10
Verónica
Gracias a un favor de David conseguí una entrevista con una estrella planetaria. Me reúno con Douglas Finn en el bar muy selecto donde debe transcurrir la entrevista. Su rostro está cubierto por unos grandes lentes de sol y su cabello se disimula con un gorro. Para mi asombro, no se escondió al final del salón, por el contrario, escogió una mesa que da hacia la ventana, donde las mujeres que pasan se quedan embobadas, viéndolo.
Si hizo eso, quiere decir que sabe que no corre ningún riesgo con la multitud, ¿verdad?
—¡Buenos días, Verónica! ¡Está radiante! —me dice.
Es verdad que, si bien mi piel de porcelana necesita más tiempo para broncearse, ya tengo algunas pecas en la punta de la nariz, lo que me da una apariencia «soleada», según David; y la blusa color gris que me puse hoy, yo lo sé, resalta aún más esta apariencia.
—Buenos días, Douglas. Gracias. ¿Cómo está?
—Muy bien, encantado de volver a verla.
Lo dice porque ya había hablado anoche por videollamadas.
Mientras la top model que hace función de camarera viene a tomar mi orden, frente a la encantadora sonrisa del actor, saco mi dictáfono y el bloc de notas donde están redactadas mis preguntas. Una vez servido mi café grande, decido entrar en el tema de lleno:
—¿Le molesta si comenzamos enseguida?
—Para nada, hermosa. Soy todo suyo, querida Verónica, haga de mí lo que desee —me responde Douglas Finn brevemente.
Ocupada en encender mi dictáfono, al principio no presto atención a sus palabras, pero cuando levanto la cabeza, él se ha quitado los lentes de sol y me mira fijamente con sus ojos mieles. Su sonrisa irónica provoca en mí un ligero malestar.
—¿En este momento se prepara para su próxima película, creo?
—Sí, es una película de acción, con una hermosa historia de amor al mismo tiempo... Una historia incluso muy ardiente de amores prohibidos y venganza —agrega con sus ojos aún clavados en mí.
Yo trago saliva, comienzo a interrogarme sobre las intenciones de Douglas Finn, pero para su próximo papel, se supone que encarnará a un mercenario, un hombre mujeriego de lo peor...
¿Quizás tiene como técnica meterse en el papel de sus personajes durante todo el día?
Decido continuar la entrevista sin dejarme desarmar, profesional y segura de mí misma; al menos en apariencia, porque en mi interior no me siento cómoda, desestabilizada por la actitud perturbadora de la estrella internacional y amigo de mi mejor amigo.
—¿Cómo logras que las escenas de acción sean tan emocionantes y visualmente impactantes? ¿Te inspiraste en algún evento real o alguna obra en particular? —pregunto, intentando guiar la conversación hacia terrenos más seguros. Mientras responde con referencias a autores clásicos y experiencias personales, tomo notas rápidas, tratando de mantener el control de la situación a pesar de su mirada fija en mí—. ¿Alguna vez te sentiste emocionalmente agotado al realizar escenas intensas de peligro? ¿Cómo lo superaste? ¿Y cómo esperas que se sientan los esoectadores después de ver las escenas más intensas?
Al terminar reviso todos mis apuntes y me quedo un rato más trabajando en mi computadora antes de enviarlo por correo electrónico. Tal vez podría salvarme con esta entrevista. Tal vez no, pero mi trabajo está hecho y creo que lo he hecho increíble para ser mi primera entrevista real.
Llego a tiempo para la junta de redacción. Anoche logré dormir seis horas aproximadamente, pero abrí los ojos antes de que sonara mi despertador.
Tengo los rasgos aun en tensión y temo que mi atuendo falsamente relajada no engañe a nadie. Me puse el único par de jeans estrechos que poseo, una blusa gris, el saco de un traje sastre oscuro y un par de zapatillas grises. No existe error posible. Como de costumbre, me puse un poco de rímel en mis pestañas y nada más. Necesito dar una buena impresión el día de hoy.
Cuando salgo del elevador, me encuentro de frente a Kalet, quien me escruta de arriba para abajo sin responder a mi pobre sonrisa.
Oh, no... Estoy segura de que ya le dijo a todo el mundo.
—¿Dormiste bien, Monsanto?
¿Monsanto? ¡Pero me había llamado por mi nombre ayer!
—Eh... Sí, sí, gracias. Vengo por la junta de redacción. Y tú, Kalet, ¿cómo estás? —digo valientemente.
—Bien —susurra. —Dime... A propósito de tu metida de pata de ayer, ¿ya pensaste lo que vas a decir? ¿Cómo te vas a defender? —me pregunta.
Inmediatamente, una bola de angustia viene a posarse en un hueco de mi estómago.
—Ah, ¿eso se sabe?
—Por supuesto, ¿qué es lo que crees? —responde, levantando los ojos al techo.
Evidentemente, yo no digo nada, al parecer la responsable editorial del grupo es como uña y mugre con el señor Alexander, entonces... mi jefa lo sabe, sabe que no reconocí a su jefe.
—¡¿Eliette lo sabe?!
Estoy aterrada.
Una periodista incapaz de reconocer a su propio jefe, bueno, Dios, ¡qué vergüenza! Resulta que con quien me encontré en el auto de mi primer día en París es mi nuevo jefe, bueno, es el jefe de mi jefa y dueño de toda la editorial. Lo que significa que si le pide a mi jefa echarme, lo hará sin dudar y me será difícil conseguir otro trabajo en otra Editorial de renombre.
Kalet adquiere un tono dulce repentinamente.
—Lo siento, Verónica.
—Gracias...
—De nada. Vamos, todo va a estar bien —asegura. —Todos hemos cometido error en el primer día, no pasa nada. Igual si piensan despedirte puedes ser mi ayudante cuando me suban de puesto, no te preocupes, lo harán pronto, ya que no han encontrado a nadie mejor para ese puesto.
Se acerca a mí y pone su mano sobre mi brazo, protectora. Hoy no puedo rechazar un poco de ayuda pero esta cercanía me incomoda. Aun así no protesto.
¡No es el momento de rechazar el apoyo! Visto lo que pasó la última vez.
—Gracias, Kalet, eres muy amable.
—No te preocupes, aquí estoy —me tranquiliza apretando un poco más su mano.
Un poco molesta a pesar de todo, le pongo fin a esa efusividad.
—Bueno. Voy a refrescarme un poco antes de la reunión.
—Ok —responde quitando su mano después de un último apretón. —Nos vemos allá. Te sentarás a mi lado, ¿de acuerdo?
Lanza con un guiño.
Total es la única persona de la redacción que conozco.
—Sí, de acuerdo.
Me alejo. De ansiosa, paso a estar realmente angustiada. Ni una sola palabra sobre mi fallida entrevista.
Me precipito hacia el baño de mujeres, el corazón se me sale por la boca. ¿Por qué no reconocí a mi jefe?
¡Porque caíste en éxtasis frente a él, como una chiquilla hormonal! me responde la consciencia.
Las manos puestas sobre el lavabo, mirándome a los ojos en el espejo, hago un resumen rápido.
Bueno, cometí una torpeza enorme con el jefe de los jefes. No llevé a la redacción el artículo que se me había encomendado. Pedir una cita con el señor Briand es igual que pedir una cita con el presidente. Su secretario me dijo que podría darme una cita de aquí a un año, lo más rápido sería dentro de diez meses. ¿Qué mierda? Ahora no me queda más que blandir mi valor e ir a la junta de redacción y defenderme. Y si no sale bien... estoy jodida.
Si no sale bien, trabajaré con más ahínco para probarles que se equivocaron. Además, para ser el primer día de uno trabajando para ellos debieron poner a alguien accesible. No es mi culpa que me lo hayan dicho a último momento ni que me pusieran a alguien que es como el maldito presidente con sus horarios.
Respiro, me echo agua fría al rostro. Paso algunos minutos más para reparar mi rímel corrido, luego salgo para buscar un poco de café. Frente a la máquina expendedora, decido que necesito un poco de dulzura y escojo un capuchino.
—¿Señorita Monsanto?
Todo mi cuerpo se tensa. Mi corazón martilla en mi caja torácica, las mariposas revolotean en mi vientre y mi entrepierna grita a gritos ser tocada.
¡Esta voz!
¡Dios mío, lo reconozco! Es él, mi jefe.
Apenas me atrevo a voltear. Dibujo como puedo una sonrisa en mi rostro y doy un cambio repentino de cara, con mi vaso de café en la mano.
Frente a mí, más inoactante que nunca, está Theodore Alexander, aquel que puede destruir mi carrera apenas en desarrollo —o que ya la destruyó—. Vestido con un traje elegante con un corte perfecto, azul oscuro, zapatos negros bien pulidos, avanzado hacia mí, despreocupado, y con una sonrisa calurosa en los labios.
¡Es tan joven este hombre! ¿Cómo es posible que se encuentre a la cabeza de un imperio como éste? Y no solo es la redacción, también está su marca de champán. Según lo que dicen la redacción es lo que heredó del padre, pero el champán fue lo que trabajó hasta convertir en lo que es hoy, y esa es la razón por la que le presta más atención que a sus otros negocios. Juro que cuando escuché todo eso me imaginé un viejo calvo y panzón por lo que ni lo busqué en internet.
Grave error. Porque por crees eso, cometí un error.
Sin embargo, ahora que lo he buscado casi no hay nada sobre él, es como si una parte de su vida fue borrado, o está muy bien oculto. Lo que me atrae, como periodista, siempre es bueno buscar e investigar los misterios.
—Es un gusto volver a verla —me dice. Veo sus labios... tentadores y apetecibles moverse. —Y compruebo con placer que pudo encontrar el auto correcto y llegar bien.
—S... sí, en efecto. Ambas limusina eran idénticas —digo avergonzada. —Escuche, necesito disculparme por...
—Y evitó traer zapatos de tacón —me interrumpe con una sonrisa—, es muy prudente y sabio de tu parte. Aquí el descanso no es un derecho sino un privilegio; siempre hay que ir de aquí para allá. Tus zapatillas te ayudarán a moverte más rápido y te evitarán dolor.
Me siento enrojecer hasta la raíz de mis cabellos.
¡Este hombre sabe cómo alborotar mis hormonas; porque normalmente no soy así! Al contrario, he vivido huyendo de los hombres desde hace un año, más o menos.
Me lanza una mirada divertida.
—Siento muchísimo haber abordado tan groseramente en el auto, créame que...
—Entiendo.
—Nunca debí tratarlo así y...
—La entiendo perfectamente, señorita Monsanto.
¿Qué? ¡¿Quééééé?
Sorprendida, me interrumpo.
¿Acaba de decirme que lo entiende? Es cierto que no parece estar enojado conmigo, pero eso de entenderme, no sé.
Me mira fijamente y es como si sus ojos me clavaran en mi lugar. Esos ojos, por encima de esa sonrisa irónica, son jueguetones, cautivadores y muy seductores.
—No es muy habitual que una joven auxiliada se revele como usted lo hizo conmigo, de hecho, la mayoría me conoce y siempre estás buscando mi atención —me dice—, sé porqué reaccionó de esa manera. La tenacidad es una cualidad para una periodista. Y me gusta que mis periodistas tengan cualidades y saber que no todos me conocen es un buen golpe a mi ego —me explica. —Fue refrescante conocerla y espero que se puede adaptar rápido a la Editorial, se necesitan más personas así.
—Oh, gracias.
Apenas puedo responderle, tan estupefacta estoy. Me cuesta trabajo entender.
—Te felicito por la lectura entrevista. Acabo de ver a Eliette, quien me habló de la entrevista que usted obtuvo, no era la que queríamos pero igual fue un golpe maestro. ¡Bravo, nos ha encantado y el público lo ha devorado en menos del tiempo esperado!
—¿La señora Fatum la aceptó?
Mis ojos aguados están perplejos.
—¡Por supuesto que la aceptó! Es muy difícil acercarse a Finn, había rechazado todas nuestras peticiones de entrevistas y, como lo conozco un poco, estoy autorizado para decir que nunca cede fácilmente. Era uno de nuestra lista, así que, felicidades por tu entrevista.
Ahora que sé que mi entrevista me ha salvado el pellejo, no puedo evitar mirarlo. Es la primera vez que conozco a un hombre tan seductor, tan sexy. No lleva corbata y su camisa inmaculada deja ver su piel bronceada y seguramente muy suave, por donde sería tan placentero pasar los labios...
—¿Señorita Monsanto? —dice, sacándome de mis pensamientos perversos.
Me sobresalto.
¿Estás loca o qué? ¿Qué te pasa? ¿Cómo puedes mirar a tu jefe de forma tan lasciva?
Espero no haberme quedado boquiabierta contemplándolo demasiado tiempo. Una cosa es segura: no escuché ni una sola palabra de lo que me dijo. En todo caso, él parece estar muy divertido.
—Como le decía, mañana por la noche, daré una velada en donde están invitados todos mis colaboradores regulares. Su entrevista exclusiva es digna de los más grandes, ¿me complacería siendo uno de los nuestros esa noche? Ahí podría crear contactos muy importantes.
—¿Yo? ¡Por supuesto!
No lo pensé ni un segundo. ¿Cómo no decirle que sí a este hombre? Además, estaré en una fiesta de celebridades, podré conseguir muchos nombres y contactos para mis futuras entrevistas. Creare un nombre.
Satisfecho, me sonríe y me tiende la mano. La tomo y, como la primera vez, con ese contacto, mi cuerpo entero es recorrido por un largo escalofrío. Nuestras miradas se cruzan y sus ojos tienen una dulzura conmovedora.
—Estoy muy contento por verla mañana por la noche, Verónica.
¿Sabe cómo me llamo? No solo se aprendió el apellido para hablar de la entrevista. ¡Oh, Dios, lo sabe!
—Gracias, señor Alexander.
«¡Está feliz por volverme. No me va a echar!». Repito en mi mente incrédula.
Estoy muy consciente que se trata de pura cortesía de parte de un hombre de educación refinada, pero no puedo evitar alegrarme. Creo que tengo el mejor jefe del mundo.
Suelta mi mano, muy a mi pesar, y me lanza la sonrisa más encantadora del universo.
—Le haré llegar la invitación —dice. —Hasta mañana.
Me quedo sin voz mientras se aleja. Su paso grácil y rápido me hace irremediablemente pensar en un felino. ¡Guau!
Voy hacia la junta de redacción como si estuviera en una nube. Mi comfianza vuelve y me siento renovadaLa señora Fatum me pide que me siente a su lado y lo hago, sin dudar.
Kalet está realmente ofendida por no haber tomado el asiento que ya había reservado para mí a su lado, pero ni modo. No puedo decirle no a mi jefa delante de todos. Y sospecho que Kalet exageró las posibles consecuencias de mi error para acercarse a mí y no me parece muy elegante de su parte que se haya aprovechado así de las circunstancias. Se supone que como colegas debemos apoyarnos mutuamente, no poner baches en el camino del otro y más cuando esa persona es nueva. Además, mediante la entrevista me he enterado que el puesto que ella quiere aún sigue disponible; porque no tienen muchos candidatos y resulta que hasta yo podría llegar al puesto si consigo buenas entrevistas. Sospecho que ella quería bajarme el ánimo para quedarse con el puesto.
Tan pronto como la junta se terminó, encuentro una esquina aislada en el espacio abierto para ponerme a trabajar. Tengo decenas de llamadas que hacer. Estoy encantada, esta vez, me encargaron un reportaje sobre empresarios, la vida de la ciudad empresarial y sus pequeños secretos desconocidos por el gran público. Necesito contactar a los masajistas, a los organizadores, a las edecanes...
Después de varias horas de trabajo, me encuentro por fin libre de todo el ajetreo y voy a mi casa.
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