la puerta gire sobre sus bisagras con fuerza.

Yo no tengo escapatoria.

Aprieta los puños a los costados al caminar hacia mí, con la misma expresión de enfado en el rostro.

―No me toq...

Me lanza sobre la cama y me inmoviliza las manos por encima de la cabeza. Me mantiene contra el colchón con su peso. Me pone la rodilla sobre los muslos y utiliza su mano libre para sujetarme de la cadera.

―Suéltame.

―No ―me mira con una expresión inconmovible. Me mira los labios antes de volver a mirarme a los ojos.

―¿Folla bien?

¿Cómo sabe aquello?

―¿Me has estado espiando?

Él me aprieta las muñecas.

―Contesta a mi pregunta. ¿Folla bien?

―Que te jodan, Aang.

Me sube la falda. ―Tú estás a punto de hacerlo.

Él quita sus propios vaqueros y los aparta de una patada. Cuando está en bóxers me mete dos dedos. Me estremezco ante el tacto y se me contra el sexo.

―Aún te mojas para mí, Thais.

Dejo de mirarlo a los ojos por primera vez, humillada.

―No me hagas eso de nuevo ―apenas puedo hablar por las oleadas de calor que me sobrepasa, me nublan la mente. ―¿Cuántas veces me vas a hacer arder antes de destruirme por completo?

No quiero sentirlo de nuevo a pesar de lo mucho que mi cuerpo lo desea. Sé que sí lo dejo hundirse en mí, me perderé por siempre y es justamente lo que quiere, ese es su castigo.

―Te haré arder hasta que no quede nada más que cenizas.

Me penetra con la punta y se me corta la respiración. Me aprieta la cadera, echo la cabeza hacia atrás por el placer que siento, pero sigo sin querer caer de nuevo.

Con las ilusiones rotas, me siento dominada por la ira.

—¡Te acostaste con Lou mientras no estaba, por eso no me buscaste, ¿verdad?! Al menos, ya tienes quién caliente tu cama. Te felicito.

—¿Y qué querías que hiciera? ¡Estaba en llamas por tu culpa! —grita colérico. —Yo necesitaba...

—¡Sí, ya sé lo que necesitabas! ¡Un puto culo nuevo!

—¡No, no lo sabes! —brama. —Pero yo voy a decírtelo. Necesitaba olvidarte, maldita seas. Sí, maldita una y mil veces —me zarandea dominado por la furia. —He usado a otra mujer para arrancarte de mi alma, ¿y sabes qué es lo peor de todo? ¡Que no ha servido de nada, sino para desearte con más fuerza! Maldito el día que te desee.

—¡Suéltame!

Sus dedos se clavan en mis brazos con más fuerza. Forcejeo rabiosa, pero él no cede a su presión. Le golpeo el pecho con los puños. Quiero matarlo. Él parece compartir ese deseo.

Intenta besarme y lo abofeteo. Se aferra a mi cintura y lo rechazo con un puntapié en la pantorrilla. Solo imaginarlo yaciendo con Lou me hierve la sangre. Al demonio con él y con todo.

—¡Eres mía, y voy a demostrártelo quieras o no!

Empuja un poco más dentro de mí. Su boca busca la mía, pero yo huyo al contacto girando la cabeza a un lado y a otro.

Impaciente, me sujeta la mandíbula y apresa mis labios.

Es como ser devorada por un animal hambrienta. Siento su lengua buscar la mía, sus dientes mordisquear casi con violencia. Me hace daño. Intento darle otra bofetada pero me agarra la mano.

Su deseo se afirma contra mí palpitando por la lujuria. Ha enloquecido. Ha perdido todo el control. Me suelta la boca para morderme el cuello.

—¡Me haces daño! —le grito.

Su nublada mirada me sobrecoge; veo determinación en ella.

—¡También tú a mí! Y vas a pagar por ello.

Me debato en un vano intento por escapar.

—¡No puedes hacerme esto! —suplico con lágrimas en los ojos. ―Aang, estoy cansada de que me uses ―digo. Luego me rindo. ―Está bien. Solo hazlo ya. Róbame otra cosa, pero ni por un segundo piense que esto no es una violación si no estoy gritando o suplicando piedad.

Mis palabras penetran a través de la niebla sexual que le inunda la mente, me mira a la cara, todavía con la punta del pene parcialmente en mi interior. Tiro de mis manos liberándolas de su encierro.

Él se detiene de inmediato y se retira de mi interior y se aparta, subiéndose los bóxers otra vez hasta la cintura. Me mira con el mismo enfado que antes, pero deja las manos quietas. Yo me bajo la falda y desvío la mirada. Sus ojos me aterrorizan demasiado como para continuar mirándolos.

Se sienta a mi lado y no dice nada. Ambos nos quedamos en el silencio, sobrecargados por las emociones. Después de un rato, me levanto y me siento en su regazo y le cojo la cara con las manos. Me encanta la sensación de su dura mandíbula, vuelve la cara hacia mí observando cada movimiento que hago, su pecho se hincha cada vez que respira silenciosamente.

Sin pensarlo, me inclino y le doy un beso. Algo leve pero disfruto la sensación de sentir sus labios de nuevo. La ira en sus ojos no cambia.

―Gracias.

―Recoge tus cosas.

Percibo la orden en el aire y se me hiela la sangre ante la insinuación de lo que eso significa. No dejaré que me encierre de nuevo.

―¿Perdona?

―Tienes una deuda conmigo y tienes que pagarla.

Sin entender continúo mirándolo fijamente.

―Al quemar mi casa tuve que reparar los daños, comprar los muebles quemados y el acuerdo que firmaste aún está vigente. Entonces, si te quedas aquí podría demandarte.

Y yo no podría pagar el monto.

Me dedica una sonrisa que solo puedo describir como lasciva.

―¿Qué quieres? ―pregunto automáticamente.

―Serás mi empleada directa.

―¿Perdón? ―frunzo el ceño, dándome cuenta que debo parecer un perrito asustado.

―Tendrás que vivir en mi casa, Thais. Estarás a mi entera disposición; día y noche. Tus deberes serán lo que necesito que sea en el momento y podrás irte una vez me pagues todo y el acuerdo llegue a su fin.

―No voy a ser tu servidumbre, Aang. Y no te debo ni una mierda.

―Recoge tus cosas ―me informa.

―Te he dicho que no.

―Enviaré a alguien a recogerlo mejor.

Sus palabras me toman desprevenido. Es como si ni siquiera me estuviera escuchando.

¿Acaso nadie le ha dicho que no antes?

―Aang, no...

Mi corazón retumba en mi pecho cuando su mano se levanta. Siento como si hubiera succionado el aire del cuarto, siento la punta de sus dedos acariciar mi mejilla. Toma mi mejilla, forzando mi cara hacia la suya. Mi aliento me pica la garganta ante el contacto.

―Te irás conmigo quieras o no, Thais ―su pulgar traza mi labio inferior y abro la boca para respirar, por lo menos, eso es lo que me digo a mí misma.

―No pienso ir.

―Thais, te lo advierto, no colmas más mi paciencia.

―No pienso ir contigo.

Trato de levantarme para huir inútilmente, pues enseguida me atrapa y me carga sobre sus hombros. Pateo y grito mientras recorremos el pasillo del edificio, pero nadie hace nada por ayudarme, se limitan a mirar la escena sin más.

―La joven deja su apartamento ―le escucho decir a alguien y salimos hacia su auto negro que no está lejos de aquí.

―Pienso hacerte la vida miserable, Aang.

―Lo que quieras.

Elliot abre la puerta trasera del coche y me meten dentro, pese a que activan el cierre centralizado para que no pueda salir, intento abrir las puertas durante un rato, sin éxito hasta que finalmente me dejo caer en el asiento.

David

Me llevo el vaso a la boca y siento los cubitos de hielo deslizar hacia abajo hasta tocar mis labios. Me refresco la boca justo antes que el ardor del whisky escocés me golpea la garganta y me abraza desde adentro.

Siento un frío acariciar mi nuca y erizarme la piel. Confundido me doy la vuelta en dirección a la pista de baile y observo a una pelirroja preciosa y mi mirada se clava en ella.

Lleva un vestido color rosa que se ciñe a sus femeninas curvas. Curvas que hacen que se me seque la garganta, me llama la atención, y fantaseo de inmediato con agarrarle los muslos y subir las manos lentamente por el vestido, arrastrando la tela hasta dejarle las bragas expuestas.

Anjoly.

De repente se me hace un nudo en la garganta y siento que se me revuelve la bilis al verla bien acompañada con alguien que la toca con mucha malicia y lujuria.

No sabe que la estoy observando, ni siquiera se molesta en quitar la mano sucia de ese tipo que toca su... trasero.

Me dan ganas de ir a la pista solo para estrellar la copa en la cabeza de este tipejo.

¿Por qué cojones la toca así? ¿Con qué derecho? Ella me había dejado en claro que no tiene pareja. Y si no hago nada y me quedo bien todo como un pendejo se irá a casa con él.

Dejo la bebida a un lado y sin darme cuenta me uno al baile.

La hago girar y la atraigo hacia mi pecho, bailando con ella como si yo hubiera estado allí en todo momento. La mirada que me dirige Anjoly es una mezcla de horror y de sorpresa evidente. Pierde el compás de los movimientos antes de volver a coger el ritmo. Yo miro fijamente al otro hombre, indicándole que se retire si quiere conservar la cabeza sobre los hombros. Toma la decisión adecuada y se aleja.

La acerco más a mí y bailo con ella, mirándonos a los ojos como nos habíamos mirado la otra vez que casi follamos en su oficina una semana antes.

―¿Qué crees que haces? ―Anjoly suelta la pregunta con una voz llena de irritación.

―No voy a permitir que te tenga.

―¿Por qué no?

―Porque te quiero hacer todo eso yo ―la aprieto contra mí. ―Dame una razón por lo cual no quieres salir conmigo.

―No me atraes.

―Creo que mientes.

―Eres un arrogante, David. Si te digo que no me atraes es porque es así.

―Sigo sin creerte ―digo antes de arrastrarla por los pasillos hacia el servidor y la acorralo contra la pared, asegurando que no pueda escapar.

―Si no lo puedes creer ―contiene el aliento. ―Es porque careces de madurez emocional precisa para aceptar un no por respuesta...

Tiene los ojos clavados en los míos y las mejillas se le ven con un rubor.

Y la beso, pongo las manos en la pared. Anjoly se derrite bajo mis caricias en el momento justo y lleva la mano a mis brazos fuertes. No hubo duda alguna por su parte.

Me desea.

Me froto contra ella mientras la música suena por los altavoces, ambos rodeados de ruidosas conversaciones. Ya estoy empalmado y aprieto mi erección contra su vientre, queriendo que sepa que la deseo tanto como la otra vez. Nuestras bocas se devoran mutuamente y nuestras lenguas se entrelazan, bailando con erotismo. Deslizo la mano bajo su vestido y meto la mano por su ropa interior. En cuanto toco sus pliegues, noto su humedad. Esta empapada. Esta claro que me desea. Mantengo la boca junto a la suya, pero pongo fin al beso.

―Espera... Detente ―jadea. ―Eso no es adecuado.

―Anjoly, ¿quieres acostarte conmigo? ―sus ojos se centran en mis labios.

―No vas a parar hasta conseguir lo que quieres, ¿no?

―¿Qué es lo que quieres tú?

―Es que...

―Sin mentiras.

―Sí... quiero.

―Ven a mi casa.

Deja de mirarme a los labios y alza la vista hacia mis ojos.

―Aquello solo será el lío de una noche, David y lo haremos en mi casa.

―De acuerdo.

Nos leemos prontito.

Gracias por leer.

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