CAPÍTULO 36


El trayecto al hostal se volvió más doloroso de lo que imaginé tras mi despedida con Andrea. Me había metido en el asiento trasero del coche porque no quería ir al lado de Michael esa vez, ya que odiaba que me viera en ese estado: lamiéndome las heridas.

«Así que nunca, jamás, le des a alguien el gusto de decir yo la tuve. No, joder. Eres tú quien debe decidir quién tiene el honor de conocerte, de probar tu cuerpo».

«Los celos son tus emociones y, por lo tanto, tu responsabilidad».

Esas malditas palabras seguían doliendo, escociendo en mi pecho, no porque fueran crueles, sino porque eran verdad. Andrea me había mostrado una honestidad brutal que no podía ignorar, confirmándome una vez más que nunca existiría un tatuaje tan significativo como la leyenda que él llevaba inmortalizada en la garganta.

Su lema de vida, como me había dicho.

Y, aunque después de todo, su forma de vivir me abrumó, no podía reprocharle nada, pues fue claro desde el principio y yo... yo creí que podría adaptarme, que aceptaría lo que él me ofreciera, sin darme cuenta de que me estaba mintiendo a mí misma, de que fracasé en el primer obstáculo al no controlar mis celos que, como él dijo, no eran su responsabilidad.

Y por eso aceptaba su manera de verlo, pues él no me los había impuesto; nacieron de mí, fruto de mis propios temores y mi incapacidad para aceptar algo que siempre supe: Andrea no era de exclusividad con cuestión a los cuerpos, al sexo. Y, al parecer, yo no sabía vivir sin ello.

El peso de esa realización cayó sobre mis hombros como una avalancha y las lágrimas que antes retuve comenzaron a correr por mi rostro, silenciosas al principio, incontrolables luego. Y ya ni siquiera lloraba por él o por el final de nuestro trato. Lo hacía por mí, por lo que estuve a punto de perder con aquel moreno al intentar ser algo que no era, por lo que arriesgué al no conocerme lo suficiente antes de adentrarme en un juego inmaduro de celos.

—¿Quieres que lo mate? —la voz ronca y profunda de Michael atravesó el silencio en el coche, mermado solo un poco por la música suave de la radio.

Miré por la ventana al sentir sus ojos en mí, a través del retrovisor, las luces de la ciudad brillaban como una promesa de que el mundo seguía girando, incluso cuando el mío parecía detenerse. Andrea tuvo razón. Ponerle fin a nuestro trato era lo más sano para ambos.

Él no me obligaría a aceptar lo que no quería, así como yo no iba a obligarlo a cambiar su visión de las relaciones. Y, aunque esa aceptación dolía más de lo que podía soportar, también sentí algo parecido a la paz.

Quizá porque, por primera vez, me enfrentaba a una relación fallida con más madurez.

—Pídemelo, Abigail, y lo haré sin dejar rastro. Conozco muchas maneras infalibles para que parezca un accidente —prosiguió Michael y sonreí, aunque no me viera.

—Andrea ha sido el primer hombre con el que he estado en algo parecido a una relación romántica y sexual —le dije, para ese momento ya había controlado mis lágrimas, aunque mi voz todavía se escuchara acongojada—. Y créeme, le agradezco a la vida que haya sido él el primero, ya que no lo cambiaría por nada del mundo, a pesar del final.

—El hijo de puta no cumplió con su palabra —gruñó mi guardaespaldas y entendí que se refirió a que Andrea le aseguró que no buscaba dañarme sentimentalmente.

—Sí, lo hizo, Micky —contradije.

Él bufó con ironía.

—¿Por eso vienes así? —satirizó y comprendí que dudara—. Y más vale que no lo excuses y digas que ha sido tu culpa porque no lo permiti...

—Fue mi culpa creer que podría con algo que obviamente me quedó grande, porque todavía no estoy preparada. —Lo corté.

—¡Y una mierda, Abigail! Me niego a que seas de esas chicas.

—¿De esas chicas? —solté con sorna y no lo dejé responder—. No, Michael, no me invalides ni me hagas sentir como una chica patética.

—¡Entonces deja de putas defenderlo!

¡Dannazione! No minimices mi opinión solo porque se te hace más fácil culpar a Andrea de todo... ¡Y no! ¡No lo estoy defendiendo de nada! ¡Simplemente soy realista al ver que volví a cagarla como con Dasher, lo hice al querer las cosas a mi manera y olvidar que todo debe ser bilateral!

No quería alzarle la voz, pero me fue inevitable ante su actitud. Y sí, agradecía que me apreciara tanto como para querer defenderme, quitarme la culpa. Sin embargo, no permitiría que me victimizara cuando ni yo misma me sentía como víctima.

¡Cavolo! Lo siento —le dije, cubriéndome el rostro y lo escuché maldecir.

—No, Abby, discúlpame tú a mí —pidió con cansancio—. Tienes razón, busco verlo a él como el culpable porque odio verte así —admitió.

No me contuve, me acerqué al borde del asiento para poner una mano en su hombro y él me la cubrió con la suya.

—Va a pasarme pronto, te lo prometo. Aunque por hoy necesito drenar todo, ya sabes, como mamá suele decirme: llorar deshace los nudos de mi garganta, como al peinarme se deshacen los de mi cabello —solté y lo vi sonreír.

—Entonces mírale el lado bueno a la situación, Patito travieso —recomendó.

—¿Que me hará crecer como persona?

—Que al fin nos deshicimos de ese imbécil —aclaró y rodé los ojos.

—No cantes victoria, porque mi diversión no termina aquí, eh —aconsejé y fue su turno de rodar los ojos, haciéndome reír entre mi congoja.

____****____

Mi ánimo no mejoró tanto como esperé, en los días siguientes, incluso cuando me obligué a pensar que Andrea había salido de viaje para no extrañarlo tanto. Sin embargo, anhelé sus cartas y, cuando estas no llegaron, sentí que me deprimí un poco.

De verdad nunca imaginé haberme acostumbrado tanto a él, hasta que viví nuestra separación. Sentía un vacío incluso en los lugares que nunca estuvo y me obligaba a mantener una sonrisa y parecer la persona más feliz del mundo enfrente de Larissa, Michael y mis demás compañeros, pero cuando me encontraba sola, la tristeza cobraba su venganza.

Aunque, siendo sincera, me parecía que Michael no se tragaba del todo mi farsa. Lo sospeché desde el momento en que comenzó a llevarme mis donas glaseadas favoritas, o los tés de matcha que me volvían loca siempre que los saboreaba. Él incluso había añadido más horas de entrenamiento a mi rutina y me indujo a entrar a un nuevo programa de reclutamiento que Evan desarrolló en los últimos meses.

Entré como su compañera y de verdad que eso me ayudaba a distraerme más de lo que suponía.

Mi voluntariado en la academia Lefebvre al fin había llegado a su culminación y con Félice soltamos un par de lágrimas al despedirnos, aunque nos prometimos mantenernos en contacto y vernos de nuevo en algunas de nuestras vacaciones. Ella nunca me preguntó nada de su hermano, pues era muy discreta. Yo tampoco le pregunté sobre él, pues necesitaba alejarme de todo lo que tuviera que ver con ese francés para superarlo.

Yo no era de las mujeres que les funcionaba más la terapia de choque. Me resultaba mejor el contacto cero, así que lo estaba siguiendo al pie de la letra.

Y regresar a Londres me ayudó con eso. Me incorporé a clases presenciales y, aunque le pedí a papá que me dejara quedarme en una habitación de las residencias estudiantiles gestionadas por la universidad, se negó rotundamente y le ordenó a Michael buscarme una privada, dentro del campus. Accedí porque no me afectaba en nada con respecto a mis estudios o privacidad, además de que de vez en cuando me gustaba darle el gusto de que obtuviera lo que quería.

Michael aseguraba que esa era la psicología inversa que yo utilizaba para que mis padres se mantuvieran tranquilos y no intentaran meterse en mis asuntos. Y nunca lo vi de esa manera, pero sí era cierto que me funcionaba.

¿Quieres acompañarme esta noche a Reverie?

Leí el mensaje de Ángel en mi móvil y sonreí.

Me había ausentado de ese mundo, incluso Michael lo hizo, a pesar de que le aseguré que no tenía que hacerlo si era solo por mí. Pero él terminó confesándome que lo dejó desde mucho antes de lo que pasó entre Andrea y yo, pues era una distracción que no se permitiría.

Follar era lo último en su lista de cosas importantes, según parecía. Y lo lamenté por él, pues para mí se encontraba en lo más alto. El sexo era un acto delicioso del que no pensaba despedirme, aunque aprendí mi lección y, antes de entregarle mi cuerpo a cualquier fulano, prefería masturbarme.

¿Habrá algo en especial?

Le pregunté a Ángel, maquinando la idea de acompañarlo.

Una ceremonia de collarización. Querías saber cómo son, ¿no?

Pues esta es tu oportunidad.

Por inercia me llevé una mano al cuello luego de leerlo, sintiendo el vacío en él. Había perdido mi ala y tuve que tragar con dificultad cuando el recuerdo quiso doler más de lo que le permitiría, luego de un mes en que sucedió todo.

¿Dejarás pasar lo de mis exámenes?

Te pondré un brazalete de castidad para que nadie se atreva a tocarte.

¡Idiota!

Solté una carcajada, aunque sabía que no bromeaba. Estaban implementando eso en el club según me comentó, una pulsera que indicaba que la persona portadora de ella no estaba interesada en follar con nadie, o no podía. Diferente a la que usé la primera vez que lo acompañé.

¿Me acompañarás?

Lo tomo, pero me ofende, eh.

Llego por ti a las 8:00 pm.

Avisó y acompañó el mensaje con un emoji de carcajada.

La idea de ir a Reverie me emocionó, incluso cuando la ceremonia de collarización trajo a mi cabeza recuerdos tristes. Pero los ignoré porque me había prometido avanzar y lo estaba haciendo, a pasos lentos, aunque muy seguros.

El que no se emocionó mucho con mi regreso al club fue Michael. Lo sentí así tras enviarle un mensaje de texto donde le avisé de mi plan con Ángel, me repitió la pregunta de «¿lo dices en serio?» dos veces, a lo que le respondí con un emoji de ojos en blanco. Y tampoco fue feliz cuando le informé que me iría con mi amigo, mas no dijo nada, pues ya había aprendido que de nada le serviría quejarse.

Aunque no por eso dejó de ir para cuidarme, así fuera de lejos.

Según me informó Ángel, las ceremonias de collarización eran privadas únicamente cuando entre el Amo y la sumisa existían lazos sentimentales o una relación amorosa fuera del mundo del BDSM. Y otras, como a la que íbamos, era pública debido a que se trataba de personas entregándose al rol.

La emoción me golpeó de lleno cuando llegamos a Reverie, y ni siquiera el hecho de que Ángel sí cumpliera con lo del brazalete lo opacó. Y agradecí haberme vestido para la ocasión, ya que, aunque fuera una collarización basada en los roles, todos los presentes usaban ropa elegante.

—Vaya suertudo —le comenté a mi amigo, cuando me llevó frente al escenario donde la ceremonia se llevaba a cabo. El Dominante en cuestión estaba tomando a tres chicas como sumisas: una como esclava, la segunda como little (según identifiqué por su vestimenta juvenil) y la tercera como pet—. Y me gusta esa cola que tiene en el culo —añadí, señalando a la última.

Ángel rio divertido.

—¿Te ves en ese rol? —quiso saber él, refiriéndose a la pet.

—Ciertamente me veo como una perra empoderada, pero no en ese rol —admití.

—Yo te veo como una princesa consentida —soltó y la revolución de sentimientos se me atoró en la garganta—. En combinación con una brat —añadió y sonreí con tristeza, pues eso fui con mi Domi por un tiempo.

Porca puttana.

Ángel desconocía lo que viví con Andrea. Y sí, le tenía confianza, pero con límites, así que nunca le hablé de que me reencontré con el francés en Seine-Saint-Denis ni mucho menos que me metí en el mundo del BDSM de la manera en la que lo hice. Para mi amigo yo seguía siendo solo una chica curiosa y prefería mantenerlo así.

—¿Es esa Viviana? —le pregunté cuando reconocí a la mujer al otro lado del salón.

—Sí, la hemos contratado para que le enseñe a un grupo de nuestras mujeres a ser sumisas —me respondió él y fruncí el ceño.

—Creía que solo los Dominantes podían hacer eso.

—Por supuesto que no, Patito. Una sumisa experimentada también puede enseñarle a otras a serlo, obviamente desde su experiencia; convirtiéndose en una mentora sin cruzar el límite.

—¿Qué límite? —inquirí, muy interesada por lo que estaba aprendiendo.

—El de asumir el rol de Dominante, a menos que sea una switch, o imponer control. Una mentora solo debe ofrecer orientación respetando los límites y el consentimiento de la otra persona.

Una mentora.

Aquello se quedó rondando por mi cabeza, incluso cuando me concentré en la collarización y disfruté de ese momento tan especial, a pesar de ser una ceremonia muy común, según Ángel. Quien también me aseguró que las ceremonias entre Amos y sumisas, cuando existían sentimientos de por medio, solían ser alucinantes e incluso más especiales que un matrimonio, para las personas dentro del BDSM.

Y no lo dudé, ya que en mi poco tiempo dentro de ese mundo me había dado cuenta de que algunas cosas entre los bedesemeros tendían a ser más asombrosas que en la vida real. Al menos el lado que a mí me había tocado experimentar, pues tampoco negaría que existían casos con los que yo no estaba de acuerdo y lo cual no romantizaría. Pero eso se debía a que a mí no me gustaba.

Cuando Ángel me llevó de regreso a mi residencia en el campus, me animé a vocalizar lo que tanto rondó por mi cabeza desde que vimos a Viviana: le pedí el número de teléfono de ella. Y por supuesto que al chico eso lo descolocó, aunque a diferencia de antes, me lo dio sin problemas, confiando en mí y en que era lo suficientemente madura como para tomar decisiones que no me afectarían.

Y me sentía tan decidida con lo que quería, que ni siquiera quise esperarme hasta el siguiente día para escribirle un mensaje a Viviana con la esperanza de que aceptara mi propuesta.

Hola, Vivi. Soy Abigail. Te he visto esta noche en Reverie, pero

no quise interrumpirte, ya que Ángel me comentó lo que hacías y...

quiero ir al grano contigo... ¿te gustaría ser mi mentora?

Sé que podrá resultarte extraña mi petición

y puedo explicarte mejor mis razones.

No sé si te apetece que nos veamos en algún café.

Espero tu respuesta.

Bloqueé el móvil, consciente de que ya era muy noche, por lo que no esperaba su respuesta hasta el día siguiente, aunque mi corazón se aceleró cuando, mientras hacía mi rutina de skin care antes de irme a la cama, la notificación de un mensaje de texto llegó.

Que bueno es volver a saber de ti, Abby. Y una sorpresa tu petición.

Hablemos en persona. Te invito a mi apartamento para tomar el té.

¿Te parece mañana a las 5:00 pm?

Me mordí el labio, sonriendo al leerla.

Es una cita.

Le confirmé y mi corazón revoloteó cuando me envió su dirección y un: te veo mañana, guapa.

Y lo admito, al día siguiente pasé todas mis clases muy ansiosa, deseando que llegara la hora para reunirme con ella, más emocionada de lo que creí que me sentiría.

—Señorita Pride, sé que todos somos libres de hacer lo que queramos, pero ese golpeteo me está poniendo muy nervioso. —El llamado de atención de mi maestro de fotografía me hizo arder las mejillas.

—Lo siento —me apresuré a decir, dejando de golpear el bolígrafo sobre mi mesa, con el cual marcaba los segundos, impaciente porque corrieran más rápido.

Lo dije antes, estaba tan ansiosa que terminé siendo amonestada en clases, algo que hizo reír a Mark a lo lejos, Larissa rodó los ojos al notarlo.

—¿Está todo bien? —susurró ella, quien se mantenía a mi lado, y asentí.

—Tengo algo que hacer más tarde y me tiene un poco nerviosa, pero no es malo —le dije y eso la tranquilizó.

Esa clase la compartía con ella y Mark.

—Si te hace sentir más tranquila, puedo acompañarte —me dijo y le sonreí agradecida.

—No te preocupes, prefiero ir sola, pero gracias.

—Si cambias de opinión, me dices. —Le tomé la mano, dándole un pequeño apretón como agradecimiento.

Lari sí sabía de mi distanciamiento con Andrea después de aquella noche en el pub de Francia, y estuvo más atenta conmigo incluso cuando le aseguré que era algo que superaría pronto, pues entre el francés y yo no existía más que sexo.

Obviamente esa fue una mentira tremenda, ya que, aunque no lo dijera en voz alta porque creía que así no sería más real, mi ruptura con Andrea sí que me afectó emocionalmente más de lo que imaginé. De no haber sido así, no habría tenido que recurrir al contacto cero y borrar de mi móvil todo lo que tuviese que ver con él, para no caer en la tentación de buscarlo.


—Es en este edificio —avisó Michael horas más tarde, cuando me llevó a la dirección que Viviana me había enviado, señalando la estructura frente a nosotros.

—Espérame aquí —le pedí y bufó una risa.

—No sé cómo no te aburres de seguir pidiendo algo que definitivamente no pasará —replicó y rodé los ojos.

—Llámame tonta, pero sigo teniendo esperanzas de que un día actuarás como mi segurata y no como mi dueño —satiricé y eso lo hizo reír sin gracia—. Papá debería darte un buen bono por cumplir sus órdenes al pie de la letra.

—Debería darme un buen bono por aguantar esta tortura a la que me envió —me chinchó y eso me sacó una risita. Tras eso salió del coche para ir a abrir mi puerta y entrecerró los ojos al verme todavía riendo—. Y lo disfrutas, Patito cabrón.

—¡Ey! —chillé, dándole un manotazo cuando me ofreció su mano para que saliera del coche—. Maldito confianzudo —me quejé, pero estaba riéndome por lo que aseguró y cómo me llamó.

Y, aunque él solo me dio una sonrisa torcida, sabía que le divertía mucho la situación.

—¿Te dijo si estará sola? —preguntó de pronto, refiriéndose a Viviana.

—No hablamos de eso, pero supongo que ya averiguaste si lo está o no —deduje, ya que luego de que le pedí que me llevara al apartamento de la mujer, le ordenó a uno de sus hombres de apoyo que se adelantara y este le había dicho que todo estaba limpio.

—Lo está, solo quería saber qué te dijo a ti —admitió, abriendo la puerta del edificio para mí.

Viviana me había enviado la clave para que entrara sin problema y yo se la pasé a Michael.

—No vas a entrar a su apartamento conmigo, Micky —advertí—. Sería de muy mala educación.

—Puedo entrar solo a revisar y luego me salgo.

—De ninguna manera, Michael Anderson. No me jodas los planes —ordené y noté el amago de una sonrisa mientras comenzábamos a subir los escalones hasta el tercer piso.

Mamá odiaba con su vida subir escalones, yo en cambio amaba hacerlo porque era uno de los ejercicios que más tonificaba mis piernas.

—¿A caso vienes a follar con ella? —Me sorprendió que Michael hiciera esa pregunta, dándome cuenta de que cuando era con chicas, él no tenía ningún problema sobre hacer insinuaciones sobre mi vida sexual.

Todo lo contrario a cuando un hombre estaba incluido en la ecuación. O cuando Andrea lo estuvo al menos.

—¿Quieres vernos de nuevo? —lo provoqué y lo imaginé rodando los ojos, pues iba delante de mí.

—Por supuesto que no, Patito lujurioso. No tendrás esa dicha de nuevo.

Solté una carcajada, no por burla o porque asegurara que la dicha fue mía y no suya, sino porque esos momentos con él eran muy divertidos. Cuando dejaba de ser don gruñón, aunque no don correcto.

Y menos mal me hizo caso y no intentó revisar el apartamento de Viviana, se quedó afuera cuando ella abrió la puerta y me recibió con un fuerte abrazo. Tras eso me llevó hacia una pequeña terraza donde ya tenía una mesa preparada con té y panecillos. Comenzamos a charlar, a ponernos al día, todo iba de maravilla hasta que llegamos a un tema que yo sabía que sería inevitable, aunque no por eso más fácil de tocar.

Luxure.

Sin embargo, fue sencillo abrirme con ella con respecto a él porque de alguna manera, que perteneciera a ese mundo me hacía pensar que me entendería mejor. Y no me equivoqué, me escuchó atentamente, me hizo preguntas para ayudarme a desenredar todas las emociones que seguían en un nudo dentro de mí, le dije sobre lo que intenté y cómo fracasé; admití lo mal que me sentí por ello, además de profundizar en el rol que practiqué, hasta que llegué al punto que me llevó a su apartamento.

Quería que fuera mi mentora y que su experiencia me ayudara a explorar más ese mundo.

—Antes de que te dé una respuesta, quiero que dejemos algo claro, Abby —me dijo, su tono firme pero no brusco. Acomodé la postura en la silla acolchada—. El BDSM no es una fórmula mágica para solucionar tus inseguridades. Es un camino de autoconocimiento, y el primer paso es ser brutalmente honesta contigo misma.

Asentí, soltando un largo suspiro, recordando que eso ya me lo habían dicho, pero no lo puse en práctica. Sin embargo, bien decían que de los errores se aprendía, y yo quería que el mío me convirtiera en la mujer que deseaba ser. Además, en esas semanas pasadas intenté dejar atrás todo lo relacionado con Andrea, pero cada intento me llevó de regreso a una verdad que no quería ignorar más: seguía fascinada por el mundo del BDSM, aunque en ese momento de mi vida, quería entenderlo desde una perspectiva que me diera más control sobre mis decisiones.

—Lo entiendo —respondí.

Viviana, manteniendo una elegancia y educación hasta en su postura al sentarse, lo que me había fascinado tanto como su seguridad a la hora de hablar, como si cada gesto y frase eran cuidadosamente calculados para transmitirme un mensaje claro; me miró con una intensidad casi desarmante.

—Dime algo. ¿Por qué sigues interesada en esto después de lo que pasó con Luxure?

La pregunta fue directa, como una flecha lanzada justo al centro de mi pecho. Parpadeé un par de veces, buscando las palabras correctas.

—Porque... —Vacilé, bajando la mirada al suelo antes de volver a alzarla—. Porque lo que experimenté con él, aunque se complicó al final, me hizo sentir viva de una forma que no había sentido antes. Me gustó la estructura, la claridad de saber quién tenía el control, aunque también sé que los celos y esa necesidad de sentir que alguien es mío, me destruyeron y por poco me lleva a cometer un error que no me hubiera perdonado jamás. Y, siendo sincera, no quiero volver a ser esa persona.

Viviana me observó en silencio y yo dejé que esa verdad y el peso de ella se asentara en el aire, sintiéndome un poco más libre por habérsela dicho a alguien más.

—Entonces, ¿quieres aprender a soltar?

—Sí —respondí con más convicción que antes—. Quiero aprender a disfrutar de alguien sin sentir que me pertenece. Quiero ser capaz de entregar y recibir sin esas cadenas emocionales.

Viviana sonrió ligeramente, aunque con un destello de desafío en sus ojos.

—Sabes, hay algo en ti que me intriga, Abby —admitió y la miré con interés—. Tienes esta... chispa. No solo como sumisa, sino como alguien que podría, si quisiera, tomar las riendas cuando lo necesite. Lo sentí desde la primera vez que nos vimos, y luego en aquella sesión voyeur que compartimos. —Sonreí al recordar esa ocasión y ella me imitó—. ¿Has pensado alguna vez en que podrías ser una switch?

Arqueé una ceja, cruzando los brazos.

—¿Una switch? ¿Alguien que puede ser sumisa y Dominante?

—Exacto —soltó, inclinándose hacia atrás en su silla con una sonrisa más amplia. Me gustó mi rol como princesa consentida, el de brat incluso más, así que nunca pensé en probarme como Dominante, a pesar de que tendía a dominar en ciertos aspectos de mi vida—. Tienes un carácter fuerte, una determinación que podría traducirse perfectamente en un rol dominante si alguna vez decides explorarlo. Y no te estoy diciendo que te olvides de ser sumisa, pero...

—Pero podría ser ambas cosas —completé, mis labios curvándose ligeramente en una sonrisa maliciosa.

—Podrías —confirmó ella—. Sería cuestión de aprender a entender ambas partes de ti y decidir cuándo sacar una y cuándo la otra.

—Eso suena complicado —señalé, dejando escapar una risa suave, pero porque en realidad llegaron a mi cabeza los momentos perfectos en los que podía sacar mi lado dominante.

Inconscientemente lo hice en realidad, siempre que tuve aventuras con alguna chica. Con Jennifer sobre todo.

—Lo es —admitió Viviana—. Pero no tienes que decidirlo ahora. Lo importante es que explores todas tus posibilidades. Sin prisa.

—¿Eso significa que aceptas ser mi guía? —inquirí y me miró con ojos pícaros.

—¿Estás segura de esto?

—Muy segura —respondí con firmeza—. Quiero aprender, y no sé quién más podría enseñarme mejor que tú.

La vi tomar su taza de té y se la llevó a la boca, con meñique alzado incluido, escondiendo una pequeña sonrisa.

—No es algo que se tome a la ligera, guapa —señaló tras tragar el sorbo de té—. Esto no es solo un juego; ser sumisa requiere más fortaleza de la que la mayoría imagina y estoy consciente de que ya lo viviste, pero ¿estás dispuesta a adentrarte de nuevo, incluso si a veces te sientas incómoda?

Entendí que con lo de incómoda se refería a que habría momentos en los que sí o sí debería dejar mi rebeldía a un lado, y sobre todo la posesividad. Pero de verdad estaba dispuesta y decidida a hacerlo.

—Sí. Estoy dispuesta, pero más que eso, estoy segura de que quiero hacerlo.

Sus ojos brillaron con satisfacción.

—Bien, entonces te enseñaré lo que significa ser una sumisa. Pero antes de empezar quiero que entiendas algo: yo no soy tu Dominante.

«Pero yo sí que seré la tuya, cariño».

El pensamiento llegó por inercia y tuve que sacudir la cabeza para espabilar, enfocada en que antes sería una sumisa tan buena como ella.

—Solo tu guía —continuó—. Lo que aprendas conmigo es para ti, no para satisfacer a nadie más. ¿Está claro?

—Sí, muy claro —respondí.

Acto seguido a eso, la vi tomar un cuaderno y un bolígrafo de los que me percaté antes, posados en una mesa lateral al lado de ella, y me lo entregó.

—Quiero que escribas aquí tus límites. Todo lo que crees que no podrías hacer o experimentar, ya sea físico, emocional o mental.

Miré el cuaderno con cierta reticencia.

—¿Y si no sé cuáles son mis límites? —Sí lo sabía, pero quería que ella me respondiera solo para confirmar lo que me habría dicho si el caso hubiese sido lo contrario.

—Para eso estás aquí —vocalizó, sonriendo con suavidad—. Pero quiero que pienses en esto también: ¿qué quieres dejar atrás? ¿Qué emociones, comportamientos o miedos necesitas superar en este proceso?

Sus preguntas, aunque me dejaron inmóvil por un momento, me confirmaron que busqué a la persona correcta. Así que, miré fijamente el papel en blanco, pues ella me entregó el cuaderno listo, y comencé a escribir:

Límites físicos: Nada que implicara daño permanente o cicatrices visibles.

Era demasiado vanidosa con mi piel después de haber sufrido de mucho acné en mi adolescencia. Una de las razones por las cuales el needle play no sería mi favorito.

Límites emocionales: Quería superar los celos y la posesividad. No quería volver a sentir que alguien me pertenecía porque eso ya me había jodido la vida dos veces. Y de ninguna manera pasaría por una tercera.

Límites mentales: Quería aprender a confiar más en mí misma y no depender tanto de la validación de los demás.

Necesitaba confiar más en mí como mujer y mis capacidades. Aprender a valorarme y amarme tanto, hasta que no me importara cómo me amaban los demás. Quería ser mía y libre.

Cuando terminé de escribir, levanté la vista hacia Viviana, quien tomó el cuaderno y lo leyó en silencio. Asintió con lentitud antes de devolverlo de nuevo a lugar donde antes estuvo.

—Esto es un buen comienzo —comentó—. La idea de deshacerte de los celos y la posesividad es ambiciosa, pero no imposible. Es un proceso. Pero primero, tienes que ser amable contigo misma. No te castigues por sentir lo que sientes, guapa. Eso es lo que te hace humana.

Suspiré, sintiendo una mezcla de alivio y quizás un poco de miedo también.

—¿Alguna recomendación sobre cómo empiezo a soltar? —dije y ella sonrió, acercándose a mí hasta tomarme de la mano.

—Empieza por confiar. No solo en quien te guie, sino en ti misma. Y créeme, Abby, si decides seguir este camino hasta el final, aprenderás más de ti de lo que jamás imaginaste.

Seguimos charlando y pactamos una siguiente reunión en su apartamento, para meternos de lleno en la mentoría.

Y mientras salía de su apartamento horas más tarde, sentí que ese desafío que me puse no solo sería físico, sino profundamente personal.

La sensación de expectativa se arremolinaba en mi pecho. Había algo emocionante en comenzar desde cero, en tener la oportunidad de construir algo con intención y propósito. Y, aunque Andrea ya no era parte de mi vida, el mundo que me mostró seguía siendo una puerta que yo estaba dispuesta a abrir, esa vez, con mis propios términos.

Y se lo demostré a Viviana en nuestra siguiente reunión, luego de que me preguntara qué fue lo que realmente disfruté del BDSM mientras estuve con el francés, qué me hizo sentir viva. Y como me prometí, le fui sincera: fue el momento en el que me sentí completamente vulnerable, pero a salvo. Cuando sabía que él tenía el control, pero no iba a hacerme daño.

Ella me aseguró que eso era lo que buscaban en la dinámica, pero que para llegar allí, tenía que confiar plenamente en la otra persona y en mí misma (que obviamente no hice lo último), ya que si no podía confiar, no importaba lo que hiciera; siempre me sentiría fuera de lugar.

Y cuanta verdad había en sus palabras.

Eso me llevó a comprometerme más, lo dejé claro en otra sesión, y luego en otra y otra. Al principio todo fue teoría sobre entender dinámicas de poder, reconocer y establecer límites; comunicar necesidades y deseos a un Dominante, comprender las prácticas, protocolos y roles en el BDSM.

Me dio un repaso de lo que ya había aprendido con Andrea sobre cómo manejar las emociones que surgían durante las sesiones, la importancia del aftercare, y cómo construir una relación de confianza con un Dominante.

Hasta que llegamos a las técnicas de postura, obediencia o comportamientos propios de una sumisa, donde nos supervisó un Dominante de su confianza.

Sucedió en Reverie, en una doma privada a la que accedí luego de compartir con Viviana una exploración de prácticas ligeras y sesiones simbólicas. Había alrededor de diez personas en la sala, pero no podía identificarlas a todas debido a las luces tenues alrededor y los reflectores que nos enfocaban a nosotros tres.

El Dominante era de rasgos duros, aunque sexis. Emanaba poder y no, no era de los que tomaba a sumisas brat como propias y... ¡Madonna! A lo mejor mi abstinencia de hombres me estaba pasando factura, ya que el tipo me atrajo más de lo que esperé.

Sí, abstinencia de hombres, no de sexo, puesto que, evidentemente aproveché a desfogar con Viviana en la intimidad de su apartamento cuando se dio la oportunidad, gracias a que las prácticas tendieron a ser muy calientes en ocasiones.

Volviendo al tema, mi atracción física por ese Dominante no se debió solo a mi abstinencia, sino también a la conexión instantánea entre nosotros al meternos en nuestros roles. Fue inesperado, o nació de la confianza que me dio al guiarme en esa doma, al entendimiento mutuo que experimentamos y a la compatibilidad que tuvimos.

Entonces, entendí el consejo de mi Domi aquella vez en Francia y recordé la promesa que le hice.

Viviría.

Y disfrutaría.

Porque ese Dominante londinense en la doma merecía el honor de probar mi cuerpo luego de haberme tratado como a una verdadera sumisa y no como a una principiante.

—¿Quieres que te folle aquí o en una mazmorra, hermoso cisne? —me preguntó con su acento británico rico y bien marcado, cuando la culminación de la doma estaba por llegar.

Mi mirada estaba fija en el suelo y lo agradecí, ya que pude esconder la sonrisa que nació en mi rostro luego de que el sonido de su voz con esa pregunta diera directo en mi clítoris.

—Aquí, Maestro —respondí con docilidad, pero sin ser débil.

Y sobre todo, muy segura de que quería que los demás en aquella sala vieran cómo él me tomaba.

Entonces lo hizo, me folló frente a los presentes y por primera vez en mi vida, al entregarme a un hombre, dejé los sentimientos en el fondo de mi alma. Y disfruté de ser tomada por un extraño, uno con quien, solo por esa noche, compartí la conexión del deseo.

Y nada de ese encuentro me hizo sentir vacía luego, al contrario, me quedé con ganas de explorar más.   


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Y aquí estamos de nuevo, con una lección aprendida.

¿Saben? Una de las razones que me hizo escribir esta historia antes de terminar la otra, fue la idea equivocada que se llegaron a hacer algunxs sobre que, Abigail aprendió todo con Andrea, que él fue quién la moldeó a su antojo cuando en mi cabeza, en el trasfondo de Indélébile, Abigail siempre supo lo que quería y lo consiguió por su cuenta. Obviamente sin minimizar al guia (o a los guias) que tuvo, pues le dio verdades que dolieron.

Hay una persona que me dejó un comentario en otro capítulo y me encantó porque ha entendido la razón principal por la que Abby llegó a invalidar sus sentimientos, algo que yo desarrollo por partes y que termina de explicarse en capítulos más adelante. Pero me encanta que ya lo vayan notando. 

Y bueno, no me queda decirles más que, disfruten del verdadero nacimiento del Cisne Negro, porque en este capítulo por fin rompió su huevo. 

Nos leemos el lunes y gracias por todo su apoyo y los mensajes tan bonitos que me dejaron después del capítulo de ayer.

Los quiero XOXO

Posdata: ¿Será que habrá alguna sopresa con esta doma?

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