Prólogo

Creo que tuve razón desde el primer momento que mi mamá nos dijo que nos viniéramos a vivir aquí.

Desde ese caluroso día de Junio, mi vida ha sido miserable. He sufrido bullying hace siete meses, mis padres pelean mi custodia pero por el momento me estoy quedando con mi mamá, tratando de hacer oídos sordos a todas sus peleas diarias y a los millones de papeles de divorcio que reposan sobre la mesa del comedor. Mi hermano murió en un accidente automovilístico de camino a su trabajo hace un mes. Ni siquiera tuve la oportunidad de decirle adiós ni de cuanto lo quería. A mi abuela hace poco le diagnosticaron cáncer gástrico, quizás con la operación pagada con una millonada de dinero y con las miles de máquinas que tiene conectada a su débil cuerpo, logre salir de ahí. Después de que mi hermano Alex murió, mamá se busco un novio y a los tres meses ya estaba embarazada. Tengo una hermana. Hermanastra, perdón. No es tan insoportable como esperé que sea, raramente ella se empezó a convertir en la persona más importante para mí, pues todos los demás me han fallado y decepcionado incontables veces.

No quiero seguir recordando todas las desgracias que he pasado acá. Me imagino que con eso es suficiemte para que quede claro que la mala suerte está impregnada en mi vida.

Hoy, una de mis compañeras me botó el almuerzo y me echó gaseosa en el cabello. Menos mal que a la directora se le ocurrió reaccionar y suspenderla logrando dejarme usar las duchas.

Estoy caminado hacia mi casa, hace frío y solo estoy usando mis jeans rasgados, converse negras y un jersey negro que no me abriga en absoluto, que lo tenía de repuesto en mi casillero. El cielo amenaza con fuertes truenos, relámpagos y algunas gotas de lluvia que caen sobre el gris cemento de la calle. Colocó mis manos en los bolsillos y camino un poco más rápido para poder llegar a mi casa. Necesito tomar el bus que me deja a solo unas cuadras.

A esta hora hay una marcha por la igualdad. Las calles están hechas un desastre. El sonido de los tambores y los gritos de la gente inundan mis oídos. El cielo está cubierto de pancartas y carteles diciendo un eslogan reflexivo para llamar la atención de las autoridades. Tomó la otra calle para poder librarme de toda esta estampida de gente pasando. Logro escapar y caminar unas tres calles más, dejando atrás la marcha. Me siento en el paradero y el bus se divisa a lo lejos. Balanceo mis pies hasta que el bus alcanza a salpicar el charco de agua que se formó delante de mí sobre mis pantalones.

-Mierda- Murmuro.

Subo al bus y pago el pasaje con lo poco de dinero que me quedaba suelto en la mochila. Es esqueleto del vehículo está vacío. Me subo al asiento más alto, en el último lugar. Sola. Como siempre.

Sube una pareja de ancianos que toman asiento en la primera fila. Ambos conversan y sonríen con tantas ganas que mi boca quiso curvarse de alegría, pero malos pensamientos volvieron a mi mente llevando una corriente de energía a mi boca para que se volviera a tornar seria.

Quince minutos de recorrido. Le pido al conductor que pare y bajo por la puerta de entrada para no caminar tanto, pues el bus es largo y yo estaba en el último asiento. Las puertas delanteras se abren y coloco un pie sobre el suelo de la calle.

-Que tenga una buena noche, señorita- Dice el conductor. Me doy la vuelta con los ojos abiertos.

-Para usted también- Contesto en un suave susurro. El simpático señor me despide con la mano y cierra las puertas justo en el momento que mi pie restante choca con el concreto del duro suelo.

Ojalá eso me lo dijeran todos los días, por lo menos un caballero que no conozco se preocupa por mí.

Eso es algo bueno.

Camino por una calle llena de adolescentes juntos en un gran círculo al final de la calle. Todos estaban muy alegres e irradian energía y despreocupación. Pareciera como si fuese un tipo de junta de algún grupo de red social.

Todos están regalándose cosas y hay muchos carteles. Leo algunos que están cercas de mi vista. "Remeras gratis" "¿Quieres alguien que te haga sonreír? ¡Acércate aquí y conversemos!", "¿Hambre? Ven a compartir una pizza conmigo", "Únete a este bonito grupo donde conocerás nuevos amigos!", "Besos gratis", "Brazaletes de la amistad gratis", "¿Tatuajes? ¡Aquí!" y muchísimos más que daban la vuelta a toda la manzana. Sigo caminando observando como muchos chicos y chicas se detienen a ver los letreros y se unen a aquellos grupos, sintiéndose queridos en algún momento.

Me detuve en un letrero que decía en letras grandes y negras "Abrazos gratis". Una larga fila estaba detrás del cartel. ¿Qué más da? Sólo es una persona sociable que le gusta abrazar. Y necesito más que nada un abrazo en estos momentos.

La fila cada vez se iba haciendo más corta llegando a un chico que no le veo muy bien la cara porque me tapan las siete preseonas que están delante de mí. Avanzo cada vez más, hasta ser la segunda. Apreto mi mano contra la correa de mi mochila. La chica que esta delante de mí deja de abrazar al chico y sale corriendo a ver otros letreros que dan la vuelta a la rotonta. Me volteo quedando al frente de un chico de hermosos ojos marrones que posa su mirada en mí con una contagiosa sonrisa.

-Me imagino que tienes un mal día- Dice. -Aquí estoy yo para ayudarte. Ven abrázame.

Por un impulso, me abalanzo a los descubiertos brazos del chico, intentando liberar todas mis malas energías y botarlas a la basura. Él me estrecha con fuerza contra su cuerpo, sus cálidas manos acarician mi cabello y su tranquila respiración choca contra mi oído. Cierro los ojos con fuerza disfrutando de la hermosa sensación de dar un abrazo.

Un abrazo gratis.

Aspiro el dulce perfume que descansa sobre su piel y las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos. El chico desconocido deja el cartel en el suelo, sin despegar ni un segundo sus brazos de mi cintura. Tomo con más fuerza sus hombros y comienzo a llorar desconsoladamente. El chico frota mi espalda con dulzura provocando que los pelos se me pongan de punta y pequeños temblores vibren por mi columna vertebral. Tanto necesitaba un abrazo como estos, que te hagan recuperarte. Los ojos me ardían, haciendo que más lágrimas rondaran por mi cara. El chico me mira, y con su pulgar limpia las tibias lágrimas llenos de dolor que inundan mi cara. Se sienta en la vereda y me coloca en sus pierna, como una niña pequeña que se acaba de caer en un parque.

-¿Qué pasa, preciosa? Cuéntame, estoy aquí.

"Estoy aquí". Nadie me había dicho eso nunca en mi vida. Alguien se estaba preocupando por mí, sobre lo que me está pasando. Sus ojos reflejan preocupación y ternura, lo que me hizo tranquilizarme un poco, ya no sollozaba. Mi pulso volvía a ser normal y el corazón no estaba a mil por segundo queriendo estalla en mi pecho.

-Cuéntame, estoy aquí- Repite. Mis cuerdas vocales se enriedan sin saber que articular. ¿Cómo empiezo? Los problemas eran interminales y algo me decía que se iba a aburrir de mi insignificante historia. Era mucho.

-Hermosa, no te preocupes. No importa cuán largos sean tus problemas. Tengo todo el tiempo del mundo. No llores más, por favor, me parte el corazón.

Abro la boca para hablar, pero un chico se acerca hasta nosotros y le toca el hombro. Él voltea y sonríe.

-Michael, ¿te quedarás acá? Con los chicos iremos a una comuna cercana- Dice.

Michael. Michael es su nombre.

-Sí. Me voy a quedar acá. Avancen sin mí- Responde Michael. Su amigo se da la vuelta dispuesto a irse con toda la junta de chicos, pero Michael vuelve a hablar. -Louis, llévate mi cartel. Creo que lo necesitarás más que yo.

Él me mira y acaricia mi mano. Bajo la mirada con las mejilla ruborizadas.

-Dale, adiós- El chico llamado Louis toma el cartel y se lo lleva cargándolo en su espalda. Michael vuelve su mirada hacia mí. Mi pecho de contrae y lo único que quiero es volver a abrazarlo.

-Empieza, cariño.

Las palabras que estoy por decirle me queman la garganta. Luchó contra el gran nudo que se posa en mi estómago evitándome hablar. Y de una vez por todas, suelto todo lo que tengo atrapado en mi corazón.

-Mi vida es un asco. Desde que me mudé acá, he sufrido de bullying en mi colegio. Hoy una chica me tiro soda en la cabeza y me botaron el almuerzo. Mis padres se estan divorciando, mi mamá está con un tipo que ya la dejo embarazada y esa hermanastra... se podría decir que ella se está convirtiendo en mi vida- Sollozo. Michael me mira con dolor y con el ceño levemente fruncido. -Mi hermano murió hace un mes y a mi abuela le diagnosticaron cáncer. Creo que eso es un resumen de todo lo que me ha pasado. Ya es suficiente.

Michael apreta los labios y me abraza otra vez. Me da un beso en la mejilla y hunde su nariz en la cima de mi cabeza. Sus fuertes brazos me envuelven dándome calor y me hacen olvidar el horrible clima que cubre toda Detroit. Ya no se escuchan ni las conversaciones de millones de chicos, ni murmullos del viento al soplar. Solo escucho la respiracion de Michael. Su boca busca mi oído.

-Creo que ya la vida te ha dado lo justo y necesario de dolor. Pero mírate. Mira en lo que te has convertido. En una persona fuerte. Todo lo que has podido soportar, seguir aquí, es increíble. No dejes que vuelvan a tratarte como la débil, porque ese es el más lejano adjetivo que te califica. Eres la persona más fuerte que he conocido.

Lo estreché más a mí y lágrimas cayeron de nuevo por mi rostro. ¿Cómo una persona que no me conoce puede decir aquellas cosas de mí? Tal vez tenía razón. Yo todavía sigo aquí aguantando todo lo que sucede, y todas esas cosas pasan cada segundo de mis días. Aprendí como sobrevivir. Como soportar. Y creo que lo he hecho bien. Pero lo malo, es que no hago algo para que deje de hacerlo.

-Pero ya no te angusties. Después de la lluvia, siempre sale el sol- Deposita un beso en mi mejilla. -Desde ahora, serás feliz. Tu hora de sufrimiento ya acabó- Se levanta del suelo y me da la mano para ayudarme a pararme. -Ahora todo será felicidad. Sonríe para mí, por favor. Quiero ver esa hermosa sonrisa que tienes.

Bajo la mirada y me limpio las lágrimas. Lo miro intentando no hundirme en su hermosa mirada. Michael dibuja una sonrisa y muestra su perfecta dentadura. Me cuesta. Me cuesta mucho hacer una verdadera sonrisa. No quiero fingirla.

Michael hace una mueca y una cara chistosa. Y de la nada la risa se apodera de mi boca y las comisura se me curvan. Me tapo la boca de lo asombrada que estoy. Michael camina los escasos pasos que nos separan y me eleva por los aires. Yo me río y él ríe conmigo. Me suelta delicadamente hasta que mis pies tocan el suelo y le sonrió.

-Tienes una preciosa sonrisa.

El calor sube a mis mejillas.

-Gracias, Michael.

-Por cierto, ¿Cómo te llamas?

Me río. Me da todos esos consejos y yo ni siquiera le digo mi nombre. Soy una completa inútil. Me muerdo el labio.

-Valentina.

-Espero verte de nuevo, Valu- Sus labios se posan en mi frente. -Tengo que volver a la junta. Fue un gusto conocerte y espero haberte ayudado en algo- Sonríe. Tiene la sonrisa más bonita que haya visto.

-Gracias, de verdad- Mi voz es un débil susurro. Él se coloca frente de mí y sus brazos se enredan en mi cintura una vez más.

Ojalá hubieran carteles de abrazos gratis todos los días, pero que solo Michael esté para dármelos.

*~*

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