¡Deja de hacer eso!

Prefiero quedarme con la duda antes de preguntarle. Sí no me lo ha dicho es porque es incómodo y debe dolerle. Intento cambiar de tema y por fortuna lo logró. Hablamos sobre nuestro pasado y lo que hacíamos antes de que nos conociéramos.

Lo bonito de todo esto es que por fin tenía un amigo en cuál confiarle todo. Yo sabía que Michael no le diría nada a nadie y tampoco me traicionaría. Se que suena inútil, pues lo conozco hace tan poco, pero hizo que en tan poquito tiempo se convirtiera en una persona tan importante para mí. Creo que ya está en el nivel de Araceli. Así lo quiero. Así de especial e importante es para mí. No lo quiero perder. Ojalá que mi mala suerte no se haga presente en estos días. Quiero disfrutarlos. ¡Y lo haré!

-Aquí es- señalo el condominio. Ambos entramos y Michael saluda al guardia. El guardia le devuelve el saludo sonriendo. ¡Eso es lo que Michael provoca en las personas!

-¿Cómo haces eso?- le pregunto asombrada. Para mí es muy increíble el efecto que tiene Michael hacía los demás. Los hace sentir bien con un simple gesto o saludo.

-¿Qué?- me pregunta frunciendo el ceño, divertido.

Le doy un suave golpe en el hombro y aún así se soba después de mi golpe. Empiezo reír y él se ríe conmigo.

-Saves muy bien de lo que hablo- le digo con un tono de ironía. Él niega y suelta otra carcajada mientras introduce una de sus manos en los bolsillos de su chaqueta.

-No sé de que hablas, bonita.

Al escuchar la última palabra de lo que dijo, miles de tonos rojizos se apoderan de mis mejillas. Maldigo por dentro. ¡Deja de hacer eso, Michael!

-De eso- murmuro.

-¿Qué? ¿Hacerte sonrojar?

Me sonrojo aún más. ¿Es posible eso? Le vuelvo a dar un golpe pero más fuerte. Él se queba y se ríe. Su risa es tan contagiosa que río con él.

-No- le respondo con tono molesto. -¿Cómo provocas eso en las personas?

-¿Hacerlos sonrojar? No sé sé...- responde divertido.

-¡Michael!

-Ya, okey. No lo sé en realidad- duda un poco y me mira. -Creo que lo hago porque me gusta ver sonreír a las personas. Son cosas pequeñas las que hacen cosas grandes. Deberías hacerlo tú también, aunque ya con tenerte cerca y hablar contigo, me alegra el día.

Me ruborizo de nuevo por sus aduladoras palabras. Quiero hacerlo enojar. Es muy curioso para mí ver la faceta del Michael molesto. ¿Cómo será? No me lo puedo imaginar. Él siempre anda tan feliz. En serio, ¿cómo será verlo con el ceño fruncido, la mirada amargada y callado? Sería bastante inusual y extraño.
-¿A cuántas les has dicho lo mismo, Michael?

Parece que no le sorprende mucho mi pregunta, pero aún así frunce el ceño desconcertado. Intento aguantar la risa al ver su rostro totalmente confuso.

-A una...

-¿Quién?

-Tú.

¡Mierda! Es que ya me está estresando el asuntito de bajar la mirada cada dos segundos y que mi cara arda de verguenza. Pero me encanta que lo haga. Creo que me estoy volviendo bipolar. Maldita sea.

-Deja de hacerlo- le digo en tono autoritario.

-¿Qué cosa?- se hace el tonto mirando hacía el frente y escondiendo una sonrisa.

-¡De decirme cosas tan bonitas!- le respondo. Él ríe.

No me doy cuenta que ya estamls en la puerta de mi casa. Paramos de caminar, él me suelta la mano y colaca ambas a cada lado de mis mejillas. Me acaricia y el minúsculo roce que está haciendo provoca que se me pongan los pelos de punta. Miro hacía abajo, con los nervios a flor de piel.

-No puedo dejar de decirte cosas bonitas. Es inevitable. Además, es adorable que te sonrojes. Quedan pocas mujeres así. Las que se ruborizan, siempre son las más bonitas.

Michael me deja en la puerta de mi casa y me abraza por más de un minuto. Me da un beso en  la mejilla y me dice que pasará por mí mañana. Le respondo con un "esta bien" y él ríe porque mis mejilla se volvieron a tornar de un color rojo carmesí. Lo veo alejarse y desaparecer a través de la abundante neblina que se esparce por la ciudad. Enteo en mi casa y está toda a oscuras. Rapidamente subo las escaleras tratando de hacer el mínimo ruido posible. Logro con dificultad llegar a mi pieza. Me saco la ropa y me coloco el pijama. Me meto en la cama y en menos de dos segundos, estoy dormida.

(...)

El molesto sonido de mi celular que vibra contra mi velador me despierta. Me froto los ojos con mis manos. Me duele la cabeza y tengo mucho sueño. El cielo está nublado y en cualquier momento, puede que llueva. Veo mi celular a duras penas y es un mensaje de Stephani. Lo ignoro completamente y me levanto de la cama. Mi estomago pide a gritos algo para comer. Bajo a la cocina y no veo a Lucas, el novio dd mi mamá, sentado en el sillón donde casi siempre está. Me preparo unos cereales con leche y subo para ver si está Araceli. La cuna está vacía. Ok, esto está empezando a asustarme.

Me doy la vuelta y me encuentrl con mi mamá. Me sobresalto.

-Hasta que por fin te despiertas, Valentina- dice con los brazos cruzados. -¿Por qué llegastes tan tarde ayer?

-Estuve con alguien- me encojo de hombros. Odio que mi mamá haga eso, que cuando le conviene, me ande preguntando que andaba haciendo o cosas así.

No me contesta. Bueno, es lo típico, así que no le doy importancia. Voy hasta mi recamara y veo la hora en mi celular. Casi me desmayo ahí mismo. ¿Son las 3:45? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Tanto dormí? Esto es imposible.

Escucho el timbre sonar y a continuación los gritos de mi mamá diciendo que abra la puerta. Arg, claro, estoy en tan buenas condiciones a e feliz voy a abrir la puerta para que un desconocido se ría de mí al verme con pijama a estas horas de la tarde. Me coloco un jersey viejo encima, que me llega hasta la mitad del muslo y salgo con mis zapatillas a abrir la puerta. Bajo las escaleras, bostezando.

Abro la ouerta esperando que sea el cartero, el chico que entrega el diario o Betty, la vecina. Pero me encuentro con aquel chico de ojos miel, apoyado sobre el marco de la puerta. Él me mira y sonríe tiernamente. Yo, seguramente, estoy con una mandíbula de unos tres metros. ¡Verdad que hoy iba a salir con él! Oh... mierda.

-Michael, yo...- titubeo. -Yo...

-¿Te quedaste dormida, bonita?- me mira de arriba a abajo y me sonrojo. Ya no puedo ni siquiera taparme con la puerta. En mis pensamientos sólo abunda la frase: "¡Trágame tierra, por favor!"

-Eh... sí- murmuro. -¡Qué verguenza! Estoy horrible.

-Te ves hermosa recién levantada.

Debe estar bromeando. Volteo mi cabeza para chocarme con el espejo que tenemos casi a la entrada. Estoy con el maquillaje corrido, con la cara somnolienta y el cabello despeinado. Oh, sí, muy hermosa.

-¿Podrías esperarme unos veinte minutos para bañarme, cambiarme e irnos?- le digo con las mejillas rojísimas. -Puedes entrar sí quieres...

-Claro, yo te espero- sonríe. Me asombra que se tome con tanta tranquilidad mi indecente problema y que me trate, aún así de horrible como una princesa.

-¿Quieres un vaso de jugo, agua... algo?

-No, gracias.

Escucho las sandalias de mi madre, bajandl las escaleras. Lo que faltaba. Le susurro a Michael que no diga nada. Él me mira confundido.

-Valentina, para tu información Lucas y Ara...- deja de hablar al ver a Michael sentado en el sofá. Mi mamá me mira y una sonrisa de sorpresa pasa por su boca. Maldita sea. -¿Y quién es este muchacho? ¿Desde cuando tienes novio, Valentina?

Tierra. Tragame. Te. Lo. Suplico.

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