Día 15 (LGBTQ+)

***Escuchar el vídeo para disfrutar la lectura, okno, pero es recomendable***

Había esperado toda mi vida, este momento. Una corriente nerviosa recorría cada parte mía al darme cuenta que pronto estaría cumpliendo mi más grande sueño. Había sido un reto haber llegado hasta aquí. Me observé frente al espejo, cruzado de piernas, aplicando labial brillante en mi boca, delineador en mis ojos, esmalte en mis uñas, todas de morado. Ya listo, me miré otra vez. No podía evitarlo. Adoraba los accesorios, el vestido púrpura con diseños brillantes que relumbraban al moverme, la hermosa pluma sobre mi espalda, los tacones bajos que sobresaldrían en escena. Sonreí.

—Quedan diez minutos, prepárense —informó el encargado.

Asentí mostrando seguridad, mi corazón comenzó a latir a mil por hora, conmocionado. Estaba ansioso, angustiado, diversas emociones prescindían en mí, subían como marea hasta mi cabeza intentando ahogarme de felicidad o quizás ¿miedo? Por un instante pensé en arrepentirme, salir de allí, tras escuchar los murmullos de las bailarinas. Quizás seguía pareciéndoles raro que un chico hiciera este papel tan protagónico. Sacudí la cabeza negando ¿Quién dijo que para ser vedette tenía que ser mujer? Había trabajado duro para que saliera corriendo ahora. Esto era mi sueño, lo que siempre quise ser, y… estaba bien.

Las luces titilaron indicando nuestro turno había llegado. El animador nos presentó. Me ubiqué en el sitio que me indicaron, al igual que mis compañeras liláceas. Desde el otro lado, se escuchó un sonido estrepitoso que nos presentaba poniéndome tenso, aumentando el nerviosismo. Respiré hondo intentando encontrar paz.

Me dirigí al escenario haciendo volteretas, las chicas me siguieron en una especie de cola que pronto tendría que dispersarse una vez llegado al centro. Llegamos, cada una hizo lo suyo. Sentí cómo diversas sensaciones se aglomeraban en mí. Nunca me había sentido así. Esto era algo único, especial. Mis compañeras bailaron alrededor moviendo la cadera, los hombros.

Entonces llegó mi turno para cantar sensualmente — como Emily, mi maestra, me había dicho— a los jurados, al público. Quedé más nervioso, sin palabras, cuando observé adelante cientos de personas mirándome. Definitivamente era un concurso muy conocido. Caminé al pedestal. Tragué saliva sosteniendo el micrófono en mis manos sudorosas. Quedé en silencio. Imágenes de mi pasado aparecieron en mi mente. Yo llegando a la escuela secundaria, viendo un salón de niñas bailando, abrazando a un chico que me gustaba, con miedo de confesarle mis gustos a mamá, mamá abrazándome, papá gritándome, mis compañeros burlándose de mí por ser gay, Adrián abrazándome, besándome, yo siendo feliz. Suspiré, no debía rebajarme, no después de haber alcanzado tan alto.

—¡Vamos, puedes hacerlo, Martín! —gritó la voz de Adrián.

Abrí los ojos reaccionando, entonces canté Break Free de Ariana Grande. Quité el micrófono del pedestal. Anduve por el escenario.

Terminé con una ovación de aplausos que no había podido asimilar al principio. No lo podía creer. Había volado alto, había cumplido mi sueño. De algún lugar, llegó Adrián, me besó dulcemente sonriendo, felicitándome. Me señaló con su dedo, lo seguí, entonces los vi. Ahí estaban ellos sonriéndome. Corrí inmediatamente a abrazarlos.

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