29
Verónica
Anoche desde de la llega de Theodore, él había recibido un mensaje y me hizo hacer las maletas, nos subimos a su jet privado y volvimos a París. Me dejó en mi casa y se fue dijeron que volviería, pero nunca lo hizo.
En el trabajo, no lo vi y no me molesté en llamarlo.
Sin embargo, ahora mismo voy en el auto que me envió para ir a verlo. Su hombre no me dejó otra opción, veo mi celular, hace unos minutos que me envió un mensaje que decía exactamente eso:
[Te espero en mi casa. No pierdas tiempo en elegir una ropa que creas que va a seducirme porque me veré en la obligación de arrancarlo. T]
Después de leerlo no tuve oportunidad de responder porque su chofer ya me estaba esperando, diciendo que negarme no estaba permitido. Sin pensarlo, salí disparada de mi apartamento con la ropa con la que tenía puesta.
Cuando me falta poco para llegar me llega un mensaje de David.
[¡Encontraron a Thais! ¿Te paso a buscar?]
Me doy cuenta que ya llegamos a nuestro destino.
—Señorita Verónica, me pidieron que no la dejará usar el teléfono cuando llegará.
Dicho eso, el chofer sale para abrirme la puerta y me coge el teléfono móvil.
En mi campo de visión veo como dos hombres arrastran a otro delante de la Fuente. Lo empujan de rodillas y retroceden.
¿Qué demonios está pasando?
Uno de los guardias de Theodore se pone de pie a un lado y cruza los brazos sobre su pecho, sus ojos están reservado para dos hombres sentado de rodillas sobre el hormigón, que lloran desconsoladamente; como si alguien hubiera muerto o temieran por sus vidas.
Vale se pone a mi lado.
—Srta. Veronica, debería entrar —me toca suavemente por el codo y me escolta por las escaleras. —Esto no es asunto nuestro.
—¿Qué está pasando? —digo; porque me parece que Theodore va a ejecutar a ese hombre.
Él no me responde. En ese momento, Theodore sale de la casa con una pistola en la mano. Está vestido con jeans oscuros y una camiseta negra, y su musculoso cuerpo se ve aún más grueso hoy, porque está muy enojado. Tiene sed de sangre escrito en sus ojos, y su dedo ya está en el gatillo.
Oh, no. ¿Qué mierda pasa aquí? ¿Por qué mierda me ha enviado a buscar?
No me mira cuando pasa delante de mí para bajar las escaleras; su único objetivo es llegar afuera. En En la oscuridad veo cómo Theodore se detiene al lado de esos hombres y sus rostros traicionan el horror y el pánico cuando mira a Theodore. Él se queda, mirándolos. Le da palmaditas al primer hombre con una mirada helada, lo que lo calla, Theodore le dice en voz baja una o dos frases, luego le dispara en la cabeza. El cuerpo del hombre cae. Este espectáculo me produce un gemido que suprimo con mis manos, pegándolo a mi boca. El chofer me lleva adentro.
El segundo hombre a punto de ser ejecutado empieza a suplicar por su vida.
—Jefe, por favor... —solloza. —Te suplico otra oportunidad... por favor, no me mates.
—No acepto las fallas. —El sonido seco del disparo atraviesa el aire y mi cuerpo se tensa. Siento cómo un frío me recorre el cuerpo, y mis piernas comienzan a temblar, casi sin fuerza para sostenerme. No puedo evitar imaginar el cuerpo desplomándose al suelo, sabiendo que yo he sido testigo de dos muertes.
Estoy de espaldas a la puerta, así que no vi la segunda ejecución, pero puedo imaginar la vívida imagen en mi mente. Theodore no dudó ni por un segundo. No dejó que el hombre tuviera una segunda oportunidad. Solo apretó el gatillo y terminó con la vida de esos hombres.
Controlo mi respiración, pero siento que la adrenalina me quema las venas. Me tiemblan las mano y un sudor frío me recorre de pies a cabeza.
—Limpia esto —ordena Theodore. —Y quema los cuerpos. Pero antes enséñaselo a todos para que vean lo que les va a pasar si me fallan.
Espero en el salón durante quince minutos antes de que aparezca Theodore. Perfectamente tranquilo, como si no hubiera ejecutado a alguien ni amenazado con hacerle lo mismo a los demás si le fallan. Entra y echa un vistazo a mis piernas. Sus ojos se fijan en cada una de ellas por solo unos segundos antes de sentarse y mirarme.
—Tienes unas piernas lindas —comenta—. Deberías enseñarlas más. Aunque creo que se verán mejor cuando estén enredadas en mi cintura mientras me hundo profundamente en ti, ¿no crees?
Justo cuando mi corazón comenzaba a calmarse, vuelve a acelerarse. Las palpitaciones no tienen nada que ver con su buen aspecto, sino con el recuerdo de lo que pasó en su puerta hace veinte minutos. Sabe que lo vi todo porque pasó frente a mí con el arma en la mano.
—G-gracias... supongo —lleva la misma ropa que antes, pero ahora no lleva el arma.
—Veo que no hiciste caso a lo que dije sobre tu ropa —dice. Espero una discusión más larga, pero después de lo ocurrido, me parece extraño hablar de algo tan frívolo. Debe haber notado el malestar en mi mirada—. Deja de verme así.
—Tú...
—Confía en mí, se lo merecía.
—¿Qué hicieron? —le pregunto, aunque no espero una respuesta. Nada de esto es asunto mío.
—Uno era un espía y el otro un inútil. Una rata despreciable que no pudo ver lo que hacía su compañero.
—Oh... —susurro. ¿Trató de robarle información? ¿No habría sido mejor denunciarlo a la policía? ¿Theodore está metido en algo turbio?—. ¿Cómo lo supiste?
Me mira durante un largo rato. Pienso que no me va a contestar.
—Porque lo sé todo. Nada pasa bajo mis narices sin que yo lo sepa. Y si no lo sé, lo sabré pronto. Dirijo una dictadura, no una democracia. No hay una sola hoja que se mueva sin que yo sepa cuándo y por qué lo hizo. Ese imbécil arruinó mis planes. Tenía lo que mi enemigo más quería, pero lo perdí por su culpa. Merecían morir.
Debería estar aterrorizada por lo que me está contando. Sé que debo irme, pero algo en su mirada me mantiene clavada mientras lo escucho, y no es solamente el miedo.
—¿Me estás diciendo todo esto porque me vas a matar?
Una sonrisa retorcida, de esas que te asustan y te excitan a la vez, cruza sus labios.
—No.
—¿Vas a hacer que firme un acuerdo de confidencialidad o algo por el estilo?
Esta vez su sonrisa es encantadora, como si acabara de contarme un mal chiste.
—¿Por qué harías eso? Si le cuentas a alguien, ¿te creerán? Seguro. Pero nadie sería tan estúpido como para repetirlo o imprimirlo. Además, todos mis empleados saben cómo funciona mi relación: los que me sirven seguirán conmigo, los que no, serán eliminados. Podrías intentar ir a otro centro de telecomunicaciones y te darían la espalda. Nadie se mete con un Alexander.
Mis manos tiemblan, y no logro decir nada.
—No me tengas miedo —toma mis manos entre las suyas—. No deseo matarte. Al contrario, solo quiero darte placer.
Vuelvo a mirarlo, tratando de encontrar sinceridad en su mirada.
—No te tengo miedo —miento.
—Tus ojos dicen lo contrario.
—Bueno, acaban de ver dos ejecuciones. No puedes culparlos exactamente —admito—. No estoy acostumbrada a ver cómo matan a las personas como si no fueran nada.
El rabillo de su boca se eleva una vez más.
—Solo mato a la gente que es lo suficientemente estúpida como para traicionarme, o fallarme. No hagas ninguno de los dos, y nunca tendrás nada que temer.
¿Es mi paranoia o parece que me está amenazando?
—Creo que debería irme a casa. He tenido suficientes emociones por una noche.
Su sonrisa se desvanece lentamente, y me mira con frialdad. Sus brazos descansan sobre sus muslos, y sus anchos hombros parecen aún más intimidantes. Incluso sin un arma, es un hombre aterrador. Su belleza es como una bala, y su cuerpo, el cañón. De una manera u otra, ya tengo una bala en la frente.
—No te irás —dice, entrelazando sus manos mientras sigue mirándome. Definitivamente puedo sentir la intensidad entre nosotros, una mezcla de lujuria y hostilidad girando a nuestro alrededor. Me excita y me asusta, haciéndome sentir dos emociones poderosas y contradictorias al mismo tiempo—.Te llamé porque quiero que pases la noche aquí. Conmigo.
Luego, Theodore me ordena que lo siga.
—No, quiero ir ahí —digo detrás de él.
Él mira por encima de su hombro. Cuando ve que me he detenido, vuelve con pasos medidos, camina detrás de mí, y presiona con la punta de los dedos en la parte superior de mi espalda, empujándome ligeramente hacia adelante.
—Cállate y sigue caminando —exige por detrás de mí.
Camino, dándole una mirada de lado cuando se pone a mi lado. Todo está tranquilo entre nosotros otra vez. La inquietud se apodera de mí cuando nos encontramos en la puerta.
Él entra casualmente y se hace a un lado, permitiéndome caminar delante de él. Cuando he entrado lo suficiente, cierra la puerta y luego camina a mí alrededor, concentrado en una de las pinturas de la pared. Veo que es una galería.
—Tengo que decir, Verónica —suspira, desabrochándose la camisa negra. Yo trago pesadamente mientras él se desliza fuera de ella. —Estoy muy decepcionado por el comportamiento de mis hombres hoy... —cuando la camisa toca el suelo, sus duros músculos se ondulan suavemente por las luces tenues.
Y cuando se da la vuelta para mirarme, finalmente tengo la oportunidad de ver lo que hay debajo de las capas. Su cuerpo está tonificado y firme. Su piel se ve suave al tacto, dura en todos los lugares correctos. Parece que trabaja para mantenerse en tan buena forma, pero ¿cuándo diablos tiene tiempo?
Viene a mí, sus acciones son fluidas bajo la luz tenue. Cuando está cerca, agarra la parte delantera de mi blusa roja abotonada y la separa bruscamente. Los botones vuelan por el suelo, y cuando mi camisa se abre, levanto las manos para cubrirme. Él me jala los brazos hacia abajo, tan rápido como los levanto.
—Era un trabajo tan sencillo, pero papá tenía razón. La única manera de hacer algo bien es si tú lo haces.
Evito sus ojos cuando camina a mí alrededor, estudiando mi escote cuando está frente a mí otra vez. Alcanza atrás de mí, me quita el sostén, y siento su aliento correr por la curva de mi cuello. Puedo oler su colonia de nuevo. Huele caro... y bien. Puf.
Cuando el sostén cae desnudándome, algo dentro de mí también se derrumba. No esto otra vez. Dios, ¿qué hará ahora?
—Te estás preguntando qué espero de ti... —sus labios rozan el arco de mi oreja—. Cómo te recompensararé por ser tan malditamente obediente. Qué premio te daré —Su mano me envuelve la muñeca y me arrastra hacia él.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto.
—Entrégate a mí —murmura, y nuestros labios están demasiado cerca. Él ladea la cabeza hacia la derecha—. Y no digas nada más.
Mi respiración es agitada cuando toma mi pezón con los dientes y entra una mano bajo mi falda hasta en mi sexo. No para hasta hacerme gritar su nombre.
Después sube las escaleras.
Miro hacia la escalera, parpadeando lentamente, pero no avanzó. Él no puede obligarme. Sus fosas nasales se hinchan y me agarra el codo, empujándome hacia las escaleras. Intento luchar contra él retorciéndome, pero es demasiado fuerte para mí. Me mantiene agarrada por el codo hasta que llegamos a la cima de la escalera y luego me empuja. Me tropiezo hacia adelante, pero me atrapo a mí misma en el tiempo.
—¡Falda y bragas fuera! —ladra con los puños cerrados.
Le frunzo el ceño. Ya conozco la rutina, y aunque estoy enfadada, mis manos tiemblan mientras me bajo la falda. Incluso están más temblorosas cuando consigo quitarme las bragas también. Estoy completamente desnuda en esta habitación. Frente a esta maldita cama.
Puedo sentir sus ojos recorriendo sobre mí, y cuando él se acerca y levanta una mano, me estremezco. Hace una pausa, permaneciendo quieto por una fracción de segundo. En poco tiempo, continúa con lo que estaba a punto de hacer. Me mete un mechón de pelo detrás de la oreja. Los escalofríos corren por mi columna vertebral por el gesto. Esto es casi confortable.
—Súbete a la cama, arrodíllate enfrente de mí —miro hacia arriba, y sus duros ojos azules ya están sobre mí.
Me subo a la cama y me doy la vuelta, mirándolo directamente a él. Con pasos cortos él da un paso adelante. Agarrando mi muñeca, me levanta la mano y se la pone en el pecho. Poco a poco desliza mi palma por la parte superior de su cuerpo, y deja escapar un suspiro irregular, como si mi toque fuera suficiente para satisfacerlo.
Estoy confundida, pero mantengo mis labios sellados.
Cuando mis manos se encuentran con la V tallada en su cintura, él me detiene.
—Desabrocha mi cinturón.
Con manos inestables, hago lo que me dice. La hebilla se menea cuando la aflojo.
—Desabróchame los pantalones, Verónica —me exige en voz baja.
Los desabrocho, y él los desliza hasta los tobillos. Lleva un par de bóxers grises, y veo el bulto sólido allí. Está tan duro, y honestamente no sé por qué.
Su mano baja para acariciar mi mejilla. Su pulgar recorre el área donde están los puntos y hago una mueca. Cuando se aleja, se quita los pantalones y luego los levanta. Sacando el cinturón de las presillas, lo dobla por la mitad con una mano y luego tira los pantalones a un lado.
El grueso cuero cuelga delante de él, y al verlo me da miedo. Empiezo a entrar en pánico, moviéndome sobre mis rodillas.
Me agarra del hombro para mantenerme quieta.
—Descansa sobre tu estómago, pero mantén la cabeza levantada.
Me obliga a bajar a mi vientre. Mantengo la cabeza en alto, mirando... esperando. Mi corazón no puede soportar esto. Está latiendo muy fuerte. Peligrosamente fuerte.
—Me vas a chupar el pene, Verónica, —murmura cuando sus labios se acercan a mi oreja—. Me voy a follar esa hermosa boca tuya y tú vas a tomarla como una buena niña.
Presionando mi hombro, me baja hasta que su bulto duro como una roca está directamente frente a mi cara. Cuando se aleja, tira de su bóxer hacia abajo y su pene se libera.
Y, oh, Dios mío.
La gruesa y venosa, con la punta protuberante que me estiraría más que nunca. Está perfectamente colgada, y por un segundo pienso en el por qué solo me hace chuparselo.
¿Y por qué no algo más?
Mi respiración se acelera cuando mueve sus caderas hacia adelante y presiona la punta en mi boca. Mis labios siguen sellados, pero él me agarra la cara, obligándome a separarlos.
Abro la boca sin querer y sin dudarlo en absoluto él se mete dentro. Me atraganto desde el primer empujón, mi estómago se aprieta mientras trato de reclamar el oxígeno. Él pone una sonrisa malvada mientras su suave y dura carne sale y luego se introduce en mi boca otra vez.
Se forman lágrimas en mis ojos mientras me agarra la parte superior de la cabeza con una mano.
Mi garganta ya se está poniendo dolorida. Siento como si tuviera unas puntadas que se están estirando, casi como si estuvieran a punto de estallar, pero no puedo parar, no importa cuánto me duela, lo quiero.
Él aprieta mi cabello en su mano, relajándose. Conduce más fuerte, más rápido, follando mi boca como el verdadero salvaje que es.
—¿Eso te gusta, abejita? —gime, golpeando. Me atraganto con él, sintiéndolo en lo profundo de mi garganta. —Intento ser bueno contigo —gruñe, estremeciéndose—, pero sigues dando por sentado lo que tengo que dar. ¿Por qué tienes que ser tan codiciosa?
Gimoteo mientras me agarra el pelo con más fuerza en sus manos, sigo mi trabajo.
Me lo tragaré todo.
—Mira ese culo tan sexy —él gruñe. Su grosor se desliza más profundamente. Está metido hasta las pelotas en mi boca, la punta de su pene se aloja en mi garganta—. Joder, abejita. Esa mierda se siente tan jodidamente bien. Tienes una boca de pecado.
Sus abdominales descansan en mi frente dolorida y su pene está mucho más duro ahora.
Está cerca.
Lo puedo notar.
Ignoro todo el dolor y chupo como si mi vida dependiera de ello, estirando la mano para jugar con sus pesadas bolas. Eso lo pone en marcha. Él intensifica sus golpes, rodeando sus caderas mientras me ahogo sin piedad en su pene.
Y entonces finalmente sucede.
Una última zambullida y explota.
Su caliente y salado semen, se desliza hacia abajo y me ahogo. Se retira en el momento justo, permitiéndome respirar antes de tragar completamente su gruesa y caliente carga.
Retrocede lentamente, mirándome fijamente. Parte de su pelo ha caído sobre su frente húmeda, con un ligero despeinado sobre sus ojos. Me mira tragarlo todo y luego me obliga a sentarme.
—Debería haberme follado tu vagina en su lugar —se queja, tirando de mi pelo—. Debería haberte follado duro y fuerte como quieres que lo haga —murmura, acercándome por el pelo—. Es lo que hace que las niñas buenas como tú estén tan obsesionadas con hombres como yo. Siempre odian todo de mí... hasta que les hago entrar en razón con buen sexo. Pero a ti, a ti te haré rogar por ello.
Cuando se aleja, pone una sonrisa diabólica. Una que hace que mi piel se erice. Me suelta el pelo y me empuja hacia atrás, buscando sus pantalones en la esquina.
—Dormirás aquí esta noche. Tenemos que ocuparme de algo.
Su sonrisa solo prueba una cosa para mí.
No me está jodiendo.
Furiosa me levanto para vestirme.
—¿Qué demonios estás haciendo, Verónica?
—Me voy a mi casa —mi voz se apresura mientras me acomodo el sujetador y mi camisa.
Corro hacia la puerta, pero Theodore me persigue, me agarra del codo y me sujeta antes de que pueda escapar.
—Si eso quieres, bien, pero no te vas todavía —su voz es grave. —Tenemos algo de lo que ocuparnos. Tengo otro traidor que castigar.
—No quiero ver que mates a nadie ni que me uses solamente para satisfacerte de nuevo.
Sonríe, pasando sus dedos por su cabello. —No te mientas a ti misma.
—Ya vi suficiente sangre por hoy —susurro, mirándolo fijamente. —Y te has corrido. Déjame ir.
Su rostro permanece uniforme. —Mientras estés bajo mi techo, ver sangre se convertirá en algo normal.
—¿Qué le vamos hacer?
Theodore me libera y luego se aleja para recoger sus pantalones. Se acomoda la camiseta negra. Cuando viene hacia mí otra vez, me toma de la mano y abre la puerta.
—¿De quién es esa habitación? —pregunto cuando estamos en el pasillo.
Me mira de reojo antes de responder. —Es la habitación en la que me quedé de adolescente... antes de que mi padre muriera —hace una pausa. —Ahora es sagrada. Privada. Tengo un dormitorio arriba que uso más.
—¿Qué le vamos a hacer? —pregunto de nuevo mientras me lleva.
—Ya verás —es todo lo que dice.
Cierro la boca porque la verdad es que quiero ver que esto suceda.
Caminamos pasando por la piscina y él gira a la izquierda. Mi mano sigue en la suya. Mi corazón se acelera. Estoy algo aterrorizada, pensando en lo que podría hacer para matar a ese hombre.
Caminamos durante unos dos minutos antes de llegar a nuestro destino. Hay dos puertas de madera que probablemente conducen al sótano.
Están cerca del suelo, las puertas deben ser empujadas para abrirse. Theodore me suelta la mano y se inclina para empujar las puertas. Chocan los lados en un fuerte golpe.
Se sacude el polvo de las manos y luego me mira por encima del hombro.
—Vamos.
Empieza a bajar las escaleras.
Lo veo avanzar y luego desaparece. Está muy oscuro ahí abajo. ¿Cómo puede ver?
Sin embargo, lo sigo. Sé que no puedo echarme atrás. Quiere que vea esto, y francamente en el fondo, necesito saber lo que le hace. Bajo las escaleras rápidamente y cuando doblo la esquina, es cuando veo la única luz que cuelga del techo. Tiene un tinte azul, haciendo que Theodore parezca aún más mortal mientras está de pie al otro lado de la habitación.
Mis ojos se dirigen al tipo, que está de pie con los brazos cruzados delante de él y un arma en la mano. Me mira con atención, con una ceja ladeada y esos ojos brillantes y feos que me observan detenidamente. Hay sangre chorreando de su mano izquierda, como si lo hubieran apuñalado ahí.
Aguanto la respiración, mirando a Theodore. Sus pasos son lentos y residuales mientras camina hacia mí. Cuando está cerca, pasa sus dedos por mi pelo y luego se inclina para poner sus labios cerca de la piel de mi oreja. Su brazo se levanta, y me entrega un arma.
—Mátalo.
—¿Qué? —finalmente respiro.
Me ayuda a apuntar al tipo.
—¿Quieres que confíe en ti? Mátalo por mí.
Me abraza por la espalda, deja un beso en mi cuello y me susurra que dispare.
—Eso me convertiría en alguien como tú —mis labios tiemblan.
—¿Y cómo soy?
Otro beso se deposita en mi cuello.
—Asesinar a alguien te vuelve malo, ¿no?
Otro beso.
—No hay bueno o malo, solo diferentes perspectivas.
—No quiero hacerlo.
—Sí quieres. La muerte es arte, Veronica. Es un regalo precioso, es poesía. Deja huella. Cuenta tu historia en esa bala... Es el momento de saber qué tan especial eres.
—No quiero —sollozo. —No quiero ser especial así.
—Verónica, ¿eres una cobarde?
—No.
—Entonces, haz lo que te digo.
Más besos en mi cuello.
Cierro los ojos.
—Los ojos, Verónica —indica Theodore. —No olvides mirarla a los ojos mientras lo matas. Es un momento de conexión exquisita, un instante que te pertenece solo a ti.
Mis manos tiemblan, y sin darme cuenta él aprieto el gatillo.
—Ahora me perteneces.
El vómito enciende mi garganta, me ahogo intentando tragarlo.
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