15

Thais

—¿Necesita algo más, mademoiselle?

Niego con la cabeza, dándole el último trago a mi bebida.

—¿Conoces muy bien a Aang? —hago la pregunta cómo si fuera casual.

—Desde que nació —dice con una sonrisa—. El señor Calvin Briand me contrato cuando se casó con la señora Shaina y ella estaba embarazada.

—¿Conociste la madre de Aang?

—No tengo permitido hablar de ese tema, mademoiselle —dice cortésmente—. Solo puedo hablar de mi vida, no de mis jefes o antiguos jefes.

Así que sí conoció a los padres de Aang, y me va a hablar de su vida, tendrá que hablar un poco de ellos, ¿no? De una forma u otra sus vidas están unidas.

—Nunca te he visto irte de aquí —cambio de tema.

—Es porque siempre estoy aquí.

—Así que, ¿incluso cuando no estás trabajando, sigues aquí? —estoy sentada en el mostrador de la cocina mientras Anton lava los platos. Me había preparado una ensalada Cobb con pan recién horneado y una batida de lechosa. Estaba todo delicioso, como todo lo demás que hace.

El maldito de Aang me había dejado esposada, y mis gritos alertaron a Elliot, quien me liberó sin preguntas. Vomité, me di una ducha y luego Elliot le pidió a Anton que me preparara algo de comer. Ahora, aquí estoy esperando a ese idiota francés.

—Oh, siempre estoy trabajando —dice Anton mientras enjuaga los platos y los coloca en el lavaplatos.

—¿Siempre? —pregunto, terminando mi último bocado de comida—. No puedes hablar en serio.

—Siete días a la semana. A menos que esté enfermo.

—Eso no está bien. Le patearé el trasero cuando lo vea.

—No te enojes demasiado —dice con una risita—. Me encanta trabajar aquí. El pago es excelente, los alojamientos son de primera, y es un placer servir al señor Briand. Además, es la única familia que tengo. Sé que en cualquier momento que desee un descanso, el señor Briand no dudaría en darme y mi trabajo aquí solo consiste en cocinar y verificar que los demás hagan bien su trabajo, me siento satisfecho.

—¿Y no te aburres nunca?

—Trabajar me permite no pensar demasiado. Me encanta trabajar aquí. El pago es excelente, los alojamientos son de clase mundial, son seguros y es un placer servirle al señor Briand. Además, es la única familia que puedo decir que tengo. Me aburriría si tuviera tiempo libre, en total caso, trabajar me permite no pensar.

—Dirías eso, aunque no lo fuera.

Ríe entre dientes y termina el último plato.

—Eso es lo que me hace un buen mayordomo, pero en mi caso todo lo que digo es real —agarra mi plato del mostrador—. ¿Terminó, señorita Thais?

—Sí, pero puedo encargarme de eso, Anton. No deseo molestarlo más de la cuenta.

—No me molesta —se vuelve hacia el fregadero y enjuaga el plato. —Disfruto estar aquí y hacer mi labor.

Me parece difícil de creer, pero todos son diferentes.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Por supuesto —apila los platos en el lavaplatos.

—¿Por qué disfrutas tanto trabajando para Aang? Sé que me dijiste, pero ¿por qué eres tan leal a él si es un ogro?

—La naturaleza de cualquier mayordomo es ser leal. Cuando un patrón toma a un sirviente, en realidad está agregando a un miembro de la familia. Al menos, así es como me siento con su trato. He trabajado en su familia desde que era un niño —cierra la puerta del lavaplatos y la enciende. —El señor Briand siempre ha sido bueno conmigo y con el resto del personal. Es fácil servir a alguien a quien respetas.

—¿Y por qué lo respetas tanto? —me apoyo en el mostrador y cruzo los brazos sobre mi pecho.

—El señor Briand es un líder fuerte. Él entiende que necesita ser duro para mantener su poder en algunas cosas. Toma decisiones difíciles que otros no podrían tomar. Pero también es justo y generoso. Puede ser el hombre que quieras que sea, dependiendo de cómo lo trates.

—¿Alguna vez lo viste pelear con alguna de sus parejas? ¿Les ha dado... bofetadas al estar enojado? —pregunto mordiendo mi labio inferior.

Anton niega.

—¿Te ha pegado? —se sorprende.

—No, es solo por curiosidad... Sé que su relación con Anjoly terminó muy mal y quería no sé... Olvídalo —hablo muy rápido y decido cambiar el tema. —Y si trabajas todo el tiempo aquí, ¿qué haces con tu dinero? —me doy cuenta de lo indiscreta que es la pregunta. —Si no te importa que sea metiche.

—En absoluto —lava sus manos y luego las seca con la toalla. —Todo va a mis nietos.

—Oh, eso es dulce.

—Sí. Me divorcié hace unos veinte años porque estaba en una relación que no era buena para ninguno de los dos. Somos buenos padres solo cuando estamos lejos el uno del otro. Mis hijos han crecido, pero la relación se distorsionó con él tiempo. Sin embargo, mis nietos no tienen la culpa, ambos están en la universidad. Uno va a la escuela en Estados Unidos, y la educación no es gratis allí. Y el otro es un artista, nunca está en un mismo país más de un año.

—Escuché que son costosas las universidades de EE. UU.

—Sí —se encoge de hombros. —Pero vale la pena. Y ciertamente no me importa cómo lo gano.

Sonrío.

—Sabes, eres mi persona favorita aquí y no es porque cocino del asco. ¿Quién es el tuyo?

Sus mejillas se tiñen, y mira hacia el suelo.

—Mi persona favorita es el Sr. Briand...

Rio entre dientes. —Ambos sabemos que soy yo. Pero tranquilo, sé guardar un secreto.

Se encoge de hombros otra vez, mostrando una mirada culpable en su rostro.

—Bueno, eres mi segunda persona favorita, mademoiselle Thais.

El sonido de una risa viene de la entrada. Dos sonidos agudos que son claramente femeninos resuenan en los techos abovedados.

—Oh, Dios mío, este lugar es enorme. Las escaleras serían un buen lugar para practicar.

—¡Guau! —dice otra mujer. —Deberíamos hacerlo en la piscina.

La voz de Aang emerge un segundo después. —Espera hasta que veas mi cuarto rojo.

—¡Oh, eso suena excitante! —dice la primera mujer. —Ya ansío ser azotada.

No puedo creer lo que acabo de escuchar.

Anton se ve incómodo, como si hubiera deseado no haberlo oído en absoluto. Marcho hacia la entrada y encuentro a Aang subiendo las escaleras con una mujer debajo de cada brazo. Después de lo de hoy, se suponía que él corriera hacia mí, no en busca de alguna fulana en un club.

Quiero abofetearlo tan fuerte, que mis manos pican.

—Aang, no te atrevas.

Cuando llega a la parte superior de las escaleras, se da la vuelta para mirarme desde el tercer piso. No parece arrepentido en absoluto.

—Buenas noches, Thais —guía a sus dos citas por el pasillo hasta su dormitorio.

Me quedo parada al pie de las escaleras antes de decidir entrar a mi dormitorio, mi mente corre mientras trato de averiguar qué hacer.

No puedo permitir que siga.

Rápidamente abro mi cajón de la mesita de noche y saco mi pistola.

Me dirijo a la puerta de Aang y, al oír su voz, entro sin dudar.

Las dos mujeres están desnudas en la cama. Aang, aún con ropa, está cerca de la cómoda con un vaso de whisky en la mano. La rubia me mira, levantando una ceja con desdén.

—¿Quién es ella?

—La criada o algo así —dice la otra mujer—. ¿Por qué está aquí?

—No soy su criada. Soy su novia —digo con voz firme. —Y yo debería preguntarles qué hacen aquí.

Aang casi escupe su bebida. Me mira de arriba abajo, admirando mis piernas desnudas.

—Ah, ¿quieres unirte? A ninguna de las dos nos importa —dice una.

—¿Quieres morir? A ninguno de los dos tampoco le importa —le devuelvo.

—¡¿Qué?!

Marcho hasta él y le doy un rodillazo directo a los huevos.

—Apenas estoy comenzando, amor.

Se encorva hacia adelante, gimiendo. Mis palabras salen en un susurro mientras enseño sutilmente mi arma.

—Acabo de asesinar a alguien por tocar lo que es mío. ¿Están seguras de querer seguir con esto?

Las mujeres salen disparadas de la habitación. Aang no las mira ni una vez mientras se van.

—La próxima vez, te meteré un tiro por el culo.

Salgo de la habitación oyendo sus gruñidos.

Aang

Mi plan fracasó por completo.

Se suponía que debía herir a Thais, hacerla sentir tan mal como me hizo sentir. Quería que ella supiera lo insignificante que es, que mis gestos generosos no significan una maldita cosa. Pero ella me tomó por sorpresa.

Pensé que ella se había doblegado, que había cedido a mis deseos. Pero ella me pateo los huevos y en vez de enfadarme. Me excite.

Sé que no la amo.

Pero nunca me había sentido así por una mujer.

Parece que siempre la deseo, sin importar lo que me haga.

En otras palabras, yo soy un maldito marica cuando se trata de ella.

Me odio a mí mismo por ello.

Después de recuperarme de su patada camino hacia su habitación y me permito entrar, casi esperando verla tocarse pensando en mí.

Desafortunadamente, ella está en el sofá de su sala de estar, leyendo un libro.

Me mira con odio antes de ponerse a leer de nuevo.

Me acerco al sofá con mis manos en los bolsillos de mis vaqueros.

—Te gusta provocarme, ¿eh?

—Agradece que no haya nadie muerto hoy porque seriamente tengo ganas de matarte.

Tomo asiento a su lado.

—Mira, yo también tengo ganas de matarte.

—Te aseguro que no más que yo. Te dije lo que pasaría si te metes con otra mujer, yo no ando ahí hablando por hablar y lo sabes.

—Solo cállate.

Ella se mueve a través del asiento y me abofetea en la cara.

—No me digas que me calle.

Le agarro de la muñeca y la tiro hacia abajo, mostrándole que supero su fuerza cincuenta veces.

—¿Crees que no te daré una bofetada? —aprieto su muñeca con fuerza, observándola luchar lentamente contra la incomodidad hasta que comenzó a encogerse. —Lo haré, Thais. Te daré un ojo morado si es necesario.

Suelto su brazo.

Ella no lo masajea ni gime.

—No. No creo que hagas eso.

—¿De verdad quieres probarme y averiguarlo? —con los ojos muy abiertos, la desafío, pruebo lo estúpida que es.

—Bien, probemos —ella me abofetea de nuevo.

Me doy la vuelta con el golpe y siento que mi mejilla se inflama de inmediato. Ninguna mujer en mi vida me había abofeteado tanto como esta.

Tiene que haber sido al menos una docena de veces. A veces me gusta, y otras veces me molesta.

Me vuelvo hacia ella, mientras mis ojos arden con fuego.

Ella me desafía con su mirada severa.

—No lo harás.

Mi mano sale disparada, y la agarro por el cuello.

Entonces aprieto.

Ella no lucha contra eso.

—No vas a matarme.

—Puedo lastimarte sin matarte —la aprieto con fuerza hasta que apenas puede respirar.

—Esa no es la razón, y lo sabes —sus palabras salen débiles porque sus pulmones no tienen suficiente aire para hablar.

Su mano agarra mi muñeca, pero ella no trata de luchar por su libertad. Solo sostiene mi mirada, manteniendo su orgullo a pesar de su vulnerabilidad.

La aprieto hasta que no puede respirar.

En lugar de empujarme, ella agarra mi hombro y tira de mí hacia ella, sus labios rozan los míos. Luego me besa, me besa lo mejor que puede mientras se asfixia. Mi ira se desvanece cuando nuestros labios se tocan, así que mi mano se afloja contra su garganta. La compenso por la forma salvaje en que la había agarrado antes, deslizando mi mano en su suave cabello. Toco sus mechones mientras la acerco y la beso con más fuerza.

Se mueve en mi regazo. Su mano se desliza en la parte posterior de mi cabello, y ella me besa suavemente, tomando su tiempo como si no hubiera razón para apresurarse. Ella besa la esquina de mi boca y luego pasa sus labios por mi cuello. Me besa en todas partes, mientras su mano se mueve debajo de mi camisa para sentir mis abdominales. Sus labios presionan contra mi oreja.

—Nunca me harías daño sin lastimarte en el proceso.

Me odio a mí mismo en ese momento. Absolutamente me detesto. Pero sus besos y caricias me empujan a un mar de deseo, así que no pienso en esa ira.

Esta mujer me enoja, pero también me obsesiona. La odio, pero la necesito al mismo tiempo.

Mueve sus labios a los míos y me besa de nuevo, sus suaves labios me dan un abrazo decidido. Toma mi mano y la coloca sobre su seno. Mis dedos se extienden por ella, apretándola, luego va por todo su estómago, y gimo en su boca. No tengo idea de por qué esto me excita tanto.

Esa diosa Afrodita desde que llegó mi vida ha sido caótica. Pero en momentos como este, cuando somos solo un hombre y una mujer, me excita más que cualquier otra cosa.

Es muy excitante lo que me provoca.

Apenas puedo pensar con claridad porque sus besos se sienten muy bien. Tener sexo con otra mujer suena repugnante. Ir a un bar y buscar a otra mujeres suena como la idea más tonta que había tenido nunca.

¿Por qué querría eso cuando podría tener esto?

Incluso si ella me traicionó.

Ella me ha manipulado, haciendo todo lo posible para ello.

No la juzgo por eso. Cualquier otra persona haría lo mismo.

Solo tengo que recordar que nada de esto es real. La pasión, la lujuria, la conexión, todo eso es falso, todos es un invento de mi estúpido corazón. Cuando llega el momento, tendré que olvidar todos esos sentimientos y dejarla ir.

Pero por ahora, no puedo resistirme.

Ahora voy a perderme en ella.

―Echaba esto de menos, mucho ―jadeo.

―Ya somos dos.

―Cuando estuviste con él, ¿pensabas en mí?

Se tensa entre mis brazos.

Espero su respuesta.

―Sí.

La abrazo más fuerte.

―¿Te corriste?

Se retuerce, rozando su culito respingón contra mi ingle.

―Sí... creo que fue gracias a que ya sé cómo me gusta y cómo conseguirlo —susurra. —Después de todo, aprendí del mejor.

―¿Pero te hizo correr como yo? ―me odio por permitir que otro hombre tocará a mi mujer. Si la hubiese buscado apenas salí del hospital, jamás habría pasado. Pero me aseguraría hacer que se olvide de que había tenido a otro entre las piernas.

―No... nunca, solo tú lo consigues —me besa. —Nunca otro puede igualarte. Solo te deseo a ti, eres el único que realmente sabe lo que mi cuerpo necesita y como dármela.

Buena respuesta.

―¿Y tú, pensaste en mí mientras estabas con ellas? ―susurra.

No he estado con nadie después de ella, no deseo a nadie. Pero no quiero admitirlo en voz alta.

―Nadie se compara contigo.

—Quiero chuparte... el pene —lo dice sin perder el ritmo mientras se baja de mi regazo para ponerse de rodillas.

Mi miembro se hincha de inmediato y se presiona contra la parte delantera de mis vaqueros. Esperaba que ella dijera un millón de otras cosas, pero no eso. Es la primera vez que se pone de rodillas y aquello me excita. Tal vez es solo una técnica para meterse debajo de mi piel, pero si lo es, definitivamente funciona.

—¿Realmente lo quieres?

Asiente.

Me quito la sudadera de un tirón por encima de la cabeza y la dejo caer al suelo junto a nosotros. Ella continúa en la misma postura, sin dar ni la más mínima muestra de incomodidad. Sentada ahí a mi merced de aquella manera definitivamente es una agradable sorpresa. Me desabrocho los vaqueros y me los bajo junto con los bóxers, dejando al descubierto mi enrojecido miembro, por el que circula más sangre que nunca; el glande esta tan tenso que parece a punto de estallar.

Sus ojos se desplazan hasta mi sexo, frente a sí. La tomo por la barbilla y la obligo a levantar la mirada, ordenándola que la fije en mis ojos.

―Chúpamela.

En vez de frustración, en sus ojos solo hay excitación. Es una mirada sutil, pero yo la había visto las veces suficientes para reconocerla. Asimila mis órdenes sin ofenderse, dejándome conquistarla sin deshacerse de su poder innato. Presiona el rostro contra mi entrepierna y deposita un beso justo en el centro con labios suaves y húmedos.

―Sí, señor.

Duda ante mis palabras, arqueando la espalda y derramando su aliento cálido sobre mi erección palpitante.

―Así es como te referirás a mí a partir de ahora, pero en francés.

Me vuelve a besar el miembro.

―¿Lo has entendido? ―la cojo por la nuca y tiro de su cabeza hacia atrás, obligándola a levantar la vista para mirarme.

Ya estoy tratándola con mucha más agresividad de la que ella había empleado conmigo, pero no puedo evitarlo. Me siento un hombre poderoso por todo lo que he conseguido en mi corta vida. Jamás me había sentido tan poderoso como en aquel momento... con Thais Delgado arrodillada ante mí.

Tengo todos los músculos del cuerpo en tensión a la espera de que ella se me rinda, de que se postre ante mí con sus palabras. Es la primera vez que la veo dudar, la primera vez que le supone un esfuerzo hacer lo que le pido. El miembro se me endurece mientras espera, con la mano cerrada sobre su nuca. Mi mirada perfora la suya, perdiéndose en el reluciente color marrón que roba constantemente mis sueños. Sus labios se entreabren.

―Oui... monsieur —dice con la voz más sensual del mundo.

Mi sexo se tensa.

Dejo de respirar. Mi mano se cierra con más fuerza alrededor de su cabello. Una leve sensación me nace en los testículos, la advertencia de que se aproxima un orgasmo a toda velocidad. Aflojo la mano que se cerraba sobre sus mechones y guío su rostro hasta la base de mi erección. Ella hace el resto.

Empieza por mis testículos y los succiona hasta introducírselos en la boca, utilizando la lengua para masajearlos con suavidad. Su saliva empapa la piel del escroto, volviendo resbaladiza su superficie. Se introduce otra parte en la boca, devorándome. Después se desplaza hacia la base, arrastrando la punta de la lengua a lo largo de las venas palpitantes.

―Mírame.

Eleva rápidamente la mirada hacia la mía mientras adoraba mi sexo con su lengua.

Asciende por mi erección hasta llegar al glande. Me pasa la lengua por encima, limpiando con ella la lubricación que empieza a brotar de él. Me lo succiona con delicadeza, extrayendo cualquier sobrante oculto justo bajo la superficie.

Agarra mi miembro por la base y lo hace descender hasta su boca, introduciéndoselo despacio en la garganta todo lo profundamente que puede. Es una mujer de constitución pequeña y yo tengo un sexo enorme. Nos complementamos bien, pero no podemos lograr lo imposible. Levanta la vista para mirarme con la boca llena de mí y la saliva empezando a acumularse en las comisuras de sus labios.

Joder. ¿Cuando se volvió una diosa en el placer!

Empieza a moverse, sacándose lentamente mi sexo de la boca antes de volver a introducírselo en ella. Se mueve a un ritmo lento, seguramente dándose cuenta de que yo estoy al límite de mi resistencia. Deseo que aquello dure el máximo tiempo posible.

Estoy seguro de que aquel es también su deseo. —Abre más la boca —ordeno. ―Métetela más.

Se esfuerza por introducir más de mi miembro en la garganta sin atragantarse, pero es imposible que tome todo. Empuja con fuerza, mientras las lágrimas se le empiezan a acumular en el rabillo de los ojos. Su saliva empieza a gotear en el suelo, formando charquitos sobre el suelo.

Mierda, no voy a durar mucho más.

Quiero eyacular en el fondo de su garganta, pero también deseo correrme en lo más hondo de su sexo. Quiero dar comienzo a la iniciación, hacerla oficialmente mía. Quiero anegar todos y cada uno de sus orificios con mi semen para borrar cualquier rastro de otro hombre.

Justo cuando me falta poco para alcanzar el éxtasis ella me saca de su boca. —¿Qué se siente al ver que me pongo de rodillas solo para joderte?

—No me jodas, Thais.

—Apesta, ¿verdad? Estar al borde, con el placer justo ahí para que lo tomes, pero... te lo niegan.

El interior de mis venas arden, los latidos de mi corazón son una tormenta mortal detrás de mis costillas, sabiendo que aquello es una manera de vengarse de mí.

—Si no pones esa boca tuya alrededor de mi pene ahora mismo y terminas, juro por Dios que te meteré el pene tan fuerte en la garganta que sabrás a mis pelotas durante los próximos putos años que te quedan de vida. Así que, piensa sabiamente, Thais.

Me duele el pene, mis músculos se quejan con una tensión agónica. Prácticamente puedo sentir cómo se aprietan y contraen mis pelotas, a un puto golpe de disparar cintas de semen sobre mi ropa.

Thais se pone de pie y se deja caer en la cama, con el cabello hecho jirones.

—Sé lo que intentabas hacer, Aang.

—Bien, entonces sabes lo que hay que hacer ahora mismo, maldita sea. Abre la boca como buena niña y hazme correr

—No. No lo voy a hacer —Se pasa los dedos por sus rizos salvajes, con las mejillas todavía sonrojadas—. Sé que tratabas de buscar placer en otra para lastimarme. Para intentar convencerte de que puedes vivir sin mí y que soy alguien insignificante en tu vida.

Me muevo, con el pene listo para correrse.

—Bueno, desde mi punto de vista, yo puedo vivir sin ti —ni siquiera puedo disimular mi fastidio si lo intentara.

—Todo es humo y espejos contigo, ¿no es así, Aang? ¿Te es tan difícil admitir que eres incapaz de estar sin mí y por eso haces todo para mantenerme a tu lado? ¿Qué me quieres aunque sea de forma obsesiva?

—Jesús, Thais —la agarro de la muñeca y tiro de ella para acercarla, pero ella se resiste, lucha contra mí usando toda su fuerza para intentar retroceder. —Termina lo que has empezado.

—¿Cómo tú lo hiciste conmigo cuando me dejaste esposada y adolorida? —se burla. —Bien, ya terminé.

—Thais...

—Crees que soy estúpida. Que con todo lo que hemos pasado todavía no veo cómo juegas a esto.

Me subo los pantalones de un tirón y me los abrocho, mi pene sigue siendo capaz de romper el hormigón.

—Esto no es un juego.

—¿No lo es? —desafía ella, pero me niego a dignificarlo con una respuesta. —Esto ha sido un juego para ti desde el día en que me secuestraste. Usas el sexo como una maldita herramienta, lo usas para hacer de mí tu voluntad, Aang. Un arma para mantenerme a raya, y para asegurarte que nunca olvide que lo controlas todo cuando se trata de mí. De nosotros. Pero yo también puedo hacerlo.

―Thais... yo...

—Esto no va así, Aang, no soy una muñequita con la que jugar hasta que te aburras. ¿Quieres sexo? Bueno, puedo pensar en ello una vez mi enojo terminé —me concede, tratando de ser lo más sincera posible—, es evidente que entre nosotros hay una química brutal y el contrato lo justifica todo. Sin embargo, no voy a darte nada más allá de eso. Te conozco demasiado, sé que eres de esos amores intensos y eso no lo quiero en mi vida.

—Pequeña...

―Vete de mi habitación, Aang ―dice fríamente dándose la vuelta. —Tengo sueño y mañana debo ir a trabajar, pero si necesitas correrte usa la mano.

Luego vuelvo mirándome fijamente mientras dice: —Ah, buscas a alguien más para llevar a tu cama y vemos si las marcas en mis manos y trasero no son suficientes para demandarte y pedir una orden de alejamiento.

Esa chica es demasiado voluble para mí.

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