Parte única.
Hay algo ardiendo en su rostro y escurriéndose por su párpado y mejilla, una molestia que más tarde logra procesar como cortadas abiertas y sangrantes.
Le duele, le duelen bastante luego de que la adrenalina junto con el miedo se disipó junto a los rayos del sol de la mañana. Sin embargo, no hace nada por tocarse el rostro herido; su mano izquierda se siente pegajosa y su nariz percibe un olor ferroso familiar: sangre.
Y no sólo eso, también hay algo más. O más bien, alguien más.
Mamá yace sin vida en el suelo a centímetros de sus pies con un charco de sangre formándose debajo al mismo tiempo que su cuerpo comienza a desmoronarse como cenizas. Inconscientemente su mano se aprieta aún más sobre el mango del cuchillo y entonces, Sanemi recuerda porqué.
Él mató a mamá.
Él le quitó la vida a mamá porque iba a matar a Genya.
Él tomó un cuchillo y...
– ¡ASESINO! ¡ASESINOOO!
...
Shinazugawa abre de golpe los ojos al mismo tiempo que toma una bocanada de aire con premura y se sienta en el futón, poniendo una mano en la parte derecha de su rostro –donde yacen las cicatrices– mientras trata de estabilizar su respiración y tranquilizarse.
Una mano en su hombro lo sobresalta y aunque está este impulso de apartarlo, retroceder cual animal asustado y vociferar que no lo toque, algo en su inconsciente le detiene. Y solamente cuando gira con lentitud y cuidado su cabeza hacia el dueño de esa mano en su hombro, Sanemi parece tranquilizarse un poco.
Aunque eso no evita que sienta algo de vergüenza porque despertó a Giyu con nada menos que una pesadilla. O más bien, un recuerdo de su niñez.
– Sanemi... ¿estás...?
No era la primera vez que ocurría esto.
Giyu recuerda que las primeras veces fueron incluso peores, con Sanemi rogándole a Genya que no se fuera en sueños o con Sanemi levantándose de golpe y tomando la vieja espada nichirin (que desde hace tiempo dejaron de usar y ahora, era sólo un recuerdo de sus vidas como pilares y la batalla final contra Muzan) mientras deambulaba por la casa con un porte tenso; como si fueran esos días de antaño, donde la noche significaba peligro y muerte.
(Más que nada por los demonios, porque incluso sin ellos, el mundo no ha dejado de tener su lado hostil).
– No fue nada... sólo un viejo recuerdo y ya – le cortó el albino, suspirando con fuerza y desviando el rostro hacia otro lado –. Perdón por haberte despertado, Giyu.
Tomioka sabía que sus disculpas eran sinceras al igual que su frustración por evocar recuerdos dolorosos ahora que estaban en épocas de paz. Así como también sabía, que Sanemi no iba a hablar o mencionar sobre lo que le había recordado.
Al menos, no ahora.
Le fue inevitable no suspirar por esto pero no iba a molestarse, al contrario, lo comprendía. Por ello, recostó su cabeza en su hombro mientras cerraba los ojos.
Esta era su muestra de apoyo, su consuelo silencioso.
Permanecieron así por un momento, antes de que Shinazugawa se apartara y lo acostara de vuelta en el futón, escondiendo su rostro en su pecho, cerca de su corazón.
(Quédate aquí, por favor).
Poco después, Tomioka peina sus cabellos con suavidad al mismo tiempo que le abraza un poco.
(Está bien, yo estaré aquí).
-Traumada Taisho
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