CAPÍTULO 39


ADVERTENCIA

YO SÉ QUE YA LAS TENGO ACOSTUMBRADAS A LEER COSAS QUE SE SALTAN LAS REGLAS, PERO SOLO POR SI A CASO HAY CHICAS NUEVAS NUEVAS, LES AVISO QUE ESTE CAPÍTULO CONTIENE CIERTO JUEGO DONDE VAN A CRUZARSE ALGUNOS LÍMITES, SIN PEDIR CONSENTIMIENTO. AUNQUE LLEVÁNDOSE A CABO PORQUE LOS IMPLICADOS YA SE CONOCEN A LA PERFECCIÓN Y SABEN LO QUE SÍ PUEDEN HACER Y LO QUE NO.

DICHO ESTO: FELIZ SAN VALENTÍN Y ESPERO QUE DISFRUTEN DE MI REGALO PARA USTEDES.

CAPÍTULO 1 DE 3.

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La noche en Reverie estaba en su punto álgido. Las luces tenues pintaban el espacio en tonos de rojo y dorado, mientras las conversaciones discretas y los sonidos característicos de las salas privadas, que encontraba en mi camino, llenaban el aire. Había estado ahí muchas veces desde que Andrea y yo nos distanciamos, pero esa noche el ambiente tenía algo diferente.

Algo cargado. Algo eléctrico.

Y sí, sabía que era por su presencia.

Pero traté de ignorarlo mientras me movía con la confianza que había ganado esos meses, a pesar del leve temblor que todavía zumbaba debajo de mi piel tras ese encuentro inesperado que estuvo a punto de hacerme volar fuera de mi propia órbita con la oleada de emociones que me golpeó: deseo, rabia, nostalgia. No obstante, ya no era la misma Abigail insegura que llegó a Reverie por primera vez. Esa noche, las miradas que recibía ya no me intimidaban; las sentía como afirmación de lo que había avanzado, aprendido y conquistado por mi cuenta. Con mi vestido negro ceñido, las medias que apenas vislumbraban bajo la abertura lateral, y mis labios pintados de un rojo profundo, sabía exactamente lo que proyectaba.

Poder. Sensualidad. Control.

Sin embargo, no me haría la tonta, pues nada de eso pudo evitar que mi corazón se detuviera cuando lo vi, con ese porte despreocupado que me irritó y fascinó en partes iguales. Con esa mirada suya que parecía despojarme de todas mis defensas, que me hacía sentir como si esos meses separados no hubieran existido.

«No lo mires. No le des poder sobre ti».

Me dije mentalmente mientras giraba a la derecha, entrando en el pasillo hacia la mazmorra que estaba tenuemente iluminado, las luces rojas parpadeaban sobre las paredes que simulaban ser de piedra, proyectando sombras alargadas. Mis tacones resonaban con cada paso, un eco que se sincronizaba con los de Andrea detrás de mí, seguros, como si ya hubiera ganado una batalla que yo todavía estaba librando en mi interior.

Podía sentir su presencia incluso con una buena distancia entre nosotros, esa aura imponente que siempre parecía envolverlo, aunque esta vez lo percibía distinto. Había algo contenido, una tensión que casi podía palparse; lo que me hizo sentir, además, sus ojos clavados en el contoneo de mis caderas. Esa mirada ardiente que siempre me hizo vibrar.

Y, a pesar de aquellas emociones eclosionando en mi interior, me seguí sintiendo poderosa, como la dueña de ese momento. El sentimiento aumentó en cuanto, haciendo caso omiso de mi propio consejo, miré sobre mi hombro y lo vi; sonreía de lado, tal cual cazador que creía que cazaría a la presa. Pero esa vez yo también era cazadora, por lo que, en cuanto llegamos a la mazmorra me detuve frente a la puerta y me giré hacia él, manteniendo la barbilla alta.

Si iba a permitir que estuviera ahí, sería bajo mis términos.

—Quiero que entiendas algo antes de entrar, Luxure —le advertí, clavando mis ojos en los suyos—. Esta sesión es mía. Yo soy la Domme, y tú no eres más que un invitado. Por lo que únicamente observarás, ¿entendido?

Él inclinó la cabeza ligeramente, esa sonrisa suya, peligrosa y provocadora, dibujándose en sus labios.

Oui, ma belle. Solo observaré —respondió, pero su tono era tan indulgente que no le creí ni por un segundo.

Lo fulminé con la mirada antes de abrir la puerta y entrar. La mazmorra estaba preparada como me gustaba: la iluminación era suave, con luces cálidas que se preyectaban en la cruz de San Andrés en una esquina, una cama con sábanas negras en el centro y una mesa lateral con diversos juguetes organizados meticulosamente, además de otros muebles apostados en lugares estratégicos y la música suave y sensual. Viviana se hallaba de pie junto a la cama, con un vestido de encaje negro que apenas cubría su piel. Su postura era relajada, pero cuando Andrea entró detrás de mí, pude notar cómo su respiración cambió por un instante.

Fue así como mi primera prueba de esa noche llegó, y me alegró darme cuenta de que sería fácil superarla, pues no sentí celos ni posesividad, únicamente morbo.

Darling —la llamé, escuchando la puerta ser cerrada detrás de mí. Me ajusté el collar, sintiendo la ligera irritación en mi piel por la manera en la que Andrea había tirado de él minutos antes, pero ignoré la punzada. Me concentré en el control. Era mío. Esa era mi mazmorra—. ¿Lista para entregarte?

Ella asintió, bajando la mirada al suelo en un gesto sumiso que siempre me encantaba ver. Noté de soslayo que Andrea se apoyó contra la pared cerca de la puerta, con los brazos cruzados, su mirada fija en cada movimiento mío. Ignorarlo era casi imposible, pero hice un esfuerzo por concentrarme en Viviana.

—Desnúdate —ordené con voz firme, y ella obedeció sin dudar.

Mientras se deshacía del vestido, caminé hacia la mesa de juguetes, seleccionando un par de esposas de cuero y un flogger de tiras finas. Cuando me giré, Viviana estaba completamente desnuda, su cuerpo perfecto iluminado por la tenue luz de la habitación. Me acerqué a ella, colocándole las esposas en las muñecas con movimientos deliberadamente lentos.

—Voy a saltarme las presentaciones porque es obvio que ustedes dos se conocen perfectamente —satiricé mirando a Andrea.

Él se mordió la sonrisa cabrona y caminó hacia la mesa de licores, dándonos la espalda para servirse un par de hielos en un vaso corto y luego verter un poco de bourbon en él. Su culo lucía perfecto en ese pantalón negro de lino y su espalda ancha estiraba el chaleco que la arropaba.

Cazzo.

A mi orgullo no le ayudaba que el hombre fuera tan malditamente caliente.

—Y tampoco voy a detallarte nada de lo que haré porque a diferencia de mí la primera vez, tú no eres ningún inexperto, Luxure —proseguí, agradecida de que mi voz sonara entera y segura.

El hijo de puta se giró para quedar nuevamente de frente a nosotras y puso el vaso sobre la mesa, acto seguido comenzó a desabrocharse el chaleco y a continuación, la camisa; mostrándome su torso desnudo con nuevos tatuajes que no quise detallar para no perder el norte, y buscar el sur de ese cuerpo, que sí estaba más lleno de músculos.

—Claro, ponte cómodo —solté con ironía y él torció la sonrisa, mirándome de manera retadora.

—Tú misma lo has dicho, Cygne Noir —indicó, sacándose el chaleco—. Yo no soy un inexperto y... ya que me has dado el privilegio de verte como Domme, pretendo disfrutarlo —dejó claro y mi corazón se aceleró porque incluso mi terreno, él lo dominaba.

Porca troia.

—Va a provocarte —susurró Viviana solo para que yo la escuchara, manteniendo su mirada en el suelo.

—Dime algo nuevo —satiricé.

—Tú eres mi Domme aquí, Cisne Negro —musitó y ver la confianza que depositó en mí consiguió que el nerviosismo que me provocó Andrea con su acto, mermara un poco—. Y esta mazmorra es tuya.

Mi seguridad se vio reforzada, lo que me llevó a sonreír de lado y sacarme el vestido, justo en el momento que Andrea se acomodó en un sofá individual y Femme Fatale de Nikki Idol comenzó a sonar. No pasé desapercibida la mirada lasciva del francés en cuanto me vio solo con la diminuta braguita negra diseñada con una abertura en el coño y los ligueros que sostenían mis medias. No usaba sostén, pero sí una cadena con soporte de busto en oro blanco, y en el medio de este (de mis pechos además) colgaba un dije, la réplica exacta de aquella ala que él me quitó meses atrás.

Sonreí de lado al percatarme de su sorpresa, esperando que entendiera el mensaje implícito: yo era dueña de mis propias alas.

—Sube a la cama y pon las manos por encima de tu cabeza —demandé para Viviana, y mientras obedecía, mis ojos captaron cómo Andrea se tensaba ligeramente. Una chispa de satisfacción recorrió mi cuerpo y me hice con el poder total, luciéndome con poca ropa frente a él.

Viviana se acostó, sus brazos estirados por encima de su cabeza, esperando mi siguiente movimiento. Pasé mis dedos lentamente por su costado, deteniéndome en la curva de su cadera, provocándola mientras su respiración se aceleraba. Tomé el flogger y dejé caer las tiras de cuero sobre su abdomen con un golpe suave, lo suficiente para arrancarle un jadeo.

—¿Qué tan lejos quieres que llegue esta noche, darling? —le susurré, sintiendo cómo su cuerpo temblaba, inclinándome hacia su oído de manera que mi culo en pompa desafiara a Andrea.

Mi cuerpo también se estremeció al escuchar el tintineo de los hielos en el vaso del francés y en mi periferia lo vi beber un sorbo, atento a nosotras.

—Hasta donde tú quieras llevarme, Mistress —respondió ella, con la voz cargada de deseo.

Sonreí, y con un movimiento ágil me moví hacia su boca, apoyando una mano en la cama.

—Me apetece repetir lo que hicimos con Knox —dije sobre sus labios, tan alto para que Andrea me escuchara, pero sin oírme exagerada, o necesitada de que él supiera que estuve de nuevo con otro Dominante.

—Por favor, Mistress —pidió Viviana con voz jadeante.

Saqué la punta de la lengua para lamerle los labios mientras arrastraba las tiras del flogger sobre sus pechos y abdomen.

—¿Lo has besado? —Mi pregunta la tomó por sorpresa, pero Viviana sabía que me refería a Andrea y su presencia en Londres en esos días, no solo por esa noche en Reverie.

Se quedó en silencio por un momento y decidí aplicarle un correctivo leve.

—¡Ah! —gimió en el momento que dejé caer de nuevo las tiras de cuero en su piel, esa vez con un poco más de fuerza.

—No me hagas hacer la pregunta dos veces, darling —advertí y la tomé de la barbilla.

Sus ojos oscuros se imantaron a los míos sin perder la sumisión y medio sonreí, pero el gesto carecía de bondad.

—Sí, Mistress —admitió con docilidad.

Mi sonrisa creció y le mordí el labio inferior.

—Entonces voy a probarlo en ti.

Un segundo después pegué mis labios a los suyos, besándola profundamente, introduciendo mi lengua y saboreando la suya, lo que la llevó a gemir de nuevo. Dejé por un momento el flogger y acaricié su pecho. A diferencia de mí, a ella le encantaba que tocara sus senos.

Cavolo, quel figlio di puttana ha un sapore delizioso su di te. —«Joder, el hijo de puta sabe delicioso en ti». Gruñí sobre su boca.

Viviana no me entendería al hablar en italiano, pero Andrea sí. Y me escuchó perfectamente, lo podía asegurar porque lo oí carraspear a la vez que su cuerpo acomodándose en el sofá hizo un susurro bastante sonoro.

Me monté sobre mi sumisa y comencé a darle pequeños besos, empezando en la boca y descendiendo por su cuello, clavícula y el medio de sus pechos redondos y llenos, con los pezones endurecidos rogándome por atención. La sentí estremecerse, su piel caliente pegándose a la mía. Lamí su abdomen en cuanto llegué ahí y me acomodé entre sus piernas.

—¿Encontraré su sabor también aquí? —pregunté en cuanto llegué a su monte de Venus y la acaricié con mi aliento.

—¡Jesús! —jadeó ella.

Miré a Andrea, él tenía la mandíbula tensa y la mirada totalmente oscurecida, con una mano se apretaba la polla y la otra se asía al vaso de cristal; las piernas abiertas, sentado de esa manera masculina que lo hacía lucir poderoso y desinteresado a la vez. Demasiado cómodo y muy excitado en ese momento.

—Sí —gimió Viviana en respuesta y sonreí, sacando la lengua para meterla entre sus pliegues y probarla, saborearla.

—¡Hmmm! Tu as si bon goût. —«Sabes tan bien». Le dije a Andrea en su idioma, gimiendo, y me di cuenta de la manera pesada y entrecortada que estaba respirando por el movimiento brusco de su pecho, además del breve parpadeo que dio para controlar las ganas de interrumpir mi sesión. Porque podía jurar que deseaba hacerlo.

La provocación era tan placentera para mí, pero más que nada, el desafío. Porque sí, eso hacía, estaba desafiando a Andrea.

Y él lo sabía.

Viviana se estremeció y yo deslicé las manos por debajo de su culo, sujetándola en su sitio. Ella tomó las barras del cabecero de la cama y arqueó la espalda.

—Grita —ordené y luego la chupé—. Demuéstrale cómo te hago gozar.

Con un jadeo intenso, Viviana me agradeció por permitirle expresarse de esa manera. Su sabor era dulce y cálido en mi lengua. Volvió a estremecerse, sus pechos bamboleándose de arriba abajo y supe que no podría ir más despacio.

Me dejé ir con ella, tal cual sabía hacerlo con las mujeres. La besé y mordisqueé, tirando de su carne suavemente entre mis dientes. Mientras mi lengua la exploraba con pericia, escuché cómo su respiración se volvía más errática, y los gemidos que escapaban de sus labios llenaban la habitación.

Sabía que Andrea no se perdería de nada, que sentiría cada segundo de esa tortura deliberada. Me permití otro vistazo hacia él y lo encontré mirándome con una intensidad feroz, su mandíbula tensa, las manos apretadas en puños y a los costados en ese momento.

Viviana jadeó más fuerte, su cuerpo moviéndose involuntariamente contra mi boca, abriendo más las piernas para mí, rodando sobre la cama como una ola. Arrastré mi lengua de adelante hacia atrás y luego chupé y lengüeteé su clítoris, dándome cuenta de cómo la estaba llevando al borde de la locura.

Y justo cuando podía sentirla ya ahí, Andrea habló, su voz grave y cortante como una cuchilla.

—Sal de aquí, Viviana.

Mi cuerpo se tensó de inmediato. El tono utilizado de Andrea fue suficiente para que ella abriera los ojos, sorprendida, pero también obediente. A mí me atravesó como un rayo, aunque no estaba dispuesta a ceder, por lo que giré la cabeza para fulminarlo con la mirada.

—No, Luxure. No tienes ningún derecho a interferir —espeté, conteniendo la furia, limpiándome la boca.

Al parecer, Viviana no opinaba igual, ya que se sentó y pasó su mirada de mí a Andrea, analizando la situación. Noté en su pecho un leve temblor, mas no de miedo, sino de respeto absoluto. Sabía lo que el francés representaba, y aunque la lealtad de ella era hacia mí en esa sesión, reconocía el poder de él como Dominante.

—Viviana —la llamó Andrea de nuevo. No me miró a mí, su atención estaba fija en ella, y cuando habló, lo hizo con una calma que era tan peligrosa como frustrante—, respeto tu papel aquí, y sé lo mucho que has hecho por Abigail. Pero esta sesión ya no es lo que debía ser.

—¿Porque tú lo dices? —repliqué y el maldito siguió ignorándome.

—Esto va más allá de cualquier dinámica. Y es algo que ella y yo necesitamos resolver. Por favor, danos espacio —demandó de nuevo hacia Vivi.

—No —protesté en cuanto ella inclinó ligeramente la cabeza y se bajó de la cama, vestida de sumisión y respeto absoluto.

Se inclinó hacia mí, con una mirada que decía más de lo que las palabras podían expresar. Sabía que, aunque yo estaba técnicamente a cargo de esa mazmorra, había algo más grande en juego. Su lealtad hacia Andrea, forjada por meses de trabajo conjunto, era evidente.

—No te vayas —le ordené con tono firme, aunque no tan sólido como pretendía.

Me bajé de la cama viéndola recoger su vestido, aún con las manos esposadas y luego se giró hacia mí, su expresión suave pero decidida.

—Este es un juego primal entre ustedes, Mistress —murmuró, bajando la mirada en un gesto sumiso—. Y hay lecciones que solo mi Domi puede darte esta noche —añadió, alejándose de mí. Intenté detenerla, pero ya estaba moviéndose hacia la puerta.

¿Juego primal? ¿A qué se había referido?

Luego lo averiguaría, en ese momento me importó más girarme y caminar hacia Andrea, con la rabia burbujeando bajo la superficie. Él permaneció inmóvil, observando por donde Viviana se fue sin decir nada más. La puerta se cerró con un suave clic y entonces lo encaré.

—¿Qué demonios crees que haces? —le espeté, mi voz firme a pesar de que mi cuerpo aún vibraba por la sesión. Mi corazón latía más desbocado y la furia ya encendía cada fibra en mí—. Esta era mi sesión, Luxure. Yo estaba a cargo. ¡¿Qué derecho tienes para interrumpirme así?!

Él no retrocedió. En cambio, avanzó hacia mí con pasos lentos, predatorios, y su sonrisa era peligrosa. Y, aunque me concentré en su gesto, aquel bulto en su pantalón era muy visible.

—Sabes tan bien como yo que las dinámicas del BDSM requieren comunicación honesta —soltó. Sus ojos azules y feroces se clavaron en los míos—. No vine aquí para desafiar tu autoridad como Domme, pero no voy a quedarme como un espectador cuando entre nosotros hay cosas que resolver. Lo que ocurre entre tú y yo no es algo que puedas manejar como cualquier otra sesión.

—¡¿Con qué puto derecho vienes a aleccionarme?! —gruñí.

Mi voz fue fría, distante, aunque mis emociones hervían por dentro.

—Mi derecho no viene de las reglas de este lugar. Viene de lo que somos tú y yo.

Solté una risa seca, sin humor.

—¡¿Lo que somos?! —repliqué con sarcasmo—. Lo que éramos, querrás decir. Porque tú decidiste dejarme crecer sola, ¿recuerdas? —No lo dejé responder—. Así que no, no tienes ningún derecho a venir a la mazmorra y tomar el control de mi sesión. Han pasado meses sin decirme nada, sin siquiera mirarme cuando viniste aquí y yo me presenté como sumisa, ¿y ahora crees que puedes decidir cuándo y cómo te dejo entrar a mi vida?

Mi voz escurrió burla y Andrea inclinó la cabeza ligeramente, como si evaluara cada palabra que salía de mi boca.

—Sí. Y lo hice porque sabía que lo necesitabas, Abigail.

—¡Por favor, Luxure! —exclamé con burla e ironía, a él no le afectó mi actitud.

—Esos meses no fueron para ignorarte —prosiguió—. Te observé, te dejé crecer porque necesitabas hacerlo sola. Pero ahora estoy aquí, Abigail. Y no voy a quedarme en un rincón fingiendo que esto es una simple sesión. Tú no necesitas un espectador. Necesitas a alguien que te rete. Que te controle cuando pierdes el norte por tus emociones. Y eso, ma belle, es algo que solo yo puedo darte.

Quise gritar en ese momento, pero me contuve porque no recorrí tanto para desmoronarme tan pronto.

—¿Perder el norte? —repetí en cambio, mi tono lleno de burla mientras cruzaba los brazos—. ¿Es eso lo que crees que estoy haciendo aquí? ¿Perdiendo el control?

Él dio otro paso hacia mí, y aunque quise retroceder, me negué a darle esa satisfacción. Su mirada era un desafío en sí misma, y cuando habló, su voz fue baja y peligrosa.

—Lo que estás haciendo aquí es jugar. —enfatizó, tomando su papel de Dominante—. Estás intentando demostrar algo, pero sabes tan bien como yo que no es suficiente. Tú no puedes controlarme, petite insolente, porque no naciste para eso. —Alzó la mano con la intención de acariciarme la mejilla, pero fui más lista que él y de un manotazo lo aparté.

El imbécil soltó una risa baja, esa risa que siempre me desarmaba, aunque la odiaba en ese momento.

—¿Lo ves, Cygne Noir? Naciste para desafiarme. Y yo nací para dominarte.

Mi corazón latía con fuerza, y la rabia dentro de mí explotó. Intenté empujarle, pero él no se movió. Su cuerpo era una barrera sólida contra el mío, y su sonrisa arrogante encendió aún más mi enojo.

—¿De verdad pensaste que iba a quedarme como un espectador, princesa?

—Pensé que respetarías que yo soy la Domme en esta mazmorra. Y tú no estás en posición de imponer nada —espeté y su risa ronca resonó entre las paredes.

—Esta noche, tú puedes jugar a ser lo que quieras. —Me tomó de la mandíbula con una mano al decir eso, ejerciendo fuerza en el agarre sin llegar a dañarme—. Pero aquí, mon amour, soy yo quien manda —soltó.

Mon amour.

Era la primera vez que me llamaba así, aunque lo hizo en un mal momento, pues no estaba para darle atención a sus motes.

—Vete a la mierda —escupí con los dientes apretados y sin pretenderlo, mis uñas arañaron sus brazos cubiertos por las mangas de la camisa. Lo escuché soltar un gruñido, pero en lugar de retroceder, avanzó, empujándome hacia la pared cercana.

El calor de su cuerpo envolvía el mío, y aunque intenté mantener la compostura, sentí cómo mi control comenzaba a desmoronarse. Andrea se inclinó hacia mí, y su aliento cálido rozó mi oído.

—¿Qué pasa, ma belle? ¿Dónde está esa Domme segura que cree poder controlarlo todo? —susurró con burla.

Mi respiración se aceleró, aunque no era miedo lo que sentía, sino rabia y algo mucho más primitivo que no quise reconocer. Sin embargo, sí que actué. Traté de empujarlo de nuevo y esa vez lo arañé con toda la intención de hacerlo. Maldijo, aunque también rio. El sonido fue ronco y oscuro y no hizo más que encenderme las entrañas.

—¿Eso es todo lo que tienes, princesa consentida? —preguntó y reconocí el desafío.

La intensidad en sus ojos me hizo sentir más desnuda frente a él, pero también más furiosa.

—No me provoques de esa manera, Luxure —advertí.

Fais-le. —«Hazlo». Ordenó.

Porca troia. ¿De verdad haría eso? ¿Aceptaría el reto implícito en su provocación?

Mi cuerpo reaccionaba antes que mi mente, por lo que, con un movimiento rápido, levanté mi rodilla hacia su entrepierna, obligándolo a soltarme y retroceder un paso. Y por supuesto que medí mi fuerza porque no buscaba rebasar un límite imperdonable, pero sí dejarle claro que no era una chica indefensa físicamente.

Aproveché su desconcierto y me lancé hacia él, usando mi peso para empujarlo al diván en el centro de la mazmorra. Andrea cayó sentado, su risa baja y peligrosa llenó el espacio.

—Conque quieres jugar —murmuró, sus ojos brillando con deseo y algo mucho más oscuro—. Muy bien. Juguemos, mon amour.

Entonces entendí a Viviana. Puto juego primal.

Me abalancé sobre él, atrapándolo con mis piernas a ambos lados de su cuerpo, y presioné mis manos contra su pecho. Noté los músculos tensarse bajo mis palmas, y la fuerza de su respiración me hizo sentir momentáneamente victoriosa. Pero antes de que pudiera celebrarlo, sus manos se cerraron firmemente alrededor de mis caderas, inmovilizándome.

—Domíname —me retó, con la voz baja y ronca mientras sus ojos no se apartaban de los míos—. Porque si no lo haces, yo voy a castigarte a ti.

La rabia y el deseo que me provocaron esa promesa, se entrelazaron en mi interior, mi vientre se calentó y mi entrada ardió por la necesidad. Sin pensarlo, incliné mi cabeza y mordí su cuello, sintiendo cómo su piel se tensaba bajo mis dientes. Andrea gruñó, un sonido bajo y áspero que resonó entre nosotros, y su agarre en mis caderas se hizo más fuerte.

Los recuerdos de cómo me sostuvo encima de él mientras lo montaba en el pasado llenaron mi mente y la excitación me recorrió de pies a cabeza.

Cazzo.

—Ves que no necesitabas a Viviana para esto —desafió—. Me necesitas a mí, aunque no quieras aceptarlo.

—¡Cállate! —exigí, poniéndole la mano en la boca.

Siseé al sentir su mordisco en mi palma y la aparté de inmediato, mirándolo con incredulidad y... sí, más excitación.

—Eres como una pequeña fiera indomable —susurró con un deseo que no intentaba ocultar—. Pero sabes tan bien como yo que no puedes ganar este juego.

No estaba dispuesta a rendirme. No todavía.

Deslicé mis manos hacia su camisa, tirando de ella con fuerza hasta que los pocos botones que no había desabrochado se soltaron y dejaron al descubierto su pecho musculoso. Sentí su calor, su fuerza, y la arrogancia en su mirada que me desafiaba a seguir. Pasé mis uñas por su torso, dejando líneas rojas en su piel, y él volvió a gruñir, inclinándose hacia adelante para atraparme por la nuca.

—¿Eso es todo lo que tienes, Cygne Noir? —preguntó, goteando sarcasmo mientras tiraba de mi cabello hacia atrás, exponiendo mi cuello.

—Voy a matarte —le espeté, pero mi voz traicionó mi resolución, temblando ligeramente mientras sentía cómo mi cuerpo se rendía poco a poco.

—¿Ah sí? —me provocó. Sus labios encontraron la curva de mi cuello y me mordió con la misma intensidad que yo lo había hecho antes.

Sentí un estremecimiento recorrerme, y mi respiración se volvió errática. Intenté luchar, pero en lugar de eso mis manos se aferraron a sus hombros, clavando mis uñas en su piel mientras un gemido escapaba de mis labios.

Oddio.

La necesidad que me embargó fue increíble. Nunca me sentí tan famélica y fúrica como en ese momento y vaya que ese hombre ya había sido capaz de hacerme vivir lo inimaginable, por lo que no esperé que se superara, hasta que llegó ese reencuentro. Uno en donde quería matarlo y follármelo al mismo tiempo.

Y él me conocía tanto que lo supo, por eso no me daba tregua.

—¿Y cómo vas a matarme? ¿Moliéndote sobre mi verga? —se mofó.

¡Stronzo! —escupí, a nada de perder la razón.

Con un movimiento rápido, me levantó en sus brazos y me llevó hacia la cama. Me dejó caer sobre el colchón, y antes de que pudiera reaccionar, se colocó encima de mí, inmovilizándome con su peso. No obstante, conseguí darle una bofetada. Sus ojos se volvieron más oscuros, llenos también de una mezcla de furia y deseo que me hacía temblar.

Pero no se tocó la mejilla donde le di el golpe, simplemente se lamió entre la esquina de los labios y enseguida sonrió de una manera que en otro momento, en otras circunstancias, sí que me habría asustado.

—Dime algo —susurró, bajo y peligroso mientras sus manos recorrían mis muslos con brutalidad, separándolos con una firmeza que me hizo jadear—. ¿Qué sientes ahora mismo? Porque aseguras que quieres matarme, pero yo veo a alguien que quiere rendirse, aunque no sabe cómo admitirlo porque, a pesar de los avances y el cambio, sigue dejándose dominar por el orgullo.

Intenté responder, pero su mano se coló entre mis piernas, y mi mente quedó en blanco. Sentí sus dedos deslizándose por mi humedad, lo que le fue muy fácil por el diseño de mi braguita; el contacto me llevó cerca de mi borde demasiado rápido y un gemido escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo. Sin importar que me mordiera el labio hasta saborear mi sangre.

—Eso pensé —murmuró Andrea, con una sonrisa llena de triunfo mientras su mirada no se apartaba de la mía—. Vas a molerte en mi polla.

Pero todavía no estaba lista para ceder.

Me giré rápidamente, usando mi fuerza y habilidad en batalla para cambiar las posiciones y colocarme sobre él, tirándolo al borde de la cama en una posición medio sentado, apoyándose con los codos en el colchón. Andrea pareció sorprendido por un instante, pero su sonrisa volvió mientras me miraba con un desafío descarado.

—Te odio —espeté, más molesta conmigo misma que con él.

Non, mon amour —dijo burlándose, sabiendo al punto que me llevaba con ello—. Quieres hacerlo, pero me deseas más de lo que me odias.

¡Figlio di puttana!

En respuesta, me incliné hacia abajo y en ese instante mordí su hombro con fuerza, arrancándole un gruñido que reverberó por toda la mazmorra. Mis uñas dejaron nuevas marcas en su pecho mientras mi cuerpo se movía sobre el suyo, buscando controlarlo, pero cada movimiento parecía excitarlo aún más.

Porca troia. Me estaba moliendo sobre su polla como aseguró.

Podía sentir su cresta engrosándose más en mis pliegues, sus venas palpitando y llenándose de más sangre, lo que aceleraba mi corazón y apretaba mis paredes vaginales como si ya lo sintieran en mi interior. Tomó mis muñecas, sujetándolas con una sola mano por detrás de mi espalda.

Assez —soltó con tono autoritario. Su otra mano se deslizó por mi cadera, sosteniéndome con firmeza, y antes de que pudiera protestar sus labios capturaron los míos en un beso que era todo menos suave.

Y se convirtió en una guerra, una batalla de lenguas, dientes y respiraciones entrecortadas.

Se volvió una conquista.

¡Dios!

Mis ojos escocieron y mi respiración se volvió una mierda al saborear sus labios después de meses ansiándolo. Sentí como si todo ese tiempo hubiera estado respirando a través de una pajita y de pronto, su boca me insuflaba el oxígeno que tanto añoré.

Andrea gruñó y yo gemí en el instante que llevó la mano hacia mi culo y apretó un puñado de mi carne en ella, restregándome más en su mástil, haciéndome empapar su pantalón. Entonces me di cuenta de que no podría más.

Finalmente, mi cuerpo no podía resistir otro segundo. Y cuando Andrea lo notó, se giró, colocando su peso sobre mí una vez más. Sus ojos se imantaron en los míos, y su voz fue un susurro grave que me atravesó como una corriente eléctrica.

—Ríndete, Cygne Noir. Sabes que lo quieres.

Y tenía razón.

¡Porca Puttana!

Por eso usó el juego primal. Lo dicho antes: el jodido francés me conocía tanto, que supo que no cedería con sus palabras bonitas ni trato caballeroso esa vez. Me llevó a mi límite, me hizo explotar, consciente de que cuando ese caos mermara, reconocería lo que tanto quería.

A él.

Malditamente quería a mi Dominante.

La tensión entre nosotros era como un incendio sin control. Sentí sus manos grandes y seguras sobre mis muslos, separándolos de nuevo con esa firmeza que no dejaba lugar a dudas. Cada contacto suyo me hacía arder, y cuando se colocó entre mis piernas, su erección rozó mi entrada con un descaro que me hizo contener la respiración.

—Ambos lo sabemos —sentenció. Mi cuerpo estaba completamente despierto, cada nervio encendido mientras lo miraba y seguía luchando contra él.

Su mirada era una mezcla de hambre y desafío, y yo quería devorarlo tanto como él a mí. Entonces mis manos dejaron de luchar al aceptarlo y mi cuerpo se arqueó bajo el suyo, buscando el contacto que tanto deseaba. Mi respiración era errática, y mis labios se separaron, pero no para protestar.

—Hazlo —susurré finalmente, mi voz cargada de deseo—. Fóllame —añadí con el último atisbo de desafío que me quedaba.

Dicho eso sus labios encontraron los míos de nuevo, y con un movimiento rápido, nos perdimos en una espiral de mordiscos, gemidos y susurros, dejando atrás cualquier rastro de control u orgullo. Su lengua invadió la mía, reclamándome de una manera que me hizo olvidar todo, hasta cómo respirar.

—¿Lo ves? —preguntó sobre mi boca, mordiéndome más fuerte de lo que me tenía acostumbrada, dejando claro que ese encuentro no sería igual a los que tuvimos antes—. Incluso siendo libre, no dejas de ser mía, Abigail. Lo has sido desde la primera vez que nos vimos aquí —gruñó, sus manos recorriendo mi cuerpo como si quisiera memorizarlo de nuevo.

Madonna.

Era la primera vez que utilizaba esas palabras con... ¿posesividad? ¡Cazzo, no! Debía estar alucinándolo.

Y dejé de hacerlo al sentir cómo una de sus manos se deslizaba entre nosotros, bajando hasta el centro de mi deseo. Un gemido bajo escapó de mis labios cuando sus dedos reencontraron mi humedad, moviéndose con precisión entre mis pliegues. Me arqueé contra él, incapaz de resistirme a lo que me hacía sentir, incapaz de fingir que no lo había extrañado.

—Estás tan jodidamente mojada —susurró con una mezcla de burla y asombro—. ¿Es por mí, mon beau cygne, o por esos otros con los que intentaste olvidarme?

La pregunta me hizo arder por dentro. No eran celos los que la impregnaban; era algo más profundo, más oscuro. Lo miré directamente a los ojos, sin responder, pero el desafío en mi mirada fue suficiente para encender algo más en él.

—Sabía que nadie podía follarte como yo —desdeñó en voz baja y cargada de autoridad, tomándome del cuello hasta limitarme la respiración—. Y esta noche voy a recordártelo.

Bajó su pantalón con un movimiento ágil sin dejar su agarre en mi garganta y tomó su polla con una mano, guiándola hacia mí, provocándome al rozar mi clítoris antes de coronar mi entrada. Sentí la punta impulsarse contra mi canal húmedo, deslizándose lentamente mientras mi cuerpo se tensaba en anticipación. Era caliente, duro, y cuando comenzó a empujar hasta adentro, un gemido ahogado escapó de mis labios.

La sensación era abrumadora.

La manera en la que me estrangulaba y el estiramiento de mi vagina fue exquisito, una mezcla de placer y una punzada deliciosa de dolor que me hizo arquear la espalda, limitándome más el oxígeno. Lo sentí llenarme centímetro a centímetro, con empujes lentos y deliberados que arrancaban más jadeos ahogados de mi garganta. Mi vientre se contrajo en un nudo de deseo, los músculos de mi cuerpo ardiendo con la tensión de tenerlo dentro después de tanto tiempo.

Y tan rudo esa vez.

Oddio... Andrea... —balbucí, sintiendo cómo su erección rozaba los rincones de mi interior, alcanzando lugares que nadie más había tocado.

Merde. —gruñó, cerrando los ojos por un segundo y dejando mi garganta para afianzar su agarre en el soporte de busto que utilizaba, justo donde estaba el ala—. Sigues tan apretada, ma belle —gruñó, su voz ronca y cargada de deseo mientras comenzaba a moverse.

Sentí cada centímetro suyo deslizándose fuera de mí al empezar a retirarse, dejando un vacío que me hizo soltar un gemido de frustración. Pero antes de que pudiera protestar, volvió a embestirme, llenándome de nuevo con una fuerza que me arrancó un grito ahogado. Mis uñas se clavaron en su antebrazo mientras mis piernas temblaban alrededor de su cintura, necesitando anclarme a algo a la vez que mi mente se deshacía en fragmentos de placer.

Mi cuerpo se movía con él, buscando más, exigiendo más.

Cada embestida era un golpe directo a mi núcleo, enviando ondas de regocijo que se extendían desde mi vientre hasta mis piernas, mis brazos, mi pecho. Sentía cómo mi humedad lo envolvía, cómo mis paredes se apretaban alrededor de él, tratando de mantenerlo dentro mientras él marcaba un ritmo que me hacía perder la razón.

—Mírate, Abigail —murmuró mientras bajaba la mirada hacia donde estábamos conectados—. Estás hecha para esto. Para mí.

Mis músculos se tensaron aún más ante sus palabras, y sentí cómo el calor se acumulaba en mi vientre, descendiendo en espirales hasta el centro de mi deseo. Su polla se deslizaba dentro y fuera de mi canal húmedo con un ritmo perfecto, sus caderas chocando con las mías con una fuerza que me dejaba sin aliento. Cada vez que entraba, me llenaba por completo, y cuando salía, mi cuerpo lo seguía, rogando en silencio que volviera.

—Más rápido... por favor... —jadeé, mi voz temblando entretanto mis uñas dejaban marcas en su espalda luego de sacarle la camisa por completo y que se cerniera sobre mí.

Aumentó la velocidad, sus embistes haciéndose más intensos, más profundos. Noté cómo el colchón temblaba bajo nosotros, cómo mi cuerpo entero se rendía a él mientras el placer se acumulaba en mi estómago, amenazando con desbordarse.

Y entonces se detuvo.

Un jadeo de protesta escapó de mis labios, pero antes de que pudiera decir algo, Andrea me giró con facilidad, colocándome a cuatro patas frente a él. Su mano fuerte se deslizó por mi espalda desnuda, bajando hasta mis caderas, arrancándome las bragas de un tirón y acomodándome como él quería.

—Así es como siempre debiste estar, ma belle —dijo con un tono bajo y posesivo que hizo que mis piernas temblaran—. Lista para mí.

Sentí la punta de su polla rozar mi entrada de nuevo, y antes de que pudiera prepararme, empujó con fuerza, empalándome por completo. Un grito ahogado escapó de mi garganta mientras mi cabeza caía hacia adelante, blanqueando los ojos, mis manos aferrándose a las sábanas negras.

La posición lo hacía sentir aún más profundo.

Las embestidas parecían llegar hasta mi alma, arrancándome jadeos que resonaban en la mazmorra. Mi cuerpo temblaba, sus manos grandes y fuertes se cerraban sobre mis caderas, controlando los movimientos, marcando cada ritmo.

—Dime algo, Cygne Noir —pidió mientras sus dedos se deslizaban hacia mis nalgas, acariciándolas con un toque que era a la vez suave y dominante—. ¿Alguien entró aquí mientras estuve lejos?

El calor subió a mis mejillas, y aunque mi cuerpo ardía debajo de él, me obligué a mantener el control cuando su dedo llegó a mi ano. La caricia se sentía demasiado buena, increíble. Giré la cabeza ligeramente, encontrando su mirada por encima de mi hombro.

—Responde —demandó y siseé cuando azotó mi nalga, un golpe que de seguro dejaría las marcas de sus dedos en mi carne.

—¿Y si lo hizo? —repliqué, mi tono fue provocador a pesar de que mis piernas temblaban.

Su reacción fue inmediata.

Con una mano, tomó la parte de atrás de mi cabello, inclinándome hacia él mientras sus embestidas se volvían más rápidas, más intensas. Mi boca se abrió en un grito ahogado mientras sentía cómo mi voluntad imperiosa se rendía por completo a su dominio.

—No importa —gruñó contra mi oído, su voz baja y cargada de autoridad—. Porque este culo es mío, Abigail. Igual que tu coño. Y voy a reclamarlos como siempre debí hacerlo.

Sus palabras encendieron dentro de mí más rabia, deseo y rendición. Gemí más fuerte cuando llevó la mano a mi garganta y la otra bajó a mis pechos, pellizcándolos con rudeza. Tras eso llegó a mi clítoris y lo frotó con precisión mientras seguía llenándome con cada embestida.

Sentí cómo el calor en mi vientre alcanzaba su punto de quiebre.

—Pero tú y yo sabemos que seré el primero en tu culo, mon amour. —Su voz iba llena de promesa—. Así como fui el primero en tu coño.

¡¿Qué!? ¿Cómo demonios sabía eso? Nunca se lo dije.

De igual manera no me detendría a pensarlo cuando cada una de esas palabras me estremeció de una manera deliciosa, acumulando más calor en mi vientre. Sus embestidas se volvieron más duras y rápidas, yo retrocedí hacia ellas, encontrándolas. Mis gemidos, sus gruñidos y nuestra piel chocando una y otra vez acompañaron la música que llenaba nuestro entorno.

—El primero —solté cerca de su boca y sonreí—, pero no el último.

Sus ojos azules y oscuros parecieron llamear al escucharme.

—Mientras sea el último donde de verdad me importa —exhaló, agarrándome del cabello de nuevo, su aliento bañó mi piel—, no me molesta cómo o con quién quieras jugar.

Mi coño apretó su polla y abrí la boca, jadeando y gimiendo.

—¿De verdad no te molesta? —pregunté, llevando una mano a su cuello para aferrarme a él, con uñas incluidas.

Ya estaba más que claro que de ese encuentro saldríamos como si acabáramos de librar una batalla. Una que él se encaminó a ganar cuando sus dedos jugueteando con mi clítoris me acercaron a ese punto de ebullición donde ya no había marcha atrás.

—No. En realidad, me excita ver cómo otros intentan provocarte lo que solo yo puedo conseguir, mon beau cygne noir. —Me mordí el labio, pero no contuve el grito—. Nadie tiene el privilegio de que te deshagas en sus manos como lo haces en las mías, porque lo nuestro no es solo sexo y lo sabes.

—Andrea... —grité, mi voz rota mientras me encorvaba por la explosión en mi interior y su polla golpeaba aquel punto dulce, devolviéndome a donde indudablemente pertenecía.

Putain.

Oddio —gemí al mismo tiempo que él gruñó.

El calor se extendió por mi vientre cuando el orgasmo me atravesó con una fuerza que me hizo temblar.

Mi coño se apretó más en torno a él, provocando su propio clímax. Cada músculo contrayéndose mientras la ola de placer me arrastraba por completo. Lo escuché gruñir detrás de mí, y con una última embestida profunda, se dejó ir, llenándome con su calor mientras sus manos mantenían mi cuerpo en su lugar.

Jesucristo.

Escuché sobre el juego primal, pero nunca imaginé que lo viviría en carne propia por lo salvaje que me pareció. Hasta que Andrea regresó a mi vida y lo cambió todo.

Nos desplomamos juntos sobre el colchón, nuestras respiraciones entrecortadas llenando la habitación.

Andrea aún se hallaba sobre mí, su peso era cálido y reconfortante; sus labios rozaban el tatuaje de loto en mi nuca en un gesto que era más íntimo de lo que estaba lista para aceptar. No dijo nada, y yo tampoco. Pero en el silencio que siguió, supe que, lo que aseguró en el calor de nuestro clímax, no era tan errado, pues esa noche había cambiado algo.

Algo que nunca podríamos deshacer.

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Assez: Suficiente

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¡UF! Estos dos han tenido lo que a mí me está haciendo falta 😬😬😬😬

Próximo capítulo en un rato.

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