Abrazo
Su abrazo es efímero como nuestro encuentro.
No quiero que desaparezca otra vez entre las flores del jardín, sembrado con su magia y rociado por mis sueños. No quiero besar sus labios moteados de adioses. No quiero que este momento sea también una despedida.
El crepúsculo se derrama sobre los escarabajos y las mariposas, en las violetas y en sus clavículas, en las orquídeas y en sus orejas, en los crisantemos y en sus pestañas. Nos envuelve el zumbido de los insectos y los colores quemados de la tarde.
Dicen que nuestras vidas son vasijas de barro creadas por un alfarero. Si no pudieran romperse, no tendrían el mismo valor. Algún día se harán añicos y el misterio que llevan dentro se esparcirá como arena blanca.
Toda su esencia le pertenece a las flores: su vasija se ha roto y su alma se ha enraizado a los hierbajos de este precioso jardín.
Por ese motivo, soy quien debe marcharse.
—Es hora de despertar —susurra.
Sus dedos trazan líneas de amor en mis mejillas mojadas.
Beso la curva de su cuello mientras su cuerpo se anuda al mío. Ya no queda rastro de su perfume. Ahora solo destila la fragancia de una primavera congelada para siempre.
Despierto y el sol del ocaso se convierte en el sol de la aurora. Cada amanecer estoy un paso más cerca de conocer mi propia fragilidad. Cada rayo de sol naciente dibuja una grieta en mi vasija de barro.
Nos volveremos a ver cuando me reclame el sueño, y un día, cuando mis ojos se cierren, viviremos la muerte en nuestro jardín del edén, el hogar que tiernamente ha construido para los dos, a salvo de los designios del implacable alfarero.
En el ocaso eterno, la noche nunca podrá encontrarnos.
Nos abrazaremos hasta el fin del universo.
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