Abrazo de la Luna


La oscuridad se cernía en el bosque. Poco a poco la tenue luz de la luna se abre paso tímidamente entre las ramas y hojas de los árboles, aunque no lo suficiente como para que Dante dejase de estar sumido en sus pensamientos.

Llevaba horas de pie alrededor del círculo de piedras, abrumado, confundido y a segundos de dejarse llevar por sus pensamientos. Dante mantenía sus ojos cerrados, y sus manos que se encontraban blancas por la fuerza de cerrar estas, se abrieron tras un sonoro suspiro. El viento bailaba lentamente a su alrededor, comenzando a impregnar su alrededor de un suave aroma a lavanda; su favorito.

De sus ojos comenzaban a brotar leves lágrimas incontrolables debido a sus pensamientos. No quiero. No puedo. Era lo único que la mente de Dante era capaz de decir conforme las imágenes se arremolinaban en su mente. El día de hoy era especial para él, para su aquelarre. O más bien para su familia y su futuro.

Durante su vida, habría diferentes tipos de uniones, pero la más importante era la Unión de Sangre, en la que quedaría unido para siempre a su alma destinada. Alguien que no conocía. Alguien a quien él no elegiría.

Aquello había sido así desde que la primera nonna strega — o la anciana mayor—, lo había decidido. Una decisión cruel y egoísta. Había que renunciar al amor, y vivir con el cariño solo para mantener la fuerza y el poder dentro del aquelarre. La pureza que jamás debía de desaparecer.

El cuerpo de Dante tocó el suelo al dejarse caer de rodillas, dejando que un grito ahogado ensordeciera todo el bosque. Sobre la húmeda tierra, Dante abrazaba su propio cuerpo tembloroso. Frente a él, un fuego brotaba por encima suyo, descontrolado, y dejándose influir con el sentimiento que le recorría por dentro al joven.

Abre los ojos.

Era incapaz de oír nada junto a él. Solo podía llorar, sintiendo como el calor frente a él se hacia demasiado insoportable.

Dante, abre los ojos.

Su cuerpo se contraía sobre sí mismo, abriendo sus labios para tomar el aire que tanto le faltaba, sofocándose con el calor más de lo que ya estaba.

— ¡Dante! — Una voz le llamó a su lado, y el fuego desapareció al tiempo que unos brazos rodearon su cuerpo.

Dante sollozó, buscando aferrarse a aquellos brazos. Lentamente sus uñas se enterraron en el músculo que le reconfortaba como nadie más podría hacerlo.

— Niccolo, perdón... Perdóname —gimió con un hilo de voz. Dante se hacía a cada momento mucho más pequeño entre los fuertes brazos de Niccolo.

Niccolo besaba lentamente los dorados cabellos de Dante, cerrando sus ojos mientras se sentaba en el suelo. Meció su cuerpo, dejando que el rubio se acomodase sobre su pecho, mientras él cantaba una suave nana.

Dante sentía como su interior se calmaba con el tiempo, y una sonrisa comenzaba a asomar sobre sus labios mientras la melodía comenzaba a inundar aquel lugar que era solo de ambos. Al menos en aquel instante, ninguna otra persona les observaba. Salvo los pequeños mochuelos, curiosos, a través de las hojas de los árboles.

— ¿Piensas contarme lo que te sucedió, cucciolo?

—Yo... — Dante elevó la mirada, perdiéndose una vez más en aquellos profundos ojos. Apenas podía ver aquel tono miel de su mirada en la noche, siendo los ojos de un depredador bajo aquella luz. — Estoy cansado. Solo es eso.

— Ya, y te descontrolas solo por eso. Sabes que no me engañas, Dante. Suéltalo.

— Es por la unión.

Dante empujó ligeramente a Niccolo, separándose de su cuerpo mientras limpiaba su rostro con las mangas de su camisa. Estar alejado de su cuerpo solo logró recordar lo fría que era aquella noche. Con recelo, le observó de reojo. Ansiaba volver a sus brazos.

— La unión de sangre... ¿Era hoy? —el moreno chistó, pasando su mano por su mandíbula totalmente pensativo.

— En unas horas. Cuando la luna esté en lo más alto... Tú, yo... Esto. Se acabará. — bajó su mirada, haciendo un mohín con sus labios. — No quiero renunciar a ti, Niccolo.

Los ojos de Dante se cerraron cuando vio su mano acercándose. Un suspiro abandonó sus labios cuando la yema de sus dedos rozaba su mejilla, hasta terminar sosteniéndola con su palma. Lentamente, Niccolo acunó su rostro con ambas palmas, acercándose a su rostro para besar su frente. Sin decir una palabra, recorrió lentamente su rasgos con sus besos, depositando uno sobre cada uno de sus ojos, sobre sus mejillas, hasta llegar a sus labios.

Era un beso casto, sin malicia y sin ninguna otra intención. Dante sabía lo que intentaba hacer, reconfortarlo. Aunque aquello era algo que lograba hacer solo con su propio aroma.

Dante abrió sus labios, invitando a Niccolo a profundizar aquel contacto. Sin embargo, no llegó. El de cabellos dorados abrió sus ojos, separándose de sus labios luego de suspirar.

— Me besas, y sin embargo... No eres capaz de seguir.

— ¿Y aprovecharme de tu dolor? Acabas de provocar un incendio, no quiero que mi cabello arda. — Aquellas palabras lograron sacar una risa a Dante, que llevó sus manos al cabello del moreno, revolviéndolo.

— Jamás se me ocurriría.

El silencio se hacía presente entre ambos mientras se sostenían las miradas. No necesitaban decir nada para expresar lo que ambos sentían. Desde que se conocían era algo natural en ellos, tanto como respirar. Tan mundano. Tan mágico a partes iguales.

— No puedes renunciar a ello, morirás. Y si mueres, yo no seré capaz de continuar sin ti.

— ¿Y renunciar a ti? — Dante rodeó a Niccolo con sus brazos, besando su cabello revuelto. Apoyó su mejilla sobre su cabeza, suspirando.— Viviendo para siempre unido a cualquiera. Existir. Respirar. Continuar mi vida lejos de ti. Preferiría morir, sería lo mismo...

— De verdad, eres... — Niccolo besó a Dante. Sus labios le buscaban con ansia, mordisqueando su piel antes de separarse. — No sabes quién será, no sabemos qué sucederá. Pero no quiero que desaparezcas. Aprenderemos a vivir con ello, seguiremos adelante... Y podré ver en cada congregación lo poderoso que te vuelves. Dominar el fuego no es algo de estúpidos...

Mientras hablaba, Niccolo depositaba suaves besos en el dorso de su mano hasta llegar a la punta de sus dedos con cada palabra.

Mi corazón es para ti, en cuerpo y alma. Eternamente tuyo — murmuró sobre su oido. Lentamente, se levantó del suelo y le tendió la mano.

Te protegeré en lo que resta de mi vida, y en las siguientes.

Niccolo tomó nuevamente los labios de Dante, besándolo lentamente. Rodeó a ambos en una pequeña neblina, huyendo del resto del mundo en lo que duró su intimidad y devoción.

Dante y Niccolo volvieron a la aldea tomados de la mano, ocultando estas tras el cuerpo del mayor conforme la luz de la hoguera principal hacía acto de presencia frente a ellos.
Dante, totalmente temeroso, buscó su mirada; encontrando que Niccolo le sonreía, aunque el brillo de sus ojos denotaban la tristeza por una inminente despedida. Trataba de recordar las historias que precedían; cómo habían sucedido las anteriores uniones, y si alguna vez había sucedido un milagro. Pero solo lograba oír a su madre decir que el destino era lo que es, y nadie puede huir de él.

Apretó la mano del mayor, buscando la fuerza suficiente para soltar esta.

Ambos tomaron direcciones opuestas, quedando Dante en el centro, bajo la atenta mirada de todos los allí presentes. Bajo la propia mirada de su amante.

La nonna strega, la bruja más mayor del aquelarre, comenzó a colocarle el manto sobre sus hombros. Tembló bajo la tela del propio nervio, a pesar de su calidez. La anciana acarició el rostro joven de Dante, marcando sus facciones con sus pulgares mientras cerraba sus ojos.

Los brujos y brujas allí reunidos, comenzaron a entonar la canción de las canciones, aquella de la que hablaban de buscar tu otra parte del alma, y unirse para la eternidad. Una suave llamada para que ambos se encontrasen en el fulgor de la luna. Era algo que solo los adultos de la aldea podían presenciar. La nonna hizo que cerrase sus ojos, y lo hizo girar hasta quedar frente al resplandor del fuego.

Dante bajó su mirada, sintiendo nuevamente aquella suave brisa de lavanda. Era injusto que volviera a sentir aquel olor. Un maldito juego del universo.

El canto se volvía gutural, un zumbido para sus oídos conforme la anciana comenzaba a llamar para acercarse a su alma tan esperada. Sentía como su vello se erizaba, y nuevamente, sus ojos se llenaron de lágrimas, sintiendo cómo lograba caer por su mejilla lentamente. Unos pasos comenzaban a acercarse a él, sintiendo pesada su respiración.

— Vuestras manos — reclamó la nonna. Dante elevó su brazo, extendiendo la palma de su mano. — Ninguno nace solo, vuestra alma siempre se ha encontrado unida por algo más ancestral que la vida. La naturaleza, nuestra madre, nos ayuda, nos aporta, y nos guía en nuestra eternidad. Las almas que hoy se unen, llevan buscándose muchas vidas. Es el destino lo que les une, y lo que jamás nadie podrá separar.
La anciana hablaba, y Dante era incapaz de abrir sus ojos. Se sentía mareado. El frío metal sobre su mano, ni siquiera fue capaz de alterarlo y sacarle de su ensoñación. En un rápido corte, la sangre brotó en su palma, cayendo en una gran copa. Frente a él, tras sus párpados, la sangre de su alma caía en otra copa igual. Las manos de la nonna acariciaron la piel de su palma, cerrando la herida, pero dejando una tenue marca en esta.

Ahora beban, y unan sus almas en una sola, como tanto tiempo llevan buscando.

El rubio tomó la copa con ambas manos, bebiendo la sangre del interior poco a poco. Notaba el sabor amargo del hierro, la calidez y la textura, pero había algo más. Lograba sentir devoción, sentimientos de amor que le hacían estar aún más confuso. Abrió los ojos y alzó su mirada, buscando el rostro de la persona a su lado.

Sus labios se abrieron con forma de O. Visualizó la melena desordenada y oscura de Niccolo. No le hacia falta más para reconocerle. Sus ojos castaños le observaron con devoción. Mordió su labio inferior, completamente tembloroso.

— Sean felices juntos, y crezcan. Hagan sentirnos orgullosos a todos, a vuestros hermanos, padres, a todo el aquelarre.

— Lo seremos — dijo Niccolo, girando su rostro para mirar a Dante con una sonrisa.

Dejó su copa, y tomó al mayor de su mano, tirando de él y salir corriendo de allí.
Todos los allí presentes celebraban por la pareja recién unida, felicitándolos conforme pasaban frente a ellos, alejándose de allí para buscar un poco de intimidad y encontrar respuestas.

— ¿Por qué?

— ¿Y tú lo preguntas, cucciolo? Hemos... Por lo más sagrado, hemos estado juntos toda la vida. Quizás hay algo más grande que siempre nos ha querido juntos, y fíjate. Para siempre, tu y yo — Niccolo sonrió tomando a Dante de su cintura.

— ¿Y los hijos? Siempre has querido...

— Estando tú a mi lado, eso es algo que ya podremos solucionar.

— ¿Y las enseñanzas? Transmitir nuestro saber al resto...

— Deja de dudar, Dante. Tenemos toda una vida para todo eso... —Niccolo besó los labios del rubio. Lo alzó del suelo mientras giraba con él entre sus brazos. — Tendremos una familia, le enseñaremos las artes más ancestrales y será un gran brujo, como tú. Pero ahora, eres solo mio, deja que te disfrute así.

Ti amo...

Dante besó sus labios, abrazándolo por su cuello mientras se dejaban llevar por sus sentimientos. Una suave y cálida brisa les rodeó, sintiendo como la magia de ambos se entrelazaba una vez más, haciéndose más fuertes que nunca. Al lado del otro, ambos serían invencibles. 

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