Dia 8: Perfiles (Steps)

El intrínseco aire gélido de una noche de invierno en Londres deja una sensación de soledad y penumbra hasta la médula ósea, las calles vacías eran muestra de la baja temperatura que no se estancaba y seguía en picada por cada segundo que pasaba y cada paso que daba, no lo tomé muy en cuenta hoy temprano en la mañana al salir, que sería la noche más fría en los últimos diez años, dijeron.

Ya saben, el noticiero dice una cosa pero el clima que Dios rige te demuestra cuán errado estaba el joven del clima. Esa fue la razón principal por la cual decidí que salir a altas horas de la noche del trabajo tras hacer algunas horas extras, no seria la gran cosa, pero lo fue, porque esta vez Dios no ignoró el diagnóstico climático y dejó que las calles se bañaran de tiniebla y escarcha.

El frio tétrico de la soledad en que me hallaba podría congelar hasta mis huesos si no llevase un abrigo sobre mi piel, no evitaba que sintiese como si estuviera sucediendo, aún si resultaba ser imposible.

El viento soplaba llevando consigo un olor a muerte típico de una noche como esta, despeinando mi cabello y agitando mi bufanda, hace más o menos dos cuadras me di cuenta que no sólo el viento era toda mi compañía, sentía un peso en mis hombros de un par de ojos que me observaban de cerca.

No solo el sonido del silencio chocando contra la ventisca nocturna era todo lo que lograba escuchar, había pasos, pasos que parecían seguirme de cerca, pasos que me imitaban, pasos que parecían tener el objetivo de perturbarme y aterrorizar mi alma, lo lograban a decir verdad, por ello giré, necesitaba verlo, necesitaba ver quién me seguía, así que sutilmente giré.

No había nada.

Ni un alma se veía por la desolada calle en que emprendía mi rumbo a casa, pero yo puedo jurar que lo escuché.

Mis pasos ahora sonaban inquietos cuando el tacón de mi zapato chocaba contra la acera y emitía un <<Clap, clap, clap>> acelerado, acompañados por un sonido de trasfondo que matizada el compás del que hacía uso.

<<Tap, tap, tap...>>

Parecía que tenia paciencia y yo hace ya unos minutos la había perdido, quería correr, si solo mis tacones me lo permitieran, si solo la escarcha no hubiese forrado la calle lo suficiente para emprender una carrera hacia la puerta de mi casa.

Las cuadras seguían pasando y parecía no tener fin, hasta que vi mi edificio a unas calles, me detuve y fue el segundo exacto en que sentí el gélido aliento de alguien sobre mi oreja izquierda, más gélido que la mismísima noche que me permitía ver mi propio aliento en el aire. Corri.

Sin importar la escarcha de las calles o si caía, al menos intentaría huir.

Llegando al edificio vi a mi vecino y le grité por ayuda, me observó y rió.

Me di la vuelta. No había nadie.

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