13

Thais

—¿Es el único vestido que te trajo Anton? —pregunta Aang, entrando a mi habitación mientras arregla su pajarita.

Mis cejas se juntan antes de cruzar los brazos sobre mi pecho, cubriendo la franja de piel entre ellos.

—Sí —miento, había más, pero este es el que me gusta más.

Compruebo mi reflejo, tengo un elegante vestido largo de color rojo que se ajusta perfectamente a mi silueta, con un diseño de corte sirena que se extiende en una suave cola hasta el suelo. La parte superior tiene un escote que se hunde entre mis turgentes senos. Mis hombros y la espalda están parcialmente descubiertos, resaltando sutilmente el cuello y los brazos. El tejido fluye de manera sofisticada, acentuando las curvas de una manera sutil pero llamativa.

—Pero si en tu mente primitiva estás pensando en hacerme cambiarme, tal vez deberías dejarme aquí: porque no lo haré.

—No te voy a dejar aquí, porque no me fío de ti fuera de mi vista, pequeña —doy un paso atrás, y él me persigue, de la misma manera que siempre parece hacerlo. —Además, te ves jodidamente comestible. Lo cual es un problema porque no puedo derramar sangre en compañía civil.

—Lo que sea. Nos vamos.

Giro sobre mis talones, sintiendo la mirada de Aang, detrás de mí, en mi culo. El dolor me sube por el brazo cuando Aang me agarra del codo y me hace girar. Me precipita hacia atrás, golpeando mi espalda contra la pared, con sus ojos salvajes penetrando en los míos.

—¿Qué?

—Aún no has cumplido con tu parte del contrato —dice. —Ponte a trabajar.

Sus labios se pegan a los míos con tal fuerza que termino agarrándolo. Me siento excitada, mareada y probablemente no estoy pensando con claridad. Tal vez esto es el síndrome de Estocolmo: algo que no puedes explicar, una situación extraña que te hace hacer cosas que normalmente no harías. Cómo si estuvieras en una especie de piloto automático, donde estoy relegada al papel de copiloto, puedo ver cómo voy a estrellarme, pero no puedo hacer nada para frenar o girar en otro rumbo.

No hay tiempo para pensar ni para reaccionar, solo para devolverle el beso. Nuestros dientes chocan, nuestros labios se desgarran y el fuego arde en mi vientre.

Mi cuerpo quiere una cosa.

Y mi mente otra.

¿Dónde está mi corazón en todo esto?

Lo odio. Yo lo deseo. Odio no poder controlarme. Amo tenerlo entre mis piernas. Todo con él es una contradicción.

El beso se siente como el agua bendita en la que me quema, pero también como el ardor más dulce que haya probado nunca.

Con las manos apresuradas, se quita el saco, luego la camisa, y yo quiero tocarlo. Quiero sentir su piel impecable bajo mis manos, admirar sus músculos desnudos y sus abdominales marcados con las yemas de los dedos. Pero me agarra las muñecas, las inmoviliza por encima de mi cabeza con una mano y utiliza la otra para bajarse los pantalones de un solo tirón.

Jadeo, pero me niego a detenerme. No me importa si me asfixia con su beso o estallo en llamas con su contacto. Lo único que me importa es dejarme llevar, aceptar el hecho que... yo estoy tan jodida como él porque todo lo que quiero —no, necesito urgentemente— es que Aang me folla sin piedad contra la pared.

Con una mano apresurada, guiada por un intenso éxtasis en que ambos estamos atrapados, me sujeta el vestido de la falda alrededor de la cintura. Me mueve contra él, con el cuerpo listo, a punto de partirse por la mitad. Ya no soy la víctima que había sido maltratada ni la chica que había sido secuestrada y llevada al otro lado del mundo. Ya no soy ese bendito huevo ni tampoco la que lo apuñaló para escapar de su garra mental. Me convierto en alguien deseosa, una esclava voluntaria de la brujería de su oscuro toque, soy una adicta y él mi droga.

Decido que el choque va a valer la pena.

Muerde mi labio inferior, y eso solo echa más leña al fuego que esta a punto de quemarme —quemarnos—. Se queda quieto, mirando mi labio, y sus ojos brillan con una sed de indulgencia, cada línea de su rostro se proyecta en sombras de lujuria. Se inclina hacia mí y me lame suavemente la sangre de los labios. Mis entrañas se convierten en un calor líquido y la excitación cubre el interior de mis muslos. Moviendo sus caderas hacia las mías, la dureza de su cuerpo se aprieta contra mi centro dolorido, y no puedo evitar que se me escape un gemido desesperado. Hace resonar mi gemido con el suyo propio y una vez más estrella su boca contra la mía. Tomando. Reclamando. Exigiendo. Poseyendo.

Me suelta las muñecas y me agarra los muslos con dedos impacientes y los obliga a rodear su cintura. Mis brazos caen alrededor de su cuello e inhalo profundamente su aroma a poder y sexo, a pura maldita adrenalina, que brota de su cuerpo.

La cabeza de su pene roza mi entrada y vuelve a morderme el labio, con sus manos firmemente colocadas bajo mi culo.

—Cuando salimos ni se te ocurra ir sin bragas —me acaricia la mejilla con la nariz, y lo miro, nada más que deseos retorcidos y placeres sórdidos nadando en el mar de sus ojos—. Pero lo puedo aceptar en el trabajo porque solo yo lo voy a ver —la punta de su pene entra en mí, y alzo el cuello mientras mis labios se separan—. ¡Dios, que placer das!

De un solo empujón duro e inevitable entra en mí. El dolor me atraviesa la columna vertebral y el placer se extiende hasta mi interior. Enterrado hasta la médula, no me da tiempo a adaptarme a él, a acostumbrarme a la sensación que me produce hasta el punto del dolor.

Se aparta y se sumerge en mi interior de nuevo.

«Mierda, por más que lo hace siempre duele».

Vuelve a salir, estoy a punto de suplicarle cuando se introduce en mí con un largo y lento golpe de cadera. Contengo la respiración y lo mantengo estrello dentro de mí, lo más largo posible, como si me fuera imposible dejarlo ir.

—¿Es esto lo que siempre quieres? —murmura, con una expresión tan dura como sus exigentes embestidas, pero hay una pequeña sonrisa que estira sus labios—. ¿Quieres ser follada por mí? ¿Ser destrozada de la mejor forma posible?

—Dios... sí.

No puedo aguantar. Ni siquiera puedo respirar, demasiado consumida y poseída por un tipo de placer que siempre logra darme. Aang ha sometido todo mi cuerpo, y ahora estoy completamente a su merced, de nuevo. Puedo sentir cada centímetro de él, ese ardor divino e indecente que siempre me hacen perde el control cuando estoy con él.

Mis brazos caen alrededor de su cuello, tratando de aferrarme más a su cuerpo, y él suelta mi culo, inmovilizándome con su cuerpo, y clava mis manos en la pared por encima de mi cabeza.

—No te atrevas a bajarlos —gruñe al ver mi intento de cambiar la postula—, y más vale que mantengas las piernas levantadas mientras te follo, Thais. Deja que sea yo quien consuma cada milímetro de ti. O me veré en la obligación de castigar tu culo.

Gimo cuando su pene se desliza fuera de mí, mi cuerpo odiando al instante la sensación de vacío. Pero Aang vuelve a meterla, con fuerza y profundidad, justo como encanta. Se vuelve menos frenético, y cuando abro los ojos, veo la tensión en sus ojos, la forma en que su mandíbula se aprieta. La humedad se acumula en su frente y se muerde el labio, con una expresión entre dolorosa y poseída.

«Dios, me encanta que me taladre así; porque eso siempre me recuerda que solo estamos unido por el sexo». Pienso.

Me encanta verle luchar por el control, porque eso significa que le hago querer perderlo. Es tan adicto a mí como yo a él.

Cada músculo de sus brazos se tensa mientras mantiene mis manos inmovilizadas por encima de mi cabeza. Las gotas de sudor se deslizan por el lateral de su cuello, acumulándose en el hueco de sus hombros, cuya piel oliva brilla por el esfuerzo.

Cierro los ojos. El placer que me propina, poco a poco, me está elevando a la cima del mejor éxtasis del mundo. Firme y decidido, me folla como si fuera un adorno de capa que intenta taladrar para que vuelva a su sitio, apuñalando mi pobre vagina con todos sus centímetros gruesos. Besa y mordisquea, explora y admira.

—Mírame cuando te corras, Thais —dice cada palabra como si le quemara la punta de la lengua. —Quiero ver como te consumes en mí —su voz contiene el oscuro tono de la dominación, y abro los ojos, mirándole fijamente. No hay ninguna advertencia, ningún aumento de intensidad. —Quiero que sepas que soy yo quien te da ese placer.

Aang se limita a apretarme las muñecas, tira hacia atrás hasta que solo la cabeza de su pene está en mi entrada y, como un trueno, vuelve a follarme y yo grito.

Mi orgasmo golpea contra mi centro, reproduciéndose en mi cuerpo, chocando contra cada hueso hasta que ya no puedo contenerlo y el eco del placer estalla con mis gritos.

Aang continúa con su despiadada embestida, un bombardeo brutal y sin remordimientos de un hombre que —como él siempre dice—simplemente toma lo que quiere. Le doy lo que quiere... como siempre.

Mantengo los ojos abiertos todo el tiempo, y él mantiene su mirada fija en la mía. Sus fosas nasales se encienden mientras sigue mordiéndose el labio inferior, el fuerte tono de sus gemidos llena el espacio entre nosotros. El placer sigue calando en mis huesos. Es como un sexo tras otro, el éxtasis que destroza la mente y el cuerpo se revive con cada una de sus embestidas.

Un gemido sale de su garganta en un tono que suena como el dolor y el placer en uno solo. Se relaja y siento cómo su pene se agita dentro de mí, llenándome hasta el borde con su clímax, y mientras tanto ni siquiera parpadea mientras me mira fijamente.

Algo siniestro brilla en sus ojos y, por un momento, me asusta. No sé qué esperar ni qué haré a continuación, mis partes internas están apretadas por los restos de mi orgasmo y el miedo que me infunde su mirada. Unos momentos de silencio absoluto, y entonces sucede algo extraño. Aang me deja sin aliento... besándome como si fuera a significar la muerte si no lo hacía, yo se lo devuelvo pero cuando se da cuenta se aparta para hacerme bajar.

Una sonrisa cruza mis labios.

«Tarde o temprano va a caer».

―Estás sonriendo —acusa.

―Lo sé ―asiento sin borrar esa expresión de mis labios.

Me sigue con la mirada mientras camino hasta el baño para limpiarme. Seguro que mi cambio de actitud lo desconcierta tanto como le agrada.

―¿Y podrías decirme por qué estás haciéndolo? Aparte de lo obvio, por supuesto.

―Solo por lo obvio ―digo mientras me limpio.

De pronto me siento mareada por el placer y el agotamiento, pero igual voy a buscar unas bragas para ponerme, y así evitar que el loco psicópata vuelva a estar de mal humor.

Cuando termino él me lleva hasta su auto y ninguno dice nada en todo el camino.

Aang se detiene frente a un edificio, donde una multitud se reúne a ambos lados de una corta alfombra roja. Cuando dijo una fiesta sencilla, no me imaginé un espectáculo semejante, y se me aprieta el estómago de los nervios porque no hay nada de sencillo aquí.

—¿De verdad me has traído aquí solo para vigilarme? ¿O solo quieres hacerme desfilar como si fuera un premio?

Su mirada me recorre, los nudillos magullados me rozan la mejilla con tanta suavidad que es casi reverente.

—Sé que vas a intentar huir. Sin duda fracasarás, pero en el caso que lo consigas, quiero que Theodore Alexander no tenga ninguna duda de a quién perteneces y quién irá por él, si te ocurre algún daño.

Mi corazón rebota, algo cálido y reconfortante se instala en mi pecho.

¿Es esto... lo que se siente al ser cuidado de alguna manera?

No, no le importo. Es posesivo con sus cosas, eso es todo.

—No te equivoques, me vería obligado a matarlo, y eso sería perjudicial ahora mismo —su pulgar se arrastra sobre mi labio inferior, sobre el moretón que ha puesto allí. —Así que si no puedes comportarte, al menos sonreirás y harás que el mundo entero crea que eres mía con tanta seguridad como yo.

—Eres un imbécil. Aún no sé por qué sigo aguantando esto, debería huir lejos de ti.

—He sido indulgente contigo, pequeña, pero no me pongas a prueba esta noche. Tú cruzas esa puerta para escapar y yo te buscaré hasta el mismísimo infierno si es necesario —Aang Briand es muchas cosas, pero la indulgencia no es una de ellas.

Debajo de este esmoquin inmaculado y la sonrisa reluciente hay un salvaje. Sale del auto y me abre la puerta. Agarro la mano que me ofrece y me pone en pie antes de rozar sus labios sobre mis dedos, sobre el anillo que está allí como un pequeño grillete.

Caminamos hacia el edificio, con el rubí como un peso de diez toneladas, una luz de neón parpadeante que señala mi situación: secuestrada, poseída. Las cámaras parpadean cuando nos acercamos a la puerta principal, y pongo una sonrisa en mi rostro.

La falda de mi vestido se agita ligeramente alrededor de mis piernas mientras él me guía hacia el interior. El caos parece calmarse por un momento, cuando entramos en un vestíbulo. En el momento en que atravesamos las puertas dobles, el tintineo de las copas y el zumbido de la charla me bombardea. El salón de baile está formado por relucientes lámparas de araña y mesas adornadas con flores.

Los camareros hacen circular bandejas con copas de champán entre una multitud de personas con vestidos y trajes caros. Es tan familiar, y a la vez no lo es. No es una sala llena de tiburones. Estas personas son peces pequeños, y Aang es un gran tiburón blanco que navega entre ellos. La atención se desplaza hacia nosotros, la gente se aleja sutilmente porque, aunque no puedan precisarlo, perciben al depredador entre ellos.

Sin embargo, eso no impide que más de una mujer lo mire como si fuera su próxima comida, justo antes que sus miradas se posen en mí.

Aang es hermoso y poderoso; por supuesto, lo desean. Odio todo lo que representa, pero a un nivel puramente lujurioso, lo deseo. ¿Y eso no me hace peor que todas ellas?

Conozco a la criatura que se esconde bajo ese bonito rostro. Me tiene cautiva, sigue intentando manipularme cada vez que puede y, sin embargo, no puedo negar que me gusta su tacto, que ansío su atención. Siempre pensé que la corrupción que gobierna el mundo me había dejado relativamente indemne, pero tengo que preguntarme si eso es cierto, porque algo tiene que estar fundamentalmente mal en mí para desearlo tanto.

Aang me conduce a una mesa redonda llena de gente y me acerca la silla como el perfecto caballero. Cuando me siento, toma una copa de champán de un camarero y la pone delante de mí antes de sentarse. Es la imagen del perfecto refinamiento mientras me presenta a estos desconocidos como su acompañante. Políticos, escritores, pintores, actores, músicos, banqueros... gente influyente, ricos, y todos ellos lo conocen.

Veo el interés en sus ojos al mirarme, el juicio. ¿Por qué Aang Briand está con una chica de veinte años a la que nadie había visto nunca? Por qué, en efecto.

Me trago la copa de champán antes de agarrar otra de una bandeja que pasa. Voy a tener que emborracharme para superar esto.

Me quedo quieta cuando Aang me aparta el pelo del cuello, y su aliento caliente recorre mi piel cuando se inclina hacia mí: —No bebas demasiado —disimula su advertencia con el suave roce de sus labios bajo mi oreja, y yo aspiro una respiración aguda.

Sonrío con descaro tomando otra copa.

Un dedo se desliza a lo largo de mi mandíbula antes de detenerse bajo mi barbilla y atraerme más cerca:

—Segundo azote —su voz tiene un toque sensual que me recorre la piel junto con un escalofrío de advertencia.

Una sensación de peligro baila en el aire entre nosotros, desafiándome.

—¿Cuántos azotes tengo? —mi voz apenas supera un susurro.

Su mirada se dirige a mis labios. —Cuatro.

—¿Y qué pasa cuando llegue a cinco?

—Entonces castigaré tu culo mocoso, Thais —¿por qué eso suena tan tentador? —Pero sigue presionando. Lo disfrutaré mucho más que tú, te lo prometo.

Esa chispa salvaje se enciende en sus ojos y me absorbe, haciéndome desear bailar con la bestia que se esconde bajo este velo de civismo. El calor me recorre en una niebla lenta y ondulante que me ciega a todos menos a él, al borde de sus pómulos, a esos ojos que pueden ser fríos como el hielo y calientes como el fuego en el mismo momento.

Cuando la tensión se extiende tanto como para romperse, me alejo. Necesito aclarar mi mente y recordar por qué demonios estoy aquí. No es para jugar a juegos sensuales con mi captor.

—Tengo que ir al baño —tartamudeo.

Sus labios se contraen mientras se ajusta la pajarita.

—Compórtate, pequeña. Por el bien de tu culo.

Me pongo de pie y me alejo a trompicones, en parte por el champán y en parte por su presencia. Tengo que controlarme y recordar lo mucho que lo odio.

Al pasar por un pasillo, miro por encima del hombro, esperando que me siguiera. Y si no es él, será alguno de sus secuaces, pero no veo a nadie más que a los asistentes a la fiesta de aspecto estirado.

¿Seguro que no confía en mí?

La única razón por la que me ha traído aquí es para vigilarme, pero aquí estoy, paseando por mi cuenta.

Una vez en el baño, finjo arreglar mi maquillaje mientras espero a que las dos mujeres que están aquí se vayan. Luego cierro la puerta y me acerco a la única ventana, que es estrecha y alta. Voy a salir para llamar a Anjoly y decirle que estoy bien, también quiero que tome mi teléfono por si Verónica o David hicieron contacto. Luego voy a volver sin que Aang haya notado que me fui.

Me cuelo por el hueco, el material de mi vestido se engancha en un pestillo con un definido desgarro, mientras me pongo de lado y me deslizo por la estrecha abertura. Respiro entre dientes mientras mis caderas apenas caben. Siempre había estado celosa del culo de Vero, pero ahora mismo estoy agradecida por mi falta de ella. Solo puedo imaginar la humillación que Aang me encuentre encajada en una ventana.

El tenue resplandor de una farola proyecta sombras sobre un contenedor de basura justo debajo de la ventana. Me aferro a la barandilla, rompiendo un clavo y raspándome las manos antes de aterrizar sobre ella, y luego caigo al suelo, todo esto sin romperme el tobillo. La euforia me invade, el aire contaminado de basura me parece de repente tan fresco, tan libre. Ahora todo lo que tengo que hacer es salir sin que Aang se dé cuenta y tener una oportunidad de volver. Solo necesito hacer una llamada.

Solo una.

—¡Eh, tú! —exclama un hombre.

Por nada del mundo voy a detenerme. Mis intestinos no acabarán en un callejón maloliente. Intento correr, pero el alcohol no me deja coordinar los movimientos muy bien.

—¡Chica! Pero ¿qué estás haciendo?

El asesino, violador o lo que sea está demasiado cerca. Doy un par de saltitos más, caigo al suelo cual contorsionista del Circo. Para mi decepción, noto unas manos grandes y fuertes en mis caderas.

—¡Para! ¡Para o chillaré! —En realidad, ya estoy haciéndolo. —Y realmente, no deseas que mi amante me escuche chillar porque te matará.

El hombre no se echa atrás, sino todo lo contrario: me aparta del suelo y me arrastra con él hacia lo más oscuro del callejón. Y todo esto teniendo yo el vestido casi por la cintura, para más espectáculo.

—¡Por favor! No me haga daño —murmuro en francés con los ojos cerrados, muerta de miedo—. ¡Le daré lo que quiera! No tengo dinero ahora, ¿sabe? Pero lo puedo conseguir... mi anillo es de..

—¿Thais?

Me quedo tiesa. ¿Cómo sabe el violador mi nombre? ¿Es que acaso es un acosador que ha estado acechándome esta noche?

Se acerca un poco más y alzo los brazos para protegerme.

—¿De verdad eres tú?

A pesar de la borrachera que llevo y el susto que tengo en el cuerpo, acierto a reconocer algo familiar en esa voz que se dirige a mí. Entreabro un ojillo y miro al hombre que me observa con los ojos muy abiertos. ¿Lo conozco? Se parece a alguien, pero la verdad es que veo tan borroso que...

—¡Joder, enana! ¿Cómo se te ocurre intentar suicidarte tirándote de una ventana? Mira que hay otros métodos más normales, pero, claro, tú siempre has sido tan rara...

Me quedo boquiabierta.

¿Qué está diciendo el idiota este? ¿Suicidarme yo?

Abro mucho los ojos y clavo en él la mirada.

—¡Ha sido tú idiota pervertido quien ha venido hacia mí en plan intimidante o qué sé yo, con esa arma en su mano! —estoy furiosa—. Casi me das un puto infarto.

—¿Intimidante? ¿Arma? Es un bolígrafo, Thais. En serio, ¿qué te pasa? —estudia mi rostro y mi atuendo y, al fin, suelta una sonora carcajada—. ¡Mierda! ¡Estás borracha!

Justo entonces descubro que yo conozco a ese hombre, y que pronunciar su nombre. En medio de todo el mareo, el corazón arranca a brincarme en el pecho. Y quiero salir corriendo o abrazarlo.

—¿David? —parpadeo.

—Cuánto tiempo, ¿verdad, enana?

Y en su tono de voz hay un enorme resentimiento.

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