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Thais
Llego diez minutos antes al trabajo, queriendo dejar la mejor impresión en mi primer día, así que puedo ver como del despacho de Theodore sale una joven castaña corriendo como si huyera del mismísimo diablo.
Frunzo el ceño.
Espero paciente a que sea la hora en punto y toco su puerta.
Me dice que pase y lo hago. Lo encuentro de espaldas, hablando por teléfono. Lleva un traje azul marino que se nota que está hecho a su medida.
Avanzo hasta colocarme frente a su escritorio.
Tras veinte minutos esperando, escuchándolo hablar por el móvil sobre ir a buscar a alguien al aeropuerto y que tenía a una chica en la mira, esperando que fuera a buscar algo, al fin termina y Theodore vuelve.
Él me aguanta la mirada y hago lo mismo. Repasa mi cuerpo, seguramente preguntándose dónde conseguí aquel vestido tan informal y simple, pero también creo ver algo más debajo de aquellas pupilas. No me encojo ante este Adonis. Puede que sea guapo y yo no soy ciega para no darme cuenta de eso, pero eso no significa que me guste, o que me presente babeando ante él. Hay algo oscuro en su mirada y trata de esconderlo. Dicen que los rotos se reconocen entre sí, quizá es eso.
Solo espero que la mirada que me está dedicando no tenga nada que ver con el deseo por mi propio bien. Hay algo que no me agrada totalmente de él, su anillo en la mano izquierdo con el escorpión me recuerdo a uno de los dibujos de Thalia.
—Buenos días, Thais.
—Buenos días, señor Alexander.
—Por favor, llámame Theodore. Siéntate.
Tomamos asiento y lo escucho con atención.
Theodore me explica lo que espera de mí y sabe mostrarse lo suficiente tranquilo para que yo no me asuste con la idea de ser su nueva asistente, del cual no conozco nada.
Se comporta con mucha elegancia y cortesía, simplicidad también. Para intentar esconder mi confusión le hago muchas preguntas.
—No estoy acostumbrado a delegar, pero estoy seguro de que aprenderás rápidamente —me dice.
Me siento más tranquila.
—Estoy ansiosa de que delegues en mí.
Una amplia sonrisa se dibuja en sus labios. —Genial. Organizarme estos archivos —los coge de su mesa y me los entrega, los cojo.
—¿Algo más?
—Quiero que programes una cita con mis clientes más fieles para la próxima semana —coge su agenda y la pone encima de todo el montón de archivos.
Me marcho hacia donde supongo está mi sitio. Dejo todo sobre el vacío y solitario escritorio qué hay cerca del despacho de Theodore.
El resto del día es una imagen borrosa. Theodore cerró contratos con unos clientes y tuvo una larga reunión con el equipo de Marketing en buscar ideas para el mercado. Fue fascinante ver de primera mano la forma en que los diversos departamentos logran que una campaña pase del propósito a la realidad. Es algo que no te enseñan en la escuela.
Respondo el teléfono lo mejor que puedo y le paso las llamadas. Al finalizar la jornada, Theodore sale del despacho y me pide que le entregue lo que ha mandado a hacer está mañana. Se lo entrego y él lo ojea.
—No eres tan mala para ser tu primer día, aún queda mucho por aprender —me mira con sus sagaces ojos azules. —Un consejo; está bien cometer errores, pero asegúrate de no cometerlos dos veces.
Solo asiento y él deja un Pendrive sobre mi escritorio.
—En él encontrarás información de la empresa y datos que serán útiles. Están en español para que te sea más fácil.
Recojo mis cosas y apago la computadora. Cuando llego a la zona de los ascensores saco mi teléfono para encenderlo por primera vez desde que huí de la casa de Aang.
Una campana me indica cuál ascensor se detiene en ese piso; me detengo frente a él cuando las puertas se abren, doy un paso adelante y me encuentro con un par de ojos grises y cabellos rojizos muy familiares.
—¿Thais? ¡¿Eres tú?! ¡Qué alegría verte de nuevo! ¿Qué haces aquí? —subo al ascensor.
Anjoly me da dos besos: uno en cada mejilla y siento su excesiva confianza.
Las puertas se cierran mientras la miro confusa.
—Yo... Trabajo aquí.
—¿Ah, sí? ¿Aang lo sabe? —me sonrojo, los ojos se me humedecen y desvío la mirada.
La verdad no esperaba que me encontrará con ella ni que me reconociera tan rápido ni siquiera pensé que me hablaría si lo hubiera hecho.
Seguramente no sabe lo que he hecho.
—No, he dejado de ser su responsabilidad. Aang y yo hemos roto, ya no estamos en contacto —aunque no se puede llamar relación a lo que tuvimos.
Anjoly me mira seria.
—Voy a ir a tomar algo a una discoteca cerca de aquí, ¿te apetece venir? —dice ilusionada.
Pienso en el dinero que me queda y niego con la cabeza.
—Tenía pensado quedarme en casa, hoy ha sido mi primer día y estoy...
—Anda, vente. No nos quedaremos tan tarde y lo pasaremos bien —hace un puchero que lograría convencer a cualquiera. Veo que fue lo que Aang le encontró.
Es una "vampira emocional" que consigue que hagas lo que ella quiere sin que muchas veces seas ni consciente de ello y no dejará de insistir hasta que le diga que sí. Pienso y pienso.
Suspiro. —Está bien, acepto. Pero no me quedaré mucho tiempo.
Cuando el ascensor llega al vestíbulo, doy un paso hacia delante y abandono el ascensor. Atravesamos la puerta giratoria, ella me conduce al estacionamiento y subimos con fluidez en su auto que no está muy lejos.
Llegamos en un rato a la discoteca. Me he pedido un refresco y lo tomo a pequeños sorbitos para que dure más.
—¿Tienes dónde quedarte? —me sorprende su pregunta.
—Sí, está muy cerca de aquí —no quiero hablar de eso, y desde luego no tengo intención de contarle la verdad a Anjoly.
—¿Qué tal tu primer día? —dice más relajada.
Por supuesto que a mí no me molesta fingir que somos amigas tomando algo y hablando cosas triviales.
—No ha estado tan mal, pero ya sabes que es el primer día y cuesta acostumbrarse.
—Qué lástima que hayan terminado, hacían una bonita pareja —dice tan casual.
—¿Lo dices en serio? —doy un trago a mi bebida.
Ella parece entender mi insinuación y una sonrisa ilumina su rostro.
—No espero que me creas después de que te mentí y me viste besando a Aang en el hotel, pero lo digo sinceramente y el hecho de que tú me hayas tratado tan bien después de ver eso, me convence de que no eres como lo loca de su antigua ex ligue. También me he dado cuenta de los sentimientos que tienes por él.
—Yo no siento nada por él.
—Qué coincidencia, es lo mismo que él diría.
Cuando vengo a darme cuenta, me arrastra con ella a la pista de baile. Una vez en ella me dejo llevar por la música, no veo nada de malo en hacerlo cuando Anjoly me rodea la cintura para ayudarme a seguir él ritmo. Esa mujer baila como si tuviera sangre latina recorriendo sus venas.
Pasado un rato siento una mano deslizarse por mi cintura y vuelvo para ver quién es.
—Perdona, pero me pregunto si podrías acompañarme.
El chico sonríe y luego miro a Anjoly quien está también acompañada, me guiña un ojo incitándome a que diga que sí.
No lo conozco de nada, pero finalmente asiento y me dejo llevar por él. Me hace moverme al ritmo de la música.
—Eres muy bonita —me sorprende hablando tan bien español.
—Gracias.
Él sonríe, pero yo no digo nada más, cuando se acerca más a mí pienso que solamente es parte del baile y le dejo hacer.
La canción termina y decido volver a la mesa con Anjoly cuando el tipo decido ir por bebidas.
—Es muy mono —me dice. —Pero no aceptes bebidas de desconocidos, mucho menos si eres extranjera. En este momento te ven como presa fácil.
—Lo sé, pero gracias por advertirme.
—¿Quieres que te traiga algo? —estoy seca, pero no tengo la cantidad de dinero para comprar una bebida de verdad. Niego con la cabeza. —Ahora vengo.
Anjoly se va y el chico que me invitó a bailar viene a la mesa, ofreciéndome una bebida. Le sonrío falsamente, él se va con unos amigos que no están muy lejos de aquí luego de dejar la bebida en mi mesa. Hago que la copa quede a un lado cuando Anjoly vuelve, ofreciéndome una copa.
—Gracias, pero no tenías porque hacerlo.
Ella le resta importancia. Seguimos bebiendo y hablando de temas triviales. Luego decidimos volver, me siento en su coche con una sonrisa tonta en el rostro por la noche estupenda que he pasado en su compañía.
—¿Dónde te dejo? —me pregunta.
Le doy la dirección de dos cuadras antes de mi casa.
—Aquí está bien —digo una vez que llegamos.
—No me importa dejarte frente a tu casa.
—No, gracias. Tengo intenciones de pasear un rato.
—Está bien, cuídate.
Me deja en la calle y espero a que el auto se aleje para dirigirme hacia mi nueva casa.
Veo unos hombres llamándome en la acera de enfrente, camino más deprisa sin mirar atrás. Una vez dentro de mi habitación cierro la puerta y me derrumbo sobre la cama en un mar de lágrimas, al darme cuenta de que el celular no enciende y que no puedo contactarme con Verónica, mis lágrimas aumentan peor odiando mi mala suerte.
¿Cómo haré para contactar con ellos?
Tiro un grito al ver una rata y cubro todo mi cuerpo esperando que el sueño me tome mientras escucho el fuerte estruendo del cielo que avisa sobre un aguacero.
Verónica
Mataré a David.
Lo detesto y estoy empezando a detestar París.
Estoy agotada por el viaje y el cambio de horario, me siento sola en el mundo. No tengo nada más que esperar al chofer que envió David por mí.
Pensándolo bien, también detesto a mi nuevo jefe.
¿Cómo se le ocurre pedirme en mis vacaciones que entreviste a un magnate francés? Especialmente en el mundo del champán, ¿acaso piensa que me lo voy a encontrar cruzando la calle?
Además, no ha tenido la decencia de prestarse para que lo conozca, sino que envió a su asistente.
Se supone que el señor Briand no acepta ninguna entrevista, solo es conocido por su nombre y por la marca del champán, es obvio que no dejará que una novata lo entreviste. Pero la pregunta más importante es por qué el señor Alexander, mi nuevo jefe, quiere que entreviste al señor Briand si hay muchos otros mangantes de champán.
Uf, ¡qué día más pesado!
Debí haber venido con David en vez de quedarme unas horas más en la cama, ahora mismo siento que no puedo con tanto estrés.
Ha oscurecido, cae un diluvio y resoplo cansada. Doblo la esquina a la izquierda como me indica David por mensaje y me meto en una calle todavía más concurrida y llena de coches. El aire abrasador me da de lleno en la cabeza, ráfagas de viento helado me cubren.
Distingo una limusina negra con las características que me dio David, arrastro mi maleta acelerando el paso. Abro la puerta trasera y me meto en el asiento del pasajero y en cuanto se cierra la puerta escucho un gruñido.
Escucho a alguien maldecir en italiano.
No entiendo papa, pero suena sexy.
—¿Perdón? —digo en francés.
—¿Quién cojones eres tú? ¿Y qué demonios haces en mi limusina? —Es una voz perfecta en español con un ligero acento de inglés.
Enfrente de mí distingo a un hombre, su rostro está medio cubierto por la penumbra, pero veo el resto de su cuerpo. Con un rápido vistazo puedo notar que es extremadamente elegante. Lleva un traje azul marino y su belleza me impacta cuando gira su rostro a la luz. Es rubio de ojos azules increíblemente claros y los rasgos de su perfecto rostro esculpido por los mismísimos ángeles. Me quedo sin aliento.
¡Oh, Dios mío!
Tiene una mandíbula perfectamente cincelada y tengo la tentación de pasar los dedos por su cabello.
Es de este tipo de cabello que puedes agarra con fuerza cuando te chupan ahí abajo.
—No lo imaginaba así.
—¿Perdón? —dice sin comprender y pongo los ojos en blanco.
El señor Traje me está mirando tan intenso mientras yo lo como con la mirada, no puedo romper el contacto con él cuando nuestras miradas cruzan. Siento que se me endurece los pezones por debajo de la camisa y estoy segura que tengo las bragas mojadas.
Y joder, madre de Dios. No me pasa eso con cualquiera.
Con un guardaespaldas así, me meto en problemas todos los días.
Con solo verlo ya tengo los pezones duros.
Se me han contraído los muslos.
Más sexy no puede ser.
Vero, concéntrate por Dios que el parece querer matarte.
—Me lo imaginaba menos enojón y de esos que hablan poco, dices muchas palabrotas, ¿fueron las primeras palabras que aprendió del español?
Comienza a reírse y está cabreado de lo lindo.
—Fuera de mí limusina. Ahora mismo —responde él, haciendo que me derrita al oír su voz. Estoy segura de que puede convencerme para que haga cualquier cosa... O casi cualquier cosa con esa voz si no estuviera enojado y si la voz fuera dulce.
—Vaya carácter. He tenido un día de mierdastrófica por si no te has dado cuenta y lo único que me interesa es llegar a mi nuevo apartamento y dormir. Así que deja de ser tan idiota y pide al chófer que conduzca.
Lo veo apretar los puños.
Y me muero de excitación al verlo tan enojado. Thais siempre decía que yo era capaz de hacer que alguien llegue a su límite, soy de las que dice lo primero que tiene en mente sin medir las consecuencias. Creo que él ha descubierto mi nuevo pasatiempo.
Irritar a las personas.
—Cometiste un error, señorita. Estoy esperando a una amiga y creo que tu limusina es la que está más adelante —Dios, me encanta su acento y su voz... Ni siquiera está siendo amable conmigo y yo estoy más emocionada que nunca.
Una pelirroja, un poco exasperada, me abre la portezuela, me mira de pies a cabeza.
—¿Quién es está? —pregunta en francés, noto el tono despectivo en su voz. —Pensé que estabas tratando de llevar a la cama a la fastidiosa de tu nueva secretaria. No sé qué le ven a esa chiquilla latina. Si fuera por mí ya estaría muerta.
Con el corazón a punto de salirse de mi pecho, me precipito al exterior totalmente avergonzada.
—Estos siguen siendo mis planes Lou, pero con ella se necesita paciencia —responde con una sonrisa. —Sigue dolida por su supuesta pérdida. Me he encargado de que siga pensando que lo mató. Tarde o temprano me dirá donde está el huevo o me llevará hacia él, si es que lo sabe. De lo contrario solo la utilizaré para joder más a Aang.
La portezuela se cierra, el coche arranca, y me encuentro bajo la lluvia, viéndolo ir antes de irme corriendo hacia la limusina correcta.
¡Wow, qué hombre!
Por los menos me sirvió para revivir aquel desierto y acomodar mis ideas acerca de lo que pienso de París y sus delicias.
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