CAPÍTULO 35
Las ganas de vomitar aumentaron, la repulsión por lo que hice se asentó en mi estómago junto a la furia que me consumía porque, como la idiota que era, quería culpar a Andrea por lo que yo hice, aun sabiendo que él no tenía nada que ver, que más bien fue mi inmadurez actuando y queriendo buscar culpables en un acto que hice por celos.
—No me hagas repetir la puta pregunta dos veces, Abigail —aseveró y alcé la barbilla.
—Está en mi bolso —repliqué, manteniendo los dientes apretados—. Y sé lo que ordenaste, pero esta noche no quería nada en mí, que fuera tuyo.
Rio con amargura y descruzó los brazos, caminando hacia mí.
—No quieres nada mío y, sin embargo, has montado todo este... circo —me señaló, refiriéndose a lo que hice con el moreno—, para obtener mis celos. —Me dolió la burla en su tono, pero traté de disimular—. ¿O dirás que me equivoco? —retó.
—Lo haces —respondí con la voz ronca, pero llena de orgullo—. Estaba disfrutando de mi noche como tú de la tuya.
—Merde, Abigail —replicó, alzando una mano para limpiar debajo de mi labio con el pulgar.
Lo aparté de un manotazo, porque la ira incrementó en mí al ver que, aunque me enfrentaba, seguía luciendo imperturbable.
—¡No me toques! —demandé, sintiendo mis ojos arder igual que mi garganta.
—Perfecto, no lo haré —aseguró, alzando las manos y dando un paso hacia atrás para poner más distancia entre nosotros—. Y, ya que traes el collar contigo, ve por él y me lo das, porque no habrá necesidad de que vuelvas a usarlo.
Abrí los ojos de más y tragué con dificultad, sintiendo la garganta seca, además del escozor. Mi corazón latió más rápido y quise decirle que no haría eso, pero el orgullo no me dejaba articular palabra.
—Con lo que has hecho hoy está más que claro que no estás lista aún para ser sumisa, no la mía al menos. Y es una suerte que me haya dado cuenta antes de entregarte el contrato que redacté, junto con el collar de entrenamiento.
Me pareció inaudito escucharlo, cuando era él quien estaba con su ex después de decirme que no quería nada con ella. Y me indignó más que sacara a relucir el contrato justo en ese momento.
—Sí, qué puta suerte. Y qué irónico que hables del contrato y el siguiente collar, justo ahora —satiricé, sonriendo sin diversión—. Pero no pasa nada, Andrea. Te lo devuelvo y así te deshaces de mí y de cualquier obligación que sientas, para irte a follar con esa zorra.
Las puntas de mis dedos estaban casi congeladas cuando apreté los puños y enterré las uñas en mis palmas, al decirle eso. El pecho me dolía y morderme la lengua no me estaba funcionando para no descontrolarme. Además, la respiración vuelta mierda me hacía escocer las fosas nasales y la visión se me nubló al verlo a él dándome una sonrisa torcida.
—Tampoco te hablé del collar de consideración hasta que te lo di. Y si saco a relucir los planes que tenía es únicamente para que te des cuenta de lo que se jode cuando, una vez más, te dejas llevar por lo que crees y no por lo que es... —Alzó una mano para silenciarme al ver mi intención de replicar—. La primera vez te lo dejé pasar porque no me conocías en este ámbito, Abigail, ni yo a ti. Pero no habrá una segunda porque odio repetir errores.
—Hijo de...
—Y vas a devolverme el collar porque yo hago contratos de Amo-sumisa con prospectos de sumisas que ya están más involucradas y comprometidas con su rol, que lo respetan y no se pasan las órdenes de su Domi por el arco del triunfo, al dejarse llevar por la inmadurez y los estúpidos celos. —Me cortó de nuevo.
Entonces mandé a la mierda mi control, que no me estaba sirviendo para un carajo.
—¡Estúpidos celos, dices! —grité— ¡¿Y por qué me seguiste, idiota?! ¡¿Para proponerme un trío con ese hombre?!
—Non, te seguí porque odié tu estupidez al permitir que otro te tocara solo por querer provocar en mí algo que repudio, ya que ni soy una persona dependiente de otra ni mucho menos le temo al abandono. Y esa es una de las razones principales para sentir celos, princesa, por si no lo sabías —refutó con dureza y odié que me llamara así, ya que no lo hizo con cariño ni mucho menos con la picardía sana y pasional que antes lo hizo—. La otra, es que aprendí a querer de forma libre, por eso no creo en la idea de que una persona sea propiedad privada de otra.
Sus palabras eran como dagas atravesando cualquier ilusión idiota que pude haberme hecho. Y mientras él continuaba, cada palabra que soltaba iba cargada de una seguridad inquebrantable.
—He vivido lo suficiente para saber que los celos encarcelan a las personas, las hace dependientes y las priva de libertad; los hace controladores hasta que asfixian todo. Así que no, Abigail, no te seguí por celos, lo reafirmo. Lo hice porque te pedí que te acostaras con quien quisieras, pero por placer. Y vienes tú a querer hacerlo por despecho —soltó burlón—. Y con un imbécil que ni siquiera se preocupa porque te guste lo que te hace... ¡putain! Te creí más inteligente, pero tampoco podía esperar mucho de ti, siendo tan nueva en este mundo.
Sentí una oleada de vergüenza y frustración al escuchar su tono decepcionado. Una parte de mí quería protestar, decirle que no supe cómo reaccionar al verlo con Lucie y que, a pesar de lo que acababa de decirme, yo sí lo quería reclamar como mío. Pero la otra parte, la que él despertaba en mis momentos de sumisión, comprendía la verdad de sus palabras.
En su mundo, y en el que pretendía que fuera mío, los límites eran claros y cada vínculo temporal, una conexión sin promesas ni cadenas, que me estaba quedando muy grande.
—Perdón por no ser como tú —musité, yéndome hacia el lavabo—, que te es tan fácil irte a follar con quien se te pegue la gana. —Apreté el borde del granito con demasiada fuerza y lo miré por el espejo.
Su rictus imperturbable era como una daga entrando y saliendo de mi pecho. Odiaba que no reaccionara con locura, que no me gritara, porque sus palabras seguras y sabiondas dolían más.
—Tú lo has dicho, follo con quien se me da la gana, pero por placer. Apréndelo —aconsejó y miré su reflejo con ira, aunque no por ello ignoré su apariencia.
Había metido las manos en sus bolsillos delanteros. Vestía casual, con un conjunto negro de pantalón cargo y camisa de botones abierta, por dentro usaba una blanca. Llevaba deportivas esa vez, y el cabello revuelto, luciendo como un hombre relajado y caliente, no como el ejecutivo elegante que solía mostrarme.
Y sin importar la versión, lucía siempre sexi, dominante y poderoso. Así como cabrón y descarado.
—¿Cómo lo haces? —Lancé la pregunta al aire, mi tono teñido de rabia e impotencia—. ¿Cómo te resulta tan fácil irte a follar con cualquiera, como si no significara nada? Porque yo... —Me interrumpí, la frustración hizo que mi voz se quebrara por un instante—. Yo intenté hacerlo. Intenté follar con otro y sí, para darte celos, para herirte como tú me heriste a mí al venir aquí con ella —acepté, bajando la mirada al lavabo.
En ese instante no me importó que no me hubiese dado su autorización para bajar la mirada, debía hacerlo si quería seguir dándole la verdad que esperaba y que, al final de todo, también iba a liberarme de esa maldita carga.
—Quería que sintieras lo mismo que yo, que imaginaras todo lo que yo imaginé al pensar que pronto te irías del pub para ir a follar con alguien con quien dijiste que no querías nada, pero que estaba ahí, coqueteando contigo, proponiéndote quizá, recordar viejos tiempos. Necesitaba que pasaras por lo mismo, por eso traté de follar con ese hombre, pero... no pude. No puedo ser como tú.
Maldije al sentir una lágrima rodar por mi mejilla y me la limpié de inmediato, en el proceso miré a Andrea por el espejo y lo encontré observándome en silencio, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa, reproche y algo que parecía cercano a la comprensión. Luego exhaló lentamente, acercándose lo suficiente para que yo sintiera su presencia sin invadir mi espacio.
Cuando al fin habló, su tono fue bajo sin dejar de ser firme, cargado de la serenidad controlada que era como su marca personal.
—Conque eso crees, que para mí es fácil —Lo miré sin responderle—. ¿Crees que simplemente abro las piernas de cualquiera porque sí? —Negó con la cabeza, sin apartar su mirada de mí—. Pues no es así, Abigail. Nunca lo ha sido en realidad, ni siquiera cuando follé por primera vez.
Fruncí el ceño, confundida por lo que aseguró y porque yo capté lo contrario desde que lo conocí.
Andrea dio un paso más cerca, a lo mejor buscando asegurarse de que lo entendiera.
—Escúchame bien, petite. Cuando estoy con alguien, no se trata ni lo veo como únicamente follar. Nunca es solo eso. Sí, puedo tener sexo sin estar enamorado, sin sentir nada profundo por esa persona, hacerlo por mi rol y ya. Pero eso no significa que sea vacío o sexo fácil para mí. —Alcé una ceja porque no me cabía en la cabeza cómo podía ser diferente, sin sentimientos de por medio—. Cada encuentro que tengo tiene un propósito, un significado —prosiguió—. Tener sexo es una forma de conexión, de exploración, de abrir puertas a algo más, aunque sea temporal.
Hizo una pausa, su voz tomando un matiz más intenso. Y a mi cabeza llegaron los recuerdos de cómo inicié mi aventura con Jennifer y de las razones que me llevaron a acostarme con otras chicas, sin sentirme tan miserable, como me estaba pasando con el moreno del pub.
Tuve una conexión temporal con Jenny, aunque sin que existiera amor. Exploré con ella y lo hice con otras chicas, pero me negué a otras propuestas porque nunca quise follar solo por hacerlo. Entonces comencé a comprender más las palabras de Andrea.
—El deseo físico puede ser el detonante, sí, mas no es suficiente. Necesito algo más: confianza, compatibilidad, un entendimiento mutuo, aunque sea momentáneo. Y, sobre todo, necesito estar en control. Y no hablo únicamente de control físico, sino emocional, pues el sexo es una extensión de lo que soy, de cómo me relaciono con las personas y lo que puedo darles. —Se detuvo un segundo y me miró con más intensidad.
Noté que estaba buscando las palabras adecuadas para explicar lo que para él era tan natural y, para mí, tan ajeno.
—Pero algo más importante: no me cuesta irme a follar porque sé quién soy y qué busco en cada encuentro. No me pierdo a mí mismo en el proceso. Y no lo hago porque necesite probar mi valor a través del cuerpo de otra persona, ni porque quiera impresionar a nadie. —Su tono fue más grave—. Cuando estoy con alguien, soy yo quien decide. Soy yo quien da el permiso, quien otorga el honor de tocarme y probarme. Porque eso es lo que significa: un honor.
Lo miré, mis labios entreabiertos, entonces me giré al mismo tiempo que él daba un paso más cerca, su voz llenándose de un tono casi paternal pero cargado de una autoridad inquebrantable.
—Y tú deberías verlo de la misma manera —aconsejó y sentí que mis mejillas ardieron—. Tu cuerpo no es un objeto que regalas al azar ni un trofeo que alguien se gana porque tú quieres demostrar algo. Es tuyo, Abigail. Es un regalo. Uno que no cualquiera merece recibir. Y si alguien alguna vez tiene el privilegio de estar contigo, no debe ser para que pueda presumir diciendo yo la follé. —Inclinó levemente la cabeza, sus ojos atrapando los míos, su voz siendo tan baja que se sintió como un susurro que me caló hasta los huesos—. Al contrario, deben poder decir ella me eligió. Ella me folló. Ella decidió que yo valía lo suficiente para tocarla.
Tragué saliva, con el corazón acelerado y mi pecho subiendo y bajando ante la celeridad de mi respiración, con los ojos ardiéndome más que antes. Las palabras de Andrea cayeron sobre mí como una verdad que no estaba lista para escuchar, pero que no podía ignorar.
—Por eso no lo habrías hecho, no te habrías acostado con él así yo no hubiera llegado a interrumpirlos —aseguró y me dolió que él creyera más en ello que yo misma—. Porque en el fondo, sabías que no era auténtico, que no querías darle a esa persona ese privilegio. Simplemente estabas actuando desde la rabia y el despecho, nunca desde el deseo. Y cuando usas el sexo como un arma, como una herramienta para provocar disgusto, siempre va a sentirse vacío, incómodo, incluso sucio.
Inclinó ligeramente la cabeza y siguió con la mirada aquella nueva lágrima que rodó por mi mejilla, aunque no hizo el amago de tocarme. A lo mejor porque quería asegurarse de que no me escapara de su verdad.
—El deseo funciona así, petite. El sexo no es un arma para provocar guerras ni para castigar, como dicen por allí. Es una afirmación. Una decisión. Una expresión de tu poder, no una forma de perderlo.
Me mordí el labio al sentirlo temblar, y respiré hondo para no dejar que otra lágrima escapara de mis ojos.
—Así que nunca, jamás, le des a alguien el gusto de decir yo la tuve. No, joder. Eres tú quien debe decidir quién tiene el honor de conocerte, de probar tu cuerpo. Porque este no es cualquier cosa, Cygne Noir. Es un templo.
El silencio se apoderó del baño por unos momentos. Bajé la mirada, sintiendo cómo la rabia inicial que me había llevado a hacer todo lo que hice, se disolvió bajo el peso de sus palabras.
—Yo... —murmuré con la garganta seca y sacudí la cabeza—. Me siento tan estúpida ahora mismo, que no sé qué decir. —Andrea sonrió apenas, una curva leve en sus labios que tenía mucho significado—. Aunque ya me queda claro por qué viniste.
Sentí el espasmo que me recorrió desde los pies hasta la cabeza, cuando me rodeó el cuello con ambas manos. Fue como su manera de cubrir aquel espacio que debió estar ocupando el collar que me regaló, y que por rebeldía e inmadurez me quité.
—Porque, aunque parezca lo contrario, sí me importa lo que haces y con quién lo haces —declaró y sé que él fue consciente de mi manera de tragar, por el movimiento de mi garganta entre sus dedos—. Porque no quiero que te pierdas, que te destroces intentando ser algo que no eres, solo para castigarme o castigarte a ti misma, por no ser capaz de decirme las cosas, de preguntarme lo que te genera dudas. Así que, espero que, de ahora en adelante, si no puedes hacer algo desde el deseo auténtico, no lo hagas.
Dicho eso me soltó y se alejó de mí, con la intención de marcharse.
Me mordí el labio con tanta fuerza por no poder decirle lo que quería, que sentí el sabor metálico en mi boca; las manos me temblaron de tanto apretarlas, el orgullo me invadía, rebosaba mis venas porque, aunque quería pedirle que no se fuera en el instante que comenzó a irse, que me diera una oportunidad, mi maldito ego se rehusaba.
—¡Andrea! —conseguí gritar con la voz temblorosa cuando él abrió la puerta y dio un paso fuera.
El corazón ya me había subido a la garganta, provocándome ganas de vomitar de nuevo. Y todo empeoró al verlo detenerse. Medio se giró para mirarme, yo me quedé en silencio, congelada, teniendo todas las preguntas en mi lengua, pero sin poder vocalizarlas. Él, por supuesto que sabía lo que pasaba, por eso sonrió y negó, sus ojos brillando de nuevo con decepción.
—No, Abigail. No me iré con Lucie, no vine con ella ni a reunirme aquí con ella. —Comenzó a explicar y mi respiración errática y mis ojos brillosos eran el único indicativo de que reaccionaba a lo que él me daba.
Y me afectó demasiado darme cuenta de que, siendo tan fácil para él irse, teniendo la razón para no decir absolutamente nada, decidió darles respuestas a las preguntas que mi orgullo no me dejaba vocalizar.
—Vine con Marcel en un plan de amigos, pero la encontré a ella aquí por casualidad. Es buena amiga de Madeleine, la sumisa de Nathan, quien resulta ser el dueño del pub. Por eso nos has visto juntos, a los cinco —siguió, mencionando a la pareja de la fiesta—. Y cuando la viste acercarse a mí antes de que aceptaras la propuesta de aquel tipo, fue porque me avisó que se uniría a nuestros amigos en una sesión privada, donde le enseñaría a Madeleine a disfrutar del needle play.
—La vi coquetear contigo —señalé con la voz tan ronca por todos los sentimientos que contenía, que ni yo misma me reconocí.
—¿Y me viste a mí reaccionar a esos coqueteos? —preguntó y, aunque no respondí con palabras, lo hice con una negación de cabeza. Era la verdad, jamás lo vi corresponderle, lo que me molestó fue que tampoco la detuviera.
—No la detuviste.
—Le dije que no pretendía volver a acostarme con ella y eso es más que suficiente.
—Pero siguió —recalqué.
—Ese ya no es mi problema, ni significa que por eso yo voy a cambiar de opinión, Abigail. Si digo que no, es no. Y si no me incomoda ni invade mi espacio, no le veo ningún problema.
—Pero yo sí, Andrea —acepté, entonces se giró para enfrentarme de lleno.
—¿Y crees por eso que tus celos son mi responsabilidad? —inquirió, luciendo harto—. Porque, aun así yo le diera pie a Lucie para que me coquetee, los celos son tus emociones y, por lo tanto, tu responsabilidad y debes aprender a gestionarlos, no por mí, sino por ti. Aunque te duela, Abigail, necesitas trabajar en ellos —recomendó porque para ese momento no contuve más mis lágrimas.
—No son tu responsabilidad, pero los alimentas —reclamé.
—¿Y por qué lo hago, según tú? —satirizó, dejándome entrever la molestia, y no me dejó responderle—. No, Abigail. No quieras responsabilizarme a mí cuando no te he prometido exclusividad y mucho menos monogamia, ya que no es mi intención encarcelarte ni encarcelarme. Y, a pesar de ello, tampoco has visto que sea yo el que coquetea con otras personas. Así que en lugar de pretender controlar lo que yo hago para que tú no sientas celos, porque créeme, no va a solucionar nada, controla tus emociones para que no te obsesiones con algo tan tóxico que al final terminará acabando con la seguridad en ti misma.
—¡Putain! Esto no tiene que ver con mi seguridad.
—¡Oui, Putain, Abigail! ¡Parece que no has escuchado ni entendido nada de lo que acabo de decirte! ¡Y si lo hiciste, te ha entrado por un oído y salido por el otro! —replicó y por primera vez en esa noche lo vi perder un poco los estribos, tras decir eso y caminar hacia mí—. Si de verdad estuvieras segura de ti misma, sabrías que así me acostara con Lucie u otra mujer, ninguna me haría ignorar o desistir de lo que quiero tener contigo, tal cual yo estaba seguro de que ese hombre con el que pretendías follar no borraría lo que yo te he hecho.
—Suenas como un cabrón descarado —reproché y rio.
—Cabrón tal vez, pero descarado no, pues te he dicho la verdad, aunque te duela, Abigail. Y te diré otra. —Su respiración era pesada en ese momento y yo tuve miedo porque sus verdades estaban siendo demasiado para mí, así que dejé de mirarlo a los ojos y en cambio me fijé en su cuello, pero el tatuaje en su garganta donde leí lo que acababa de decirme, se burló de mí—. He visto tus ojos cuando hablas del infeliz ese que te marcó tanto, sé que todavía no lo olvidas, aunque sigas adelante. —Me tomó de la mandíbula para que volviera a encontrar su mirada—. E incluso así, estoy tan seguro de lo que te he hecho, que no me importaría que follaras con él, porque tengo la certeza de que ni él me sacaría ya de tu cabeza.
Su declaración fue como un puñetazo en mi estómago que me dejó sin aire, incluso me hizo jadear y luego apretar mis muelas, furiosa porque de verdad luciera tan seguro cuando yo me moría de celos y de rabia, pues tenía razón.
Dasher lo fue todo para mí, pero ni acostarme con él me haría dejar de volver con ese Dominante arrogante y estúpido que estaba poniendo mi mundo de cabeza.
—Esa misma seguridad me habría gustado que tú tuvieras en ti misma —zanjó y me soltó, luciendo más decepcionado que antes.
Y entendía su punto, porque nunca me ofreció una relación convencional ni mucho menos normal. Él se regía bajo sus propios términos y yo los acepté, hasta que fueron mucho para mí, pues para mi maldita suerte, me programaron de fábrica con exceso de posesividad.
—¿Qué soy para ti, Andrea? A parte de un prospecto a sumisa —le pregunté entre sollozos, ya que sus palabras y lo que me hizo ver, estaban resultando demasiado cruel, lo que llevó a que, la última resistencia en mi interior se desmoronara.
Él me miró, y por un segundo su expresión se suavizó, aunque solo un poco.
—Eres una mujer que me fascinó desde el primer momento en que te vi en Reverie, Abigail. Alguien a quien deseé, y deseo, en mis términos, sin las falsas promesas que tan fácilmente rompen las relaciones —respondió con firmeza, sin dudar un solo segundo—. Y me encantas y me sigues cautivando tanto que aquí estoy, dándote explicaciones que no mereces por no atreverte a pedirlas y mejor hacer tus propias conclusiones; eres una rebelde que me hace seguir aquí, en lugar de haberme ido ya y alejarme de ti para siempre, dando por terminado el trato que teníamos porque no entendiste que sería solo físico, placentero y explorador. Nada más y nada menos.
Sentí mi corazón luchando entre la aceptación y el rechazo. Las emociones revueltas en mi pecho, los celos, la traición, todo se convirtió en un remolino que amenazaba con consumirme.
—Marcel me aconsejó nunca tomar a una brat bajo mi dominio porque me conoce y sabe lo estricto que soy y mi obsesión con el control —confesó y me mordí el labio—. Pero te conocí, supe que no serías fácil y aun así te quise para mí, proponiéndome ser un buen Dominante para una sumisa de tu tipo, sin embargo, no voy a imponerte nada que te dañe ni me impondré algo que no quiero.
Cerré los ojos unos segundos y contuve la respiración.
Aunque lo pareciera, ni siquiera para mí era desconocido que el maduro de nuestra no-relación siempre fue él, así que aceptaba la decisión que tomaría.
—¿Entonces se acabó? —pregunté porque se quedó en silencio por varios minutos y me estaba matando la angustia.
—Ve por el collar, Abigail —pidió y solté el aire, respirando con celeridad—. Lo quiero de regreso. Te esperaré en el estacionamiento para que me lo devuelvas, porque ya no me apetece seguir en este pub —añadió.
En ese instante sí se marchó, y yo me quedé ahí, incendiándome por dentro.
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No salí del baño de inmediato, me quedé un momento más, respirando hondo por la nariz, exhalando fuerte por la boca, maldiciendo por cómo mi garganta ardía y mis sienes dolían, como si hubiera comido hielo hasta congelarme el cerebro. Las lágrimas en mis ojos picaban y la nariz se me congestionó, todo en cuestión de minutos.
Maledizione.
Aquel mundo que creí tan perfecto se me desmoronó en un instante.
—¿Abigail?
—Vete... por...favor —le pedí a Michael con los dientes apretados, tratando de hablar sin llorar, evitando mirarlo cuando entró al baño.
—Cariño, ¿qué te pasa? —insistió y negué con la cabeza, pues ese no era el mejor momento para que me llamara así, no por preocupación en lugar de hacerlo por omitir mi nombre, tal cual solía hacerlo cuando salíamos.
Estaba frente al lavabo, tomándome de él como si fuera lo único capaz de mantenerme en la tierra, completa y no en pedazos, con la cabeza inclinada hacia abajo en señal de derrota.
Patética.
—Solo... déjame sola un momento. —Apreté los párpados, maldiciéndome, llenándome de furia porque se sentía mejor—. ¡Ve por mi bolso, dile a los chicos que tuve que irme... no sé, haz algo, pero déjame! —solté alzándole la voz, ya que todavía seguía en el mismo lugar—. Por favor, Michael —terminé rogando.
Vi por el espejo cómo apretó la mandíbula y se quedó mirándome por largos segundos, hasta que vio mi intención de volver a pedirle que se fuera y se marchó antes de que dijera algo.
—¡Porca puttana! ¡Questo mi succede perché sono stupida! —«¡Puta madre! ¡Esto me pasa por estúpida!» Gruñí, llevándome las manos hacia la cabeza y mirando el techo.
No quería llorar, por eso cogí esa posición, para obligar a mis lágrimas a que retrocedieran, aunque no me estaba sirviendo de mucho, pues las palabras de Andrea se seguían repitiendo en mi cabeza como si mi disco se hubiera rayado en esa parte. Lo peor de todo es que odiaba lo cruel que fue, que me haya mostrado esa parte tan dura de él, cuando siempre fue mi caballero dulce y pervertido.
Sin embargo, lo que más me dolió en realidad fue que solo soltó verdades, incluso su opinión sobre los celos tenía mucha lógica, pues yo los sentía hasta cierto punto porque nunca estuve segura de mí misma, aun cuando él me demostraba estar satisfecho conmigo, cómodo y...feliz.
Sí, feliz, joder.
Lo veía en su manera de mirarme, en su desesperación por escucharme por teléfono cuando llegaba al hostal luego de haber estado juntos en su castillo. Me lo demostraba en cada carta que me enviaba cuando se iba de viaje, en su manera de follarme en nuestros reencuentros, en cada sesión que tuvimos como Amo y sumisa.
Cazzo.
Nunca me hizo sentir que necesitaba más de mí, o que yo no era suficiente, ni siquiera cuando debía castigarme porque no hacía todo como demandaba. E incluso así, fue escuchar que no le molestaba que yo follara con otro, verlo con Lucie, y mis inseguridades salieron a la luz.
—¡Dio! ¡Non voglio essere così! ¡Voglio solo essere una donna sicura di me stessa! —«¡Dios! ¡No quiero ser así! ¡Quiero ser una mujer segura de mí misma!» Las palabras brotaron de mi boca, un susurro ahogado por los sollozos que lograron vencer mi resistencia.
Y no dije lo que dije porque estaba herida, dolida incluso más que años atrás. No era solo el deseo de dejar de ser celosa o posesiva; era algo más profundo. Quería aprender a ser libre, no por él, sino por mí. Quería ser capaz de entregarme a alguien sin sentir que debía poseerlo, sin el miedo constante de perderlo. Pero sabía que, en ese momento, no estaba lista. No mientras mis celos y mis inseguridades siguieran controlándome.
—Abigail —me llamó Michael, regresando al baño.
Respiré hondo, intentando calmar los latidos frenéticos de mi corazón. Cuando lo conseguí me acerqué a él y tomé el bolso que me extendía, buscando adentro el collar. Lo apreté en mi mano al encontrarlo dejando descansar el metal frío en mi palma, su peso una burla a la ligereza con la que Andrea había pronunciado esas palabras.
«Ve por el collar, Abigail. Lo quiero de regreso».
Hubo algo definitivo en su tono, algo que no dejaba lugar a súplicas ni reconciliaciones.
No me había gritado o alzado la voz, ni siquiera había intentado herirme. Todo lo que me dijo estuvo envuelto en una calma imperturbable, como si tuviera la certeza de que lo mejor para ambos era alejarnos. Dejó claro que no podía forzarme a aceptar su forma de vivir, pero tampoco se obligaría a traicionar lo que él quería y quién era.
Y de verdad admiraba y respetaba eso, que se mantuviera fiel a sí mismo. Tal cual yo debía y quería ser.
—Vamos —le pedí a Michael, con la mente un poco más clara.
Apreté el collar en mi mano una última vez antes de comenzar a caminar hacia el estacionamiento, donde Andrea me esperaba. Se lo entregaría sin decir más. Un gesto a lo mejor pequeño, pero necesario. Un indicativo de que aceptaba que nuestro trato, al menos bajo sus términos, había terminado.
—¿Sabes dónde está estacionado? —No hubo necesidad de decirle a Michael de quién hablaba, él ya lo sabía, así que asintió—. Llévame hacia allí —solicité.
No me dijo nada al respecto, simplemente acató mi petición y me guio. Lo seguí con paso firme, aunque mi corazón titubeara a cada instante. Agradecí un poco la frescura de la noche al salir al estacionamiento, liberándome del aire tenso que respiré adentro del pub. Inhalé todo el oxígeno que pude, no obstante, este me quedó atascado al ver al dueño de mi caos a unos metros.
Estaba parado al lado de la puerta de su coche, con las manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón, viéndome caminar hacia él, luciendo como el Dominante inquebrantable que no estaba dispuesto a tolerar un berrinche más de la brat que pretendió ser su sumisa.
—Espérame aquí —le pedí a Michael y me adelanté sin esperar respuesta de su parte, aferrándome al collar en mi mano, dejando de sentirlo tan mío, sintiendo cómo se me escapaba entre los dedos.
Estando todavía a varios pasos de Andrea, su olor me golpeó como una perra provocadora, burlándose de mí, de lo mucho que me envició esa fragancia sobre mi cuerpo cuando estuvimos desnudos, sudados, follándonos como si no hubiese un mañana. Inspiré una última vez en el instante que casi nada nos separaba, deseando grabarme su aroma para atesorarlo como el mejor recuerdo de lo que viví en los rincones más oscuros y seductores de Seine-Saint-Denis.
Entonces, sin decirnos nada, únicamente mirándonos a los ojos con intensidad, decidí quedarme con algo más como recuerdo: con el sabor de sus labios.
Lo cogí del rostro, con el collar entre mis dedos, y pegué mis labios a los suyos. Lo besé con la pasión que siempre tuve para él, pero sin cerrar los ojos esa vez. Chupé su labio inferior, lo mordí en mi desesperación porque me correspondiera, ya que no lo estaba haciendo, ni siquiera sacó sus manos para tocarme.
Sus ojos también estaban abiertos, los míos ardieron; seguí insistiendo, él continuó negándose, pero podía jurar que no era porque no le gustara mi arrebato, sino porque no quería confundirme más. Para Andrea yo era la chica celosa y posesiva que no encajaba en su vida de relaciones abiertas, la que no entendió nada incluso cuando me lo dejó todo claro.
—Por favor... —susurré en sus labios con la voz temblorosa y el corazón desbocado—. Una última vez.
—¡Putain! —maldijo él.
Y cuando creí que iba alejarme, sacó sus manos de los bolsillos y me cogió de la cintura, envolviéndomela como aquel cinturón que en lugar de apretarme, me incendiaba las entrañas en deseo; apretó sus labios a los míos y me hizo suya una última vez con la boca y con su lengua, confirmándome que nunca fue ni sería capaz de besar sin devorarme.
Incluso con sus besos me poseía y dominaba.
Parecía que mi cuerpo había sido bañado en queroseno, y su boca, el mechero que con una sola chispa me llevó a combustionar. En un instante mi espalda se hallaba al aire y al siguiente, empotrada al frío metal de su coche. Una de sus manos se mantuvo en mi cintura y la otra la llevó entre mi barbilla y garganta, tomándome con firmeza, triplicando mis sensaciones, sensibilizándolas con su tacto y de alguna manera marcándome.
Le seguí el beso con la misma medida que él me daba, pues en ese momento no éramos Amo y sumisa, sino Abigail y Andrea. Sentí su barba friccionar mi barbilla y amé el contraste que generaba en mi piel suave y la rudeza con la que me tocaba. Cuando la cresta dura de su erección apretó mi muslo con avaricia, gemí sin poder evitarlo y arqueé el cuerpo a manera de sentirlo más porque lo necesitaba a profundidad. Mi entrepierna lo añoraba, mi clítoris palpitaba como un jodido tambor en un canto de guerra.
Madonna.
Esa era la conexión de la que me habló, una que, por supuesto, no tuve con aquel moreno del pub.
—Nunca... —Comenzó a decir sin dejar de darme besos—. Vuelvas a rogarme por un beso. —Chupó mi labio, el sonido de nuestra humedad se escuchó de manera erótica—. Ni a mí. —Mordida—. Ni a nadie —demandó y lamió mi carne para aliviar el dolor que provocó.
Nos miramos a los ojos cuando me tomó con más firmeza de la barbilla para alejarme de él. Nuestras respiraciones eran una mierda y debíamos coger aire por la boca para sustentar a nuestros pulmones.
—Esta ha sido la primera vez —aseguré, imitándolo al cogerlo de la barbilla y pegarlo a mi boca para chupar su labio, manteniendo los ojos abiertos—. Y la última, Andrea —prometí y puse el collar entre su mano con la que me sostenía de la cintura, devolviéndoselo como pidió—. Gracias por haberlo intentado conmigo. —Volví a besarlo, esa vez fue un beso casto y tras eso lo dejé ir.
Solo quería un beso de despedida, y me dio el mejor de todos. Así que, me di la vuelta y comencé a caminar hacia donde habíamos dejado el coche en el que Michael y yo nos movilizábamos.
—¡Ma belle! —Me detuve cuando escuché que Andrea me llamó, pero no me giré para mirarlo—. Prométeme que vas a disfrutar tu vida, que serás libre de verdad —pidió y cerré los ojos un segundo.
Su petición fue sincera, llena de cariño, anhelo y respeto. Lo miré sobre mi hombro y le sonreí.
—Promesa de vida, mon chéri —concedí y me sonrió de medio lado.
—À bientôt, mon beau cygne espiègle —se despidió y le guiñé un ojo para luego continuar con mi camino sin mirar atrás.
Hasta pronto, me había dicho. Y su despedida también sonó a promesa.
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No sé ni cómo empezar esta vez, ¿saben?
Sospecho que las opiniones con respecto a lo que Andrea cree sobre los celos serán muy divididas porque, admito que yo no soy celosa sin motivo real para serlo, pero me pongo en los zapatos de Abigail y me sentiría igual con una Lucie en mi vida. Sin embargo, también entiendo completamente a Andrea y concuerdo que muchas veces esta emoción tan cruel nace de las inseguridades que tenemos, pero sobre todo, de la falta de amor propio. Y más con un hombre como él, que incluso siendo liberal, sabe amar mejor que uno que vive en dizque monogamia.
Yo sé, estoy 100% segura de que una mujer que se ame tanto a sí misma, que sepa su valor y que ya ha trabajado en sus inseguirdades, jamás sufrirá por celos como nosotras (las del otro lado de esa balanza) sufrimos. Y es muy duro... y pienso que escribir este capítulo a mí me afectó demasiado porque ya estuve en una posición muy vulnerable de mi vida donde me pregunté esto: ¿qué tenía ella que yo no? ¿Qué me hizo falta para ser la única? Y no, lo mío no fue por hacerme ideas equivocadas, sino porque de verdad me fallaron.
La respuesta a mis preguntas llegó con los años, a través de la escritura: yo lo tenía todo, jamás me hizo falta nada, simplemente estuve con la persona incorrecta.
Andrea en este capítulo tiene toda la razón, para mí. Pero también Abigail. Ella está en todo su derecho de sentirse herida, aunque no por los motivos que ella cree. Y este capítulo, aunque es cruel, también una lección que ella debía aprender, sobre todo por el mundo que quiere hacer suyo y porque ha estado con un hombre que le dio verdades en todo momento, además de respeto.
En fin... alargué mucho esto.
Les envío un enorme abrazo a todas esas personas que como Abigail, y como yo, un día estuvimo (o estamos) en ese punto tan vulnerable en donde nos sentimos menos, cuando lo somos todo.
Y a ustedes que están en ese punto ahora mismo, creánme... llegará ese día en el que entenderán mejor que esta es una lección que debieron pasar para reconocer su valor y amor propio.
Ahora sí, nos leemos mañana. (Subo el capítulo faltando aún poco más de 40 votos porque sé que llegaremos a la meta, como siempre. Y no quiero ser cruel al hacerlas esperar tanto esta parte en específico).
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