CAPÍTULO 34



Algo había sucedido con mi red móvil, razón por la cual no me figuraban todas las llamadas que Aiden me hizo, así que, en efecto, Michael nunca me mintió ni me interrumpió a propósito, aunque bien que lo disfrutó. Pude notarlo en su regocijo al verme hecha una furia por frustrar mi encuentro con Andrea.

Y, tal vez le habría seguido dando importancia a eso, pero mi hermanito consiguió barrer con mi enojo en el momento que me comunicó la razón principal para buscarme con tanta insistencia. Iba a casarse.

¡Oh, Dio!

Aiden, mi hermano curioso, el donjuán, el hombre que jamás pensé que sentaría cabeza tan rápido, iba a casarse con su ninja norcoreana-japonesa. La madre de mi sobrina consentida, una bebé que ya había cumplido un mes de nacida y a la cual me encargaba de ver al menos dos veces por semana, por medio de videollamadas.

Aunque, siendo completamente sincera, me sorprendía más que fuera Sadashi quien aceptara unir su vida con la de alguien más, en santo matrimonio. Siempre la vi como una mujer que odiaba al mundo entero, una versión más gruñona que Daemon, y eso ya era decir demasiado.

Pero ahí estaban, dos almas completamente diferentes. Los polos más opuestos que llegaría a conocer en la vida, en los preparativos de una boda que se celebraría en cuatro meses. Un evento para el que mi hermano me quería presente, una ceremonia que llevarían a cabo porque tía Laurel les prohibió que la aplazaran por más tiempo, debido al estado todavía delicado de Essie, como habían previsto hacer.

Sin embargo, tía les hizo entender que nuestras vidas debían continuar. Ella quería que nosotros siguiéramos adelante y que no les diéramos el gusto a nuestros enemigos de truncarnos los planes a todos. Y, a pesar de que no estaba segura de volver, le prometí a mi hermano que, por él, haría la excepción.

Ya había pasado un año desde que tuve que ir a Estados Unidos por lo de Essie, y en todo ese tiempo me perdí de muchas cosas importantes, así que, sabía que mi hermano merecía que rompiera mi regla de no volver hasta haber superado todos mis traumas.

Y, admito que me puse muy nerviosa con la idea de regresar y ver otra vez a Dasher, aunque también me sentí más capaz de hacerlo, incluso más segura. Lo que me hizo enorgullecerme de mí misma, pues mientras el tiempo pasaba, cuando el calendario me marcaba que ya solo quedaban dos meses para el gran día, me daba cuenta de cuánto llegué a evolucionar.

No evolucionaba únicamente como persona, sino también en mi rol de sumisa. Y, a pesar de que todavía llevaba mi collar de consideración; uno que, por cierto, nunca me quitaba porque mi Domi así me lo pidió, trataba de meterme y respetar mi papel todo lo que me fuera posible, dentro de mi rebeldía nata.

Andrea había llegado a asegurar que me gustaban más los castigos que el sexo, por lo mucho que recurría a ellos gracias a mis desacatos, pero la verdad era que, lo que más me gustaba (aparte de nuestras maratones sexuales) era el aftercare. ¡Dios! Me volví adicta a esos momentos en los que me consentía como si me amaba, en los que me adoraba como si yo era lo más sagrado que llegó a su vida.

Aunque también, era de ese ritual del que más me cuidaba y donde trataba de mantener los pies más puestos en la tierra para no confundirme, pues era fácil hacerlo con sus atenciones. Incluso sospechaba que ese era el motivo principal por el cual el francés propuso que limitáramos cualquier gesto cariñoso a la intimidad del aftercare. Ya que, aunque me invitaba a salir siempre que se hallaba en la ciudad, manteníamos todo en una buena relación de amigos.

Jacob incluso se puso celoso porque una vez cometí el error de decirle que saldría a cenar con mi nuevo mejor amigo. Pero, sin ánimos de ofenderlo, le dije la verdad. Cuando íbamos a comer, al cine, o simplemente a caminar por la ciudad, ese francés y yo parecíamos dos mejores amigos disfrutando del tiempo juntos.

Eso sí, las cartas siguieron llegándome siempre que él estaba de viaje, y ahí me regalaba la versión de mi caballero antiguo, oscuro y pervertido. Hasta que llegaban nuestras sesiones como Amo y sumisa, donde me dejaba ver al excelente amante que era.

En palabras más sencillas: con Andrea era tener el paquete completo, del bueno, en un solo hombre. Y una combinación extremadamente peligrosa, si había que recalcarlo.

¿Entonces, tienes planes para esta noche? —me preguntó el francés mientras hablábamos por teléfono.

Me había quedado con él la noche anterior, donde recibí una deliciosa lección en la biblioteca que poseía en su ala del castillo, entre libros que por poco echamos a perder; pero ese día después de mis actividades en la academia, me regresé al hostal para resolver algunos asuntos de la universidad en los que necesitaba de toda mi concentración. Y ya había aprendido que con ese hombre cerca no la conseguía.

—Sí. Larissa me propuso salir con nuestros amigos del voluntariado en una especie de celebración por culminar esta etapa —comenté, ya que terminábamos en un par de semanas y volveríamos a Londres para incorporarnos a nuestras clases presenciales en la universidad.

Habíamos estado juntos la noche anterior, con Andrea, pero ese día al no vernos, optamos por hablarnos, como acostumbrábamos a hacer.

Michael decía que eso no era lo que hacían los amigos, se refería a lo de hablar por muchas horas con Andrea cuando no tendríamos alguna salida o una sesión bedesemera. Incluso llegó a hacerme la broma de que le diera espacio, pero el tonto sabía que no siempre era yo la que hacía esas llamadas.

¿De esos amigos que son solo eso? ¿O amigos como tú y yo? —preguntó con picardía y abrí los ojos desmesuradamente.

Mi sorpresa no se debió a que insinuara que tenía follamigos, sino a la tranquilidad con la que me hizo esas preguntas.

Porca puttana.

No olvidaba que le gustaban las relaciones abiertas, pero...no sé, esperaba quizás, así fuera una pizca de celos.

Espera...

—Yo no tengo ese tipo de amistades, Andrea —dije, tratando de controlar mi tono—. ¿A caso tú sí?

Mi corazón se aceleró demasiado y sentí que el aire se me hizo nudo en los pulmones, por la manera en la que mi pecho se apretó, luego de hacer esa pregunta y temer la respuesta.

Ah, cierto. Ese tipo de amistad solo la has tenido con tus compañeros de arsenal —soltó en tono divertido, recordando mi confesión sobre que me quité la virginidad con un dildo.

Se lo había dicho luego de que Michael nos interrumpiera aquella vez que, por cierto, no fue la única, ya que lo hizo de nuevo, aunque en esa ocasión no estaba a punto de ser penetrada por Andrea, sino que ambos nos metíamos mano mientras veíamos una película.

El punto era, que luego de esa vez, el francés me pidió que le aclarara por qué le había puesto en el vídeo con el que lo provoqué, que le daría una oportunidad más al dueño de mi virginidad. Terminé contándole mi decisión sobre quitarme el himen yo misma y, aunque al principio se quedó pasmado, luego se soltó en carcajadas.


—¡Merde, Abigail! ¡Con una polla plástica! ¡¿Es en serio?! —me preguntó sin dejar de reírse.

Alcé la barbilla con desdén, para demostrarle que seguía estando orgullosa de mi decisión. Y esa fue la primera vez que sentí que él me miró con ganas de comerme a besos.

—Le di mucho poder a alguien sobre mí, alguien a quien creí que le daría también mi primera vez, Andrea —me defendí y él sacudió la cabeza, dejando de reírse al captar mejor la razón de lo que hice—. Por lo que no cometería ese error de nuevo. Mi virginidad era y fue mía, así que la perdí bajo mis términos, con mi polla de juguete —añadí con orgullo.

Nos encontrábamos en la cama después de castigarme y luego follarme, por lo que tiró de mí para abrazarme.

—¿Ese alguien es la misma persona que me dijiste que te envió a terapia? —quiso saber y asentí.

La confianza que nos teníamos solo se conseguía, a veces, con años de conocerte con las personas, y la cercanía. Pero con Andrea me resultó muy fácil abrirme en todos los sentidos, aunque no tuviéramos mucho tiempo de habernos cruzado en Reverie, por eso no temí aceptarle con un asentimiento de cabeza que hablaba del mismo tipo.

—Ya sabes que, en ocasiones, las chicas somos muy tontas, o inocentes, y nos apegamos demasiado a la persona que nos desflora. Y yo ya estaba muy estúpida por un idiota, como para apegarme a otro —expliqué, arrullándome a su costado como si fuese una gatita.

Él sonrió y luego me dio un beso en la coronilla entretanto olía mi cabello.

Entiendo tu punto y lo respeto, pero la virginidad no se trata solo del himen, mon beau cygne espiègle —dijo y lo miré con una sonrisa.

—Ahora lo entiendo, Domi —susurré y noté el regocijo en sus ojos porque lo llamara así.

Pero cambié de tema, pues no lo asustaría al confesarle que mi primera vez con un hombre había sido con él, ya que no quería que se viera en la necesidad de pedirme que no fuera a tomarlo como algo especial.


—Sí. Y no has respondido a mi pregunta —señalé, regresando al presente, sintiendo la garganta demasiado cerrada ante el temor de cómo tomaría su respuesta, si esta me confirmaba que él sí tenía follamigas.

No, de momento, chérie. —Le creí, pero... ¡cazzo!

Fue ese de momento lo que me sentó como un puñetazo en el estómago.

—De momento —repetí con amargura, maldiciéndome por sentirme tan mal.

Sí, de momento. La verdad es que has consumido tanto mis pensamientos, mi vida si soy más sincero, que no he querido estar con nadie más. —Que admitiera tal cosa no me emocionó—. ¿Y tú?

—¿Yo qué? —repliqué con tono duro.

¿No has estado con nadie más después de lo que iniciamos tú y yo?

¡Non! —chillé escandalizada.

—Ma belle, no reacciones así. Que tampoco tendría nada de malo si lo has hecho, o quieres hacerlo, siempre y cuando sea por placer —advirtió con tanta tranquilidad, que lo odié de una forma que no podía explicar con palabras—. Y fuera del BDSM, ya que, dentro de él eres mía y, por lo tanto, yo tengo que saber y estar de acuerdo con quien deseas experimentar.

Bufé una risa carente de diversión alguna, odiando que le fuera a molestar más el hecho de que pretendiera acostarme con alguien de su mundo sin avisarle, que con alguna persona del mundo normal.

Pero tampoco podía reclamarle, porque siempre tuve claro que para él no existía la exclusividad y yo tampoco se lo pedí. No lo hice porque creí que podría con ese estilo de vida, hasta que llegó ese jodido momento, e imaginarlo con alguien que no fuera yo me supo a hiel.

—Sí, lo tengo claro —satiricé, queriendo escucharme normal.

Y continuar con esa llamada no me fue fácil, pero lo conseguí hasta que nos despedimos con la promesa de vernos pronto. Ni siquiera me alegró el hecho de que me diera la noticia de que su padre había aceptado que él se encargara totalmente de los negocios que tenían en Londres, por lo que era posible que se mudara un tiempo al Reino Unido, lo que nos daría la posibilidad de seguirnos viendo.

Porca troia. Nada se sintió igual luego de la baldada de agua fría mezclada con realidad, con la que me bañaron en esa llamada.

Grité llena de frustración y mucha ira tras colgar, tiré al suelo varias cosas que tuve a mi alcance con la urgente necesidad de desahogarme sin llorar, porque de ninguna manera soltaría una sola lágrima por esa situación. Y no porque no lo merecería o pretendiera invalidar mis sentimientos, sino para castigarme por estúpida, pues era consciente de que pude haber hablado con Andrea, sincerarme con él y sobre cómo me sentía, tal cual me lo pidió en muchas ocasiones, pero ahí estaba, tragándome la rabia por orgullosa, por miedo a que quisiera ponerle un alto a nuestra relación Amo-sumisa, por ser incompatibles en ese punto.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Michael, entrando a mi apartamento.

Yo me hallaba sentada en el suelo, con las piernas encogidas y los codos apoyados en mis rodillas mientras me sostenía la cabeza, de seguro luciendo patética.

—¡Abigail! ¿Estás bien? —Me reí de mí misma cuando él llegó a mi lado, agachándose para tomarme del rostro y asegurarse de mi estado.

Sus ojos oscuros brillaban con pura preocupación y culpa.

—Calma, Micky. Que, aunque así lo parezca, nadie ha entrado aquí a excepción de mí. Y ahora de ti —repliqué con la voz ronca por tanto gritar. Él frunció el ceño, sin comprenderme—. Creo que sufrí un ataque de ira, por eso el desastre —dije entre risas colmadas de ironía.

Cuando pasó lo de la puta rubia que jodió a Daemon, fue la primera vez que atravesé por un ataque de ira. Lo identifiqué luego gracias a mi terapeuta, pues ella sospechaba que ya había pasado por esos episodios, razón que me hizo estar segura de que, lo que sufrí tras mi llamada con Andrea, se trataba de ello.

Y si nunca me pusieron en tratamiento fue porque en realidad, mis ataques se tomaban dentro de lo normal en un ser humano, así que mi terapeuta únicamente me enseñó algunas técnicas para calmarme y no llegar a un caso extremo. Aunque me las pasé por el arco del triunfo esa tarde.

—¿Qué te llevó a eso? —me preguntó Michael con tono peligroso.

—Mi estupidez —refuté.

—¿Andrea está incluido en la ecuación? —Se puso de pie y lo miré desde mi posición en el suelo.

Desde ahí lucía como un gigante capaz de aplastarme en el momento que se le diera la gana, dejándome ver en su mirada que donde dijera que sí, buscaría al francés para despedazarlo. Pero cuando me tendió la mano para que me pusiera de pie y se la tomé, sintiendo su delicadeza y firmeza en el agarre, supe que era mi gigante. Uno que jamás me haría daño ni a mí ni a quien yo protegiera.

—No, Micky —aseguré, echando la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos, a pesar de estar de pie—. Esta vez se debe solo a mi estupidez —aseveré.

Y no estaba protegiendo a Andrea, pues era verdad que él no tenía nada que ver con mi ataque. El hombre jamás me prometió nada que no iba a darme, ya que incluso con su trato dulce como mi Domi, siempre me dejó claro que nada entre nosotros era sentimental.

Andrea respetaba y desempeñaba su rol con maestría. Fui yo la que comenzó a confundir las cosas como la novata que era.

—¿Segura? —Asentí y luego bajé la mirada porque me sentí vulnerable, pero él colocó dos de sus dedos debajo de mi barbilla para impedirlo—. ¿No lo protejas, Abigail? Si Andrea te dañó de alguna manera, dímelo para hacérselo pagar. —Sonreí con ternura y agradecimiento.

Luego, sin que se lo esperara, le rodeé la cintura con los brazos y pegué mi mejilla a su duro y tonificado pecho. Cabe recalcar que el tonto no me correspondió ni lo haría; mantuvo sus brazos inertes, aunque no me apartó, simplemente me dejó abrazarlo hasta que fui capaz de hablar.

—Así desee matarte muchas veces, te quiero la mayor parte del tiempo, Michael Anderson —susurré y él bufó.

—No intentes persuadirme —gruñó, tomándome de los hombros para apartarme de él. Y me habría resistido porque me sentí demasiado bien al estar así de pegadita a su cuerpo, pero no me gustaba incomodarlo... tanto.

—Deja a Andrea fuera de la ecuación. No es por él que hice este desastre —zanjé con seguridad para que no siguiera insistiendo—. Y ahora, déjame arreglarlo todo porque esta noche me voy de fiesta y mañana quiero dedicarme solo a la resaca que de seguro tendré.

Conociéndome, Michael no dijo nada más. Y, aunque le aseguré que no era necesario que me ayudara, terminó por hacerlo porque aseveró que no podía quedarse solo viendo. Le propuse incluso que se fuera con su Domi-sumisa y se tomara la noche libre, a lo que simplemente rio y declaró que por ningún motivo me desharía de él, y menos cuando me iría de fiesta.

Una fiesta en la que pretendía ponerme hasta el culo para ahogar mi estupidez con alcohol, en lugar de ahogarme en un vaso de agua.

No era lo más inteligente, pero sí lo que necesitaba esa noche.

____****____

—¡Demonios! ¡Esta es la Abby que me encanta! —gritó Mark luego de ver cómo bebí mi trago hasta el fondo, entre vítores de su parte y de los demás.

Estábamos él, Louis, Ángel, Larissa y yo, en un pub muy mono que Louis descubrió en una salida que tuvo con una francesa. Era bastante acogedor, y familiar a ciertas horas de la tarde y noche, aunque a partir de las diez de la noche el ambiente se volvía más para personas de dieciocho años en adelante.

La música sonaba a un volumen moderado en el edificio de dos plantas con concepto abierto, que nos permitía ver el piso de arriba y a sus visitantes si nos hallábamos en la planta baja, o viceversa. Se especializaban en comida rápida y esa noche había probado las papas a la francesa más deliciosas que mi paladar degustó en mis casi veinte años. Eso sin contar el calvados, un brandy proveniente de Normandía, pero que, según Mark, quien se autodenominó experto en licores, era muy común encontrar en Francia.

El aroma frutal y fresco, con notas prominentes de manzana y pera, además de un toque ligeramente floral y especiado, fue lo que me atrapó cuando el mesero le sirvió a Mark el vaso que él pidió. En ese instante supe que quería probarlo, aunque mi amigo me advirtió que no me confiara por el olor, pues la bebida era como un caballero dulce que escondía en su interior una esencia perversa y peligrosa.

Odié que Andrea llegara a mi cabeza de inmediato, cuando pretendía olvidarlo por esa noche, mientras escuchaba a Mark hablar de una bebida. Y odié más empecinarme en beber calvados y que al probarlo, el licor envolviera mi boca con un sabor inesperadamente suave pero lleno de carácter, como él. El maldito francés.

Porca troia.

En el primer trago sentí la dulzura natural de las manzanas maduras, como si hubiese estado mordiendo una fruta fresca, seguida de un calor reconfortante que bajó con lentitud por mi garganta. Pero había algo más, un toque sutil de madera y especias, quizás un leve susurro de vainilla o caramelo, que hizo que el sabor fuera más complejo con cada sorbo.

Y, mientras lo saboreaba, una ligera calidez permanecía en mi paladar, envolviéndome en un abrazo. Y, entonces quise más abrazos, más de toda esa deliciosa combinación que me llevó a ingerir trago tras trago, hasta que olvidé la advertencia de Mark.

«Tal cual olvidé la que yo misma me hice con Andrea». Pensé, recordando que siempre supe del diablo que ese hombre escondía detrás de su sonrisa y caballerosidad.

—¿Dónde está tu collar? —me preguntó Larissa de pronto, al percatarse del vacío en mi cuello.

Me encogí de hombro y sonreí restándole importancia.

—Lo dejé por allí —solté, respirando hondo. No me sentía borracha, pero sí con el estómago muy repleto por todas las papas que ingerí, lo que de alguna manera me ayudó para que el calvados no me afectara tanto—. Me dio un poco de comezón, así que decidí darme un descanso de él —añadí y Larissa entrecerró los ojos.

—¿Por qué tu respuesta suena a que has querido darte un descanso de Andrea? —inquirió, juntando las cejas en señal de que me analizaba.

Me reí de eso.

Ciertamente ella no sabía de mi trato Amo-sumisa con el francés, pero sí le dije que mi collar había sido un obsequio que él me dio y el cual no quería quitarme, cuando me preguntó por qué lo usaba siempre. Y ese señalamiento de su parte se debió a que sabía de mi manía por lucir diferentes joyas con los atuendos que usaba para ir a la academia.

—Más que eso, he tenido un momento de rebeldía —le dije a mi amiga y me miró más confundida que antes.

—¿No era que te dio comezón?

—Ya, tonta. Deja a un lado mi collar y mejor pidamos más calvados —La animé.

Aunque no hubo necesidad de que los pidiéramos, pues de pronto el mesero llegó con una charola en la que llevaba un vaso del brandy.

—El caballero de aquella mesa se lo envía, mademoiselle —informó el hombre, quien nos hablaba en inglés luego de escuchar que todos en nuestra mesa conversábamos en ese idioma.

Puso el vaso frente a mí y miré en la dirección que él indicó antes. Había tres hombres en una mesa, compartiendo quizás un rato entre amigos. Un moreno alto y atlético, con el cabello oscuro y rizado, de labios gruesos, nariz recta y pómulos afilados junto a una mandíbula fuerte, me sonrió y guiñó un ojo.

Era muy atractivo.

Oh là là —musité y tomé el vaso, alzándolo hacia él en agradecimiento. El hombre me imitó tomando el suyo y sonrió de lado, complacido con mi reacción—. Dile que muchas gracias, pero que si decide enviar otro trago, que incluya a mis amigos —le pedí al mesero con sorna, tomando una postura orgullosa, a lo que él sonrió y asintió.

Añadí que llevara otra ronda de bebidas para mis amigos y me concentré en ellos, restándole importancia a aquel desconocido, aunque sintiendo su mirada coqueta en mí.

—Se parece mucho a Michael B Jordan —comentó Larissa y le di la razón.

—Por eso me ha parecido muy atractivo —acepté, pues me encantaba dicho actor de Hollywood.

Y hablando de un Michael, el mío se encontraba por allí, cuidándome desde las sombras, ya que, como me lo dijo en el hostal, no me desharía de él por ningún motivo.

Mi noche entre amigos siguió transcurriendo entre conversaciones amenas y risas escandalosas gracias a las ocurrencias de Mark y Louis, y a la gruñería de Ángel, pues parecía como el hermano de aquellos dos rebeldes a los cuales debía meter en cintura de vez en cuando. También entre miradas furtivas que intercambiaba con el moreno quien, por cierto, volvió a enviarme tragos, esa vez para todos en mi mesa.

«Tampoco tendría nada de malo si lo has hecho, o quieres hacerlo, siempre y cuando sea por placer».

Parte de la conversación que tuve con Andrea se había colado en mi cabeza luego de que el moreno me invitara a bailar, gesticulando un «¿bailamos?» desde su mesa, a lo que le respondí que me diera un momento.

Y sí, sospesé la idea de divertirme con él si se daba la oportunidad, pero la verdad era que no sentía ganas de hacerlo. Simplemente lo pensé al preguntarme si sería capaz de acostarme con alguien más, como de seguro Andrea lo haría y... ¡merda! La furia que me embargó al recordar nuestra llamada por la tarde no era de Dios. Y ni siquiera los siguientes calvados me la mermaron.

—Oye, ¿no es ese Andrea?

—¡¿Qué?! ¡¿Dónde?! —le pregunté a Larissa luego de que me dijera eso, gritando un poco porque le habían subido a la música.

—Arriba, a tu izquierda. Pero disimula —pidió cuando dirigí la mirada a donde indicó.

Como señalé antes, el concepto abierto del pub me permitía ver hacia la segunda planta, donde en efecto, encontré a Andrea y a Marcel, acompañados nada más y nada menos que de la pareja que estuvo en la sesión privada en la fiesta de Luxure, la de la mujer que me dijo quién era Louve en realidad. Y tuve que inhalar por la nariz y exhalar por la boca cuando reconocí que con ellos también se encontraba esta última.

—Lucie —gruñí con los dientes muy apretados, sintiendo cómo, de pronto, el brandy me calentó la sangre, haciendo que las mejillas me ardieran.

Ella se encontraba abrazando al jodido francés, dándole incluso un beso en cada mejilla, un acto que no se veía como saludo, sino más como provocación.

—Entonces sí es Andrea —sondeó Larissa, llamando mi atención—. ¿Le dijiste que vendríamos aquí?

—No —le respondí con la voz demasiado ronca.

—Vaya coincidencia. —Bufé una risa carente de diversión al escucharla, sin dejar de mirar cómo Andrea llamaba a un mesero luego de preguntarle algo a Lucie en el oído—. ¿Y sabes quién es ella?

—Por favor, Lari, no me hagas más preguntas —gruñí para mi amiga, sintiendo que estaba a nada de explotar con ella.

Larissa me miró asustada y la vi musitar un mierda que no escuché, pero sí vislumbré, luciendo desconcertada al hilar todo y el porqué de mi reacción.

—Si quieres irte de aquí, podemos proponerles a los chicos ir a otro pub. O a un club si lo prefieres —me dijo y negué con la cabeza.

De ninguna manera huiría de un lugar al que yo llegué primero. Así que seguimos ahí, yo tratando de concentrarme en lo que Ángel nos comentaba sobre otro club que su familia quería abrir, aunque mirando cada dos por tres hacia la segunda planta, dándome cuenta de lo cómodo que lucía Andrea con aquellas personas, sin fastidiarse por la cercanía de Lucie y la manera en la que ella jugaba a llamar su atención.

Hasta que, en un momento dado, Marcel se puso de pie y se alejó de la mesa, acercándose a la baranda alta, apoyando los codos en el pasamano de madera, en una posición cómoda que optó para observar toda la primera planta y a las personas que bailaban en la pista. Entonces sus ojos me encontraron y al reconocerme, su gesto de sorpresa lo hizo alzar una ceja y sonreírme con malicia, algo muy suyo.

Era esa sonrisa comemierda y altanera que al principio me incomodaba, hasta que con el paso de tiempo reconocí que era algo natural en él. No porque quisiera ser un cretino ni nada de esa índole.

Pero, dejando su gesto de lado, me llamó demasiado la atención que entrecerrara los ojos y mirara hacia atrás, sobre su hombro, en dirección de Andrea, donde él y Lucie conversaban entre risas y con mucha intimidad, aprovechando que la otra pareja se hubiera puesto de pie para bailar. Enseguida regresó el rostro hacia el frente, aunque antes de verme, observó hacia abajo, negó con la cabeza y medio sonrió.

Cazzo.

Hasta lo imaginé murmurando un «mierda» al entender en la posición que todos estábamos: yo descubriendo a Andrea con su ex, ambos viéndome la cara de estúpida; él absorto en una charla con ella que no lo dejaba darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor, y Marcel como el solapador que fracasó al no avisarle con tiempo a su amigo que el prospecto de sumisa que tenía se hallaba cerca.

¡Maledetta merda! —espeté por lo bajo.

No me quería sentir traicionada, pero tampoco podía evitarlo. ¡Maledizione! Quería ir hacia ellos, gritarle a Andrea en la cara que lo había descubierto, que ya entendía por qué su pregunta de la tarde y su necesidad de aclararme que no tenía nada de malo que me acostara con alguien más, pues era lo que el bastardo haría esa noche con su ex y por lo tanto quería sentirse libre de culpa.

¡Cavolo, con su ex! ¡La misma mujer con la que me aseguró que no quería nada de nuevo!

—¡Joder, Abby! Me estás asustando —dijo Larissa, tomándome de la mano y la sentí temblar.

O quizá yo lo hacía en realidad.

Yo era la de la piel fría, pero la sangre hirviéndome. La que dejó de ver los colores tenues del pub y los sustituí por un rojo carmesí que me hacía sentir como un toro a punto de comenzar a bufar e irme sobre el maldito torero que me provocaba.

Tenía la garganta seca y la respiración acelerada, las pulsaciones me acribillaban los oídos, y el sabor amargo de las náuseas me harían vomitar pronto si no me controlaba un poco.

—¿Qué te suce...?

—Disculpen, señoritas —La pregunta de Larissa murió cuando una voz profunda nos habló en francés. Miré al dueño, era el moreno atractivo que me había invitado a unos tragos—. ¿Será que el momento que me pediste ya ha pasado, guapa? —me preguntó cuando nuestras miradas se encontraron.

De cerca era más guapo, poseedor de una sonrisa coqueta que me indicaba que esa noche estaba dispuesto a tirar a matar. Y tal vez en otro momento le hubiera dicho que conmigo sería un tiro nulo, pero no esa noche. Y menos cuando miré hacia el segundo piso y encontré a Marcel atento a mí, alzando una ceja, un gesto que sentí a reto, a pregunta.

¿De verdad te vas a atrever a hacerlo?

Escuché esa pregunta en mi cabeza con su voz, luego miré más allá de él. Andrea seguía sin darse cuenta de mi presencia y me enervó tanto, que alcé la barbilla y le sonreí a Marcel con perfidia.

Sí, cariño. Ahora es momento de ser para ti —le respondí al moreno, lo que lo hizo agrandar la sonrisa, convirtiéndola en triunfal.

Me tendió una mano y no dudé ni un solo segundo en tomársela, mirando con disimulo a Marcel, regalándole una media sonrisa con la que le dije «sí, lo haré. Después de todo, soy una mujer libre».

El agarre de mi acompañante fue suave, incluso vacilante. Como si hubiera estado inseguro todo el tiempo de acercarse a mí, temiendo mi rechazo. Yo en cambio lo tomé con seguridad, la misma con la que di cada paso hacia la pista; al estar ahí lo solté para comenzar a mover las caderas al ritmo de la danza que resonaba por todo el lugar.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó el moreno, quien también comenzó a bailar frente a mí.

Di un paso hacia él, contoneándome con sensualidad y le hablé muy de cerca.

¿Crees que te acordarás de mi nombre luego? —Se mordió la sonrisa, y la lascivia con la que me miró enturbió esos bonitos ojos oscuros que poseía.

Definitivamente voy a acordarme de todo lo que tenga que ver contigo —aseguró, tomándome de la cintura y girándome para que quedara de espaldas a él, moviéndome a su ritmo—. Eres demasiado hermosa... y sexi —susurró en mi oído.

Me reí, bailando con cuidado de no rozar mis caderas a su pelvis, pero sin dejar de provocarlo con mis movimientos. Y no mentiría, me encantaba su atención, sentirme deseada también me daba un poder que no imaginé; era como una seguridad de que podría conseguir de él todo lo que quisiera.

Aunque no quería nada.

Para lo que quieres de mí, no necesito saber tu nombre —le dije con sinceridad.

¿Y cómo me llamarás cuando haga que te corras? —inquirió con chulería.

Me mordí el labio inferior, dándome cuenta de cómo la seguridad estaba regresando a él. Luego, como si lo necesitara tanto como respirar, miré hacia el segundo piso y jadeé al toparme de lleno con aquellos ojos azules que podía jurar que de cerca se verían árticos.

Porca puttana.

Marcel sonreía como un cabrón al lado de Andrea, disfrutando de la escena. El maldito al fin le había comunicado a su amigo sobre mi presencia en el pub.

Andrea me miraba de manera analizadora, erguido en toda su estatura. Con una mano agarraba el pasamano y con la otra sostenía un vaso con licor que se llevó a la boca y bebió sin dejar de observarme. Lucía serio, tranquilo, seguro, sin un solo indicio que me dijera que no le gustaba lo que veía.

Imbécil —gruñí.

Bien, admito que no era lo que esperaba escuchar —dijo el moreno detrás de mí y ni siquiera me avergonzó que creyera que lo llamé a él así—. Guapa, si te incomoda mi manera de proceder contigo, házmelo saber —pidió, poniéndose enfrente.

Lo miré a los ojos, pues me impidió seguir viendo a aquel francés idiota, y noté que no era un mal tipo. Simplemente era alguien queriendo conseguir un buen folleteo esa noche, y yo le estaba dando pie a que creyera que conmigo lo tendría.

«¿Y por qué no?»

La pregunta llenó mi cabeza. ¿Por qué no? Si era guapo, y a lo mejor hasta divertido si le daba la oportunidad. Un hombre con una polla entre las piernas que, quizá podría demostrarme que en la variedad estaba el gusto, que no tenía por qué aferrarme a un solo pene, únicamente porque fue el primero que probé.

¿Cómo quieres que te llame cuando hagas que me corra? —le pregunté, respondiéndole así que no me incomodaba—. Donde llegues a decirme que papi, me daré la vuelta y te pondré una orden de restricción —advertí, sacándole una carcajada que me contagió un poco.

Acto seguido se acercó a mí para hablarme al oído.

Seré tu dueño, así sea por esta noche, chérie. —Me estremecí.

No por lo que dijo. Ni siquiera por el apelativo que usó. Lo hice porque mientras estuvo inclinado hacia mí, vi por sobre su hombro que Andrea seguía observándome, pero Lucie llegó a su lado y tras decirle algo en el oído, él sonrió y asintió.

Cavolo.

¿Por qué tenía que sentirme tan posesiva con él? ¿Por qué los celos me consumían como en ese momento?

No me importaron las respuestas. Nada en realidad. A lo único que le di importancia fue a mi siguiente movimiento: pegué mis labios a los del moreno y me dejé consumir por su respuesta convertida en un beso arrebatador con el que, literalmente me folló en medio de la pista.

¡Dios!

Besaba bien, pero no despertaba en mí las sensaciones que quería. Mi piel no se erizaba, el escalofrío no reptaba por mi columna, mi vientre no se apretaba, mis entrañas no se incendiaban.

Nada... ¡Cazzo! Nada de lo que quería sentir. Pero, a pesar de eso, lo seguí cuando me tomó de la mano y me guio hacia un pasillo, oculto de la vista ajena; y luego de besarnos por un rato me llevó hacia el baño de mujeres que se encontraba solo.

Y continué correspondiendo a sus besos simplemente por hacerlo. Le permití que arrastrara sus manos por todo mi cuerpo hasta que llegó a amasar mis pechos, pero...

A ella no le gusta que toquen sus pechos sin que antes la preparen bien.

¡Putain! —dijimos los dos al unísono al escuchar esa voz.

Entre jadeos miré a Andrea, él se encontraba de brazos cruzados, recargado con el hombro en el marco de la puerta que solo unos minutos atrás nosotros cerramos, aunque no con seguro.

¿Quién demonios eres? ¿Y qué haces aquí? —preguntó el que pretendía ser mi amante esa noche, muy molesto y frustrado.

Yo en cambio comencé a sentir todo lo que antes deseé con sus besos, simplemente con ver a ese francés idiota interrumpiéndonos.

Soy quien conoce a la perfección a esa mujer que tienes entre tus brazos, y a la que no estás tratando como ella se merece —respondió Andrea con una seguridad que me confirmó que no estaba para nada celoso, a diferencia de mí—. En lugar de manosearla como si fuera masa para pizza, deberías haber dedicado un mínimo de tiempo para asegurarte de que lo que harías, también ella lo disfrutaría.

La culpa que me invadió me provocó náuseas, pero no era culpabilidad por dañar los sentimientos de Andrea, sino por lo que estuve a punto de hacer, de permitir, sin siquiera quererlo en realidad.

¡Oh, vamos! Quiero follarla, no casarme con ella —espetó el tipo y lo aparté de mí, sintiéndome usada de una manera que odié.

Sintiendo que acababa de traicionarme a mí misma por estúpida.

Andrea me miró, el amago de una sonrisa se asomó en sus labios y chascó la lengua, casi como llamándome la atención, lo que incrementó el caos en mi interior.

Sal de aquí —demandó de pronto para el moreno. Este se quedó de pie, mirándolo como si quisiera sacarlo a patadas del baño, pero sin atreverse. Sobre todo, al percatarse de la tranquilidad mortal de Andrea al abrir la puerta—. Hazlo por tu cuenta, antes de que te haga salir por la mía, amigo. Y créeme, yo lo disfrutaré, pero no tú —aconsejó y confesó.

Madonna.

Nunca había escuchado en mi vida una amenaza dicha con tanta calma, pero escurriendo peligro, muerte incluso. Y el moreno identificó lo mismo que yo, así que me dio una mirada rápida, maldijo por lo bajo y comenzó la marcha hacia afuera del baño.

Vaya valiente que era.

Aunque sí fue inteligente, lo entendí cuando Andrea volvió a cerrar la puerta, se cruzó de brazos otra vez y me miró con severidad.

—Qué parte de, acostarte con quien quieras, pero por placer, ¿no entendiste, petite insolente? —preguntó. La voz llena de oscuridad y dureza en partes iguales.

Entonces mi piel se erizó, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y las entrañas se me incendiaron. Aunque también sentí la garganta cerrada, la respiración hecha mierda y el corazón galopándome como un caballo, junto al enojo bullendo en mis venas.

—¿Y dónde demonios está el collar que te ordené que no te quitaras por ningún motivo? —rugió y las piernas me temblaron.

Maledetta merda. 

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Íjole, alguien se metió en problemas y quién sabe si esta vez el castigo le guste. O si habrá castigo en realidad.

Mi gente, feliz miércoles. Espero que me hayan extrañado como yo a ustedes. Y les voy a seguir extrañando hasta que llegue el viernes, cuando haya nueva actualización, y con un capítulo que... no sé cómo explicar todo lo que me hizo sentir al escribirlo.

Ya pronto me entenderán ;-)

Lo único que puedo es, seguir asegurándo que esta relación marcha como debe ser y como quiero que marche :-)

Estaré leyendo sus comentarios. Y nos leemos el viernes en un nuevo capítulo.

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