CAPÍTULO 33
Por sorprendente que fuera, Michael sí logró comportarse y cambió un poco su actitud con Andrea en los siguientes días. No solo en la semana en la que estuve en el castillo, sino también luego de; cuando el francés me invitaba a salir, como amigos, debía aclarar, puesto que acordamos dejar nuestras interacciones íntimas únicamente al meternos en rol, como un método para conocer nuestros límites.
Aquella semana con él, habíamos follado en todas las posiciones habidas y por haber, practicamos más bondage e incluso me atreví a probar un poco de needle play, fue algo muy suave que, aunque extraño, no se sintió mal, pero tampoco podía asegurar que se convertiría en mi práctica favorita.
Siendo totalmente sincera, Andrea tuvo razón al asegurar que me gustaría el sexo rudo, aunque no contó con que les cogería cierto gusto a los castigos, al spanking, sobre todo. Eso sí, al aftercare no había nada que le ganara... ¡Dios! Me fascinaba ser consentida por ese hombre, me volví adicta a su trato delicado luego de que fuera duro conmigo. Lo comprobé al cuarto día juntos, luego de que, al día siguiente de nuestro encuentro con Michael en el comedor, me viera utilizando mucho el móvil cuando acordamos limitarlo para darnos toda la atención que merecíamos.
Por alguna razón que desconocía, a mi guardaespaldas le dio por hacerme muchas preguntas por mensajes de texto en esa ocasión. ¿Que si sería él quien me llevaría a la academia al siguiente día? Ya que Andrea se estuvo encargando de eso. ¿Que si había hablado con mis padres? Porque papá le preguntó si todo estaba bien conmigo, puesto que me mantuve un poco ausente. ¿Que si no lo necesitaría en nada? Pues Souveraine le pidió que se vieran.
Y así, todo un interrogatorio que me tuvo metida en el móvil por más tiempo del debido.
Creo que acabo de ganarme un castigo por tu culpa, así que...
Si yo pago, tú también.
Le escribí a Michael, me encontraba recostada en el sofá de la sala privada de Andrea, con las piernas cruzadas de manera despreocupada, deslizando el dedo por la pantalla de mi móvil, fingiendo concentración. Pero todo había que decirlo: mi mente, como un metrónomo rebelde, marcaba el paso del tiempo desde que el francés salió de la habitación para darle unas indicaciones al personal que se hallaba cerca.
¿Y qué culpa tengo yo de que no acates las órdenes de tu Domi?
Sonreí al leer al descarado, pues por su culpa había ignorado deliberadamente una instrucción sencilla que Andrea me dio, y que incluso me recordó minutos atrás. Lo que lo llevó a salir, de hecho. Y cada segundo que se tardaba añadía un peso a mi pecho, una mezcla de expectativa y nerviosismo que no lograba apartar.
¿Por qué te ha dado por enviarme tantos mensajes hoy?
Eres de pocas palabras hasta para escribirme, Micky.
Así que, sí, tienes culpa en esto y, por lo tanto, yo voy a castigarte a ti.
¿Y cómo se supone que harás eso?
Andrea entró a la sala luego de que leí ese mensaje de Michael, cerrando la puerta tras de él con un clic audible. Mi cuerpo entró en tensión al instante.
Dile a tu Domi que no puedes verla y mantente pendiente.
Es posible que te necesite en unos minutos.
Bloqueé mi móvil luego de escribir esa mentira, justo cuando la mirada de Andrea me encontró. Yo alcé la mía y podía jurar que mis ojos brillaban con desafío, por la manera en la que los suyos se volvieron fijos y penetrantes. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda con ello, pues su presencia llenó el espacio con una facilidad que me hizo olvidar hasta cómo respirar, en cuanto caminó hacia mí con la calma contenida de un depredador que conocía a su presa.
—¿Qué te dije sobre usar el teléfono mientras estamos juntos? —preguntó. Su tono fue grave, bajo, pero tan cargado de autoridad que pareció reverberar dentro de mí.
Tragué saliva, tratando de sostener la intensidad de su mirada. Mi corazón comenzó a latir más rápido, una reacción que no sabía si atribuir al miedo, la emoción, o a esa deliciosa mezcla de ambas.
—Que no lo hiciera —le respondí, tratando de sonar despreocupada mientras encogía mis hombros, fingiendo inocencia—. Aunque no me dijiste qué pasaría si lo hacía.
Cavolo.
También me recomendó que no lo retara, pero ahí estaba haciéndolo, porque había algo intoxicante en probar sus límites, en invitar a esa reacción de él que me hacía sentir al mismo tiempo pequeña y poderosa.
Andrea avanzó hacia mí, cada paso suyo resonando en el suelo de madera, deteniéndose justo frente al sofá. La sombra de una sonrisa apareció en sus labios, aunque su expresión era indescifrable. Esa incertidumbre hacía que cada segundo juntos fuera más emocionante e insoportable.
Sin decir nada, extendió su mano hacia mí y sentí que mi estómago dio un vuelco con la demanda implícita en el gesto.
Cazzo.
Dudé por un segundo, más por prolongar el momento que por verdadera resistencia, pero finalmente le entregué mi teléfono, mordiéndome el labio inferior para contener una sonrisa.
—Sabes lo que haces, ¿verdad? —dijo mientras colocaba el dispositivo en una mesa cercana. Su voz fue casi un susurro, pero cargada de intención—. Juegas con mis límites para ver hasta dónde puedes llegar. —El nudo en mi garganta se hizo más apretado.
—¿Y si lo hago? —repliqué con una sonrisa traviesa, aunque por dentro mi mente estaba en caos, pues cada fibra de mi ser me decía que estaba caminando por terreno peligroso, mas no podía detenerme—. No puedes enojarte conmigo por ser curiosa.
Andrea se inclinó hacia mí, sus manos apoyadas en los brazos del sofá, encerrándome sin tocarme.
Su proximidad me envolvió como una tormenta; su aroma, una mezcla de especies donde la menta predominaba, me invadió. Me obligué a sostenerla mirada, aunque mi cuerpo ya comenzaba a ceder, mis músculos aflojándose bajo el peso de su presencia.
Estaba comprobando que mi resistencia con ese francés no duraba mucho.
—Tu es ma petite princesse —dijo con tono firme, pero con una caricia implícita que hizo que el calor subiera desde mi cuello hasta mis mejillas.
La palabra princesa me golpeó como un martillo de contradicciones. Ese fue un título que en muchas ocasiones me dieron en mi familia con cariño, a veces incluso para burlarse de mí sin malicia alguna. Pero, cuando Andrea lo pronunció me hizo sentir especial y deseada, aunque también vulnerable, completamente expuesta a su dominio.
—Y eso significa que recibirás toda la atención y el cuidado que mereces —prosiguió, bajando su voz una octava más—. Pero también significa que cuando juegas conmigo, yo decido las reglas.
Mi cuerpo respondió antes que mi mente. El ligero temblor en mis manos, el calor que se acumulaba en mi estómago y la forma en la que mis muslos se apretaron casi sin darme cuenta, eran testigos de cómo sus palabras me derretían por dentro.
Cuando Andrea me tomó de la muñeca, su agarre firme envió una chispa de electricidad por mi piel. Me ayudó a levantarme y, aunque mis pasos eran pequeños, sentí que mi corazón corría una maratón. Me guio a un sillón de dos plazas en el centro de la habitación y su fuerza contenida me transmitía una seguridad inesperada.
—Si quieres mi atención, la tendrás, pero a mi manera.
Solté un suave jadeo en el momento que me hizo apoyarme en ambas rodillas sobre el sillón, de espaldas a él, su brazo me envolvió la cintura para mantenerme en mi lugar y mi torso cayó hacia el frente del respaldo con una facilidad que desmentía mi nerviosismo, dejándole entrever la emoción que ya bullía en mi torrente sanguíneo.
Porca troia.
Cada fibra de mi ser estaba encendida, cada movimiento de Andrea ampliaba la tensión entre mi incertidumbre y la necesidad que me embargaba, puesto que luego de aquella noche de su fiesta, me volví insaciable cuando se trataba de él.
—¿Sabes lo que le pasa a una princesa consentida que se olvida de las reglas? —Su pregunta tenía un borde juguetón pero autoritario mientras levantaba la falda de mi vestido para que mi culo quedara un poco expuesto.
—¿Me das más atención? —respondí, sonriendo con descaro, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo, queriendo así recuperar algo de control, aunque fuera una ilusión.
La risa de Andrea fue baja y profunda, un sonido que pareció vibrar en su pecho. Mi sonrisa en cambio se borró cuando la primera nalgada chocó en mi carne. Fue firme, el impacto haciendo eco en la sala y enviando una explosión de calor por mis sentidos.
Jadeé, más sorprendida que dolida. La mezcla entre la sorpresa y la pequeña punzada de placer que le siguió dejó mi mente aturdida.
—Exactamente eso —murmuró, sosteniéndome firmemente con una mano en mi cadera, con la otra acarició la piel que acababa de enrojecerme, calmando el escozor antes de repetir el acto—. Pero también te recordaré que, aunque puedes ser traviesa, sigo siendo quien tiene el control.
—¡Oh, Dio! —gemí con la siguiente nalgada.
Y tras esa llegó otra, cada una como recordatorio, no de castigo, sino de control.
Y cada caricia posterior fue una reafirmación de que, incluso en su firmeza, él no dejaba de cuidarme. Sentí cómo mi cuerpo se fue relajando, entregándome poco a poco a la seguridad que encontraba en su dominio.
Cuando finalmente se detuvo, yo apenas podía hablar; mi respiración era pesada y mi corazón se hallaba desbocado.
—Et maintenant, ma princesse gâtée... —«Y ahora, mi princesa consentida», dijo mientras me levantaba con facilidad y colocaba sobre sus piernas de manera que quedara frente a él—. Es momento de cuidarte.
Sus ojos oscurecidos estaban llenos de un cuidado que contrastaba con su firmeza anterior. Tomó una crema calmante de una mesa cercana y luego de recoger la tela de mis bragas en una línea que metió en el medio de mis nalgas, tirando un poco fuerte para rozar mi clítoris y robándome un gemido por el placer provocado, comenzó a aplicarla en mi piel enrojecida y llena de ronchas; sus dedos moviéndose con una mezcla de ternura y dominio.
Lo observé en silencio, mi pecho todavía subía y bajaba rápidamente, la travesura inicial desvaneciéndose mientras la conexión sexual y emocional entre nosotros crecía con cada toque.
—Me gusta cuando haces esto —admití en voz baja, más para mí misma que para él.
—Lo sé —respondió con una sonrisa suave, sin apartar sus ojos de mí—. Y me gusta que lo disfrutes. Pero recuerda que... —Sus ojos me atraparon de nuevo, portando ese brillo autoritario que me hacía temblar y derretirme al mismo tiempo, sobre todo en ese instante, al sentir su erección rozándose en mis pliegues—. El cariño que te doy siempre viene con un poco de disciplina. Es el trato y lo que necesitas, aunque no siempre lo admitas.
Sonreí acurrucándome contra su pecho.
—Supongo que puedo vivir con eso —musité sobre su cuello y lo escuché bufar una risa a la vez que pasaba una mano por mi cabello, sosteniéndome cerca.
—Eso pensé —vocalizó con ironía.
Y luego siguió dándome otro tipo de atención, una que implicaba nuestros cuerpos desnudos, sudando y chocando entre sí en un encuentro sexual que drenó hasta la última gota de mi energía.
Después de ello, mientras me hallaba en el sofá con él, recuperándome del torbellino de emociones que me había provocado, con el cuerpo relajado, aunque con la mente todavía procesando lo que hicimos, Andrea fue capaz de hacer ese momento más intenso y abrumador al ponerse de pie y caminar hacia una pequeña mesa al fondo de la sala.
Lo seguí con la mirada, sintiendo cómo la curiosidad empezó a vencer mi agotamiento. Andrea abrió un cajón y sacó algo pequeño que sostuvo con cuidado al volver conmigo. Me acomodé en mi lugar, sintiéndome a gusto con mi desnudez igual que él con la suya, y sonreí en cuanto se sentó nuevamente a mi lado y extendió su mano, revelándome una fina cadena que parecía ser de plata u oro blanco; el tejido era sencillo, pero me descolocó totalmente el dije en forma de ala negra, detallado con finos relieves que simulaban la textura de plumas reales.
El contraste entre el ala oscura y el metal resplandeciente le conferían un aire de misterio y simbolismo, como si el collar contara una historia aún por escribirse.
—¿Qué es eso? —le pregunté, sintiéndome estúpida porque sabía que era un collar, pero me dejó tan perpleja verlo, que mis neuronas se fundieron.
Él sostuvo la joya entre sus dedos, dejando que el ala negra brillara bajo la luz tenue de la habitación.
—Es un collar de consideración —explicó y lo miré, parpadeando un par de veces mientras procesaba sus palabras.
Lo había mencionado la noche de la fiesta, cuando estuvimos en la sala de exhibición, pero no profundizamos en lo que simbolizaban los diferentes tipos de collares que existían.
—¿Qué significa? —le pregunté.
—Eso, consideración —repitió con paciencia. Su tono fue neutro, aunque con ese peso característico de su presencia como Dominante—. No es un símbolo de propiedad. Es más bien una declaración de intenciones. Significa que estoy dispuesto a guiarte y a explorar este mundo contigo, pero aún estamos en periodo de prueba. Ambos necesitamos conocernos mejor antes de dar pasos más serios.
Fruncí ligeramente los labios, sospesando sus palabras.
—¿Entonces no es nada oficial? ¿No hay contrato aún?
No es que estuviera desesperada por ello, pero sí lo que creí que seguiría entre nosotros. Por eso mi pregunta.
—No aún —respondió, con una ligera sonrisa que parecía saber más de lo que decía—. Esto es el primer paso, chérie. No firmaremos un contrato hasta que ambos estemos seguros de lo que queremos, hasta que conozcamos nuestros límites y sepamos si somos compatibles en esta dinámica.
¡Pfff!
Dejé escapar una pequeña sonrisa con el bufido, tratando de aligerar el momento porque yo sabía lo que quería, estaba segura de querer ser su sumisa. Sin embargo, el experto era él. Y yo decidí confiar en ese francés, por lo que respetaría sus pasos y cómo quisiera llevarme en ese camino.
—¿Y qué pasa si descubres que soy más insoportable de lo que pensabas? —bromeé.
Él arqueó una ceja, una expresión suya que siempre me hacía estremecer, a pesar de que sus ojos delataban su diversión.
—Ma belle, ya sé que eres insoportable —soltó y abrí los ojos de más, simulando indignación.
—¡Qué grosero eres! —chillé.
—Una princesa insoportablemente consentida, que me tiene obsesionado —acotó con tono firme, pero con un matiz juguetón que me desarmó por completo.
Yo también estaba obsesionada con él, con su actitud caballerosa y relajada la mayor parte del tiempo, seguro de sí mismo y lo que quería, pero también con sus momentos duros y disciplinarios, los oscuros y perversos.
—¿Por qué un ala negra? —pregunté, bajando la mirada al collar.
Él me sostuvo la mirada, como queriendo asegurarse de que sus palabras quedaran grabadas en mí.
—Porque es el comienzo del Cisne Negro. Es como te veo en mi mundo, y uno que quiero que hagas tuyo, Abigail: eres alguien que todavía no ha desplegado completamente sus alas, pero que tiene potencial de ser algo... alguien extraordinaria.
Porca puttana.
Esa declaración me golpeó más de lo que esperaba.
Alcé los dedos para rozar la cadena y el dije y sentí un nudo en mi garganta. Su diseño, minimalista y sin adornos innecesarios, parecía encapsular la esencia de lo que representaba: un comienzo, un compromiso de exploración y descubrimiento. Tan sencillo y a la vez más importante de lo que imaginé.
—Entonces... ¿Quieres que lo use? —pregunté en voz baja, intentando que mi tono no delatara lo mucho que me emocionaba la idea.
Andrea asintió antes de decir:
—Si estás dispuesta a comprometerte con este periodo de exploración, sí. Que lo hagas no significa que estés atada a mí, ni que yo lo estaré a ti. Significa que estamos considerando la posibilidad de crear algo juntos. Algo con lo que ambos seremos felices.
Dudé solo un segundo, antes de inclinar la cabeza, marcando con mi gesto tanto sumisión como aceptación, pues quería eso. Y nada tenía que ver el tiempo maravilloso y adictivo que teníamos conociéndonos, sino lo libre que estaba siendo después de muchos años atándome a mí misma a un estilo de vida que no compaginaba con lo que yo era en mi interior.
Andrea no dijo nada cuando me tomó de la mano y me llevó hacia unas vidrieras en un extremo de la sala y me paró frente a ella, con él detrás de mí. El reflejo de nosotros, ambos desnudos y con la piel reluciente por el placer que exudamos, y mi cabello en un moño revuelto, parecía como el de un espejo; lo que me permitió ver con claridad el momento en que colocó la fina cadena, brillante pero discreta, rodeándome el cuello con elegancia. En el centro el dije del ala quedaba extendida y, aunque su peso y el frío del metal se sintieron extraños al principio, pronto se volvieron parte de mí.
Me giré hacia Andrea luego de unos segundos y encontré sus ojos mirándome con una intensidad que hizo que el aire pareciera más pesado, y un brillo de propiedad que me obligó a tragar en seco.
—Recuerda, mon Cygne Noir: este collar es un símbolo, no una garantía. Lo que construyamos dependerá de los dos. —Asentí, llevándome una mano al ala negra.
—Lo entiendo.
—Bien —dijo él con una voz que me atravesó de arriba abajo—. Porque, princesa o no, no toleraré desobediencia sin razón. Pero si demuestras que puedes entregarte de verdad, descubrirás que puedo ser tan indulgente como firme.
Sonreí, sintiendo una chispa de desafío.
—No prometo ser perfecta.
Andrea dejó escapar una leve risa.
—No lo espero. Solo espero que seas tú misma... y que confíes en mí.
Asentí de nuevo, en señal de promesa, sintiendo cómo el collar no solo rodeaba mi cuello, sino también una parte de mi alma que, en realidad, nunca había dejado que nadie tocara.
Al siguiente día de ese maravilloso momento, me encontré varios mensajes de texto que Michael me envió, preguntándome a qué hora iba a necesitarlo. Y cuando nos vimos, porque él me llevó a la academia, su cara de pocos amigos me indicó que no era el guardaespaldas más feliz esa mañana, pero lo ignoré porque yo sí que era la protegida más satisfecha y hasta consentida por un caballero perverso e insaciable.
Supongo que a mi guardaespaldas nunca le pesó tanto idolatrar su misión de cuidarme, hasta que quiso incursionar en el BDSM como sumiso switch, y que protegerme las veinticuatro horas del día se lo dificultara.
Al volver al hostal luego de una semana, atravesé por los efectos secundarios de la abstinencia, ya que me volví adicta al sexo formidable que Andrea me daba. Pero ambos acordamos darnos un espacio que únicamente duró dos días, cuando originalmente pactamos que sería de cinco.
Todo sucedió luego de una tarde que, tras llegar de la academia, comencé a enviarle imágenes subidas de tono al francés con tal de provocarlo. Y por supuesto que él no cayó hasta que decidí grabarme con uno de mis penes de goma, el más especial de mi arsenal, estando desnuda en la cama, arrastrando el juguete por todo el medio de mi torso, en línea recta, deteniéndome justo en mi monte de Venus.
Le envié el vídeo corto con un pie de nota que decía: Dispuesta a darle otra oportunidad al dueño de mi virginidad, ya que el dueño de mi cordura pretende hacerse el duro.
Había recibido un mensaje de su parte muy contundente que me dibujó una sonrisa cabrona en el rostro.
Atrévete y el castigo no te dejará sentarte en tu culo por una semana.
¿Este culo?
Le pregunté, adjuntándole una imagen de mi trasero en pompa, desnudo y con el pene de goma entre mis nalgas.
Putain, petite insolente.
Estoy a dos minutos de llegar al hostal. Así que detente.
—¡Oui! —grité, sintiéndome victoriosa.
Me vestí solo con una bata corta de seda y le envié un mensaje a Michael para avisarle que Andrea llegaría, que no saldríamos del hostal y que podía librarse de mí un rato si le apetecía. Me preguntó que, qué había pasado con el descanso que nos daríamos y únicamente le respondí con un emoji sonriendo con picardía.
No me dijo nada más, tampoco lo esperé. Mi emoción por volver a ver a Andrea me consumió por completo. La expectativa de que fuera a castigarme por mi insolencia antes de follarme duro consiguió que me humedeciera como si me hubiese estado tocando y, cuando al fin llamaron a la puerta y abrí, fui recibida por un huracán de categoría cinco.
Maledizione.
Andrea me cogió del cuello y estampó sus labios a los míos en un beso posesivo, furioso y sensual. Una promesa silenciosa de que me castigaría y haría gozar en partes iguales gracias a mi desacato.
—Me acabas de sacar de una junta muy, muy importante —gruñó, mordisqueando mi barbilla, descendiendo a mi cuello, dándome más dolor que placer hasta que metió una mano debajo de mi bata corta y encontró mi coño desnudo—. ¡Merde! Estás empapada.
—Tanto así te deseo —gemí.
—Debo volver de inmediato, así que dejaremos el castigo para después —avisó y me mordí el labio en cuanto me giró de frente al respaldo del sofá en mi sala.
Madonna.
Sería un polvo rápido y, sin embargo, demasiado excitante porque era la primera vez que él actuaba con tanta locura y desesperación por enterrarse en mi interior. Y... ¡Dios! Lo había extrañado demasiado, mi cuerpo lo anhelaba como una cura para la enfermedad que llevaba su nombre, tanto, que mi vientre se apretó únicamente con la expectativa de sentirlo y creí que me correría solo con sus manos subiéndome la bata, su pie abriendo mis piernas para follarme desde atrás, y el sonido de su cinturón siendo abierto.
—¡Abigail!
—¡Oh, mierda!
—¡Putain!
Todo sucedió al mismo tiempo: Michael entrando a mi apartamento, yo apartándome de Andrea y este último protegiéndome con su cuerpo; los tres exclamando al unísono con sorpresa, vergüenza y enojo.
—¡¿Qué demonios pasa contigo, Michael?! —espeté, todavía avergonzada, pero más frustrada porque mi segurata idiota llegara en ese instante.
El hijo de puta trató de esconder una sonrisa, que alcancé a ver, al darse cuenta de lo que acababa de impedir.
—Siento interrumpir, pero parece que tu hermano trata de comunicarse urgentemente contigo y no respondes sus llamadas. —Comenzó a explicarse el idiota, antes de que lo enfrentara por su sonrisa—. Me ha llamado a mí para pedirte que lo llames ya.
—¿De verdad sientes interrumpir? —lo encaró Andrea, acomodándose la ropa. Esa vez no ocultó su molestia y propia frustración.
Para ese instante yo ya me había acomodado la bata.
—Lo siento por tus bolas, hombre —satirizó Michael y Andrea bufó una risa—. Sé lo que se siente.
—Yo debo... —Me interrumpí a mí misma al escuchar a mi segurata.
Cazzo.
Me sentía muy avergonzada con Andrea, aunque él no parecía estar molesto conmigo, pero sí con ganas de asesinar a Michael. Por primera vez los papeles se habían intercambiado.
—Ve, ma chérie. Atiende a tu hermano —me animó, suavizando su voz para mí.
—Lo siento mucho —musité muy avergonzada, mirando a Michael, con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué? Si no es tu culpa —replicó el francés, sonriéndome con ternura, pero el brillo que hacía relucir el azul de sus ojos me indicaba que era un momento muy peligroso para dejarlo a solas con Michael.
—No quería que esto sucediera. Mis planes eran muy diferentes.
—Ni yo, pero tampoco pasa nada. —Me cogió del rostro tras decir eso—. Debo irme porque de verdad, me salí de la junta con la excusa de ir al baño. —Sonreí con su confesión, eso no era propio de él—. Pero te prometo que voy a castigarte luego, y a cuidarte después, cuando no haya guardaespaldas imbéciles cerca.
—Solo hago mi trabajo. Ve a hacer tú el tuyo —refutó Michael y recordé lo furiosa que estaba con él—. Ni me mires así y mejor ve a llamarle a tu hermano —recomendó cuando sintió mi mirada.
Andrea decidió tomar las riendas de la situación y me dio un beso muy intenso que calentó mis mejillas, recordándome que teníamos algo por resolver después. Me despedí de él y acto seguido corrí a mi habitación, donde había dejado mi móvil.
No alcancé a escuchar qué se dijeron con Michael, pero sí supe que cruzaron palabras por los murmullos, o más bien gruñidos, que acompañaron mis pasos. Y, cuando al fin cogí mi móvil, abrí los ojos de manera desmesurada.
—No. Puede. Ser —parafraseé con los dientes muy apretados.
No tenía nada de ninguno de mis hermanos.
¡Nada!
Ni un mensaje o llamada. Ni siquiera de las promociones que solían llegarme de las tiendas a las que estaba afiliada.
Caminé de regreso a la sala, sintiendo la furia barrer con mi deseo frustrado. Andrea ya se había marchado, pero todavía encontré a Michael, con los brazos cruzados y una sonrisa comemierda en los labios.
—¡Fue a propósito! —grité—. ¡Por eso hiciste la mención sobre que sabes lo que es tener las bolas azules! —acusé, recordando cómo eso resonó en mi cabeza.
—¿A propósito? ¿Con eso te refieres a si es igual a tus mensajes de texto sobre que estuviera pendiente porque era posible que me necesitaras? Pero que jamás lo hiciste.
Lo miré incrédula, anonadada incluso por su tono tan tranquilo.
—¿Te estás vengando de mí? —gruñí, señalándome con un dedo, sintiendo que mi bata se había abierto mucho del medio de mis pechos, pero sin detenerme a verificar que estos no estuvieran expuestos.
Su sonrisa creció, pero negó con la cabeza.
—No, Patito gruñón. Solo estoy aprovechando el momento para que compruebes que no es agradable estar del otro lado. Además, ustedes querían un descanso, ¿no?
—¡No seas imbécil, Michael Anderson! —chillé, lanzándole el móvil, pues más que frustrada sexualmente en ese instante, me sentía muy indignada porque él se desquitara de que no le permitiera irse a follar con la maldita Soberana la otra noche.
Él cogió el dispositivo en el aire, salvándolo de mi locura, apretando los labios para no reírse. Tras eso, miró la pantalla y deslizó el dedo por ella diciendo de inmediato un: diga.
—¿Anderson? ¿Dónde está Abby? —preguntó Aiden.
—Ella está aquí, ya te la comunico. —Me apresuré a recomponerme la bata y el cabello, sintiéndome desorientada por la llamada de mi hermano, aunque todavía furiosa, viendo a ese idiota caminar hacia mí—. No fue a propósito, Abigail, pero ya veo que lo tuyo conmigo sí —susurró y tragué en seco al verlo inclinarse muy cerca de mi rostro—. ¿Por qué, Patito travieso? —En ese momento su sonrisa fue llena de ironía y victoria.
Y menos mal que me enfrentó justo cuando me sentía tan molesta, porque de lo contrario, no habría sabido cómo excusarme.
—¡Vai a fare in culo! —«¡Vete a que te den por el culo!» Espeté por lo bajo, arrebatándole el móvil, retomando mi control.
O descontrol.
—Yo sí que daré por ahí. Después de todo, tengo un rato libre de ti —celebró con descaro.
Y luego lo miré irse, pavoneándose como el hijo de puta que era.
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¡Hola, mi gente! Iniciamos la semana con un capítulo calmado, descubriendo dónde fue que nació la costumbre de Michael sobre interrumpir a Abby y Andrea en sus momentos apasionantes.
A muchxs les causará gracia, a otrxs les molestará (como todo lo que hace él), y muy pocxs entenderán el proceso, o lo que hay detrás. Sea como sea, si han llegado hasta aquí que sea porque les está gustando la historia y no dejen de votar por los capítulos ;-)
Nos leemos de nuevo el miércoles.
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