CAPÍTULO 37
Knox, que era el alter ego del Dominante con quien follé, me había sacado en brazos de aquella sala para llevarme a una habitación más cómoda donde me dio el aftercare. Viviana también fue incluida en esa sesión y, en un momento donde nuestras miradas se cruzaron, noté su orgullo hacia mí por cómo me desenvolví esa noche.
Aunque, cuando terminamos y decidí volver a mi residencia, la relajación de aquellos mimos recibidos por Knox desapareció y mi cuerpo entró en tensión al toparme cara a cara con quien menos imaginé.
—¿Marcel? —pronuncié su nombre, sintiendo la garganta seca y los latidos acelerados, mirando a todos lados en busca de alguien que de solo pensar que estaba en el club, hizo que mi corazón se desbocara.
Marcel sonrió de lado al verme y caminó hacia mí, para encontrarnos en el camino, pues yo no detuve mi paso.
—Quel plaisir de te revoir, Cygne Noir —«Vaya placer que es, volver a verte, Cisne negro», dijo al detenernos frente a frente.
Con elegancia tomó mi mano y depositó un beso en el dorso de ella. Tragué con dificultad y, a pesar de que lo miré, mis ojos siguieron bailando alrededor de él.
—También me alegro de verte, aunque es una enorme sorpresa —admití y le besé la mejilla.
Habíamos adoptado esa costumbre, él me saludaba con un beso en la mano, pero yo siempre le daba uno en la mejilla, desde que nos tuvimos un poco más de confianza.
—Lo acepto, por un momento creí que, al verme, me darías una bofetada luego de lo que sucedió hace más de un mes —admitió y rodé los ojos.
Sabía que se refería a su juego de no decirle a Andrea de mi presencia, hasta que bailé con aquel moreno.
—Te la daría, pero por sugerirle a Luxure que no tomara a una sumisa de mi tipo bajo su dominio —refuté y eso lo hizo morderse la sonrisa.
—Créeme, después de lo que vi...vi esta noche, no le habría sugerido nada de eso. —Fruncí el ceño por cómo titubeó, o se corrigió.
Pero lo dejé de lado en cuanto me caló lo demás.
—¿Estuviste en la doma de Knox? —Se lamió los labios, un gesto pícaro que me hizo entrecerrar los ojos.
—Oui, Cygne Noir. Y debo admitir que me dejaste con la boca abierta.
—Claro que lo hice, si siempre me viste solo como una rebelde es obvio que no creías en mi potencial como sumisa, ¿non, Brûlant? —solté con reproche.
—Putain. Luxure jamás debió decirte eso —se quejó en voz baja y con una sonrisita.
Negué con la cabeza, cruzándome de brazos.
Estaba tratando de enfocarme solo en él, aunque mi lengua picaba por preguntarle si se encontraba solo en el club; y si me contuve fue únicamente porque quería seguir concentrándome en mi objetivo. Y siendo sincera, agradecí que Marcel tampoco lo sacara a colación, a pesar de esos comentarios.
—Tuviste razón en ese momento —acepté y noté el cambio en su mirada.
Pasó de picardía a arrepentimiento.
—Cygne Noir, yo...
—No vayas a decir que lo sientes, Brûlant. No es necesario, ya no me afecta —dije con sinceridad—. Y tampoco voy a abofetearte por nada.
—Esta...
—Patito —Tanto Marcel, que de nuevo fue interrumpido en lo que me diría, como yo miramos a Michael; él tenía la mandíbula tensa y parecía odiar a todo el mundo.
Había estado en el club todo ese tiempo, aunque por obvias razones no entró a la doma; y antes de encontrarme con ese francés le escribí avisándole que quería marcharme. Por lo que supuse que llegó para apurarme, pues al siguiente día tenía que levantarme temprano para avanzar con un proyecto de la universidad y así poder terminarlo esa semana, ya que a la siguiente viajaríamos a Richmond para la boda de Aiden y Sadashi.
—Debo irme —le avisé a Marcel y él me sonrió.
—De verdad, Patito, me ha gustado mucho verte de nuevo —dijo él, llamándome con el apodo que Michael usó y le sonreí.
—No dudo en que sí te gustó verme, francés idiota —solté con picardía y le guiñé un ojo.
Él dejó escapar una carcajada, sabiendo muy bien a lo que me referí.
—J'adore cette nouvelle version de toi, Cygne Noir —«Me encanta esta nueva versión de ti, Cisne Negro», aceptó antes de que me alejara de él.
No le dije nada, simplemente seguí mi camino hacia donde Michael me esperaba, y no pasé desapercibida la mirada asesina que le dio a Marcel.
Definitivamente mi guardaespaldas no era fan de los franceses. Y esa noche tampoco de mí, ya que lució demasiado serio en el trayecto a mi residencia y sus respuestas monosílabas se sintieron cargadas de hastío, por lo que decidí dejarlo tranquilo, ya que tampoco quería que jodiera mi ánimo.
Aunque igual me lo jodí yo cuando tras llegar a la residencia me fui a la cama y en lugar de dormir, me la pasé dando vueltas, con un insomnio del diablo provocado por pensamientos que no quería tener, pero que tampoco podía evitar. El placer que Knox me dio se vio opacado por mi reencuentro con Marcel y la duda que me carcomía de si llegó solo a Reverie.
Y todo terminó de joderse cuando recibí un mensaje de Viviana en donde me pedía que pospusiéramos nuestro encuentro de esa semana porque le había surgido algo inesperado y... ¡Porca troia! Nunca creí que la prueba para comprobar si ya había comenzado a soltar, llegara de esa manera.
Y no la estaba superando con honores, ya que al día siguiente era yo la de la cara de culo y concentrarme en clases no me fue nada fácil. En mi entrenamiento con Michael estuve más agresiva y a la vez, más torpe, lo que hizo que él me exigiera más y me hablara como si hubiese sido el instructor militar cabrón que no me daba tregua.
—De nuevo, Abigail —demandó Michael.
—Estoy... cansada —jadeé, inclinada hacia el frente, poniéndome las manos enguantadas en las rodillas.
—No te he preguntado cómo estás, estoy ordenando que lo hagas de nuevo. —Lo miré, dejando que la furia barriera con mi cansancio.
Él tenía unas manoplas puestas para protección, habíamos estado practicando un poco de kick boxing, así que cumpliendo su maldita orden me dejé ir sobre su cuerpo, tomando impulso para lanzarle un rodillazo que consiguió detener, igual que mis puñetazos; pero no contó con que en ese momento también me sentía furiosa con él, así que, tomándolo por sorpresa le lancé un cabezazo más fuerte de lo que pretendí y lo hice caer sentado en el suelo.
Michael gruñó y se sacó las manoplas para tomarse la nariz enseguida.
—¡Cavolo! —maldije sacándome los guantes con torpeza y me tiré de rodillas frente a él, la furia anterior siendo mermada por la preocupación—. ¡Michael! ¡¿Estás bien?! —Me metí entre sus muslos con la intención de revisarlo.
—¡Joder! —se quejó y agradecí que me dejara verlo cuando lo tomé de las manos y se las aparté.
Sentí un leve alivio al no verlo sangrar y lo tomé con cuidado entre el mentón y la mandíbula para echarle la cabeza un poco hacia atrás.
—¿Por qué tienes que provocarme así? —lo regañé mientras me aseguraba de no haberle roto la nariz o desviado el tabique.
Él bufó.
—¡Lo que me faltaba! —refunfuñó— ¡Que sea mi jodida culpa que no te soportes ni tú misma!
Sus muslos rozaban los míos, nos encontrábamos tan cerca que podía sentir el calor que emanaba después de todo el trabajo físico. El almizcle de su sudor se mezclaba con el de su fragancia corporal y me golpeó de lleno al ser más consciente de cómo estábamos.
Ya no lo tomaba del rostro, pero sus manos a los lados de mis caderas triplicaron mi sensibilidad. Y cuando él se dio cuenta de ello, se alejó de inmediato y se puso de pie. Escondí mi sonrisa, pues sabía que eso pasaría.
Michael siempre trataba de mantener una buena distancia entre nosotros incluso en los entrenamientos. El tonto me repelía como si yo hubiese tenido lepra o algo de eso. Y lo respetaba, pero en esa ocasión violé su espacio por preocupación.
—Es tu culpa provocarme como lo haces y que te confíes de mi torpeza solo porque me ves molesta conmigo misma, Micky —repliqué y él chasqueó con la lengua, aunque me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie y se la tomé—. Ve cómo hasta usted comete errores, Sargento de Estado Mayor —lo chinché, utilizando el cargo que desempeñaba en la unidad especializada a la que perteneció.
O seguía perteneciendo.
—Nunca dije que no lo hiciera —se defendió—. Ahora ve a ducharte porque apestas, hemos terminado.
Lo miré indignada, viéndolo marcharse del gimnasio de mi residencia donde siempre entrenábamos.
—Stronzo, no apesto —me quejé luego de olerme la ropa, hablando lo bastante fuerte para que me escuchara.
Sacudí la cabeza y luego me fui a mi habitación a tomar una ducha para deshacerme del sudor y relajar mis músculos. Esa noche sí dormí porque el cansancio del entrenamiento fue muy pesado.
Y continué durmiendo bien las noches que siguieron, obsequio del agotamiento de los entrenamientos, ya que a Michael le dio porque entrenáramos sin descanso, alegando que estando en Richmond tendría tiempo suficiente para descansar. Solo iría una semana a Estados Unidos y, aunque los nervios me atacaron, también me emocioné con la idea de ver a mi familia, de visitar a Essie, de conocer a mi sobrina al fin en persona.
Dos días antes de mi viaje me vi con Viviana, era la quinta vez que nos reuníamos, ya no para que yo practicara como sumisa, sino como Dominante, pues al final decidí aprender ambos roles y a ella parecía gustarle más esa versión de mí. No hablamos de lo que la hizo posponer nuestro anterior encuentro, pero, por supuesto que sospechaba la razón.
Si Marcel se hallaba en la ciudad, Andrea también.
Y creí que odiaría a Viviana al verla nuevamente luego de que ella hubiera estado con él, pero no pasó. No voy a mentir, sí sentí aquella sensación parecida a los celos y a la posesividad, aunque en una cantidad muy mínima, si es que esas emociones se podían medir, en comparación a cuando inicié ese camino por mi cuenta. Eso me enorgulleció y me puso muy feliz, pues era gratificante no ser presa de sensaciones que me llenaban de inseguridades.
Iba por el camino que quería, y no descansaría hasta liberarme yo misma.
—¿Estás emocionado? —le pregunté a Michael el día de mi regreso a casa, cuando el jet estaba por aterrizar en la pista privada de mis padres.
Mi corazón latía acelerado, pues de nuevo me encontraba en Estados Unidos.
—¿Por qué? —preguntó mi guardaespaldas con el ceño fruncido.
—Porque al fin vas a descansar de mí esta semana, Micky —solté en tono aburrido y noté el amago de su sonrisa.
—Vacaciones bien merecidas, ¿no crees? —me provocó y yo sí que me reí.
—Vas a extrañarme, mon rat.
—Vaya que sueñas en grande —bufó y eso me hizo reír más.
—Mírame a los ojos y dime que no vas a extrañarme —lo reté.
Íbamos sentados uno frente al otro, aunque no se había mantenido en su asiento durante el vuelo, ni yo en el mío, pues aproveché para dormir unas horas.
Michael rodó los ojos, negándose a caer en mis niñerías, como las llamaba.
—Anda, mírame a los ojos y dime que no vas a extrañarme —insistí, tocando su pantorrilla con la punta de mi pie cubierto solo por mi media de algodón.
—Por supuesto que no lo haré, Abigail —aseguró, su mirada imantada en la mía y entrecerré los ojos—. Esta semana no quiero saber nada de ti, así que ni se te ocurra estarme escribiendo solo para preguntarme cómo está el clima y así decidir qué ropa ponerte, mejor bájate de una vez la aplicación que te envié para que lo revises por tu cuenta.
—Qué grosero eres —repliqué haciendo un puchero, intentando parecer herida.
Sí, era cierto que hacía eso, pero porque me gustaba tener una excusa para escribirle por las mañanas, aunque el tonto cuando se aburrió de la misma pregunta diaria terminó por enviarme el enlace para que descargara una aplicación del clima.
—¿Sabes qué? Voy a pedirle a papá que te releve por otra persona como mi guardaespaldas, así te evito el castigo de que vuelvas conmigo a Londres —vocalicé como si hablara de algo trivial y él ni se inmutó.
Ya lo suponía, pero de todas formas quería probar su reacción.
—No lo hagas, mejor yo pediré el relevo y cuando me pregunte la razón, le diré que no soporto más tener que cuidarte en esos clubes que tanto te fascinan.
—¡Che cazzo, Michael! ¡Ese es golpe bajo! —chillé y en ese momento sí que rio abiertamente.
—Tú decides, Patito provocador —vocalizó con malicia e hizo una pausa cuando el jet aterrizó—. ¿Pido el relevo? —me retó.
—Solo debías aceptar que no puedes vivir sin mí y que esta semana será la más aburrida que tendrás —refunfuñé.
Él se recostó en su asiento, en esa pose toda masculina que lo hacía lucir peligroso, con los muslos abiertos, supercómodo, sonriendo como un cretino victorioso porque supo jugar mejor que yo ese juego.
Y estuve a punto de iniciar otra ronda de pullas al bajar los escalones del jet hacia donde cuatro camionetas todoterrenos esperaban por nosotros, pero entonces papá salió de una de ellas y como su niña consentida que era, formé una enorme sonrisa en el rostro y corrí hacia él.
Papá me cogió en volandas y solté una carcajada, sintiéndome como la Abigail de ocho años que siempre esperaba por él cuando regresaba de sus viajes. Enganché mis brazos a su cuello y él aferró los suyos a mi cintura, dándome un beso en la sien.
—¡Joder, nena! Cómo te extrañé —dijo cuando me devolvió al suelo y me puse en puntitas para darle muchos besos en ambas mejillas.
—¡Mírate qué guapo estás, papito! —exclamé emocionada, sintiendo que mis ojos ardían.
Había pasado un año desde la última vez que nos vimos porque, aunque ellos podían ir a visitarme, respetaron mi espacio y no interrumpieron mi voluntariado.
—Tú sí que estás guapa, nena —señaló él, tomándome del rostro y haciendo que lo viera a esos ojos grises idénticos a los míos.
Estos le brillaban con felicidad, queriendo encontrar a la niña que dejó ir dos años atrás, aunque orgulloso por la chica que encontraba. La última vez que nos vimos no fue en el mejor momento de nuestras vidas debido a lo que le hicieron a mi hermano y a Essie; la emoción de volver a estar juntos fue opacada por la tristeza. Pero esta vez, aunque mi prima seguía luchando, las circunstancias eran diferentes, para celebrarlas a lo grande.
—Puta madre, Abigail —soltó de pronto y me apretó a su pecho, rodeándome la espalda con sus tatuados y musculosos brazos y sin decir nada más presionó un beso en mi cabeza.
Reí un poco acongojada, sintiendo cómo un par de lágrimas se me escaparon. Ese era papá, el hombre de pocas palabras que no solía expresar sus sentimientos tan a menudo.
—Guarda un poco para mí, que también es mía. —La voz de mamá se escuchó firme detrás de él y lo solté para mirarla.
Ella estaba sonriendo, disfrutando de la estampa que su marido y yo protagonizábamos.
—¡Mammina! —Medio grité, abriendo los brazos antes de llegar a ella, con un puchero en los labios porque... ¡cazzo! Inevitablemente volví a sentirme como la niña consentida de esa pareja que me cuidaba como leones feroces.
—¡Jesucristo! De nuevo estás conmigo, amor —celebró y no pude hacer más que reír, fundiéndome en su abrazo, dándome cuenta de que esa vez éramos de la misma estatura en comparación a cuando me fui.
Mamá a diferencia de papá, no se limitó para decirme cuánto me echó en falta y lo mucho que me amaba.
Y después de saludarlos a ellos, saludé también a Ronin y a Owen, quienes los acompañaban junto a otros Grigoris y Sigilosos.
No vi más a Michael, pero supuse que se había unido a sus demás compañeros, agradecido por librarse de mí. Aunque, cuando me metí a una de las camionetas con mis padres y revisé mi móvil, me encontré con un mensaje de él que me hizo sonreír.
Disfruta de tu familia, Patito consentido.
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Reencontrarme con mi familia era como una caricia al corazón, conocer a Asia Pride Kishaba y cargarla en brazos, fue como ese momento reconfortante que no sabía que necesitaba hasta que lo estuve viviendo. Mi sobrina era la niña más hermosa que vi en mi vida, y esto que me enamoré de Mateo cuando lo conocí por primera vez en brazos de tía Tess. Pero con Asia era distinto, la sentía más mía (no en sentido posesivo) y hubo una noche en la que me quedé en su habitación porque no podía ni quería dejar de verla.
Incluso me peleaba con Daemon para cargarla, pues mi hermano se sentía igual de enamorado que yo de esa bebé. Y juntos nos peleábamos con Sadashi porque la muy descarada nos quería poner límites con su hija.
Bien, no era ninguna descarada, era la madre de ese tesoro de la familia y lo cuidaba como tal.
—Vino por mí, no por ti, Jacob. Así que deja de venir a robárnosla. —Rodé los ojos al escuchar a Aiden decirle eso a mi amigo.
Había cosas que no cambiaban en él ni aunque fuera padre.
Mi mejor amigo estaba más guapo, ya era un hombre, más que un año atrás, sus rasgos masculinos y duros escurrían madurez y, por supuesto que dejaría que me robara las veces que quisiera, puesto que, aunque hablaba más con él por medio del móvil (o en los juegos virtuales) que con mis hermanos, necesitábamos ponernos al día y debíamos aprovechar cada momento en los que Leah no me secuestraba para hacer pruebas de vestido, maquillaje y todas esas cosas.
Y no, Sadashi había decidido que no llevaría damas de honor en su cortejo nupcial, por lo que mi prima simplemente decidió encargarse de mi vestido, el suyo y el de las mujeres de la familia por gusto propio.
—¿De verdad convenciste a Aiden de hacer la despedida de soltera para su prometida? —Jacob lucía incrédulo y me reí.
—En realidad, convencí a Sadashi porque, con lo poco que la he tratado ya como mi cuñada, me he dado cuenta de que es capaz de dejarme con todos los preparativos y no asistir —solté y Jacob rio—. A mi hermano solo tuve que prometerle que no dejaré que su futura esposa llegue al altar ni con resaca ni recién follada por un stripper caliente.
—¡Joder! ¿En serio te atreviste a hablar de follar con ese hermano que te sigue creyendo una virgen pura?
—¡Ya, tonto! No soy virgen ni pura, pero tampoco soy una pervertida. — Jacob soltó una carcajada escandalosa que me contagió, por supuesto que era pervertida y él lo sabía—. Anda, deja de reírte y mejor dime cuál es la sorpresa que me tienes —lo animé, pues por eso llegó a casa.
Se mordió el labio, sonriendo con malicia y entrecerré los ojos.
—No te irás solo con Michael de regreso a Londres —soltó.
—¡Cavolo! ¿No me digas que papá se atrevió a ponerme otro guardaespaldas de planta? —pedí, sintiendo que en esa visita no faltaría la típica discusión con mi padre.
—No —respondió y me miró con los ojos entrecerrados—. Fue mi padre quien le pidió a los tuyos si puedes darme un aventón.
—¡¿Qué?! —chillé y su respuesta fue asentir, emocionado al ver mi reacción—. Jacob, ¿lo dices en serio?
—Sí, Patito, muy en serio. Mamá ya está mejor y he hecho todos los trámites para transferirme de universidad. No quise decirte antes porque vendrías, así que lo guardé como una sorpresa.
—¡Oh, Dio! —grité colgándome de su cuello y él me abrazó por la cintura, riéndose y gozando mi emoción porque al fin lo tendría cerca de mí.
—¡Dai, fratello! Smettila di fare il bambino —«¡Ya, hermano! Deja de ser un bebé». Alcancé a escuchar que le dijo Daemon a Aiden.
Este último no miraba con buenos ojos mi interacción con Jacob, ellos se encontraban en la sala de cine de la casa de nuestros padres. D tenía a Asia en brazos. Jacob y yo nos hallábamos en la sala familiar. Y en otro momento hubiera jodido más a Aiden porque sentía cierto placer en ponerlo celoso, pero no en ese, cuando lo más importante para mí era celebrar la noticia que acababa de darme mi mejor amigo.
Aunque también sentí nostalgia y tristeza, porque podía jurar que, si Essie se hubiera encontrado bien, ese día quizá habríamos celebrado la noticia de que era ella quien se uniría a nosotros en Londres.
Esa tarde fui a verla al hospital local donde la tenían, Jacob me acompañó. Ahí nos reunimos con tía Laurel y tío Darius. Ellos lucían esperanzados, pero también cansados, aunque no estaban dispuestos a dejarse vencer por nada, se lo habían prometido a mi prima en aquella cama donde se mantenía postrada.
Al regresar a casa de mis padres busqué a Asia en su habitación, queriendo que su sola presencia me sacara la tristeza, furia y frustración con la que salí del hospital, porque, aunque también fui feliz, igual que mis tíos al verme, no pude evitar recordar que afuera seguían las malditas ratas que nos pusieron en esa situación.
—¿Finalmente te acoplaste a tener a Anderson contigo? —me preguntó Sadashi, ella estaba en la habitación dándole de comer a su hija cuando llegué.
No alimentaba a Asia con leche materna porque no produjo la suficiente, así que les tocó recurrir a las fórmulas.
—Sí, fue muy fácil luego de hablar contigo —respondí—. Aunque de seguro el pobre se sigue arrepintiendo todos los días de haber aceptado protegerme —añadí con diversión y ella sonrió de lado.
Sadashi era una norcoreana con raíces japonesas, muy hermosa, además de fuerte, letal y actitud dominante. Una estirada para muchos, pero no para la familia. Y podía entender que mi hermano se enamorara de ella, hasta yo lo habría hecho.
Me causó gracia darme cuenta en ese momento que yo era muy parecida a Aiden en cuestión de relaciones, porque, aunque yo tendía a ser sumisa y mi hermano un relajado, nos cautivaban más las personas con actitudes dominantes, a pesar de que nosotros también lo éramos.
—Créeme, de haberse arrepentido ya habría pedido relevo —aseguró Shi.
—Michael no es de los que abandona sus misiones, cuñadita. Así que, aunque se arrepienta todos los días, no dejará su misión —solté, por lo que había aprendido de él y noté que ella alzó una ceja.
—Tienes razón en eso, pero también es responsable, así que si sabe que no desempeñará bien su papel porque algo se lo impide, no durará en dejar su misión. —Asentí de acuerdo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—¿Tiene que ver con Anderson o con lo que te trajo a buscar a Asia? —soltó, tan directa como siempre y eso me formó una sonrisa en los labios.
Con ella y Daemon siempre debía tener cuidado.
—Fui a ver a Essie —comenté y sentí el cambio en mi humor. Sadashi colocó a Asia en su cuna, al final la pequeña se durmió en brazos de su mamá.
—¿Quieres que hablemos afuera? —Asentí y me puse de pie de la silla en donde estuve.
La casa tenía una terraza en cada piso, cada una acondicionada ya fuera para la temporada de calor o el frío invernal, por lo que nos fuimos directo a una de ellas para hablar.
—Seré directa contigo, Sadashi —le dije cuando nos sentamos frente a frente—. No le he preguntado nada a mis padres ni a Aiden porque sé que no tenemos mucho tiempo para compartir y vine por tu boda. Pero hoy que vi a Essie me fue inevitable pensar en que esos malditos hijos de putas que la pusieron en esa camilla siguen libres, vivos que es lo peor. Y todavía no sé mucho sobre cómo operan las organizaciones de mi familia, no obstante, odio que se estén tardando tanto en matarlos.
Sadashi sonrió, pero no con burla.
—Te pareces mucho a Aiden cuando comenzó a inmiscuirse en todo este mundo —señaló—. Y entiendo tu frustración, Abigail, pero, aunque no lo parezca, todo este tiempo hemos estado haciendo un seguimiento de los pasos de nuestros enemigos y, así se escuche cruel: no podemos dejarnos guiar por los sentimientos. Los Vigilantes nunca han sido un enemigo pequeño y no vamos a subestimarlos.
—Comprendo el punto. Sin embargo, a veces siento que esperan a que algo grave vuelva a pasar, a que nos jodan bien de nuevo para actuar como se debe —espeté y en ese instante hasta volví a sentir enojo con Jacob por haberme detenido aquella vez.
Pero... ¿qué habría sido de mí si hubiese asesinado a la rubia maldita? Porca troia, también entendía que mi amigo evitó que cayera en un bucle del cual no habría salido tan fácil, si es que hubiera salido en realidad.
—¿Por qué no acabaste tú con el problema cuando tuviste la oportunidad? —soltó Sadashi y me tensé.
Me había estado analizando todo ese tiempo y no me importó, ya que decidí darle rienda suelta a mi frustración. Aunque me tomó por sorpresa que supiera tanto, si es que de verdad sabía algo.
—¿A qué te refieres? —indagué, alzando la barbilla, recomponiéndome de inmediato. Sus ojos rasgados me siguieron escaneando, viendo a través de mí, pero no me inmuté, no bajé la mirada, jamás volvería a hacerlo.
Y me sorprendí de mí misma al no dar un paso atrás en esa guerra, porque la Abigail de hace dos años sí que lo habría hecho. Sobre todo, con esa asiática que tenía la capacidad de poner a cagar a cualquiera.
«Pero yo no era cualquiera».
¡Dio! ¿De dónde me había salido tanta determinación?
—A que te gustan demasiado los juegos de realidad virtual, Abigail. A ti y a tu mejor amigo, de hecho —habló con malicia, su tono cargado de seguridad analítica y amenazante—. Ese mismo que es hijo de uno de los creadores de nuestras armas virtuales, sobrino de un Grigori de confianza al cual dejan encargado de la vigilancia de algunos de nuestros prisioneros más peligrosos. —Me pasé la lengua por los dientes, queriendo esconder una sonrisa y fracasando en el proceso. No desvié la mirada de la suya—. Entonces, ¿qué te detuvo?
No tenía caso hacerme la estúpida. Además, Sadashi ya lo sabía y no se lo dijo a nadie, eso significaba que, de alguna manera, ella estaba de acuerdo con lo que quise hacerle a Inoha Nóvikova.
—Que no eras tú quien la vigilaba ese día, Shi —respondí, mi voz escurría convicción y cero arrepentimientos—. Porque de haber sido así, tú no le hubieras dicho a Jacob que me detuviera —zanjé y la sonrisa que me dio fue tan letal como sensual.
Maledizione. Me asustó un poco sentir envidia de mi hermano en ese instante.
—Entonces... —Crucé una pierna encima de la otra y acomodé mis manos sobre ellas con elegancia, antes de seguir—. ¿Me equivoco, cuñadita?
—Puta madre, acabas de convertirte en mi favorita —musitó en japonés y me mordí el labio.
—Merezco una condecoración por conseguir eso, ¿no? —La sorprendí, de seguro porque seguía imaginando que todavía no manejaba ese idioma.
Pero lo cierto era que me gustaba nutrir mi cerebro con aprendizajes que no tenían que ver solo en cómo ser sumisa. Me encantaban los idiomas diferentes que existían, tanto como el diseño y la fotografía. Y la mayoría de las veces, cuando entrenaba sola o hacía ejercicios, en lugar de escuchar música aprovechaba para aprender una lengua nueva o practicar con las que ya sabía.
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Elite había cerrado sus puertas al público en general para dejarnos en la privacidad de una noche que juré que sería la más divertida de mi cuñadita estirada, dos días después de nuestra charla en la terraza. Estábamos en su despedida de soltera, una que organicé con la ayuda de Leah y tía Tess y a la cual terminé invitando a todas las mujeres de la familia y también a Bárbara Lupin, la novia de Dasher.
No lo había visto a él, pero con su chica nos encontramos en la tienda donde diseñaban nuestros vestidos, porque el suyo también estaba siendo confeccionado allí. Leah me comentó que fue Barbie la que le recomendó el lugar y como agradecimiento, y al ver que a Sadashi le caía bien, terminé por hacerla parte del festejo.
Habría querido tener a tía Laurel también con nosotras, pero eso ya era mucho pedir. Y si no vi mal lo de la despedida fue porque al hablar con tía sobre mi idea del festejo, ella me animó a hacerlo realidad, recordándome que a Essie le fastidiaba ser el centro de atención y que no me hubiera perdonado detenerme por ella, como si estuviera muerta.
También me hubiese encantado que mamá se nos uniera, pero en esa ocasión decidió quedarse con Asia porque su nuera no confiaba en nadie más que no fuera ella o Maokko, para que apoyaran a Aiden en el cuidado de su hija. Además de que aseguró que no estaba para fiestas luego de haber trasnochado la noche anterior, solucionando unos asuntos de La Orden.
Así que ahí estábamos, todas las que sí teníamos ganas de ponernos un buen pedo, en la barra, con el décimo tequila de la noche. A Jane le estaba costando beberlo, por lo que todas comenzamos a golpear la madera con las palmas de las manos, animándola a seguir.
Esa noche descubrí que mi cuñada con el alcohol en su sistema hasta era divertida.
—¡Diablos! ¡Mi himno! —grité cuando Genius de Sia sonó al máximo volumen en los altoparlantes— ¡¿Crees que soy estúpido?! —comencé a cantar al compás del cantante.
Me serví otro tequila y lo bebí de un sorbo, mis acompañantes rieron y gritaron, animándome al verme tan emocionada. Lejos quedó la Abigail que conocieron antes, esa noche estaban descubriendo a la chica desinhibida y feliz de serlo.
—¡Ecco, tesoro! —vitoreó Leah cuando me paré en una silla y luego pasé a la barra.
Usaba un vestido negro y tacos de punta, mi escote cubría arriba de mis pechos, pero la espalda quedaba descubierta hasta cerca de mi coxis. Me había hecho un moño flojo que ya estaba más desordenado que cuando salí de casa, pero me sentía tan sexi que disfruté el comenzar a mover las caderas para mis invitadas.
—No hay strippers, pero sí algo mejor —les aseguré y subí un poco más mi vestido.
Tía Tess, Maokko y Jane comenzaron a aplaudirme, Sadashi sacó unos billetes para lanzármelos, Leah era como una niña emocionada viendo a su ídolo y Bárbara estaba tan asustada que me reí y llegué frente a ella contoneando mis caderas y bajando hasta ponerme de rodillas, a la altura de su rostro. La tomé del collar largo con el que adornó su cuello y la acerqué peligrosamente a mi boca.
—Solo un genio podría amar a una mujer como yo —canté y tras eso sonreí, plantándole un beso en la mandíbula.
—¡Mierda! Eres mi ídolo —gritó Maokko y me reí.
Bárbara se puso más roja que el vestido que usaba. Intimidada con mi acción bajó la cabeza y negó con una sonrisa. La chica era demasiado tímida y hasta correcta en comparación a quienes la acompañábamos.
¡Maledizione! Eso por alguna razón me emocionó.
Seguí bailando y divirtiéndome y cuando esa canción terminó y Ain't My Fault de Zara Larsson siguió, las convencí a todas para ir a la pista y bailamos hasta que la madrugada apareció y la hora de irnos llegó. Le prometí algo a mi hermano y tenía que cumplirlo antes de que el alcohol me hiciera olvidar.
—Cariño, si te molestó mi acción en el club... dímelo, eh —le dije a Barbie cuando la dejamos en la entrada de la casa de mis tíos, donde se quedaría esa noche junto a su novio.
Isaac, nuestro chofer designado le ayudaba a bajarse de la limosina. Sadashi y Leah se reían de algo, abrazándose y silenciándose entre ellas mismas al ponerse un dedo en la boca.
Cazzo.
Aiden sí iba a matarme, pero en mi defensa, no sentimos los efectos del licor hasta que nos subimos a la limosina.
—No volverá... a pasar. Promesa, promesa de niña buena. —Alcé el meñique y Barbie rio.
—Me tomaste por sorpresa, pero no me molestó.
—Bien, te volveré a preguntar mañana —dije, sabiendo que el alcohol en nuestros sistemas no nos hacía pensar bien, aunque ella era la menos borracha de todas.
—Más tarde, Abby —me recordó.
En ese instante no entendí por qué lo dijo, ni siquiera le puse atención. Resoplé sintiendo cómo el licor se me seguía subiendo a la cabeza y me recosté en el asiento, siendo medio consciente de que Leah y Sadashi se seguían riendo.
Malditas locas.
—A penas volviste y mira todo lo que provocas, ragazza —señaló Daemon minutos más tarde cuando llegamos a casa de nuestros padres.
Miré hacia el patio frontal donde Sebastián intentaba ayudarle a Sadashi a bajar de la limosina y me reí. Yo llevaba los tacos en la mano y mi moño ya era historia, menos mal el vestido todavía se aferraba a mi cuerpo.
—Soy el alma de esta familia, gruñón precioso —dije hablando como una nenita y pellizqué sus mejillas.
Intentó alejarse, aunque no lo logró.
—¿Hace esto en Londres? —preguntó D a alguien detrás de mí y cuando conseguí girarme encontré a mi guardaespaldas favorito ayudándole a Sebastián.
—¡Micky! —chillé emocionada de verlo. No lo había hecho desde que volvimos y tampoco le escribí como pidió—. No, no... —Alcé el dedo índice queriendo decir algo que no me salía con tanta rapidez como quería—. No le digas que hago... cosas peores —pedí y solté una carcajada.
—¡Porca troia, Abby! —gruñó D y me cogió de las piernas y la espalda baja para cargarme como un novio a su novia, solo que fue más fraternal.
—No le hagas caso, está demasiado borracha. —Me reí al escuchar a Michael y luego mi hermano comenzó a subir los escalones para llevarme a la habitación.
Lo rodeé del cuello y gruñó cuando sin querer lo golpeé con un taco. Besé su mejilla como disculpas y negó.
—Aiden va a matarte donde Sadashi no llegue a ese altar —me recordó, en italiano.
—Ti voglio tanto bene —«Te quiero tanto», susurré y sentí el movimiento de su pecho al reír.
—En serio, ragazza... Por tu bien espero que no hagas esto en Londres —advirtió.
—Hago cosas peores —volví a decirle, riéndome.
—Maldita descarada, le diré a padre.
—Chismoso —bufé y me reí cuando me tiró de golpe en la cama.
Aunque le grité muchas maldiciones en el momento que todo me dio vueltas por la sacudida que dio a mi cabeza.
Cazzo. El efecto de los tragos se estaba intensificando y rogué para que Sadashi estuviese mejor porque, aunque lo tomé a broma, esperaba que mi hermanito no quisiera matarme dentro de unas horas.
—¡Ah! A eso te referías con más tarde —musité, recordando lo que Barbie dijo.
Seis horas después me desperté a tomar una ducha cuando mamá llegó a verme junto a unos analgésicos y bebidas vitaminadas; antes de irse me advirtió que tenía que estar lista para las tres de la tarde y, al ver que aún me quedaba tiempo, opté por volver a la cama y tomar una siesta de cinco minutos, aunque rato más tarde me levanté dando tremendo respingo cuando la puerta de mi habitación fue azotada con golpes fuertes y salté de la cama para abrirla.
—¡Merda! —musité al enfrentar a lo que, de alguna manera temí al volver a Estados Unidos.
Él estaba ahí, de nuevo frente a mí y... no podía ponerle nombre a lo que sentí, a lo que me provocó verlo con su expresión enfurecida, tan familiar y a la vez tan extraña. Seguía siendo Dasher, con rasgos más maduros y calientes, pero yo ya no me sentí como la niña a la que él hizo temblar con su actitud ruda.
«He visto tus ojos cuando hablas del infeliz ese que te marcó tanto, sé que todavía no lo olvidas, aunque sigas adelante. E incluso así, estoy tan seguro de lo que te he hecho, que no me importaría que follaras con él, porque tengo la certeza de que ni él me sacaría ya de tu cabeza».
Tragué con dificultad cuando las palabras de Andrea llegaron a mi cabeza y sentí cómo mi corazón se aceleró.
—¡Volviste a hacerlo! —reclamó ese rubio caliente—. ¡¿En serio, Abigail?! —Fruncí el ceño al no entender nada y me recompuse.
—Antes de meternos a ese rollo de nuevo, hola, Dasher —saludé con aire pícaro—. Es un gusto volver a verte, pasa adelante —ironicé y abrí del todo la puerta para dejarlo entrar.
No me sentí intimidada por su reclamo o esa actitud altanera, tampoco me avergonzó estar a solas con él cuando yo solo vestía una camisa blanca de tirantes delgados que dejaba ver mis pezones debido a que no usaba sostén, y un bóxer negro de rayas verticales blancas que apenas cubría mi sexo y pompas.
No olvidaba el miedo que sentí la última vez que estuvimos a solas, después de lo que sufrí en manos de aquellos bastardos, porque, aunque ese era un hecho que me marcó, esos recuerdos ya no me consumían la paz como lo hicieron en su momento.
—Y ahora, ¿de qué carajos me hablas? —pregunté al cerrar la puerta. Él estaba de frente a mi cama, dándome la espalda; y si bien el lugar había perdido el toque de mi niña del pasado, todavía se sabía que pisaban mi territorio.
Dasher llevaba un pantalón formal que acentuaba su culo de una manera deliciosa, acompañado con una camisa blanca de manga larga que abrazaba su torso musculado. El pelo lo tenía corto de los lados y largo del frente, peinado a la perfección.
—¿Qué mierda le diste a Barbie? —inquirió al girarse.
Su pregunta me molestó, aunque su reacción al percatarse de mi vestimenta me satisfizo; la mirada le jugó una mala pasada y no pudo evitar el concentrarse en mis pechos. Y, a diferencia de otra chica que a lo mejor se hubiese cubierto, yo crucé los brazos bajo mis tetas para que se realzaran más y consintiera su vista, a la vez de que me paré recargándome en un pie y que así mis caderas se lucieran.
También podía ser altanera.
—Me estás hablando de Bárbara, una mujer de veinticinco años, Dasher. Nadie la obliga a nada y menos... una niña —aclaré con ironía.
Me miró al rostro ante mi declaración y sonreí de lado.
—No estamos hablando de una niña inocente y lo sabes —recalcó y tomé una respiración profunda que alzó mi pecho porque imaginé que buscaba volver a hacerme sentir culpable, como se le hizo costumbre.
No pasaría, no volveríamos a lo mismo y se saldría con la suya. Ya no más.
—Bebió lo mismo que yo y las demás, primo. Que no pueda con la resaca ya no es mi problema. Así que deja la paranoia —le aconsejé.
—No me puedo fiar de ti nunca más, Abigail. Y pobre de ti si te atreviste a...
—Bárbara no tiene nada que me interese, Dasher —lo corté y descrucé los brazos cuando se acercó a mí para lanzar su amenaza.
Su altura era increíble y su aroma aún más, detalles que todavía me provocaban de una forma que odiaba, pero el sentimiento que antes me enloqueció estaba apaciguado y lo agradecí, ya que me confirmó a mí misma que lo que acababa de decirle era cierto.
«Y que Andrea no erró».
—Nunca confiaré en ti de nuevo —aseguró Dasher, viéndome desde arriba.
Se sentía grande al mirarme desde su posición, pero ignoraba que la grandeza de una mujer partía desde el suelo y los alcances eran infinitos y, aunque sus palabras hicieron mella en mí, ya no estaba dispuesta a demostrárselo.
—¿Y quién te dijo que busco tu confianza, cariño? —inquirí, mofándome de lo que aprendí a ser. Se quedó callado, sorprendido por mi respuesta y retrocedió un paso. Yo gané ese terreno al dar uno al frente—. Mejor vete antes de que papi llegue, no creo que le agrade que estés en la habitación de su nena, con ella vestida con poca ropa y tú deseando lamerle los pezones por encima de la blusa.
Rio sarcástico y estuvo a punto de decir algo cuando la puerta sonó con los toques de alguien, antes de abrir me acerqué a él y me puse en puntas para alcanzar más su boca sin llegar a tocarla.
—Tictac, tictac, papi se acerca —susurré y sus ojos se abrieron de más.
Esa fue la primera vez que él vio en mí a Abigail y no a la niña que se encogía de miedo con su actitud. Y esperé que eso hubiese bastado para que dejara aquel pasado de culpas y señalamientos en donde pertenecía.
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Capítulo de avance, para comenzar la semana tranquilos con una interacción familiar bien merecida ;-)
Nos leemos de nuevo el miércoles, mi gente. Ya entramos a la recta final de esta historia. Son 44 capítulos más el epílogo, así que el desenlace está más cerca.
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